43. Cadáveres y más cadáveres
VALERIE
La chica con la que Kieran paseaba hace solo unas horas baja de un coche patrulla junto a él, me mira a mí y después a él. Sospecho que es nueva en el pueblo debido a que he visto a muchos policías desde que llegué, y siempre son los mismos, esto es un pueblo pequeño.
—¿Qué hace ella aquí?
—Está detenido por posesión de narcóticos. ¿Qué hacemos aquí? —inquiere ella con la mano puesta sobre su arma en el cinturón del uniforme.
—¿Detenido?
«¿¡Te has vuelto loco!? ¡Roy está dentro!»
—¡Soltadme!
—¿Qué es eso? —La supuesta policía me hace a un lado para poder entrar en la cabaña.
—Esto es malo, Kieran —digo cuando él se acerca.
—No sabía qué hacer, estaba muy preocupado por ti, me han pillado saliendo de casa de Abigail con una bolsa de hierba y con el estramonio, me ha dicho que, o venía conmigo, o me llevaba a comisaria.
—¡Eso no tiene sentido!
—¡Ya lo sé, joder! ¿¡Qué querías que hiciera!?
Nuestras voces quedan silenciadas por un fuerte grito seguido por un disparo, nos miramos un segundo y ambos entramos en la cabaña corriendo.
Kieran se lleva las manos a la cabeza al hallar el cuerpo inerte de Roy con un agujero en el pecho, del cual no deja de emanar sangre. La policía cuyo nombre desconozco, se encuentra en el suelo temblorosa y con el arma aún humeante entre sus dedos.
—Se-se me ha echado encima, sus ojos...
Miro a Kieran sin responder y trago saliva, un par de lágrimas resbalan por sus mejillas, Roy está muerto, su mejor amigo, por mucho que él quisiera fingir que no le importaba y que lo odiaba.
—Lo has matado —habla por fin.
—¡Ha sido en defensa propia!
—¡En defensa propia le disparas a un brazo o a una pierna, no al jodido pecho! —grita él zarandeándola por los hombros.
«Cálmate, La Bestia...»
Kieran se tira al suelo y arrastra las rodillas hasta situarse junto al cuerpo sin vida de su amigo, acaricia su rostro y rompe a llorar como no lo había visto nunca antes. Apoya la frente en su hombro mientras le dice cosas que no logro escuchar, sin importarle la sangre que ahora le está manchando manos y cara.
La policía, aún con el arma lista para disparar, se aproxima al cuerpo, se agacha despacio y trata de colocar dos dedos en el cuello de Roy, imagino que para comprobar si está muerto.
—¡No lo toques! —exclama Kieran furioso, él sabe se sobra que el corazón de su amigo ya no late.
—Tengo que avisar, contar lo que ha pasado.
—Lárgate de aquí y no se te ocurra hablar de esto con nadie —masculla él sin mirarla.
—No puedo hacer eso, debo...
—¡Lárgate! —insiste, esta vez con un gruñido que me indica lo cerca que está de perder el control.
Se pone en pie y la empuja hasta arrinconarla contra la pared, la chica tiembla y en su mirada se nota que no sabe bien qué hacer.
Yo me aproximo despacio, dubitativa y casi preparada para lo que pueda pasar, sé que Kieran no está centrado, que La Bestia ha despertado y lucha por tomar el control.
—Me haces daño.
—Si no sales por esa puerta ahora mismo juro por todos los putos santos, si es que existen, que te haré pedazos —promete rabioso antes de soltarla y darse la vuelta para regresar junto a su amigo.
—¿Aca-acabas de amenazar con matarme? —tartamudea y la pistola tiembla en sus manos.
—¡Que te marches!
No me preguntéis cómo, hace tiempo que yo dejé de hacerme esa pregunta, pero de alguna forma mi mente se adelanta algunos segundos en el tiempo para saber lo que está a punto de suceder, de modo que, cuando Kieran vuelve a girarse para, sospecho, atacar a la policía, esta levanta su arma y dispara.
Por suerte para él, y por desgracia para mí, apoyo la mano en su pecho para empujarlo a tiempo de que la bala atraviese mi hombro.
—¡Valerie!
Me llevo la mano al mismo punto de donde ahora no deja de salir ese líquido tan preciado para mi hombre, observando cómo baña mis manos y mi vestido blanco. Kieran se levanta del suelo, donde ha terminado cuando lo he empujado para interponerme entre él y la bala, y mira la herida antes de mirarme a los ojos.
—Estoy bien —digo tratando de dibujar una sonrisa.
«La mato.»
Niego con la cabeza suplicante y mis lágrimas producidas por el dolor, se mezclan con las provenientes del miedo, de la preocupación, de la incertidumbre.
«No puedo... No puedo respirar.»
—Kieran, estamos bien —hablo sujetando su rostro al ver cómo comienza a contraer la mandíbula, cuando sus pupilas se dilatan a la misma velocidad que las de un gato al divisar una presa.
«Sácala de aquí ahora.»
—Tienes que irte —comunico a la policía tras escuchar la voz de Kieran en mi cabeza, él también lo sabe.
—Pero... Lo-lo siento, joder. ¿Qué está pasando? Vosotros... —No encuentra palabras para describir lo loca que debe parecerle la situación, o nosotros, ¿quién sabe?
—Si se te ocurre contar esto a alguien, nosotros diremos que mataste a Roy y me quisiste matar a mí. Que lo trajiste aquí, lo ataste y después lo mataste, que no llevaste a Kieran a comisaría porque también pretendías acabar con él.
—¡Eso es absurdo!
—¿A quién van a creer? ¿A un pobre chico que acaba de perder a su amigo, ambos habitantes de Bragg Creek de toda la vida, o a una desconocida que acaba de llegar? —Arqueo una ceja y ella me mira perpleja—. Ah, y eso si no añadimos que justo vienes cuando los asesinatos se acercan más al pueblo, me pregunto cómo quedaría en tu expediente una sospecha por múltiples asesinatos.
—Valerie. —Kieran gruñe frente a mí, instándome a que la haga salir de aquí ya.
—Márchate, nosotros nos encargaremos de todo y aquí no ha pasado nada. Nunca has estado aquí, invéntate algo para contarle al sheriff sobre Kieran.
No alega nada al respeto, en su lugar me lanza una mirada cargada de odio y se sube a su coche patrulla a paso apresurado, da marcha atrás para poder sacar el coche y regresa al camino para alejarse del lugar.
Cuando ya no veo el coche, me permito relajarme y me dejo caer en una silla muerta de dolor. Kieran se toma unos segundos para respirar y expirar, para hablar consigo mismo y tratar de bajar sus pulsaciones. Recobrar el control.
—¿Por qué no se está curando? —inquiere cuando, al fin, se acerca a mí.
—No lo sé, tal vez porque me ha herido un arma y no algo sobrenatural.
—Tenemos que ir al hospital.
—Sí, claro, dos locos del infierno en una consulta esperando a que les atiendan.
—¿Qué hacemos entonces? Estás perdiendo demasiada sangre. —Niega con la cabeza y no puede dejar de observar todo el líquido que, según sus pensamientos, se está desperdiciando.
—Mírame —insto alzando su barbilla con mis dedos—. Tienes que morderme, así quizá esta herida se cure a la par que el mordisco.
—¿Y si no funciona?
—Inténtalo —suplico a la vez que hago una mueca de dolor al incorporarme y echar todo mi pelo hacia un lado.
—¿Cómo estás tan segura de que podré parar?
—Porque confío en ti. —Sostengo su mirada y deposito un beso en sus labios, tras el cual asiente y me guía hasta un mueble para sentarme encima y poder ponerme a su altura.
—¿Lista?
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