Caso 23: El Heraldo de la Envidia.
Como una fiera se deslizaba aquella criatura por los tejados de la ciudad. Estaba persiguiendo a su presa, una joven campesina que corría entre las callejuelas de Saint Dennis. La campesina gritaba solicitando ayuda a la guardia de la ciudad, pero no había nadie alrededor. El fuego en las antorchas que alumbraban las calles hacía mucho que se había apagado. La bestia entonces se dejó caer sobre la espalda de la chica, después la criatura la volteó para que lo mirara a los ojos. La joven campesina lo miró con esos mismos ojos que la bestia conocía bastante bien, esos ojos de terror. Y la bestia se pudo ver en aquel iris cerúleo asustado que brillaba ante la luz de la luna.
La campesina gritó "¡Un monstruo! ¡Un monstruo!". Y la bestia le tapó la boca para que no siguiera gritando, pero entonces vio en la distancia, el relinche de los caballos y sus jinetes en completa armadura. Entonces los jinetes desenfundaron sus espadas y arrojaron cuerdas a la bestia y lograron alejarla de la campesina. Del bolsillo pantalón de la bestia un pequeño pasador de oro cayó en el fango y la suciedad.
Dos hombres descendieron de sus monturas y se acercaron a la bestia. Iluminaron su rostro con las antorchas y ahí fue cuando le dieron un buen vistazo a la criatura. Un hombre relativamente joven de cabello castaño, de ojos azules, el ojo derecho era dos veces más grande que su ojo izquierdo y ese mismo ojo estaba caído. Su nariz era grande y aplastada, parecía más bien una nariz porcina, sus labios eran gruesos y sus dientes torcidos. Era de rostro redondo con mejillas caídas como como los sabuesos. Y con una inmensa joroba sobre la espalda.
Los hombres comenzaron a burlarse de la bestia, la campesina se levantó del suelo y miró al supuesto monstruo, la chica levantó su pasador y pasó a reír junto con el resto de los hombres. En un instante el miedo pasó a ser burla y dicha. Y cuando finalmente los hombres se cansaron de reír, comenzaron a torturarle, a picarlo con las puntas de sus lanzas y a cortarlo con las hojas de sus espadas, después lo amarraron a las sillas de sus caballos y los hicieron correr arrastrando al pobre hombre en el fango y la mugre.
Al final los hombres lo apuñalaron y lo dejaron desangrarse ahí. Tirado en medio de la calle, entonces apareció una criatura, una criatura mitad hombre mitad ave. Con piernas de gallo y hocico de ganso, con un par de alas de murciélago que crecían en su espalda. La criatura le miró.
—Y todo por un pasador. —Dijo la criatura en una doble voz, de hombre y mujer, una voz con tono condescendiente, una voz que trataba de aparentar ser de ayuda, pero no podía evitar sentirse más como una burla.
—Solo quería regresarle el pasador a la muchacha. —Respondió el jorobado agonizante. —Pero lo hombres malos me atacaron.
—No, los hombres malos no te atacaron, los hombres malos te mataron, definitivamente vas a morir. —Respondió la criatura infernal. —Has perdido mucha sangre. Y si por milagro sobrevivieras a este ataque, las heridas que tienes se infectarían y te matarían. Estas calles son más estiércol que lodo.
—¿Por qué? ¿Por qué me atacan?, ¿Por qué gritan cuando me ven? ¿Por qué me mataron? —Preguntó el jorobado mientras escupía el lodo y mugre que había entrado en su boca durante el arrastre.
—¿Porque dices?... Mírate, que otra razón necesitan ellos para temerte, para odiarte...esa fea cara y esa ridícula joroba. ¿Crees que alguien te tomaría enserio o tan siquiera te agradecerían con esa apariencia? Eres un monstruo.
—Tú también eres un monstruo...—Respondió el jorobado.
—No, yo no soy un monstruo. Yo soy un demonio. Yo soy Mergolath de los rumores. Heraldo al servicio de Leviatán de la Envidia y vengo a ofrecerte un trato mi monstruoso amigo...
Fue entonces cuando el cazador de demonios abrió las puertas de la catedral hacia la luz diurna. Dejando al heraldo de la envidia en el interior del edificio.
Gabrielo jadeante dejó caer a la guía de turistas a su lado y luego él se dejó caer sobre el suelo.
—¡Qué carajos fue eso! —Respondió la guía de turistas. Sus piernas temblaban sus dientes tintineaban como si se estuviese congelando y tenía un tic en el ojo.
—Eso...es la razón por la cual no debías seguirme. —Respondió Gabrielo. —Eso que viste ahí dentro es un heraldo infernal. Uno de los seis heraldos de Lucifer en la tierra.
—¿Los demonios son reales? ¿Toda está basura del folleto es real? —Preguntó la guía de turistas.
—Oye, señorita Guía de Turistas. Lo mejor sería que olvidaras todo esto que viste hoy. —Respondió Gabrielo. El muchacho entonces se levantó del suelo y se limpió el polvo de sus pantalones.
El cazador de demonios comenzó a caminar, aquello había sido muy fuerte para él. Aquel demonio había creado una esfera de realidad en el interior de la iglesia. Un poco más de tiempo en el interior de la catedral y el heraldo lo hubiese vencido. Además, el muchacho tenía hambre y necesitaba comer algo.
Gabrielo continuó caminando hacia un bar en el centro del pueblo y se sentó en una de las mesas junto a la ventana, el muchacho pidió al mesero una pizza de peperonni y una pinta de cerveza. El muchacho comenzó a pensar...
"Es un heraldo de la envida, ¿Qué humano sería capaz de sentir tanta envidia para querer ser el representante de la envidia? ¿Y tan siquiera sería humano?, ¿Sería un monstruo, o un vampiro, un duende, mestizo mitad humano mitad demonio? Podría ser cualquier ser vivo...No Gabrielo, tranquilo, tienes que pensar esto desde otro ángulo. ¿Qué es lo que conoces sobre el pecado de la Envidia? Hay 18,000 demonios que conforman el pecado de la envidia...no eso no sirve. Es un pecado pasivo, por lo tanto, sea quien sea parte del pecado de la envidia, debe ser pasivo, entonces debe ser alguien con un mayor control emocional. El demonio también es capaz de crear una esfera de realidad, por lo tanto, no es capaz de moverse fuera de su ambiente, la necesidad del control del ambiente es consecuencia de una falta de confianza sobre el medio en el que se el individuo se desarrolla, ¿pero que podría ser aquello que le genere una desconfianza a este ente?"
Entonces la puerta del bar se abrió y apareció la guía de turistas. La chica movió la cabeza por todos lados tratando de buscar a alguien.
"¿Qué demonios está haciendo aquí?" pensó Gabrielo. Los ojos de los dos se encontraron, la chica entonces caminó hacia el muchacho y se sentó en la misma mesa.
—Cuando me levanté y me fui de ahí no era con la intención de volverte a ver.—Respondió el muchacho.
—Sí bueno, tengo un montón de preguntas al respecto y probablemente tenga que ir al psicólogo a consecuencia de esto. —Dijo la guía de turistas.
—No, definitivamente vas a tener que ir a ver un psiquiatra después de esto, te aconsejo que busques uno que sepa hipnotismo y te ayude a reprimir este recuerdo en particular.
—Sí bueno...no pienso irme de aquí hasta que me digas que es lo que está pasando. ¿Quién eres tú y que es lo que haces aquí? ¿Y porque me arrastraste a todo esto? —Preguntó la chica., Gabrielo la miró por un momento y dio un sorbo de la cerveza, después tomó un pedazo de la pizza y la puso en su plato. El muchacho le dio un mordisco y volvió a beber de la cerveza. —¿Y bien?
—Primero que nada, yo no te arrastré señorita guía de turistas...
—Aloette, mi nombre es Aloette. —Respondió la chica.
—Okey Aloette, Yo no te obligue a seguirme. Y definitivamente no debiste de haberlo hecho, No solo fue estúpidamente peligroso, sino que también monumentalmente irresponsable. En el mejor de los casos mueres y tu alma se une al inconsciente colectivo y en el peor, el demonio de la catedral devora tu alma y te atormenta por el resto de la eternidad. —Respondió Gabrielo.
—Sí...no te lo tomes a mal, pero eres pésimo explicando las cosas. —Respondió la chica.
—Entre menos sepas de esas cosas, es mucho mejor...—Respondió Gabrielo.
—Trabajé por cinco meses como guía de turistas entrando en la catedral y nunca antes había pasado esto.
—No te habías percatado, es diferente. —Respondió Gabrielo. —Probablemente el demonio que se escondía ahí sintió mi presencia y decidió aparecerse. Los demonios son seres de auto preservación, probablemente ese demonio sintió mi presencia como una amenaza. —Respondió Gabrielo y volvió prosiguió comiendo.
—Entonces si los demonios son reales, ¿Los ángeles también lo son? —Preguntó la chica. Gabrielo asintió con la cabeza.
—¿Qué tal los vampiros?, ¿Ellos también son reales? —Preguntó Aloette.
—Sí, también son reales.
—¿Y entonces viniste aquí para exorcizar a ese demonio? —Preguntó la chica.
—Vine a matar a ese demonio, sí, eso es lo que vine a hacer. –Respondió Gabrielo.
—¿Eres como un exorcista del Vaticano o algo así? —Preguntó Aloette.
—No.—Respondió Gabrielo. —Soy un cazador de demonios no un exorcista.
—¿Cuál es la diferencia?
—Los exorcistas envían los demonios de vuelta al infierno, los cazadores de demonios los borran de la existencia. —Respondió Gabrielo. —Además el Vaticano tiene varias barreras burocráticas que imposibilitan hacer un buen trabajo.
Entonces alguien golpeó el cristal, un hombre que llevaba chamarra de cuero, con largo cabello castaño y una cicatriza en el ojo derecho. La chica y Gabrielo le observaron. El hombre entonces pegó la placa de identificación en la ventana.
"Von der Welt Sechierheit , WolfenJaeger Verein" leía la placa.
—Ese de ahí, ese sí trabaja para el Vaticano. —le dijo Gabrielo a la chica mientras apuntaba al hombre con el dedo índice.
El hombre entró en la taberna y miró a los dos muchachos sentados. Gabrielo le miró sin ninguna emoción en particular en sus ojos, mientras que la chica le observaba con curiosidad.
—Bist Sie Gabrielo Morteggioni, aus Manhattan Anti-Demon Agency kommen? —Preguntó el hombre.
—Supongo... —Respondió el muchacho. —No hablo alemán. ¿Qué hace un Wolfenjaeger aquí?
—Ya veo, lo recordaré para la próxima vez. —Respondió el hombre de la cabellera castaña en un inglés golpeado y fuerte. –Mi nombre es Hanns Schneider de la Asociación Wolfenjaeger, Herr John me envió a proporcionarle información sobre el monstruo que está cazando aquí en Saint Dennis. —Respondió el hombre luego le tendió la mano a Gabrielo.
—Gabrielo Monteriggioni. —Gabrielo le correspondió el saludo.
—¿Y ella es?...
—Nadie, importante o relevante para este caso o el conocimiento y/o registro en la Bula 99. —Respondió Gabrielo. No podía permitir que la Bula 99 se enterará que una civil se había involucrado. Había visto a muchos civiles ser desaparecidos por estar en lugar equivocado en la hora equivocada.
Luego el hombre sacó un sobre de manila cerrado, en la cubierta había un sello que decía "caso cerrado".
—¿Qué es esto? —Preguntó Gabrielo.
—Es la información sobre el caso, ese monstruo que está cazando es...
—No es un monstruo cualquiera, sino un demonio, un demonio muy importante. Dudo que cualquier información en el sobre sea capaz de ayudarme a acabar con ese demonio —Respondió Gabrielo.
—Herr Gabrielo, le pido no desacreditar esta información que hemos recopilado. —Respondió el hombre. Gabrielo abrió el sobre y entonces comenzó informes de investigación en alemán por supuesto, pero también algunos dibujos y fotografías muy viejas. —El archivo para este monstruo en particular era bastante escaso, la mayoría de nuestros archivos e informes datan del 1500 en adelante, todo antes de esa fecha son más mitos y leyendas. El monstruo es conocido como "Der Buckliger"; El jorobado. La primera mención suya fue en el 1343 en Colonia. El hijo deforme de una gitana y un jorobado que solo hablaba francés. —Respondió el hombre. —Durante los siguientes años estuvimos rastreándolo por sus crímenes en toda la frontera con la selva negra, hasta que finalmente en el siglo XV, cuando el Vaticano funda la Bula 99 y los WolfenJaegers se convierten en una orden oficial del Vaticano, que pudimos comparar algunos avistamientos y descripciones del Buckliger en Francia; en el pueblo de Saint Dennis. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVIII que uno de nuestros agentes franceses Víctor Hugo fue el primero en avistarlo como un ser encolerizado que habitaba en uno de los campanarios de la catedral de Saint Dennis.
—¿Estás diciendo que este jorobado es Quasimodo del Jorobado de Notre-Dame? —Preguntó Aloette con curiosidad.
—A quien le importa eso. —Respondió Gabrielo. —Pero al menos puedo entender un poco mejor como acabar con ese demonio.
—Entenderá que no puedo dejarlo ir solo. —Respondió Hans Schneider.
—Este no es un monstruo cualquiera...Es un demonio. —Respondió Gabrielo.
—Los Wolfenjaegers han pasado siglos investigando ese monstruo, la tarea de exterminarlo es tanto de la Agencia Anti-Demonios como de los Wolfenjaegers. —Respondió Hans.
—Vale pues, como quieras. —Respondió Gabrielo. —Pero una vez que entremos ahí dentro no hay marcha atrás.
Gabrielo sacó del bolsillo de su abrigo un fajo de billetes, tomó un par de ellos y los dejo sobre la mesa. Luego los dos hombres se levantaron y se dispusieron a dejar la taberna.
—¡Espérenme! —Exclamó la chica. Ella también se levantó y siguió a los dos hombres hacia la catedral nuevamente.
— ¿No sé por qué te esmeras tanto en seguirme? Pero a partir de este momento no puedes ser parte de esto. —Le dijo Gabrielo a Aloette.
—Quiero saber cómo termina esto. —Respondió la chica. —Ya soy parte de esto, ni modo.
—¿Estás diciendo que esta chica no es parte de tu agencia?—Le preguntó Hanns a Gabrielo. —El código es estricto en ese sentido, ella debe ser puesta bajo la custodia de la Bula 99.
—Has lo que quieras, si quieres llenar un formulario y esperar a que aparezcan el resto de los agentes de la Bula 99 es tu elección, pero yo voy por el demonio. —Respondió Gabrielo. –Sí consideras que es más importante callar a la guía de turistas adelante, se mi invitado. Sin embargo, yo voy a terminar con esto de una vez por todas.
—Vale pues. —Respondió el WolfenJaeger. —Chica estás de suerte este día. —Luego el Wolfenjaeger se aproximó a una jardinera próxima a la catedral y sacó de entre los arbustos un arma muy peculiar. A simple vista era un cañón de mano. sin embargo, la parte superior de este estaba recortado. Cierras circulares de metal yacían en un sujetador y tenía un gatillo que Gabrielo sospechaba que era aquello que disparaba las sierras circulares como si se trataran de balas o dardos en una ballesta.
—Ah, veo que te interesa "Die Reisse" —Dijo el Wolfenjaeger. —También conocida como la Desgarradora; Una ballesta modificada que dispara, sierras hechas de una aleación de hierro negro con plata. Capaces de moler a un licántropo en cuestión de segundos.
—Sí, buena suerte con eso, he visto a ese demonio convertirse en bruma. —Respondió Gabrielo. Luego el muchacho sacó de su abrigo la pistola Glock y metió la munición en la culata del arma.
—¿Y esa pequeña arma podrá acabar con el jorobado? —Le preguntó Hanns con tono hiriente a Gabrielo. El cazador de demonios lo volteó a ver.
—Balas sumergidas en sangre de demonio, no existe nada más efectivo contra los mismos demonios que su propia sangre. Bueno vamos de una vez.—Respondió Gabrielo.
Los dos cazadores entraron en el interior de la catedral y dejaron atrás a la guía de turistas. Entonces la catedral volvió a llenarse de bruma.
—Debo reconocerlo cazador de demonios, tienes agallas para volver a entrar aquí, tuviste suerte la última vez, pero esta vez...—El demonio comenzó a tomar forma entre la bruma.
—¡Toma esto vil monstruo! —Exclamó Hanns y disparó su arma contra el demonio. La sierra salió disparada generando un silbido que traspasó al demonio y cayó al suelo.
—No lo entiendo...esto nunca había pasado. —Respondió Hanns Schneider.
—Es porque esa criatura no es un monstruo, El Heraldo del pecado de la Envidia. —Respondió Gabrielo.
—Tontos mortales, que no ven que soy indestructible, no existe un arma que sea capaz de herirme en este plano de la realidad. —Respondió el demonio. Entonces un remolino de bruma cayó sobre los dos cazadores rodeándolos.
—¿Si tienes alguna idea para acabar con este bastardo? —Preguntó Hanns.
—Más o menos, pero no sé si funcione. —Respondió Gabrielo.
—Bueno que más puede pasar...—Respondió el Wolfenjaeger, Gabrielo entonces dio un paso al frente y miró hacia la ráfaga de bruma.
—Heraldo de la envidia, entiendo tu dolor. —Respondió Gabrielo. —Entiendo tu dolor que has sufrido todo este tiempo, justo como yo.
—¡Tú!, ¡Tú que puedes saber de lo que yo he vivido! —Exclamó un eco entre la bruma.
—Se lo que sientes, porque yo también me siento un monstruo. —Respondió Gabrielo. —Tú fuiste burlado, temido y atacado por tu aspecto y yo...yo también. Es más, al menos tú tuviste a una madre, la mía murió cuando era niño, y ni siquiera estoy seguro que me amaba porque me puso un nombre sagrado que al pronunciarlo provoca que me ahogue en mi propia sangre. Así que ni siquiera puedo reconocer mi propio nombre. —Dijo Gabrielo.
—Tú no tienes ni idea. —Respondió el demonio. —Tú no tienes ni idea de lo que he sufrido.
—Sé que no eres cruel. —Respondió Gabrielo. —Fuiste manipulado por un demonio hace mucho tiempo para cargar con una carga y una responsabilidad que no es la tuya.
—¡Que sabes de mí! ¡Este mundo, me rechazó, los hombres, las mujeres, los niños, todos me rechazaron! —Respondió el demonio.
—Lo se. —Respondió Gabrielo. —Pero la diferencia entre tú y yo, es que yo recibí ayuda de alguien muy importante en un momento crucial...Y ahora yo quiero ayudarte también. Has estado todos estos siglos corroyéndote con la envidia por los hombres y mujeres, que has olvidado quien eres tú.
—No hay marcha atrás para mí. —Respondió el demonio.
—No, no la hay. Pero si puedo darte un nuevo inicio. —Dijo Gabrielo y levantó su arma. Cuando los hombres mueren, regresan al inconsciente colectivo humano, donde después de un tiempo renacen. Te puedo ayudar, te puedo ayudar a liberarte de esta carga y a ser un monstruo, sino como alguien normal.—Respondió Gabrielo.
De entre el torbellino apareció una sombra que fue tomando forma de un hombre. Aquella criatura deforme por la que seguramente la hubieses asesinado todos esos siglos atrás.
—No hay forma... —Respondió el jorobado. —Yo, soy ahora un demonio, ya no tengo el alma de un hombre. Además, no hay arma que pueda matarme. Lo han intentado de muchas formas durante siglos.
—No hablo de un arma. —Respondió Gabrielo. —Sino de un acto de caridad.
El jorobado miró a Gabrielo a sus profundos ojos azules sin luz.
—¿Dolerá?
—No...—Respondió Gabrielo. —Será todo en un instante.
El jorobado entonces cerró los ojos, Gabrielo apuntó el arma a su cabeza y tiró del gatillo. hubo entonces una gran explosión. Un torrente de bruma sin embargo algo andaba mal aquella bruma, era negra y pesada. Gabrielo miró entonces entre la densidad de esta a un hombre. Un hombre de larga cabellera negra con alas blancas de ángel, pero estas yacían en llamas. Aquel hombre miró a Gabrielo con una sonrisa. El hombre se acercó a Gabrielo y tomó del cuello y lo levantó como si nada.
—Dime tu nombre cazador de demonios, dime tu nombre hijo de Xenovia, legionario del orgullo y la soberbia...—Dijo el hombre.
Entonces el escenario cambió, ya no estaba más en la catedral sino en Broadway, hacía tantos años atrás, y aquella bestia no tenía a Karen sujeta del cuello como en aquella ocasión, sino que está vez era Gabrielo quien estaba sujeto por aquel demonio.
Gabrielo entonces recordó los gritos, el llanto, el fuego azulado y el olor a carne carbonizada.
—No...no puedo... ¡no lo haré! —Exclamó Gabrielo. Mientras el hombre de plumaje en llamas continuaba estrangulándolo.
—¿Todo esto por débiles humanos? Sale pues, que quede en tu conciencia el peso de tus actos —respondió el demonio y arrojó a Gabrielo contra el suelo. Luego levantó su mano y la niebla densa comenzó a elevarse. Los techos abovedados se desquebrajaron, se rompieron y los vitrales en la ventana se reventaron. Aquella niebla negra salió con fuerza hacia el exterior. El hombre con alas en llamas desapareció y dejó a Gabrielo y a Hans ahí.
—Herr Monteriggioni, hay que levantarse. —Respondió el Wolfenjeager. Y ayudó a Gabrielo a ponerse de pie.
Entonces comenzaron a escucharse gritos al otro lado de la iglesia, el sonido de las sirenas de las patrullas de la policía y el ruido de las explosiones al otro lado de las puertas.
Los dos hombres salieron de la catedral y entonces presenciaron como los edificios yacían en llamas y la gente actuaba como perros rabiosos persiguiendo a otras personas. Grandes fumarolas de humo se levantaban al cielo crepuscular. El infierno había llegado a Saint Dennis.
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