Caso 14: El Matador.


La primera imagen que llegó a su mente fue aquel mar azul y el sol en su punto máximo. Luego giró la cabeza hacia arriba y vio a la hermosa mujer de largo cabello castaño rizado que le sonreía con alevosía, se trataba de un pequeño niño que era llevado en brazos. La visión luego cambió a un niño corriendo hacia otros niños, practicando lanzamiento de disco en el gimnasio, pero se burlaron de él, apenas lo vieron. Y le atacaron, arrojándole piedras hasta que finalmente. él se enojó y los atacó matándolos al instante. Luego vio a su madre sobre el tragaluz mientras el sol le cegaba la mirada, ahí desde el fondo de aquella cueva y la mujer llorando se alejó dejándolo en su desdicha bajo el rayo del sol ardiente y su sombra cornuda creciendo en el suelo.

    Los primeros rayos del sol lo golpearon en la cara, Gabrielo se despertó, el sonido del agua en la fuente adyacente le daba una sensación de tranquilidad. El joven cazador se talló los ojos, cuando entonces olfateó aquel aroma... "incienso clerical"

    Entonces se escuchó un estruendo, Gabrielo se dejó caer de la banca donde había dormido la noche anterior al suelo. La banca había sido reducida a un montón de pedazos de madera. Gabrielo se levantó con rapidez y desenfundó su pistola. Aparecieron frente a él cinco hombres armados, usaban un chaleco antibalas, coderas y rodilleras pero lo que más le sorprendía eran aquellas túnicas que llevaban bajo la armadura urbana. Cuatro de ellos las usaban color negro y uno una túnica escarlata. Todos llevaban la cara tapada por una máscara de doctor medieval.

    —¡Acábenlo! —Exclamó el hombre al mando. Los cinco comenzaron a disparar nuevamente. Gabrielo dio un salto y cayó tras ellos. El cazador se agarró a uno de ellos y lo lanzó hacia la fuente, el hombre se golpeó contra ella y quedó inconsciente. Con la otra mano, golpeó a otro en la cara y lo tiró al suelo. Y los otros tres volvieron a disparar.

    Gabrielo levantó sus manos y trató de protegerse ante las balas, fue cuando se dio cuenta, era doloroso, la sangre fluía de sus heridas. Aquellos hombres realmente le estaban hiriendo, "Balas de plata templadas en agua bendita" pensó Gabrielo. Entonces se dio cuenta de quienes debían ser aquellos extraños. Gabrielo apuntó con su arma a las rodillas de uno de los extraños y disparó. El disparo de alto calibre fue tan fuerte que le arrancó la pierna, hizo lo mismo con el otro, comenzaron a gritar. El hombre en túnica roja, al ver a sus camaradas caídos, entró en pánico y trató de huir. Gabrielo guardó su arma y le persiguió. Le tomó por el cuello y lo suspendió en el aire.

    —¡Porqué la Orden de los Inquisidores me atacó! —Exclamó Gabrielo. Pero el hombre no quería hablar le tenía miedo al cazador. Gabrielo entonces le retiró la capucha de la cabeza, el hombre tenía la cabeza afeitada con una quemadura en forma de cruz en la frente. —¡Que es lo que el Vaticano quiere conmigo! ¡Habla maldito! — El hombre entonces comenzó a reír nerviosamente.

    —Que... ¿Qué es lo que quiere el Vaticano contigo? ¿Qué no es obvio? No eres humano, por lo tanto, mereces morir...—Respondió el hombre. —No debiste de haber salido de América...

    —No te preocupes, no estaré aquí por mucho más tiempo. —Respondió Gabrielo. —Una vez que termine con mi misión, me iré para siempre.

    —Ja, ya no tienes tiempo... —Dijo el hombre.

    Gabrielo entonces le dio un cabezazo al hombre y lo noqueó. El cazador se dio cuenta que las calles y callejuelas aledañas, estaban llenas de más inquisidores. Estaban empezando a caminar hacia Gabrielo. Entonces el Smartphone de Gabrielo comenzó a sonar, era una llamada de John. Gabrielo tomó la llamada,

    —¡Corre! —Exclamó la voz de John por la bocina del teléfono.

    —No me digas... —Respondió Gabrielo y dio un salto hacia el techo de una casa que estaba en la cercanía, las tejas estaban resbalosas. Y los inquisidores habían comenzado a dispararle. Gabrielo prófugo, ahora intentaba correr por su vida.

    —John, ¿Qué es lo que está pasando? —Preguntó Gabrielo.

    —Parece que El Vaticano descubrió nuestra treta. —Respondió John. —Te mando una dirección de una casa de seguridad que los inquisidores no conocen. Ahí encontraras lo que necesitas para dejar el país.

    —¿Dejar el país? ¿Qué no piensas recogerme de este lugar? —Preguntó Gabrielo.

    —Todos los aeropuertos más importantes de España estarán llenos de inquisidores. Apresúrate a llegar a la casa de seguridad y termina la misión. —John colgó el teléfono.

    En el tejado frente a Gabrielo un par de inquisidores ya se habían trepado y habían comenzado a disparar. Gabrielo entonces se dejó caer en una callejuela cayó de cuclillas y de ahí saltó una cerca hacia la calle aledaña. El muchacho se refugió tras unos botes de basura y miró su teléfono, vio en el GPS donde se encontraba aquella casa de seguridad y luego volvió a correr. La casa de seguridad no estaba lejos, se trataba de un viejo prostíbulo que había quedado abandonado.

    "Ya veo porque El Vaticano no tiene ni idea de esta casa de seguridad" pensó Gabrielo y entró, lo único de prostíbulo que tenía era la fachada pues el interior estaba vacío, había unas cajas de armas y unas pantallas, sobre un escritorio había maletines de dinero llenos de billetes de diversas divisas. El muchacho también notó que sobre las paredes blancas había pinturas de ángeles y demonios. Gabrielo también vio que había un vehículo para escapar, una motocicleta clásica. El muchacho se dirigió hacia las cajas de armas, las había de muchas formas y des distintos calibres, había bombas y granadas. Todo un arsenal digno de la inquisición sin embargo...

    —No, nada de esto funcionará. —Dijo el muchacho. —En efecto, nada iba a funcionar, Ese demonio toro, es un demonio de la Ira, por lo tanto, ningún arma que utilice podrá contra él...porque la única virtud capaz de acabar con el pecado de la Ira es la Paciencia. —Gabrielo entonces dejó las armas en sus cajas y esperó a que las cosas se calmasen. Después cargó las alforjas de la motocicleta con dinero y munición, El muchacho montó el vehículo, y salió de la casa de seguridad. Fue con los Belafonte, llegó a la casa de ellos. Pero se dio cuenta que la puerta de la casa estaba abierta. y la cerradura rota. Alguien había forzado su entrada a la casa.

    Gabrielo sospechó que debían de haber sido los Inquisidores, por lo que entró con cuidado, tendido en el suelo de la sala de televisión se encontraba el padre de Miguel con la cara llena de golpes. Gabrielo se acercó a él.

    —¿Arturo estás bien? —le preguntó Gabrielo. —¿Quién hizo esto?

    —Esos hombres encapuchados, entraron y me apalearon. —Respondió el hombre con una voz quebrada por el dolor y el esfuerzo.

    —¿Esto es porque me ayudaron? —Preguntó Gabrielo

    —No, ellos vinieron por mi familia. —Respondió Arturo. —Tienes que ayudarme, por piedad de Dios, se llevaron a mi hijo y lo harán enfrentarse Al Toro del Diablo está misma noche. —La voz del hombre se quebraba por el dolor y el llanto.

    —¿Porque quieren a Miguel? —Preguntó Gabrielo.

    —Porqué él y yo...mi familia, somos herederos de una línea de sangre muy especial. Llegamos a esta tierra de la mano de la hermana de una princesa griega, descendiente de una leyenda forjada en el interior del laberinto del minotauro. —Respondió Arturo. —Con un destino marcado en nuestra carne desde antes de la llegada del Dios cristiano.

    —Son descendientes de Teseo...—Respondió Gabrielo.

    —Es nuestro destino, enfrentarnos a la bestia. —Respondió Arturo.

    —El toro, es un demonio, no un minotauro. —Respondió Gabrielo. —Pude sentir en él la ira y el odio con el mismo olor a azufre que emana del infierno. Pero tienes razón en algo, no puedo permitir que Miguel muera a manos de este demonio o por los inquisidores.

    Gabrielo tomó el estoque de plata que estaba sobre la chimenea.

    —Tomaré esto prestado un momento. —Dijo el cazador de demonios y dejó la vivienda. El muchacho se fue corriendo hacia las ruinas del coliseo. Desde antes de llegar notó como los inquisidores ya habían cercado el área.

    "Recuerda que solo son humanos, que siguen ordenes, no debo matarlos" se dijo El Cazador de Demonios a sí mismo.

     Gabrielo aceleró la motocicleta y tacleó con ella a los guardias que vigilaban el cerco, la sirena comenzó a sonar. Gabrielo dejó la motocicleta frente a la entrada del coliseo. El muchacho entró con cuidado. El sol brilló con fuerza una última vez antes de ocultarse tras una loma, la noche llegó y con ella la densa niebla. En medio de la arena estaba el muchacho atado a un poste. Los inquisidores yacían en las tribunas. Con las armas desenfundadas preparándose para atacar.

    —¡Haz osado regresar a este lugar! —Exclamó la voz cavernosa del demonio. —¡Que no valoras tú vida, mocoso, habréis de pagar el precio por tú osadía! —Se escucharon las cadenas y como una plataforma era levantada de entre la niebla. Entonces aparecieron aquellos ojos rojos. El toro entró.

    —¡Ahora! —Exclamó un inquisidor y de repente grandes reflectores iluminaron la arena, los Inquisidores comenzaron a disparar sus armas contra la bestia.

     Las balas rebotaban contra la dura piel de la bestia diabólica. El toro entonces se levantó sobre sus patas traseras y comenzó a correr en dirección a los inquisidores en las gradas. Los mató con sus pesados cuernos. Cada vez que corneaba a uno de aquellos hombres, el alma del hombre quedaba atrapada en el interior de la cornamenta. Gritos espeluznantes se podían apreciar.

    Gabrielo entonces entró a la arena.

    —¡Gabrielo! ¡Qué bueno que has venido! —Exclamó Miguel. Gabrielo empezó a cortar las sogas con un cuchillo.

     —Callado. —Dijo Gabrielo. —Vamos, tengo que sacarte de aquí. —Respondió el cazador de demonios. —Se lo prometí a tu padre, no dejaría que te pasara nada.

    —¿Y el estoque? —Preguntó el niño.

    —Lo usaré para encargarme de la bestia. —Respondió Gabrielo.

    —¡Tú otra vez! —Exclamó la bestia. Gabrielo giró la cabeza hacia el demonio quien ya había terminado con gran parte de los inquisidores. Los dos que sobraban comenzaron a correr asustados, tratando de abandonar aquel lugar.

    —¡Miguel corre a cubierto! —Exclamó Gabrielo.

    —¡Qué vas a hacer! —Exclamó el niño.

    —¡Que no es obvio, voy a acabar con el hijo de puta! —Exclamó Gabrielo y levantó la capa roja con su mano derecha y el estoque con la izquierda.

    —¡Acaso osas retarme Matador! —Exclamó el demonio y dio un fuerte rugido, después se lanzó contra Gabrielo. El Cazador de Demonios hondeó la tela escarlata y logró hacer fintar al toro en el primer movimiento, pero no logró asestar el golpe con el estoque. El Demonio se enfureció y volvió otra vez a tratar de cornear a Gabrielo, El cazador volvió a fintar al toro, pero esta vez el toro le dio una patada a Gabrielo y lo arrojó contra una de las columnas derribándola en el proceso. Gabrielo se levantó y apenas tuvo la oportunidad de tomar al toro por la cornamenta antes de que lo cornease. La sangre fluía por las palmas de Gabrielo a medida que aplicaba fuerza, si el Toro lo vencía y lo arrollaba, Gabrielo moriría.

    —Debo reconocerlo, hacía siglos que un hombre era capaz de hacerme frente, pero no lo entiendes no puedes matarme. —Respondió la bestia.

    Entonces Miguel gritó, se fue corriendo contra la bestia y le enterró el estoque en el cuello. La sangre fluyó desde el interior de la herida salpicando todo a su alrededor, entonces cuando la sangre tocó los ojos de Gabrielo tuvo una visión.

    En aquella visión vio a un muchacho en medio del laberinto con una espada en la mano y una bola de estambre en la otra, El Toro atacó, pero el hombre fue más rápido y le degolló con la espada...

    "No, no...esté no puede ser mi final...madre...madre...me has abandonado madre..." dijo el toro. El héroe se dio media vuelta y salió del laberinto.

    El toro continuó perdiendo sangre y con la vista nublándose más y más...estaba a punto de morir, cuando escuchó el sonido de un par de pezuñas contra el empedrado del laberinto. El toro levantó la vista.

      "Pobre criatura...no un hombre y no un animal tampoco" dijo La Bestia.

     "¿Quién eres?" preguntó el toro moribundo.

    "Yo tengo muchos nombres. Pero ninguno que tus dioses conozcan" Respondió aquella criatura que no era hombre, pero tampoco bestia, tenía cabeza de cabra y piernas encorvadas con pezuñas como los sátiros. El toro estiró la mano hacia la criatura.

    "Ayuda por favor, ayuda..."

    "¿Queréis mí ayuda? Yo te la puedo ofrecer, puedo ofrecer curarte y hacerte más fuerte, te daré la fuerza para aplastar a tus enemigos donde y cuando sea..."

    "Sí, quiero el poder, quiero ser libre, lo quiero todo..." Dijo el toro.

    "Vale pues, queda en tus manos el poder que quieres..." entonces la criatura le mostró al toro una llave de color negro. flamas azules la recubrían, el toro se acercó a tomarla... "Desde este momento tú serás mi heraldo de la ira y llegará un día en el que usarás tu poder para abrir una de las puertas del averno. Tu destino será desde este momento ser mi sirviente, y esperar mis órdenes..." dijo la criatura infernal.

    "No tan rápido" se escuchó una voz procedente del viento y el choque de las olas. "Minotauro, si vos decides abandonar vuestras creencias, seréis libre de hacerlo, pero tu destino no cambiará por ese ángel embustero...Tu destino ha sido escrito, y cuando llegue el momento las gorgonas cortarán tu vida, Tendrás poder y llevarás el estandarte de un príncipe de mentiras, pero llegará un momento en que tu poder vacilará y caerás nuevamente ante tu Matador" respondió la voz en los mares.

    La visión había terminado...

    —Oh entonces a eso era a lo que se refería El Señor de los Mares... —Dijo el demonio toro. Viéndose nuevamente como sus pesuñas delanteras se transformaban en las manos de un hombre, como su torso volvía a ser el torso de un hombre. como volvía a perder el pelo...

    —No es posible, los minotauros se habían extinguido, desaparecido desde la Era de los Héroes. ¿Cómo es que?... —Trató de decir Gabrielo, entonces una ilusión cubrió la arena. Grandes muros ilusorios cubrieron el escenario en todas direcciones y un techo abovedado de piedra se alzó sobre el coliseo con un tragaluz y un continuo rayo de sol a pesar de estar en medio de la noche. Incluso el clima cambió, se volvió más cálido y el aire se llenó con el olor de la sal. El minotauro yacía bajo la luz solar. Y una ilusión cubrió a Miguel, el niño había cambiado, ya no era más un niño, era un hombre con el torso descubierto de complexión atlética, en su mano ya no estaba el estoque de plata con el que había matado a la bestia, sino que ahora había sido remplazado por una espada ilusoria. Y así como la ilusión inició así terminó.

    Nuevamente estaban en la oscuridad de la noche.

    —¿Qué coño fue eso? —Preguntó el niño.

    —Una esfera ilusoria. —Respondió Gabrielo. —Algunos demonios son capaces de alterar la realidad alrededor de ellos.

    —¿Se ha acabado entonces? —Preguntó Miguel.

    —Eso parece. —Respondió Gabrielo. Entonces las gradas se llenaron con las figuras espectrales de varios hombres y mujeres de distintas edades y de distintas épocas, todos ellos entonces comenzaron a aplaudir estrepitosamente. Miguel se quedó viendo a una figura espectral en particular, un muchacho delgado de cabello castaño, por la ropa que usaba, debía de ser es esta época reciente. El muchacho aplaudía con más fuerza que el resto. La cara de Miguel se llenó de lágrimas. Y después los fantasmas comenzaron a emigrar hacia el cielo estrellado.

    —Sus almas han sido liberadas... ¿Y ahora se van al cielo? —Preguntó Miguel mirando a Gabrielo.

    —No lo sé. —Respondió Gabrielo.

    El cazador de demonios se dio media vuelta y se dirigió a la salida.

    —¿Y ahora que el Toro del Diablo está muerto, te irás?

    —Sí. —Respondió Gabrielo. —Cuídate niño, tienes potencial para este trabajo. —Respondió Gabrielo y continuó hacia la salida del coliseo. En la distancia pudo ver las luces de varios vehículos que se dirigían a su dirección. Gabrielo supo que debía de tratarse de la orden de los Inquisidores. El muchacho se subió a la motocicleta y la hizo arrancar. 

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