Caso 25: Infierno en la Tierra.


Gabrielo y Hanns observaron horrorizados aquella escena que acontecía a su alrededor. Los edificios yacían en llamas, los autos volcados y la gente se mataba entre ella. las grandes fumarolas subían hacia el cielo crepuscular.

    —¿Qué demonios pasó aquí? —Preguntó Hanns

    Gabrielo miró la niebla densa todavía bajo sus piernas. Y se dio cuenta que la gente actuaba como perros rabiosos que atacaban a otras personas y las despedazaban. Justo como en una película de zombis.

    —Esa conducta...están poseídos. —Respondió Gabrielo.

    —Me recuerda al comportamiento de los "gouls."—Respondió Hanns.

    —¿Gouls? —Preguntó Gabrielo.

    —Sí, los vampiros que no tienen consciencia humana y que atacan a todo lo que ven. —Respondió Hanns.

    —¡Muchachos que fue lo que pasó! —Exclamó Aloette. La chica estaba recubierta por un aura de fuego rojo brillante.

    —¿Por qué esta brillando ella? —Preguntó el Wolfenjeager.

    —Por el aceite romano, le protege de cualquier mal.

    Entonces el Wolfenjeager, sacó su teléfono celular y marcó un numero en él. El hombre se veía preocupado. Gabrielo supo que algo iba mal. —¿Qué estás haciendo? —Le preguntó Gabrielo.

    —La Bula 99 es muy clara en estos casos. Está es sin duda una contingencia tipo A o superior, se debe informar al Vaticano para que pongan en cuarentena a todo el pueblo.

    —No puedes hacer eso. —Respondió Gabrielo, usualmente el cazador de demonios se mantenía estoico, pero entonces recordó la masacre de Nueva York, recordó la cantidad de humanos muertos. —Los matarán a todos, estén poseídos o no.

    —Es un riesgo que se corre en este trabajo. —Respondió Hanns.

    Entonces Gabrielo desenfundó su pistola y le apuntó al WolfenJaeger.

    —No puedo permitir que hagas esto. —Respondió Gabrielo.

    —Hier ist Agent Schneider von Wolfenjäger Vereinschaft, wie hatte eine A Zufälligkeit.—Dijo Hanns aunque Gabrielo no sabía alemán entendió a la perfección lo que pasó y lo que tenía que pasar a continuación.

    Entonces Gabrielo disparó su arma, la bala atravesó el corazón de Hanns Schneider. Y Aloette gritó. El Wolfenjager comenzó a ahogarse con su sangre.

    —Ya es tarde... —Respondió Hanns Schneider. El hombre entonces tosió y la sangre brotó, un segundo después el hombre murió.

    —No, no es tarde, no aún. —Respondió Gabrielo. —Aloette no te alejes de mí, me oíste.

    —¡Sí! —Exclamó la mujer.

    Luego el muchacho se dirigió hacia las personas y comenzó a disparar a los que estaban poseídos. Pero por cada uno que salvaba dos de ellos eran despedazados por el resto de los poseídos. Gabrielo disparó una y otra vez hasta que se quedó sin munición.

    Su mente comenzaba a divagar, por un momento corría por uno de los bulevares de Saint Dennis y en otro momento se veía corriendo por las calles de Nueva York, en algunos momentos trataba de salvar a los heridos que habían sido atacados por los poseídos y en otro trataba de reanimar a los cadáveres calcinados.

    —Oye... —Trató de decir la chica, trató de decir algo, pero Gabrielo no reaccionaba, en su mente solo volvía a tratar de reanimar los cuerpos que había dejado morir en Nueva York. El cazador de demonios yacía arrodillado en el suelo tratando de evitar que las entrañas se le salieran al hombre que yacía con un pedrusco sobre la cabeza. —Gabrielo, está muerto. —dijo la chica asustada.

    —¡No! —Exclamó Gabrielo.

    Entonces la chica escuchó unos bufidos tras ella y miró a tres posesos que corrían a gatas como los cangrejos, se dirigían hacia ella, sus bocas estaban llenas de sangre y carne fresca. Aloette se horrorizó. La chica subió a unos escombros de un edificio que se había derrumbado por el fuego, pero los posesos trataban de tumbarla jalándole de las piernas.

    —¡Gabrielo! —Exclamó la chica horrorizada.

    Gabrielo giró la vista y entonces vio a Karen siendo estrangulada nuevamente por Baphomet, pero entonces la cara de la chica cambió, ya no era Karen, sino Aloette. Gabrielo reaccionó y volvió en sí. Los posesos lograron hacerla caer de los escombros. Y antes que pudiesen atacarla quedaron clavados en la pared por el poste de una señal de transito que Gabrielo había arrancado del pavimento.

    —¡Vamos! —Exclamó Gabrielo y tomó a la chica de la mano. La chica se levantó al instante, era más ligera de lo que parecía, luego los dos volvieron a correr. Entonces sobrevolando el cielo crepuscular, helicópteros del tipo militar comenzaron a rondar.

    —¿Es el ejército? —Preguntó Aloette.

    —No, peor. La orden de los inquisidores del Vaticano. —Respondió Gabrielo. Entonces observaron como el helicóptero sobrevoló el techo de un complejo departamental cercano donde había gente apilada en el techo pidiendo ayuda. Y en un segundo fueron acallados por el sonido ensordecedor de las ametralladoras que los hicieron trizas.

    —¿Ellos no están de nuestro lado? —Preguntó Aloette.

    —Nunca lo han estado. —Respondió Gabrielo.—Si están aquí no es para ayudar al pueblo sino para limpiarlo.

    —¿Cómo que limpiarlo?

    —No pueden dejar testigos, acabaran con todos en el pueblo. —Respondió Gabrielo.

    —Espera, entonces, ¡mi familia!, ¡tengo que volver por ellos! —Gritó la chica asustada. —Gabrielo le tomó por el brazo rápidamente y evitó que la chica comenzara a correr frenética.

   —Es muy peligroso. —Respondió el muchacho.

    —No puedo dejarlos aquí. —Respondió la chica. Gabrielo vio una chispa en los ojos de Aloette que no había visto en mucho tiempo. La misma chispa que había visto en los de Karen.

    —Esta bien. —Dijo Gabrielo y luego la cargó en sus brazos. —¿Hacia donde?

    —¿Eh?, hacia allá. —Respondió la chica apuntando hacia unos edificios lejanos. Gabrielo dio un salto y cayó sobre la azotea de uno de los edificios cercanos, el muchacho comenzó a saltar de edificio en edificio. Cuando finalmente llegaron a una casa de dos pisos de color azul claro.

     La chica entonces se dio cuenta que el techo de su casa estaba en llamas, la chica se arrojó al suelo y luego entró corriendo a su hogar. La chica gritó. Gabrielo entró a la casa, en la sala pudo ver a tres seres devorando lo que parecía ser a una mujer de mediana edad.

    Los posesos se arrojaron contra Aloette, Gabrielo los golpeó con una silla antes que pudiesen atacarla. El cazador de demonios tomó a la chica por la mano y la sacó de la casa. La chica estaba gritando, no quería abandonar a su familia. sin embargo, cuando salieron a la calle vieron a tres inquisidores con lanzallamas en las manos. Los hombres apuntaron a Gabrielo. El muchacho tomó a la chica en sus brazos y dio un salto para evitar las llamaradas, cayó por detrás de los inquisidores y de una patada arrojó a uno de ellos contra los tres posesos de la familia de Aloette que se encontraban en la entrada. Los posesos comenzaron a morder al hombre. los otros dos inquisidores fueron tras los posesos.

    Gabrielo continuó corriendo. Tras ellos una explosión, los posesos habían mordido una de las mangueras de los lanzallamas y habían hecho explotar a los tres inquisidores junto con ellos.

     —Tenemos que salir de aquí. —Respondió Gabrielo. Sobre ellos sobrevoló otro helicóptero que empezó a dispararles. El muchacho dobló la calle y tomó un gigantesco pedazo de escombro, luego lo arrojó contra el helicóptero. La máquina lo evadió, pero las aspas se enredaron en los cables de luz de la calle y el helicóptero cayó al suelo, fue otra explosión.

    Gabrielo abrazó a la chica protegiéndola de los escombros voladores y el fuego que fueron arrojados de la maquina al explotar. Un pedazo de aspa se clavó en la espalda del muchacho y salió por el otro lado. A escasos centímetros de perforar la cabeza de Aloette. Gabrielo escupió sangre.

    —¡Oh por Dios! ¿Estás bien? —Preguntó la chica.

    —Sí, solo no invoques a Dios. —Dijo Gabrielo, su voz era entrecortada ya que el aspa había perforado uno de sus pulmones. El muchacho entonces se dio media vuelta. —Necesito que saques el aspa.

    La chica asustada no quería hacerlo.

    —Pero morirás si lo hago.

    —No, no lo haré, está no es la primera vez que me pasa algo como esto. —Respondió Gabrielo. Aloette entonces tomó el pedazo de asta y tiró de ella con fuerza. El pedazo de acero salió de la espalda del muchacho. Entonces la chica notó como la herida de Gabrielo comenzó a cicatrizar casi instante.

    —¿Qué eres tú? —Preguntó la chica.

    —Ya te lo dije, soy el cazador de demonios. —Respondió Gabrielo. Los dos volvieron a correr. Gabrielo entonces encontró la motocicleta en la que había llegado al pueblo. El muchacho se montó en ella. —¡Vamos que estás esperando! —Le ordenó Gabrielo a la chica.

    La chica entonces se subió a la moto. Gabrielo hizo acelerar el vehículo y salieron del pueblo. Gabrielo arrancó otra señal de tránsito y la arrojó contra una tanqueta de los inquisidores que les estorbaba. Los dos salieron a la carretera, frenaron sobre una curva en la montaña donde podían ver desde la distancia el pueblo de Saint Dennis. Mientras se consumía por las explosiones que ocurrían en el interior del pueblo. Se quedaron viendo por unos momentos, y volvieron al camino. Había que poner más distancia entre ellos y la orden de los inquisidores. 

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