Capítulo 28
Aleksi
El estrés y la ansiedad casi me desquiciaron después de ver ese maldito vídeo de Bella golpeada y suplicando que no la abandonara. La sensación de confusión me sofocó. Algo despertó en mí saber que ella se entregó porque creía con convicción que yo la rescataría. Confiaba en mí. No podía fallarle.
No me abandones. Tú no, por favor.
Sus palabras frágiles se reprodujeron en mi cabeza como un disco rayado. Mordí mis nudillos mientras mi furia emanaba de nuevo con más fuerza. Yo era un maldito huracán a punto de destruir todo a su paso. No me contendría. Mataría por ella. Aleksander lamentaría haberle puesto las manos encima. Quería torturarlo. Quería verlo sangrar. Quería que le doliera más que a Bella. Quería que agonizara. Me aseguraría de que fuera jodidamente doloroso.
Se necesitaba de una enorme cantidad de control y racionalidad en un momento así. Mis venas estaban a punto de reventar, pero de algún modo logré tranquilizarme y me concentré en lo importante. Las hélices del helicóptero giraban mientras cargaba mi metralleta. Igor me ofreció una tregua a cambio de que le perdonara la vida y la de su puta. Me prometió que sus hombres no dispararían cuando llegáramos a nuestro destino y se disculpó por la estupidez que cometió su hijo. Gracioso. Un traidor era un traidor. Yo no creía en las segundas oportunidades. Su maldito descuido había arriesgado mi imperio. No lo dejaría pasar.
―Hay diez hombres en total―gritó Viktor y se ajustó los auriculares―. Parecen estar alerta.
Miré el paisaje verdoso desde las alturas. El helicóptero se acercaba en una zona aislada rodeada de campos. A la distancia, había una finca a punto de desmoronarse. Mi mandíbula se apretó. La trajeron en un lugar difícil de localizar. Era afortunada por tener el chip. Nunca se lo sacaría después de esto.
―Quiero muertos a todos―dije.
Viktor asintió.
―Sí, señor.
La aplicación de seguimiento mostraba a Bella en el mismo lugar. Esperaba no haber llegado tarde. Casi tres horas de su desaparición era extremo. Maldición. Primero tuve que asegurarme de tener a Igor dónde quería. Fue su desesperación que lo obligó a ceder. Su pequeña y embarazada novia estaba a mi merced con uno de mis hombres en su departamento. También envié un vídeo de ella recibiendo un golpe en la cara. Me gustaba aplicar los mismos métodos. Ojo por ojo.
―Señor Kozlov, estamos a punto de descender―informó el piloto.
Viktor se ubicó a mi lado cerca de la puerta abierta con su rifle apuntando a los objetivos. Las balas empezaron a repiquetear en el armazón metálico y las hélices se sacudieron. Me quité los auriculares y me preparé para atacar. Diez hombres no nos derribarían. Observé desde la mirilla con cuidado, apenas inmutándome por los disparos. Entrecerré los ojos y disparé. Dos caídos.
El helicóptero se inclinó de costado, un poco más cerca del suelo. Los hombres de Igor trataron de derribar la cola y destrozar las hélices. La balacera que lanzábamos desde arriba los obligó a esconderse detrás de arbustos y entrar en la casa.
―¡No quiero que nadie mate a la escoria Solovióv! ―advertí―. ¡Es mío!
El helicóptero aterrizó abruptamente y ni siquiera esperé a que se estabilizara para saltar al pasto. El amanecer se asomaba detrás de las montañas. No era consciente del tiempo. Solo quería llegar a ella lo antes posible. Viktor me cubrió las espaldas matando a varios hombres de Igor. ¿No se suponía que no lucharían contra nosotros? Tal vez cambió de opinión y se dio cuenta de que no se negociaba con los monstruos. Yo no era conocido por ser tolerante y pacífico.
Tumbé la puerta de la finca con una patada y exploré cada rincón con mi rifle. La sala era un desastre con muebles desordenados y alfombra empolvada manchada de sangre. Seguí el rastro rojo y espeso que me guió directo al comedor. Alcé una ceja ante la vista. En el centro de la mesa estaba el cadáver de Igor con los ojos bien abiertos.
―Mierda―Viktor carraspeó―. Alguien se adelantó.
Tenía que ser obra de Aleksander. Probablemente no estaba de acuerdo con las decisiones de su padre. Vaya. El imbécil al fin se puso los pantalones, pero era tarde. Sus tripas serían una linda decoración en las paredes. Cortaría su cabeza y lo expondría como un trofeo para que todos supieran qué sucedería si tocaban de nuevo a mi mujer.
―¡¡Aleksi!! ―escuché de repente―. ¡¡Aleksi!!
El sonido de su dulce voz me obligó a moverme como un tornado. Nunca me había movido tan rápido en mi vida hasta que llegué a la puerta de dónde provenían los gritos y la abrí de golpe. Mi cuerpo se paralizó con repentino terror. No estaba listo para encontrarla en esas condiciones. No así.
Parpadeé de nuevo intentando convencerme de que mi visión fallaba. Bella estaba casi desnuda y herida en la cama. Su ojo derecho empezaba a hincharse y su vestido era un pedazo de tela que apenas la cubría. Hijo de puta...
―Aleksi... ―sollozó. Su mano soltó el arma y sus hombros cayeron en una especie de alivio―. Gracias a Dios que estás aquí.
No había llegado a tiempo. Era malditamente tarde. Mi atención se fijó en Aleksander que sostenía su pierna herida y chorros de sangre caían a raudales de su nariz rota. Tenía las mejillas rasguñadas y los labios partidos. El orgullo hinchó mi pecho. Ella le había hecho eso. Mi pajarito valiente.
―Podemos arreglar esto, Aleksi―gimió él con las manos en alto―. Mi padre está muerto y yo estoy a cargo del negocio familiar. Siempre me dijiste que podíamos ser grandes socios y que tenía potencial. Ahora estoy dispuesto a olvidar lo que sucedió con Verónika. Es cosa del pasado. Lo prometo, hombre. Escúchame. Tu deuda fue saldada.
Volví mi rostro inexpresivo hacia él. Bajé el arma. Bella sollozó en la cama. Mi mandíbula empezó a palpitar de ira. Ya no podía contenerme. Un disparo a la basura no sería suficiente. Necesitaba algo sucio y sangriento. Necesitaba que le doliera.
―Yo sabía que podíamos ser amigos―Aleksander se puso blanco como una hoja cuando saqué el cuchillo del bolsillo de mi pantalón―. Espera, hombre. Aleksi...
Una niebla roja inundó mis ojos. Mi pecho se movió con la gravedad de mi respiración. Me abalancé sobre él, le puse la mano alrededor de la garganta y lo levanté sin esfuerzo. Era un saco de huesos, pero aun así luchó mientras estampaba su escuálido cuerpo contra la pared. Él sabía que no tenía escapatoria. Sabía lo que venía. No era nadie. Nadie lloraría su muerte. Su existencia no significaba una mierda así que le estaba haciendo el favor.
―¿Sabes lo que ella me dijo esa noche? ―Me burlé en su cara y sus ojos ardieron de ira―. La follé tan bien que me juró que nunca había estado antes con un hombre de verdad. Gritó todo el tiempo. Me suplicó que no me detuviera.
―No―jadeó Aleksander―. No.
―Ella estaba aburrida de ti―continué―. De hecho, planeaba abandonarte. Lo único que le retenía eran las comodidades que le ofrecías. Me sugirió ser su amante a tu espalda. ¿Qué tan pequeño es tu pene? La pobre mujer sufría a tu lado.
Las lágrimas brillaron en los ojos de Aleksander.
―¡¡Cállate!! ¡¡Cállate!! ―gritó una y otra vez.
Pero yo estaba lejos de terminar.
―Ni siquiera le importabas lo suficiente porque se interpuso entre una bala y yo. Ella dio su vida por mí.
―¡¡Hijo de puta!!
La punta de mi cuchillo cortó la piel de su barbilla y él gritó como un cobarde. Mis ojos volvieron a desviarse en Bella quien intentaba cubrirse inútilmente con un retazo de su desgarrado vestido. Quería que supiera que mataría a esta basura por ella. Haría todo por ella.
Con un gruñido, di un paso atrás y apuñalé a Aleksander en el pecho. El sonido de sorpresa que hizo cuando la hoja entró en su cuerpo era música para mis oídos. Cada vez que el cuchillo rebanaba una parte de él, se le escapaba gruñidos de la boca y flujos de sangre salpicaban mi rostro y mi ropa.
Conté cada golpe sin apartar mis ojos de Bella. Estaba demasiado perdido en la venganza. La furia desmedida. Mi mano firme apuñaló el pecho de Aleksander, su corazón, sus pulmones y su garganta. El olor a cobrizo saturaba la habitación y mi traje de dos piezas era un desastre sangriento. No podía detenerme.
No quería.
No iba a tocarla de nuevo. Nunca.
Su sangre se encharcaba en el suelo y miré la nueva decoración. Un precioso lío. Una cascada roja. Me sentía bastante satisfecho ante mi perfecto trabajo. Este bastardo se merecía lo peor por poner sus asquerosas manos sobre alguien tan puro y hermoso como Bella.
—¡Aleksi, para! —gritó Bella—. ¡Detente!
Negué y continué con lo mío. De pronto sentí unos brazos abrazando mi espalda, su respiración agitada contra mi cuello y sus lágrimas cayendo sobre mí. El calor de su piel aminoró la oscuridad que me embargada, pero todavía estaba perdido en la niebla de odio. El cuerpo de Aleksander se desplomó con constantes gorgojeos. Aún peleaba débilmente. Sus ojos aturdidos me miraban con horror. Su rostro estaba desfigurado, totalmente irreconocible y trozos de carne caían al suelo.
—Por favor, Aleksi —sollozó Bella—. Es suficiente.
—¡No! —gruñí—. ¡Él pagará por poner sus putas manos sobre ti!
Bella se interpuso entre el cadáver y yo. Sus brazos me rodearon la cintura y apoyó la cabeza en mi pecho sin darle importancia a la sangre que ensuciaba mi ropa. No tuve el coraje de apartarla. Cada parte de ella temblaba. Se veía tan pequeña y frágil.
—Tienes que detenerte—suplicó entre lágrimas—. Oh, Dios. Me estás asustando. Por favor, detente.
Cerré con fuerza mis ojos e inhalé su pelo. Era débil, pero el aroma a rosas que desprendía me tranquilizó. Coloqué una mano en su nuca y la apreté fuertemente contra mí. No iba a soltarla. Nunca la soltaría a partir de ahora.
—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó—. Yo... te llamé una y otra vez, pero no llegabas.
—Lo siento, cariño—Fue todo lo que me atreví a decir y ella se derrumbó en mis brazos.
Viktor nos miraba desconcertado desde la puerta sin hacer comentarios. Su rostro no reflejaba nada al ver el cuerpo destrozado de Aleksander. La imagen era casi decente a comparación de lo que habíamos visto juntos.
—Dame tu chaqueta—ordené.
Obedeció e inmediatamente cubrí el pequeño cuerpo de Bella. Volví a alterarme cuando vi marcas en su perfecta y delicada piel. Mi hermosa rosa rota. A partir de ahora la conservaría en una caja de cristal. No faltaría de nuevo a mi palabra. Nadie más que yo la lastimaría.
—Quiero que limpien este desastre—Me dirigí a Viktor sin soltar a Bella—. También envía un mensaje al resto que se oponga a mi liderazgo. Todos los territorios de los Solovióv me pertenecen.
Viktor asintió y abandonó la habitación. Mis ojos se posaron en Bella quien continuaba abrazándome como si fuera su salvavidas. Joder. Me dolía el pecho.
—Es hora de volver a casa —murmuré.
Levantó la cabeza de mi pecho y se limpió las lágrimas. Odié que sus ojos azules me privaran de su auténtico brillo. Ahora lucían apagados, tristes.
—¿A casa?
—Tu único lugar es estar a mi lado.
🐦
Bella
Los miembros entumecidos me pesaban una tonelada. La lámpara en el techo me lastimaba los ojos y solté un débil gemido adolorido. Hice un gran esfuerzo para tratar de incorporarme. Todo era confuso a mi alrededor. La habitación parecía disolverse. El pitido era constante y rítmico en mis oídos. Había una intravenosa conectada a mi brazo.
Hospital... Aleksi me había traído a un hospital. Mi ritmo cardíaco aumentó cuando mi cabeza rememoró los fragmentos del traumático episodio. La mirada sádica de Aleksander me perseguía. Sus manos en mi cuerpo, su sonrisa perversa. Estaba atrapada en un mundo de terror y no había escapatoria. Sabía que no iba a superar esto en tan poco tiempo. Yo era un desastre. Todavía conmocionada por haber sido sometida a horas de estrés emocional. Deseaba hundirme en el sueño y olvidar la locura, el tormento y el sufrimiento. Sería tan fácil poder cerrar los ojos ahora mismo y no despertar nunca más.
—Finalmente, cariño—La voz de Aleksi no daba espacio a la misericordia y la paz—. ¿Cómo te sientes?
Mi captor y mi salvador me observó con una mirada ilegible. Su aspecto era desaliñado. Su cabello castaño era una maraña desordenada y su camisa blanca tenía manchas de sangre. Era la primera vez que lo veía así. Imperfecto... Sucio. Preocupado.
—He tenido días mejores—musité. Mi voz sonaba rasposa y horrible—. Estoy muerta de sed.
Aleksi agarró el vaso de agua de la mesita y me ayudó a beber con una increíble suavidad que no esperaba. Tomé pequeños sorbos, mi garganta gritó de alivio cuando me tragué todo el líquido y suspiré con los ojos cerrados. Era lo mínimo que debía hacer por mí. Él me había expuesto a esa situación, pero sentía tanta gratitud.
—Gracias—dije.
Sus dedos se extendieron para acariciar mi mejilla, pero me encogí un poco de miedo al pensar lo que esas manos habían hecho. Aleksi dio un paso atrás con la mandíbula apretada y los ojos entrecerrados. Oh. Alguien no sabía lidiar con el rechazo.
—Tienes algunas contusiones que sanarán los próximos días—informó roncamente—. Te conectaron un suero porque estabas deshidratada y agotada. Vas a estar bien.
¿Lo estaría?
Algo había cambiado dentro de mí. Ya no era la misma Bella. Los últimos sucesos hicieron que una parte oscura invadiera mi alma, cubriéndolo con odio y rencor. Estaba cansada de ser débil. Estaba harta de que todos intentaran dañarme. Estaba tan cansada de ser la pobre chica inocente y la víctima. No quería serlo nunca más.
—Lo mataste—susurré—. Lo hiciste pedazos.
Aleksi no parpadeó.
—Se lo merecía—respondió. Se recostó contra el marco de la puerta y se cruzó de brazos—. Y el próximo hombre que vuelva a tocarte no vivirá para contarlo.
—¿Eso te incluye?
—Yo soy la excepción a cualquier regla, cariño—Su tono desagradable fue un hincapié para que no olvidara quién era en realidad. Mi verdugo. Mi tormento—. Tú no trazas líneas conmigo porque no tengo límites cuando se trata de ti.
Lo sabía mejor que nadie. Yo era su juguete y él quería ser el único en romperme. Al final del día era eso. Su posesión más preciada. Su muñeca bonita y perfecta. No la reina del tablero. Solo un peón que usaba a su antojo. Me rescató de Aleksander para volver a encerrarme en mi jaula. Las cosas seguirían como estaban antes. Él comprometido con otra mujer y yo su amante.
—Regresaremos a casa esta noche—dijo Aleksi.
Ya no quería ser su marioneta. Me negaba a que él controlara mis cuerdas. Algo bueno tuvo que surgir de esta desgracia. Al menos sabía que haría todo por mí. Matar y destruir. Yo tenía poder sobre este monstruo y era hora de usarlo.
—Quiero aprender defensa personal. Quiero volver a cantar y quiero que me quites el chip—Mi voz jadeaba con cada palabra—. Quiero que me trates como a un ser humano y con respeto. Me has visto, Aleksi. Sabes que esta vez no me temblará la mano si aprieto el gatillo.
Un músculo de su mandíbula se contrajo. Él no era lo suficientemente importante para atentar contra mi propia vida, pero el truco era que no lo sabía. Vi el miedo en sus ojos cuando me apunté con la pistola. Estaba tan aterrado que no percibió la manipulación detrás de la acción.
—Ahí está —Se rió—. La pequeña actriz. ¿Has descubierto el daño que puedes infligirme?
—¿El monstruo tiene una debilidad?
—Sabes muy bien que sí, Bella.
—Tus palabras no significan una mierda mientras tus acciones demuestran lo contrario. Eres un cobarde, Aleksi—Recosté mi cabeza contra la suave almohada y cerré los ojos—. Eres débil y patético por permitir que tu pasado dictamine tu futuro. No eres el hombre que merezco y nunca lo serás.
No hubo respuesta de su parte. Todo lo que oí fue a la puerta cerrarse bruscamente cuando salió de la habitación y me cubrí con las mantas. Estaba tan cansada. Tan aburrida de intentar comprenderlo. Ya no correría detrás de él. Mucho menos sacrificaría una parte de mi alma por alguien que no valía la pena.
Me dieron de alta al día siguiente. Viktor y Dorothea se aseguraron de llevarme a la mansión y que estuviera cómoda en todo momento. No respondí a las cincuenta llamadas perdidas de Cassie. Estaba muy agotada y no tenía ánimos de rememorar mi horrible experiencia. Quería recluirme del mundo. Comer y dormir.
—Puede ser peor —susurraba esa voz en mi cabeza—. Levántate, no le des el gusto al mundo de derrumbarte.
Eso fue lo que hice exactamente. Me di una larga ducha, me puse un ajustado leggins negro y un pequeño top. Até mi cabello en una coleta alta y busqué una botella de agua en la cocina para dirigirme al gimnasio. Fue una sorpresa encontrar a Viktor allí. Sus músculos se contraían mientras levantaba las pesas. Me quedé mirándolo más tiempo de lo necesario. Él no era joven, pero tampoco era viejo. Más de treinta quizás. Un poco mayor que Aleksi. Alzó una ceja al percatarse de mi presencia y mis mejillas se sonrojaron.
—Perdona—titubeé—. Pensé que estaba libre.
Se limpió el sudor de la frente y dejó las pesas en su lugar. Me fijé en la ventana dónde el sol apenas se asomaba. Era muy temprano. ¿El hombre no dormía? Yo estaba despierta porque era difícil mantener a raya mis pesadillas.
—No te preocupes. Ya me iba—respondió Viktor y se aclaró la garganta—. ¿Tienes una rutina qué seguir?
Sacudí la cabeza y entré al gimnasio torpemente. Había máquinas de correr, aparatos de las piernas, los brazos, los hombros y los abdominales. También una cinta de correr, bicicletas y pesas. Un saco de boxeo se encontraba colgado en el centro de la habitación. Sería una excelente distracción para mantenerme ocupada y no ahogarme en la miseria.
—Es la primera vez que entro aquí. Le dije a Aleksi que quiero aprender a entrenar.
Su boca se curvó en una sonrisa.
—Sí, me informó, pero yo no estoy autorizado—Se burló—. Contrató a una mujer para ese trabajo. Ella vendrá a verte cuando estés lista.
Sus celos estúpidos e injustificados eran una vergüenza. Lo odiaba por ser un idiota inseguro, pero agradecía que cediera a una de mis demandas. Esperaba que también reconsiderara sacarme el chip. Todavía me sentía como un animal por usarlo.
—Oh, Dios —Me cubrí el rostro caliente con las manos.
—Puedes empezar por la cinta de correr o la bicicleta. Te ayudará a fortalecer las piernas así tendrás más resistencia para huir de los monstruos—Lo dijo a modo de broma, pero me tomé muy en serio su sugerencia—. Las pesas aún son demasiadas para ti. En tu condición es mejor que lo tomes con calma.
Sí, sabía lo que veía mientras me miraba. Los moratones decoraban mi rostro y mi ojo izquierdo apenas podía mantenerse abierto. Pero agradecía a Dios por estar viva. Ahora más fuerte que nunca.
—Gracias, Viktor.
—No es nada—Me alborotó el cabello—. Estoy feliz de que estés bien, Bella.
Asentí con un nudo en la garganta y lo vi irse sin mirar atrás.
🐦
Aleksi
Flexioné los brazos y empujé a través del agua para llegar al borde de la piscina. Aún me dolía el hombro porque no había tomado un descanso desde que había recibido el disparo. Mi médico personal no aprobaría este comportamiento. Necesitaba reposo, pero mi tiempo era limitado y los negocios se complicaron con la muerte de Igor. Tenía que asistir pronto a una reunión con el sindicato y elaborar los planes para arreglar el desastre. Además, Matteo había pedido un nuevo porcentaje de la mercancía por las molestias ocasionadas. No estaba feliz por mi acuerdo con los irlandeses. Tantos malditos problemas.
Mi mayor preocupación era Bella y su cambio de actitud. Estaba más distante. Demasiado apática y constantemente a la defensiva. No le prohibí regresar a su antigua habitación porque quería respetar su espacio. Yo más que nadie entendía que la soledad muchas veces ayudaba a superar cualquier mierda. Me convenía darle un poco de alcance a su correa y ceder a sus demandas. Era la única forma de que no peleara cuando me casara con Ciara.
Aislarla solo haría que su depresión se profundizara y no soportaría que atentara contra su vida. Necesitaba contacto humano. Necesitaba un poco más de libertad. Cantar en mi casino y las clases de defensa personal le darían un nuevo propósito. Quería completa a mi hermoso pajarito.
—El señor Claymore ha llamado dos veces —Dorothea apareció en la alberca con una jarra de limonada y un plato de emparedado. Había rechazado su comida más temprano y la vieja no se daba por vencida. Mantener lleno mi estómago era su mayor propósito—. Le dije que le hablarías cuando estuvieras disponible.
No era acertado evitar a Connor. El hijo de puta también quería un porcentaje del territorio que había dejado Igor. Era el trueque a cambio de darme el pase en Canadá. El contrabando en Toronto sería un completo éxito. No lo dudaba. Pero el precio a pagar era algo que no me convencía.
—Te has tomado muchas atribuciones. ¿No lo crees, Dorothea?
Apoyé los brazos en el borde de la piscina y acepté el vaso de limonada. Sus ojos críticos fueron a mi hombro herido que estaba sanando con lentitud. Los puntos seguían intactos y no sangraba. Ella seguía tratándome como el niño que nunca tuvo.
—Necesitas un descanso, Aleksi. Te he visto merodear por su puerta tres noches seguidas y ella nunca te ha respondido. Eso te está molestando mucho. Puedo verlo.
Apreté la mandíbula.
—Sigues conservando tus viejas costumbres. Métete en tus putos asuntos.
Ella tuvo la decencia de verse avergonzada.
—Tú sigues siendo tan terco—suspiró—. Crees que estás haciendo lo correcto casándote con la hija de ese hombre y no podrías estar más equivocado.
Su opinión me importaba una mierda. Ella era una simple empleada, pero me intrigó el desdén en su tono. Dorothea nunca intervenía cuando se trataba de mis negocios.
—Hablas como si conocieras a Connor Claymore. ¿Lo haces?
Dorothea esperó, retorciéndose nerviosamente mientras sostuvo la bandeja. Vi el pequeño temblor en sus manos.
—No es mi lugar...
—No me vengas con esa mierda ahora. Te has tomado muchas atribuciones así que no te guardes nada. Habla.
—Sus visitas solían ser muy frecuentes cuando tus padres estaban vivos. No le prestaba atención porque nunca me he involucrado en asuntos de la mafiya —Su acento ruso me hizo arquear una ceja—. Mi trabajo siempre ha sido servir y mantener la boca cerrada. Lo que sucedía detrás de estas paredes se quedaban aquí. He seguido esa regla al pie de la letra, pero un día vi algo que no debía—Se estremeció—. Tu madre estaba en la cocina suplicando que la dejara tranquila. La escuché decir que Mikhail lo mataría si se enterara.
Su tono cauteloso hizo que los nervios subieran a mi espina dorsal hasta estremecerse. El agua tibia de la piscina de repente se sintió muy fría.
—Continúa—dije.
Dorothea tragó saliva.
—Ese día me alejé sin pronunciar una palabra. Hice de cuenta que nada sucedió, pero la siguiente semana la misma escena volvió a repetirse—Tartamudeó—. Ella no fue discreta esa vez. Le gritó que no deseaba tenerlo cerca y que era una mujer casada. Él no se tomó muy bien el rechazo, Aleksi. Yo lo vi—Se puso pálida—. La acorraló contra una pared y restregó su miembro contra el trasero de Anya. Ella sollozaba aterrorizada. Esa fue la primera vez que intervine. Amenacé a Connor Claymore que le contaría al señor Kozlov que acosaba sexualmente a su indefensa esposa.
La miré fijamente con la furia apenas controlada. Mi pulso se aceleraba a una velocidad vertiginosa. Dorothea no era una mentirosa. No jugaría así conmigo.
—Él me dijo que intentó salvarla de los abusos―mascullé―. Mi padre era un jodido paranoico.
Negó con la cabeza.
—Connor ha cambiado la narrativa a su conveniencia durante años. Al parecer sigue utilizando el mismo recurso para salirse con la suya. Tu padre un día los sorprendió y la posición no era favorecedora. Él no dudó en echarle la culpa a tu madre—La rabia irradiaba de su tono—. Le dijo que era una ramera ofrecida y tu padre le creyó. Esa misma noche golpeó a Anya hasta romperle la cabeza y las costillas. Estuvo internada un mes en el hospital. A veces pienso que fue un milagro que sobrevivieras—Las lágrimas empañaron sus ojos—. Mikhail pidió la prueba de paternidad. No creía que tú eras suyo.
No pude describir mis emociones. Era rabia, conmoción, incredulidad, horror. Tenía el impulso de cometer un maldito homicidio contra todo el clan de los Claymore. Esa escoria me había manipulado y yo caí en su trampa.
—Por eso odio la idea de que estés emparentado con ese monstruo. Se siente como un insulto a la memoria de tu madre, pero solo soy una vieja sentimental de mente débil—Se encogió de hombros—. Si me permites una última indiscreción, Aleksi, lamentarás el resto de tu vida repetir la misma historia que tu padre y no haber luchado por la mujer que realmente amas.
Sin decir otra palabra, me dio la espalda y se alejó llevándose todas mis emociones con ella. Agarré el vaso de limonada y lo estampé contra una escultura. Maldito idiota. Yo era un maldito idiota, pero esto no se quedaría así. Connor no insultaría la memoria de mi madre. Le demostraría con ganas quién era el hijo de Mikhail Kozlov.
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