II: Mi fantástica investigación
Lo sé, probablemente te preguntes, ¿cómo es que algo así de horripilante pudiese pasarme a mí, Cornelio Evans, el fantástico, hermoso y muy querido por todos, magnate del arte? Pues bien, para responder a eso debemos rebobinar, volver en el tiempo hasta mucho antes de los hechos acontecidos esa noche de julio de dos mil veinte, cuando se desató la lluvia de fuego.
Era el treinta y uno de diciembre de dos mil dieciocho. Mi hombre roca se encontraba a solas conmigo en mi lujosa oficina, durante una muy importante jornada en Renacer, la galería de arte más grande e imponente de la ciudad y también, lugar que utilizo como centro de operaciones. Yo me encontraba sentado en el espectacular escritorio dorado, digno de un rey —como yo—, con Cacius de pie frente a mí, su mirada firme pero con una pizca de picardía y sumisión. La iluminación era tenue debido a las persianas oscuras que filtraban la luz exterior, creando un ambiente íntimo, perfecto para nuestra... charla.
—Señor, ¿lo quiere más... intenso? —preguntó Cacius, su voz baja y grave le confería un toque sensual.
—Oh, sí, papito —respondí, sonriente—. Hazlo inolvidable...
—¿Le gusta el plato fuerte, señor? —indagó Cacius con una sonrisa discreta.
—¡Fantástico! Me dejas sin aliento. ¿Y si le ponemos un poco de... fuego?
—¿Como pirotecnia, señor?
—Mmm... Me encanta tu manera de pensar, Cacius —dije. Acaricié su mano con la mía—. Así me gusta, papito. Siempre atento a mis deseos.
—Estoy aquí para complacerlo, señor —replicó, su voz baja y sensual hizo que una corriente eléctrica recorriera toda mi espina. Gemí—. Quiero que estés... completamente satisfecho.
—Y lo estoy. Con cada... bocado, con cada... sorbo. Será una noche para recordar.
Cacius sonrió, comprendió a la perfección el plan. Por eso, amo a mi hombre roca, él sabe lo que me gusta.
—Entendido, señor. El banquete será una experiencia inolvidable. Y para acompañarlo, ¿le parece un licor fuerte y selecto?
—Claro que, sí, papito. Quiero dejarlos... sin aliento.
—Estoy seguro de que así será, señor.
En ese momento lo tuve claro, la fiesta de fin de año sería un éxito rotundo. Mi equipo de trabajo y organización en Renacer sabía cumplir mis exigencias. No esperaba que mi reunión privada se viera interrumpida por una infernal llamada e incluso maldije mi celular y estuve a punto de decirle toda clase de improperios y cosas feas, hasta notar que era mi amigo Fisher.
Cacius y yo intercambiamos una mirada de extrañeza. Él se encontraba en París, disfrutando de las fiestas junto a su maldito puberto. Observé el reloj en la pantalla, marcaba las once y media de la mañana, lo que significaba que su llamada ni siquiera se debía a la típica de año nuevo, ya que con las nueve horas de diferencia, allá eran las ocho de la noche.
—¡Fisher, qué sorpresa! —le dije, apenas contesté.
—Minion, ¿cómo estás?
El párpado derecho me tembló con su saludo. Ese desgraciado no paraba de burlarse de mi estatura por más que yo le pedía dejar de llamarme de esa manera, pero cuando finalmente lo hacía, resultaba peor: humpa-lumpa... ¡eeeeugh! ¿Cómo se atrevía a tanto? No obstante, paré mis divagaciones mentales en cuanto escuché algo muy importante:
—Johan quiere levantar cargos contra el policía pedófilo.
«Música para mis oídos», me dije. Sonreí con picardía y puse la vista en Cacius. A pesar de ser abogado, pasaba la mayor parte de mi tiempo dedicado a mi fundación de apoyo y promoción del arte y la cultura. Sin embargo, hacía meses que deseaba encargarme de hundir a ese mequetrefe, desde que supe cómo se aprovechó de Johan, años atrás. El único motivo por el cual no lo hice fue justamente por petición de ese maldito puberto, él creyó que el hombre saldría de su vida como si nada.
—Yo encantado de encargarme, Fisher, cuéntame más.
—Agrega delito de acoso. El sujeto se la pasa persiguiendo a Johan, incluso está aquí en París.
¡Insólito! La obsesión de ese policía de pacotilla se había salido de control. Aunque, la verdad, si fue capaz de arrestar a Fisher hace meses, sin pruebas ni una denuncia formal, bajo la excusa de proteger al puberto, ya nada acerca de él podía sorprenderme.
Al menos, eso creí. La realidad distaba y mucho de todo lo que alguna vez pensé. Cuando finalicé la llamada con Fisher, tras desearnos feliz año nuevo mutuamente, miré a Cacius y, sonriente, le conté la excelente decisión que por una vez en la vida tomó el maldito puberto. Solía ser bastante testarudo y algo inocente, solo él era capaz de creer que su ex, lunático, desaparecería de su vida por obra y gracia del espíritu santo.
Imaginé que el sujeto no se atrevería a realizar alguna locura durante su estancia en París y, ya que, el puberto se encontraba a salvo por allá con su querido Fisher, no inicié una denuncia formal en ese momento, sino hasta los primeros días de enero. ¿Qué puedo decir? Por entonces, no era un peligro inminente. Además, Cacius se había esmerado para complacerme con una celebración de fin de año por todo lo alto.
Mantuve comunicación constante con Johan y a su regreso, ofreció testimonio en la comisaría al mismísimo capitán Reynolds, padre del mequetrefe, pero a diferencia de él, compartía conmigo el mismo sentido de justicia y respeto a la ley.
No lo negaré, en un principio, le costó aceptar que su condecorado hijo, con fama de héroe de los desvalidos y voz de la infancia abusada, fuese en realidad un abusador de menores. Le sorprendió muchísimo conocer todo lo que el desgraciado de Ronald Reynolds le hizo a Johan. Comenzaba el dos mil diecinueve y para ese momento en que estuvimos frente al capitán, había transcurrido más de dos años desde que el puberto huyó de "Ronie", como él solía llamarle, por última vez.
—Días antes me enteré, por su propia boca, sobre la muerte de mi mejor amigo —Johan hablaba bajo, nervioso, así había brindado su larguísimo testimonio hasta ese momento. Incluso, mantuvo la vista en el juego que realizaba con sus dedos sobre el escritorio del capitán—. Ronie siempre se enojaba por verme llorar, quería resolver todo con sexo, aunque yo no quisiera. Me sentía tan abatido y solo en el mundo que... prefería soportar, porque "eso hacen las parejas. El sexo es lo que diferencia su relación de una simple amistad"... Eso me hizo creer él.
Un largo y doloroso silencio surgió en ese momento. No fue fácil para Johan contar el infierno que vivió junto a esa escoria con complejo de héroe. Cada palabra suya acrecentaba dentro de mí las ansias por refundirlo en el fondo de la peor mazmorra, hasta el final de su existencia.
—Él se hacía el comprensivo, pero odiaba verme llorar por Rui. Esa última noche, me obligó a quedarme en su departamento, ya le inventaría luego una excusa a mi madre para ello... —La voz del maldito puberto se quebró y dejó salir un largo suspiro, cargado de nervios—. Después de usarme en todas las formas que quiso, al fin, se durmió. Hui de ese lugar en la madrugada. Me colé al cementerio Corazón Sagrado... por loco que parezca, junto a la tumba de Rui, me sentí más seguro.
»Por desgracia, Ronie apareció, furioso. Me golpeó. Fue la primera vez que lo hizo porque de verdad quiso, o bueno, eso dijo. Que lo merecía por preferir a un muerto antes que a él. Cuando logré levantarme, corrí cómo pude y encontré a un jardinero, gracias a él logré volver a mi casa.
—¿Sabes acaso el nombre de esta persona? —indagó el Capitán, pero Johan negó en silencio.
—Lo único que recuerdo es decirle: "por favor, ayúdeme, me persiguen", mientras mi cara sangraba.
—¿Le contaste a tu madre acerca de todo esto? —indagué, impresionado.
Johan negó. Lo supuse.
—¿Alguna persona, además de nosotros?
El chico volvió a negar.
—Capitán, estaba asustado. Tenía cerca de dieciséis y un detective de buena fama se había obsesionado conmigo, por alrededor de dos años, ¿acaso la policía podría hacer algo?
—Bueno, esta mañana me duché como policía, también desayuné del mismo modo y vine a mi trabajo en la estación de policía. Pero creo que no me vi en el espejo que me pinté de payaso.
Johan sonrió ante la pequeña broma del capitán, fue esa la manera en que Reynolds aligeró un poco la tensión en el puberto y quizás en sí mismo. Aunque siempre ha demostrado una determinación férrea en el cumplimiento de la ley y el orden, me costaba siquiera imaginar lo devastador que resultó para él enterarse de las asquerosidades de su hijo.
—Lo siento —rio, Johan, un poco ruborizado—. Tiene razón, hay policías buenos, también. —Botó aire fuerte y sonoramente, con la misma pesadumbre que lo haría un condenado a muerte—. Yo era un mocoso, desconfiado, que confió en la persona equivocada, y resultó ser un policía. ¿Qué más podía pensar?
—Te entiendo. Continuemos. ¿El jardinero vio a tu agresor?
—No... bueno, no lo sé. Quizás una sombra, no sabría decir con certeza.
—Está bien, ¿él te llevó a tu casa o...?
—Llamó a mi mamá... De algún modo, logré dictarle su número.
—¿Aun así no le dijiste? —intervine, sorprendido. Me costaba creer que, Gina solo fue de madrugada a buscarlo, lo subió a su auto y no le dio importancia a su estado ni nada.
Johan volvió a negar. Empecé a creer que no llegaríamos a ninguna parte.
—Genial, no le contaste a nadie —dije con algo de ironía. Sus enormes ojos verdes se achicaron para lanzarme una mala mirada, poco me interesó—. Eras un chiquillo supertraumado y herido, pero a tu madre tampoco le importó y solo agradeció al jardinero por avisarle.
—¡Las cosas no fueron así, Cory!
—¿Entonces? ¡Ilústrame! Porque justo es lo que parece.
Johan bufó, se ató sus rizos dorados en una pequeña coleta sobre la cabeza y luego se levantó, molesto, listo para marcharse. Una actitud muy típica de él, huir cuando no sabe qué decir.
—¡Bravísimo! ¿Ahora azotarás la puerta al salir?
—¿Quieres callarte? —exigió en voz alta y bastante enojado. Su respiración iba errática—¡Demonios! Me haces pensar que todo esto es un maldito error, que no sirve para nada venir aquí.
—Johan, Evans, cálmense —intervino el capitán y ambos lo observamos. Después, volvió a dirigirse a mí, sus ojos cafés se clavaron en los míos con un gesto desafiante—. No puedes presionar de esta manera a una víctima.
—Lo sé y, de verdad, lo siento. Me desesperé por la falta de testigos...
—Evans, la víctima, solo te hablará de los hechos, es nuestro trabajo hacer el resto. Entiendo que te alteres, porque Johan te importa, pero aunque sean cercanos, debes calmarte y escuchar.
Él tenía razón en dos cosas. Primero: Johan era el hermanito de mi mejor amiga y aunque el chico y yo tuvimos nuestras diferencias en algún momento, solía verlo como una extensión de mi familia, igual que a ella. Segundo: lo ataqué en un momento en que se sentía demasiado vulnerable. Era la víctima y no resultaba sencillo para él hablar acerca de todo aquello, pero en mi afán de hundir al desgraciado y abusador, lo presioné e hice sentir culpable. Me reprendí por ello mientras suspiraba.
—Perdón, Johan —le dije, el chico volteó hacia mí, su expresión de molestia se suavizó un poco—. Escucha, no es mi intención lastimarte, mucho menos hacerte pensar que nada de esto importa, porque al contrario, has tomado la decisión correcta con respecto a ese sujeto, pero necesito que te esfuerces un poquito más, piensa...
—¡Es lo que hago, Cory!
—Lo sé, papito, pero intenta recordar algo que podamos utilizar, ¿dónde ocurrieron la mayoría de abusos?
Johan dudó. Sin embargo, tras un nuevo suspiro, retornó a su asiento y volví a disculparme en tono bajo. Fijó la vista en el capitán que permanecía frente a él y asintió con la cabeza, indicándole que seguiría adelante con el testimonio. Yo me acerqué a él y le masajeé los hombros.
—Solía ir seguido a su increíble departamento. Era un adolescente con la cabeza revuelta y las hormonas por las nubes. Veía a Ronie como un héroe desde que subió a mi pa... quiero decir a John en una patrulla. Además, era un tipo guapo, amable y fortachón, cuya sola presencia me hacía sentir seguro... yo quería sentirme así siempre.
»Poco a poco nos acercamos, nos hicimos amigos y sin darme cuenta, con frecuencia me encontré en su departamento. Jugando con sus videojuegos, practicando box, o solo hablando. Quería ser como él: valiente, fuerte y con la capacidad de mandar a la mierda a cualquiera que se atreviera a tratarme mal por ser gay.
El chico dejó de hablar, por un instante, para servirse un poco de agua. Tomó todo el vaso de un tirón, después suspiró antes de seguir.
—Ronie me sorprendió mucho la primera vez que pidió besarme.
—¿Ocurrió en su departamento? —preguntó el Capitán.
Johan asintió.
—Estábamos en su sofá de cuero café, el cual alguna vez mencionó que fue un obsequio, cuando se mudó de la casa familiar. Era el único mobiliario con el valor sentimental suficiente como para no cambiarlo y luego del beso, "su valor se incrementó". Eso dijo para hacerme sentir "especial".
Miré a Reynolds, vi en sus ojos un gesto casi imperceptible, una mezcla de sorpresa y decepción. Entonces, lo supe: la historia del obsequio era real y este vino de parte suya. Johan continuó, contó cómo ese policía de merde le hizo creer que no había nada de malo en tener un romance, porque "era un chico muy maduro y grande". Además, él podría "enseñarle sobre amor verdadero". Habló también de cómo le convenció, con el pasar del tiempo, para ir más allá, incluso describió el miedo y asco que experimentó las veces que lo llevó a un motelucho en la zona roja.
Eso me alarmó, el desgraciado llevó allí a Johan porque sabía que obtener información en ese lugar sería casi imposible. Aquella parte de Santa Mónica era cuna de vicio y decadencia, sin mencionar que la policía era otra extensión de la criminalidad. Sin embargo, la palabra clave era "casi". Me dije que alguien podría colaborar de forma anónima o quizás, a cambio de algo. Debía pensar muy bien para decidir a quién enviar, pero en ese momento, tenía que escuchar a Johan.
Cada parte de su historia me revolvía el estómago. Los niños son sagrados, pero para ese desgraciado no era así. La peor parte llegó después: descubrir que su relato, por duro y horrible que resultase, era apenas la punta del iceberg en esa telaraña de corrupción y abuso que nos llevó hasta mi día de celebración especial, interrumpido por una lluvia de balas; pero me adelanté a los hechos.
Johan contó sobre la existencia de ciertos videos suyos que esa escoria le convenció de grabar, también fotografías íntimas. Aunque sentí deseos de ahorcar al infeliz, esperaba hallarlos, eran la prueba irrefutable para terminar de sepultarlo. Deseaba que en su infinita obsesión por el puberto, aún conservara esos archivos y alguna otra pertenencia del chico que pudiese corroborar su testimonio.
Cuando la denuncia quedó formalmente establecida, inició la investigación del cochinero, la búsqueda de pruebas y todo lo concerniente. El capitán Reynolds solicitó apoyo a la fiscalía para obtener una orden de cateo y así poder investigar el departamento del tipejo ese. Mientras, nos enfocábamos en otras pistas.
Johan describió al jardinero del cementerio Corazón Sagrado como un hombre latino, de espalda y brazos anchos, aunque su altura no alcanzaba el metro ochenta y tantos centímetros del intento de detective. El chico no dijo que tuviese vello facial o alguna marca en el rostro.
No obstante, tras visitar el camposanto y hablar con la administración, el único hombre que medio calzaba con la descripción física provista, tenía unos cincuenta y poco, con una marca de nacimiento en la mejilla y algo de barba. Lo identificamos como Francisco Gutiérrez. Al principio, se mostró renuente a cooperar, pues no quería problemas con nadie, después lo hizo.
—Recuerdo el incidente, sí, no es común toparse a alguien así antes de abrir. —El hombre se rascó la barba salpicada de canas, pensativo—. Fue hace como dos o tres años, creo. Me sorprendió encontrar al güerito ese a semejante hora.
—¿Había visto al joven con antelación? —indagó el capitán y el hombre asintió.
—Creo que sí, pero como hasta el año pasado también lo vi mucho, estoy un poco confundido.
—Está bien, ¿qué recuerda de esa madrugada?
—Bueno, yo iba caminando para comenzar a preparar el terreno del patio B antes de sembrar las flores, cuando de la nada apareció el güerito herido, pidiendo ayuda. Dijo que lo perseguían, pero no vi a nadie detrás de él ese día.
—¿Ese día? —intervine, intrigado— ¿acaso vio a alguien seguirlo en otra oportunidad?
El hombre cerró los ojos y asintió con la cabeza.
—Ese vato venía a visitar a su familiar, seguido. Algunas veces, vi a alguien observarlo. Incluso, el año pasado. Síganme.
Francisco nos llevó hasta el sitio que Johan frecuentaba, era una tumba doble en memoria de Romina y su hijo, Rui. Sabía que el chico fallecido y él crecieron juntos. Mientras el capitán y yo observábamos las lápidas, el hombre caminó hasta un sauce llorón ubicado a varios metros de distancia.
—Aquí se paraba a mirarlo, el canijo —dijo Francisco en voz alta, captando nuestra atención—. Un par de veces notó que lo vi y se fue.
—¿Cómo era ese hombre? —indagó Reynolds.
—¡Uuuy!, muy alto, moreno, con cara de pocos amigos y pelón.
«¡Sí, te tengo, policía de merde!», el pensamiento me atravesó y a poco estuve de premiar con aplausitos a ese buen hombre. El único motivo por el cual me contuve se debió a mi acompañante. No podía ni imaginar lo que Reynolds sintió al comprobar la veracidad del testimonio de Johan.
Pese a eso, abandonamos el lugar, motivados. Lo primero que hizo en cuanto abordó su auto, fue solicitar premura en la orden de cateo. Habló con el fiscal Thompson en un tono firme y exigente. Necesitábamos inspeccionar ese departamento, lo más pronto posible. Yo quería hundirlo, él, quizás hallar algo que pudiese salvarlo.
—Lo lamento —dije en tono bajo, Reynolds volteó el rostro hacia mí, confundido.
—¿De qué hablas, Evans? Tenemos un testigo que confirma...
—No me refería a eso —interrumpí, enseguida—. Quítate el gafete de policía por un momento, Adam, sé que esto te afecta.
El capitán suspiró, su imagen fuerte y decidida se desinfló. Tras reposar la cabeza sobre sus brazos cruzados, encima del volante, fue que volvió a hablarme con una mezcla de decepción y culpa en su tono.
—No lo puedo entender, Cory, ¿qué hice mal con él? —suspiró— Le enseñé a distinguir sobre justicia e injuria, la ley y el orden.
—No es tu culpa...
—¿Cómo puedes asegurar eso? ¡Ni yo puedo! —Volvió a suspirar—. Ronald ha sido mi mayor orgullo durante años. Tenía doce, cuando lo conocí. Después de encerrar a los imbéciles que lo abusaron, quedé impresionado por su fuerza de voluntad y ganas de vivir. El férreo deseo de convertirse en policía lo llevó a asegurarse de dejar evidencias de su ADN en esa furgoneta. Te juro que fue impresionante y cómo, a pesar de lo que pasó, no se amilanó, sino hasta después de rendir su testimonio detallado. Formé una familia con su madre y, aunque él y yo no compartimos sangre, ¡Dios sabe que lo amo como si así fuese!
Reynolds se recostó en su asiento y fijó la vista en el techo del auto. Detallé las líneas que cruzaban su rostro y eran la evidencia de los años al servicio de la ley, una vida llena de noches sin dormir en esa perenne búsqueda de justicia, mientras intentaba balancear su carrera y la familia.
En esa nostálgica expresión noté el pasar de sus recuerdos, a través de su mirada. Quise tener algún tipo de máquina para verlo todo: las risas, regaños, los abrazos y momentos compartidos que en ese instante resultaban agujas en su corazón. Cerró los ojos un momento, probablemente pensó en la muerte de su esposa y el hecho de que esa piltrafa humana era la familia que le quedaba.
Aun así, se pasó un puño por los ojos antes de que las lágrimas escaparan y encendió el vehículo. Del porte decaído y destrozado que tuvo apenas hacía un momento, no quedó rastro, volvió a ser el capitán de policía, decidido a hacer justicia.
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Hola, mis dulces corazones multicolor 💛 💚 💙 💜 💖 ¿cómo me les va? ¿Qué tal los va tratado el año? Yo, la verdad, he estado bastante ansiosa y bajoneada a la vez por muchas situaciones personales y pos el no tener certeza de qué rayos esperar mañana en mi tierra. (Venezuela, si no saben). El 10E se ha anunciado desde el pasado 28J como una fecha importante de cambio para bien o mal en mi país y estoy nerviosa. 😮💨 Quise traerles esta actualización, hoy, por si se encuentran en mi misma situación que yo y pos necesitan un respiro para desconectar. Espero hayan disfrutado el capítulo y nos leemos lueguiro.
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