37. Algo inesperado
KIERAN
Me despierto temprano cuando suena el despertador de la mesilla, entreabro los ojos y estiro los brazos en medio de un bostezo; anoche me costó mucho dormirme y la verdad es que no creo que haya pegado ojo más de tres o cuatro horas.
Estiro de la pata del mono de trabajo para vestirme y que me dé tiempo a tomarme un café bien cargado antes de irme al taller con mi padre, el cual, seguramente, ya habrá desayunado a estas alturas.
—¿Ya te vas? —Volteo la cabeza en lo alto de las escaleras al escuchar la voz de Valerie a mi espalda, mirándome desde la puerta de su cuarto con cara de dormida y su particular camisón blanco por encima de las rodillas.
—Sí, ¿qué haces despierta?
—Iba al cuarto de baño y te he escuchado.
—Vale, vuelve a dormir tú que puedes. —Intercambiamos una mirada y vuelvo a darme la vuelta cuando escucho la voz de Benjamin en la planta inferior.
—Toma —dice al verme bajando las escaleras—, necesito que abras tú, tengo que terminar todo el papeleo y hoy no habrá mucho trabajo.
—Bien, si quieres descansa y ya me encargo yo —sugiero dando un sorbo a la taza de café negro que me ofrece.
—Ya veremos, me llamas si llega algo nuevo.
—De acuerdo.
Observo cómo desaparece por la puerta de camino a la oficina que tiene en el garaje, apuro hasta la última gota de cafeína y un pensamiento perverso atraviesa mi mente de forma momentánea al desear que fuese sangre.
—Joder. —Gruño y me lavo los dientes antes de ponerme la cazadora de pana y meterme en la camioneta.
Piso el acelerador escuchando las piedras del camino bajo las ruedas a medida que avanzo por el camino que une nuestra propiedad con la carretera; puedo oler el frío desde aquí, el verano llega a su fin.
Cuando estoy a mitad de camino hacia el pueblo, diviso a lo lejos, en el arcén, lo que me parece un cuerpo, y lo confirmo cuando el olor de la sangre inunda mis fosas nasales.
—¿Qué cojones? —Detengo el vehículo y me bajo con rapidez.
Sin haber llegado aún hasta él, compruebo que se trata de un varón desnudo, cubierto de ese tan preciado líquido escarlata e inmóvil. Me inclino sin querer tocarlo con mis manos y utilizo el pie para moverlo, tratando de girar su rostro y ver si está despierto o inconsciente.
Es Roy.
—¡Tío! —Clavo una rodilla en el suelo y abofeteo su rostro para que despierte—. Roy, vamos, no me jodas.
A pesar de todas las diferencias que nos separan y el pasado que nos precede, fuimos muy buenos amigos, no voy a dejar que se desangre en medio de la puta carretera.
—¡Despierta!
Lo coloco boca arriba para buscar la herida, pero no consigo dar con ella, de modo que llego a la conclusión de que toda esta sangre no es suya. ¿Qué está pasando?
—Joder.
Cargo con su cuerpo inerte hasta que consigo arrastrarlo para meterlo en la parte trasera de la camioneta, abro el maletero y regreso a su lado para cubrirlo con una manta y vaciar una botella de agua en su rostro. Sus ojos se entreabren despacio, balbucea algo que no entiendo y, entonces, se incorpora repentinamente al verme.
—¿Kieran?
—¿Qué te ha pasado?
—¿Dónde...? —Da un vistazo a su alrededor y después a sí mismo, soltando una maldición al comprobar su estado—. Otra vez no.
—¿Qué dices? ¿Qué está pasando? —pregunto de pie a su lado, junto a los asientos traseros.
Entonces, de forma inesperada, el que era mi mejor amigo rompe a llorar de igual forma que lo hacía cuando éramos niños y se caía de la bici, le quitaban el balón o una niña lo rechazaba. Yo me quedo petrificado, no sé cómo reaccionar, así que, cuando alza la vista para mirarme, me concentro en lo más profundo de sus pensamientos.
Doy un paso atrás, contrariado y perplejo al visualizar con absoluta claridad decenas de cuerpos inertes, asesinados, despedazados, cubiertos de sangre, con las entrañas esparcidas por paredes de callejones, ojos vacíos sobre escombros. La muerte más cruda y salvaje frente a mí.
VALERIE
Desayuno en la cocina puesto que en la terraza hace bastante fresco y lo último que necesito ahora es enfermar, aunque no sé si eso sería posible, pero no quiero comprobarlo.
Mi tío está con sus papeles en el garaje, así que imagino que hoy habrá ido solo Kieran al taller, yo tengo que trabajar dentro de unas horas, por lo que se me ha ocurrido adelantarme y aprovechar para pasarme por la tienda y conseguir lo que necesito para el ritual. Bueno, todo menos el Estramonio, dudo que eso se pueda comprar allí. Espero que Kieran sepa dónde conseguirlo porque yo apenas conozco a nadie aquí, y las pocas personas que conozco... en fin.
—Tío, me marcho ya al pueblo, ¿puedo llevarme el coche de Kieran?
—No, espera, prefiero llevarte yo —informa a la vez que se quita las gafas de cerca y se levanta de la silla.
—No es necesario.
—Lo sé, pero toda precaución es poca tal y como están las cosas. Kieran te recogerá cuando salgas, ¿vale?
—De acuerdo, gracias. —Sonrío y lo sigo hasta el coche de su hijo mediano, el cual ha convertido mi vida en una película gore.
Ojeo la lista que tengo entre las manos con nerviosismo mientras espero que llegue mi turno, esto es una locura, van a pensar que estoy mal de la cabeza. Sin embargo, sonrío al pensar que con este ritual podamos poner fin a esta pesadilla y ser solo Kieran y Valerie, dos personas que se han enamorado a pesar de no poder hacerlo. Mortales.
—Siguiente.
—Sí, hola —digo a la dependienta cuando me dedica una sonrisa.
—¿Qué necesitas?
—Pues verá... Mis amigos han organizado una reunión y me han pedido que les consiga algunas cosas... No sé si usted pueda ayudarme.
—Veremos qué puedo hacer. —Acepta la lista que le ofrezco y casi de inmediato alza la vista y arquea una ceja, pero no hace comentarios, solo se da la vuelta y desaparece en la trastienda.
Me muerdo el labio, inquieta, y evito la mirada de la otra mujer que está tecleando en su teléfono tras de mí.
—Bueno, tengo la tabla oui-ja, las velas negras y he encontrado este libro que puede interesarte para lo que... tus amigos quieren hacer. —Hace una pausa, no se ha tragado esa mentira—. Lo que no me queda es incienso.
—Está bien, con esto es suficiente, me llevo también el libro —indico al ver que se trata de un manual para rituales satisfactorios.
—De acuerdo, en ese caso son cuarenta y seis con cincuenta.
Le tiendo el billete más grande que tengo y meto todo en la bolsa que ha dejado sobre el mostrador, agradezco una vez más cuando me devuelve el cambio y me marcho a toda prisa de la tienda.
Esto tiene que funcionar, esa perra debe desaparecer junto a La Bestia. No quiero más sorpresas, ya estoy harta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top