Caso 22: La Batalla de Manhattan II


Cecilia vio los cadáveres de los hombres y de los duendes mientras estos se quemaban y podía ver como los espectros se disipaban hacia el cielo nocturno, la mujer descendió sobre la entrada del estacionamiento. La Agencia Anti-Demonios Manhattan caería esa noche. Eso era definitivo, Alessa Crawley había suprimido toda su sangre humana. Ya era casi un demonio, pero aun así se sentía Cecilia se mal sentía que había traicionado a los humanos, aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez que le importó el destino de estos.

    Sin embargo, esto lo hacía por Gabrielo, por su propio bien, después de todo ella era la mayor, ella era la responsable de ver por sus hermanos. Si el Señor Oscuro llegaba a la tierra, era evidente que Gabrielo lo enfrentaría y sería derrotado por él. Por esa razón tenía que acabar con la agencia. Desde que era una niña todos esos años atrás, desde antes que su madre Xenovia muriera, Cecilia había hecho una promesa, ella protegería a sus hermanos sin importar lo que pasará. Ella estaría ahí para ellos. Con su amor o con su odio los salvaría de sus malas decisiones.

    Ella estaba impresionada por la defensa de la Agencia Anti-Demonios Manhattan. Jamás hubiese pensado que Ramsay seguiría su consejo cuando Cecilia le reveló sobre El Batallón de San Patricio. De los cuatro Ramsays que había habido, solo este último le había hecho caso. Usualmente todos los demás simplemente la ignoraban. Cecilia no era como Gabrielo, ella no estaba ligada a un juramento de proteger a los humanos, ni agradecido por la amabilidad que estos le habían ofrecido como a Gabrielo, ella pensaba por sí misma. Mientras que Gabrielo era simplemente fiel a la agencia servía como perro y era utilizado como uno y en el momento que él ya no fuese necesario se desharían de él. Y odiaba que Gabrielo tuviera más amor y respeto por La Agencia Anti-Demonios que en su propia familia. Antes de todo los tres habían estado solos en el mundo y los tres terminarían solos al final.

    Sin embargo, no había visto a su hermano en la batalla. Él era la única carta con la que Ramsay podía ganar. Y sin Gabrielo La Agencia Anti-Demonios Manhattan estaba destinada a ser destruida.

   Entonces fue cuando la vio, a su hermana... Felicia siendo golpeada una y otra vez por Alessa Crawley.

   "¿Felicia que estará haciendo aquí?"

    —¡Alessa detente! —Exclamó Cecilia y corrió hacia las dos. El rostro de Felicia estaba lleno de sangre nunca en su vida había visto una cara de dolor y sufrimiento así en toda su vida.

    —¡Zarasvati no te atrevas a interferir! —Exclamó Alessa. —Esta traidora tomó su decisión.

    Cecilia miró el rostro de su hermana, Felicia estaba herida de verdad. Tanto Cecilia como Gabrielo, ambos habían visto lo cruel y duro que era el mundo de los humanos... pero Felicia, ella siempre había sido la hermana pequeña, aquella niña mimada y la más protegida, aquella de los Monteriggioni sobrevivientes qué aún tenía la inocencia y la ingenuidad de su lado, Tanto Gabrielo como Cecilia la habían perdido. Cecilia la perdió cuando sus padres fueron asesinados y Gabrielo cuando fue secuestrado por la orden de los inquisidores todos esos años atrás. ¿Pero Felicia? A pesar de tener el cuerpo de una mujer seguía siendo una niña.

    —Cecilia...ayúdame...—Dijo la chica.

    —¡Silencio! —Exclamó Alessa y la volvió a estampar contra la pared.

    —¡Basta! —Exclamó Cecilia. —¡Déjala en paz! ¡Ella está fuera del límite!

    —¡Cómo te atreves Zarasvati! ¡Cómo te atreves a decirme que hacer! ¡Yo puedo hacer lo que quiera! Si yo quiero que tú vivas, tú vivirás, si yo quiero que ella muera, ¡Ella morirá! —Exclamó Alessa Crawley y luego le enterró sus garras en el estómago de Felicia.

    La chica comenzó a gritar de dolor.

    "Cecilia...promételo, promete que estarán juntos, promete que los protegerás..." había oído a la voz de su madre Xenovia hacía todos esos años atrás.

    —Lo prometo...—Dijo Cecilia en voz baja. Entonces su hermana cayó al suelo, un fragmento de cristal se materializó en la mano de Cecilia, y ella entonces lo blandió como si se tratase de la hoja afilada de una espada. Alessa gritó de dolor, Su mano izquierda había sido cercenada de su cuerpo. — ¿Dices que matarás a Felicia? ¿Y quién lo decidió?

    Cecilia materializó más cristales que arrojó contra AleSsa. La mujer demonio usó sus brazos para bloquear su cabeza y torso.

    —¡Qué mierda crees que haces Zarasvati! —Exclamó Alessa mientras desenterraba los cristales en sus brazos. —¡Cómo te atreves!¡Que no sabes quién soy yo!

    —Lo sé, no eres nadie Alessa... —Respondió Cecilia.

    —Es traición entonces... —Respondió Alessa. La mujer entonces se arrojó contra Cecilia. La hermana de Gabrielo la frenó con sus manos. El pavimento se desquebrajaba por la fuerza combinada de las dos mujeres. —Es inútil Zarasvati, soy un heraldo infernal, nada en este mundo puede herirme ahora.

    —Así como a mí. —Respondió Cecilia, la mujer cerró los ojos y pronunció su nombre real con una voz susurrante. –Cecilia. —Las alas en la espalda de la chica comenzaron a encenderse en llamas azuladas, sus ojos se iluminaron con fuego azul. Cecilia entonces comenzó a suprimir a Alessa con su fuerza.

    —¡No esto no es posible! —Exclamó Alessa. —¡Yo soy un heraldo infernal! —Entonces Alessa volvió a extender sus alas de murciélago blancas y comenzó a tomar vuelo. Cecilia dio un aletazo con sus alas, y ascendió con gran velocidad en el cielo. Alessa entonces comenzó a arrojar sus llamaradas contra Cecilia, pero la chica las evadía con facilidad. Cecilia contraatacaba con sus cristales mágicos, iluminados por un aura de fuego cerúleo.

    Los espectros que peleaban desde las ventanas de los pisos superiores, disparaban sus mosquetes hacia Alessa. Sin embargo, no atacaban a Cecilia, La chica entonces miró como en medio del balcón del segundo piso, Ramsay la observaba con unos binoculares. Probablemente habría sido él quien había ordenado que no le atacasen al ver que ella ahora iba tras Alessa.

    Cecilia planeó con rapidez y logró embestir a Alessa. Luego la fue arrastrando por los muros de la agencia reventando los cristales de las ventanas en su ascenso. Siguió ascendiendo hasta que sobrepasó el techo del edificio y siguió haciéndola ascender, pronto, todos los rascacielos quedaron minúsculas miniaturas. Y aún siguió ascendiendo, cruzó las nubes. hasta que todo lo que cubría era el cielo eran las estrellas y el frio. El viento era tal que el sudor en la piel de Alessa comenzó a cristalizarse con pequeños cristales de hielo.

    Sin embargo, la piel de Cecilia estaba todavía cálida al tacto. La hermana de Gabrielo levantó su mano al cielo nocturno, una larga llamarada azul apareció en su mano. El aire helado y el fuego creo agua que se hizo hielo. Una larga lanza de hielo se materializó en la mano de Cecilia. Alessa entonces lanzó una llamarada de fuego negro moribundo, a la cara de Cecilia para soltarse de su agarre. Cecilia la soltó para poder protegerse la cara.

    Alessa comenzó a descender desesperada tratando de escapar, ya no le interesaba la misión, ya no le importaba absolutamente nada, solo pensaba en sobrevivir. El terror se apoderó de ella y entonces sintió como el golpe. En su pecho la pesada lanza de Cecilia le había perforado. Y por la propia fuerza comenzó a caer a gran velocidad a la tierra. Podía sentir las quemaduras en todo su cuerpo por la fricción al caer. La llama negra entre su cornamenta se extinguió, la velocidad había consumido el oxígeno alrededor de la llama infernal. El cuerpo de Alessa también comenzó a cambiar, y cayó con fuerza sobre el edificio de la agencia rompiendo el techo y cayendo al piso inferior sobre las mesas. La mujer comenzó a vomitar sangre sin poder mover ni un solo musculo de su cuerpo. Los cielos se habían despejado y la luz de la luna caía con fuerza sobre ella con su fría luz.

    Contra la luz de la luna brillante, solo podía ver la silueta de Zarasvati acercándose a ella. Y con aquellas alas extendidas no parecía un demonio, sino un ángel.

    Cecilia aterrizó a un lado de Alessa.

    —¿Yo jamás fui el heraldo verdad? —Preguntó Alessa con un inusual tono de voz tranquilo, había luchado y había perdido. Ahora su corazón estaba en calma.

    —No... —Respondió Cecilia. —No lo fuiste.

    —¿Por qué me hiciste creer que lo era? —Preguntó Alessa Crawley.

    —Esperaba que pudieses terminar con toda esta locura de los cazadores de demonios. —Respondió Cecilia.

    —Esa es una mentira. —Respondió Alessa Crawley. —Pero ahora entiendo...Yo no era la indicada para ser el heraldo del orgullo. Fue muy egoísta de mi parte pensar que podía representar a un circulo demoniaco que no es el mío. Fui muy ilusa al pensar que podía ser yo quien hablase por el pecado de nuestro Señor Oscuro. Pero alguien más debe poder hacerlo, un demonio del orgullo debe ser quien se convierta en la séptima puerta infernal. ¿Tú no eres un demonio del orgullo?

    —Sí. —Respondió Cecilia.

    —¿Y no sobreviviré a esto verdad? —Preguntó Alessa.

    —No. —Respondió Cecilia.

    —Está bien, no me arrepiento de nada...y aun así siento envidia. Siento envidia de ti Zarasvati...

    —Cecilia, mi nombre es Cecilia.

    —Oh, ya veo...en ese caso, siento envidia de ti Cecilia. Ya que ahora entiendo, serás tú quien tenga que abrir las puertas del infierno. Siento envidia de que seas tú la primera que vea a nuestro Señor Oscuro caminar nuevamente en la tierra. Guiando las legiones de los condenados contra el falso dios y contra el dominio del hombre.

    —Ya veo. —Respondió Cecilia. —¿Eso es todo?

    —Sí. —Respondió Alessa Crawley y luego cerró los ojos. —Adelante, cumple con tu deber heraldo.

    Cecilia entonces materializó otro cristal plano y afilado y lo dejó caer con gran velocidad en el cuello de Alessa. La cabeza de la mujer se desprendió en un corte limpio. Cecilia entonces le tomó por la cabellera nívea, la mujer alzó el vuelo y salió por el agujero en el techo. La lucha todavía continuaba en el estacionamiento.

    Entonces Cecilia extendió sus alas. Y lanzó una llamarada al cielo que iluminó toda la escena. Todos dejaron de pelear por un momento. La mujer entonces mostró la cabeza de Alessa Crawley.

    —Alessa Crawley está muerta. Yo la maté. La batalla terminó, váyanse de aquí y no regresen. —Dijo Cecilia. Los primeros en abandonar sus posiciones y salir corriendo fueron los hombres de los Testigos de Crawley. los duendes al ver que la batalla estaba perdida se convirtieron en ceniza que se la llevó el viento.

    Ramsay bajó del balcón hacia el estacionamiento. Dan quien estaba recargado en una chica de extraña belleza se acercó primero a Cecilia.

    —Cecilia, gracias por ayudarnos, te debemos una en grande. —Dijo Dan.

    —No tan rápido Dan.—Le interrumpió Ramsay. —¿Qué significa esto Cecilia?, ¿Por qué decidiste ayudarnos después de que fuiste tú quien mandó a Alessa Crawley tras nosotros?

    —Ramsay...cierto, yo envié a Alessa Crawley tras ustedes con la intención de acabar con la Agencia Anti-Demonios Manhattan. Sin embargo, no esperaba que tuviese éxito. ¿Dónde está mi hermano?, ¿Por qué no estuvo aquí?

    —Gabrielo...está lejos.

    —¿Dónde? —Preguntó Cecilia.

    —Solo puedo difundir esa información con agentes de la Agencia Anti-Demonios, Y si recuerdo bien, tú ya no eres parte de la agencia.

    Cecilia se acercó a Ramsay y le pasó el dedo índice por las mejillas. Los espectros a su alrededor le apuntaron con sus mosquetes a Cecilia. Ramsay sonrió y Cecilia río.

    —¡Oh Ramsay! En toda mi vida no había habido un hombre que me hiciese reír tanto como tú, pero ya no eres ese joven que rescaté en Belice. Debes ser capaz de entender que tus acciones tienen consecuencias. Tu abuelo no entendía eso, tampoco tu padre y por esa razón me fui de la Agencia Anti-Demonios Manhattan. Pero tú estás a punto de entender la verdad.

    —¿Cuál verdad? —Preguntó Ramsay.

    Cecilia sonrió.

    —Cuando mi hermano regrese, dile que lo estoy buscando. Tenemos cosas importantes que discutir él y yo. —Respondió Cecilia. Ella volvió a desplegar sus alas y comenzó a volar, el cielo comenzó a aclararse con los primeros rayos de luz de la mañana. 

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