Capítulo 20


Bella

Cualquier pensamiento racional se esfumó cuando me detuve frente a su puerta. Me temblaban las manos y el corazón me latía con fuerza. Había explorado todos los rincones de la mansión, pero Aleksi jamás me permitió el acceso a un lugar tan privado. El propósito de esta invitación era obvio y estaba lista para ello. Le eché un breve vistazo a mi sencillo vestido rojo. Era de seda y me llegaba hasta los muslos. ¿Quería jugar? Bien. Era otro paso a su perdición. Cada vez que me besaba se condenaba a sí mismo y era muy satisfactorio. Consumir en exceso era nocivo y destructivo. Yo era lo más cercano a una adicción y él nunca se recuperaría.

Exhalé un suspiro tembloroso cuando la puerta se abrió. Aleksi estaba allí de pie sin camisa, descalzo y el cabello húmedo. Vestía un simple pantalón de chándal. Odiaba al bastardo, pero era débil ante un hombre atractivo. Su figura masculina era fuerte y elegante. Hombros anchos, esa dichosa V en su cintura y los abdominales firmemente marcados. La cicatriz se robaba mi atención como de costumbre.

La tensión se rompió cuando lanzó una orden en tono autoritario:

—Entra.

Me sentí perdida, como si hubiera entrado a la guarida del lobo. Aleksi cerró la puerta mientras me rodeaba con mis brazos y observaba insegura la habitación. Hacía mucho frío aquí. Las cortinas grises se agitaban con la brisa invernal y daban paso a un espacioso balcón. El dormitorio era gigantesco con un estilo muy apropiado para Aleksi Kozlov. La cama era más grande que cualquiera que hubiera visto. Su armazón era rectangular y metálico. El armario del mismo color ocupaba toda una pared. Sin televisión o algún cuadro familiar. Limpio y deprimente al mismo tiempo. Lo único cálido era la chimenea.

—¿Ya terminaste de saciar tu curiosidad? —preguntó y cerró las ventanas.

La habitación era tranquila y podía escuchar cada sonido, incluso de mis latidos frenéticos. Contemplé las sábanas negras de la cama. ¿Por qué tanta fascinación hacia ese color? No había vida aquí. Se sentó en el sofá con una mesita al lado y sirvió dos copas de vino. Sus ojos verdes se mantuvieron fijos en los míos. Esa mirada fría tenía la habilidad de terminar con cualquier día soleado y rodearla de oscuridad con su aura cruel.

—¿Quién puede vivir sin televisión? —cuestioné a cambio y tracé los bordes de la chimenea—. Oh. Probablemente un ermitaño como tú.

El sonido de su risa me hizo arquear una ceja. Mi día no había sido normal. Primero aceptó que armara el árbol y ahora me invitaba a su habitación. Su extraño comportamiento me desconcertaba porque no estaba acostumbrada a verlo así. Relajado y sin el ceño fruncido.

—No hay nada que me entretenga además de mis negocios—admitió y luego añadió—: Follarte y discutir contigo me hace sentir vivo.

Rodé los ojos.

—Tal vez porque estás aburrido del resto. Todos te besan el trasero y obedecen sin pensarlo dos veces—me senté a su lado—. Debe ser triste que nadie sea sincero contigo porque te temen.

Me entregó la copa de vino y acepté. Pensé que iríamos directamente a la acción. El hombre nunca mostró interés por mis pasatiempos o quién era en realidad. Solo le importaba mi cuerpo.

—Tú me temes, Bella.

—Es diferente —Lo miré a través de mis pestañas y crucé mis piernas. El vestido se levantó un poco dejando al descubierto una cantidad generosa de piel brillante. Aleksi se lamió los labios—. No te adulo como el resto. A veces me gusta restregarte tus verdades en la cara. ¿Otra persona sobreviviría si te gritan que eres un cretino?

Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Solo dos en realidad.

—Dorothea y yo—Bebí un sorbo de vino y me incliné un poco—. A ella la ves como a una madre. En Italia me dijiste que soy tu mujer. ¿Sigues pensando así? ¿O has cambiado de opinión?

Sus ojos siguieron clavados en los míos.

—No soy del tipo que cambia de opinión.

—Entonces demuéstralo—dije—. Quiero volver a sentirme como una mujer libre cada vez que estoy a tu lado y no un trofeo que te gusta presumir ante el mundo. Quiero ser Bella Foster y no tu puta, Aleksi. Quiero tu protección. Quiero tu lealtad, sobre todo, quiero ver tu humanidad. ¿Puedes hacer eso por mí?

Guardó silencio un segundo antes de que sacudiera la cabeza.

—Te doy más de lo que crees.

Solté una carcajada seca.

—¿Un chip rastreador es más de lo que quiero? ¿De verdad? Discúlpame por pedirte respeto y esperar lo mínimo de ti. Cuando un hombre está interesado en una mujer la trata como a una reina y no como a un pedazo de basura.

Me agarró de la mandíbula, la ira brillaba en sus pupilas.

—¿Pedazo de basura? ¿Así es como te sientes? Te doy techo, comida, ropa, joyas, dinero, cumplo tus caprichitos y te mantengo a salvo—Sus palabras eran amargas, sin tacto, como si hablara de cualquier otra propiedad—. Tú no sabes por todo lo que he pasado para tener el mismo privilegio. Mi mundo no funciona de la forma que esperas. No me pidas más de lo que puedo darte, Bella. Esto es lo que soy.

Las lágrimas difumaron mi visión mientras miraba su piel estropeada. Mis dedos trazaron las cicatrices desde su torso hasta su estómago. Sus ojos no revelaban nada. Sin vulnerabilidad o vergüenza. Parecía un acto practicado para demostrar que no le afectaba, pero yo podía leerlo. Había un hombre herido detrás de esa expresión. El niño que fue obligado a vivir un infierno.

—¿Por qué? —susurré—. ¿Por qué alguien te lastimaría así?

Respiró irregularmente y un siseo escapó de sus labios cuando tracé sus abdominales.

—Lección—respondió—. Quería que aprendiera.

Fruncí el ceño. Yo sabía de quién hablaba. Dorothea me había contado parte de su historia, pero necesitaba oírlo de él. Entender quién era detrás de su máscara de acero.

—¿Por qué? —repetí.

Se puso de pie y caminó de nuevo hacia las ventanas, las abrió de golpe y miró el cielo. Me acerqué a él sin presionarlo o asustarlo. Quería que se abriera conmigo.

—Mi padre no me creía digno de su apellido. Me enseñó a golpes que los hombres de verdad no lloraban —dijo en voz baja—. La primera vez que me rompió la mandíbula tenía solo siete años. Cometí el error de preguntar cuál era el nombre de mi madre.

Sus palabras resonaron en mi interior. Algo despertó en mí verlo tan vulnerable y expuesto. Vi las grietas detrás de su armadura. Todavía lo consideraba un monstruo y sostenía que su pasado no justificaba sus acciones, pero era difícil ignorar lo humano que era en realidad. Alguien que se vio obligado a lastimar a otros para no salir herido nunca más. Era su mecanismo de defensa.

—¿Sabes lo que es el Gulag? —preguntó sin mirarme y contuve el aliento.

Tragué saliva.

—Escuché algunas referencias en películas.

Un músculo se flexionó en su mandíbula, cuando habló de nuevo sonaba como si le doliera.

—Son las prisiones clandestinas más brutales de Rusia. Fui enviado allí cuando tenía diez años y no me trataron con guantes de seda. Esto que ves aquí... —Sostuvo mi mano y la puso sobre su duro estómago—. No es nada a comparación de todo lo que he sufrido hasta que cumplí dieciocho años y fui lo suficientemente fuerte para defenderme de esos hijos de puta. Juré que nadie volvería a lastimarme nunca más.

—Aleksi...

—Los recuerdos de esos días todavía viven en mi puta cabeza, Bella. No puedo borrarlos. Nunca podré.

Traté de suprimir todas las emociones que me golpeaban, recordándome a mí misma que él no merecía mi empatía. Sin embargo, quería borrar su angustia desesperadamente. Mi lado sensible se compadecía del niño que fue alguna vez.

—Dijiste que te hago sentir vivo—Presioné mi frente en su pecho y suspiré—. Déjame ayudarte a borrarlos. Solo dime cómo, Aleksi.

Su mano derecha se enroscó en mi cabello y susurró en mi oído:

—Tú sabes cómo, cariño.

Me puse de puntillas y rocé sus labios con los míos. Él mantuvo los ojos cerrados sin hacer ningún movimiento. Cuando teníamos sexo estábamos en la misma página. La química sexual era tan buena que casi llegué a creer que podría amarlo. Aleksi y yo éramos solo eso: sexo y manipulación. Nunca existiría nada más.


Desperté envuelta entre sus sábanas y su aroma. Su cama era cómoda y cálida. Froté mi rostro en la suave almohada con un suspiro. La noche fue mejor de lo que esperaba. Me contó atisbos de su pasado y me demostró sus puntos más débiles. El monstruo anhelaba ser comprendido.

Escuché el sonido de la ducha correr y bostecé. ¿Qué hora era? Muy temprano. El amanecer apenas estaba comenzando. Salí de la cama sin molestarme en vestirme y abrí la puerta del baño. La figura Aleksi era difícil de distinguir en el vapor. Estaba de espaldas a mí. Sus manos frotaban su cuero cabelludo y jadeaba mientras chorros de agua caliente caían sobre su cuerpo desnudo. Tragué saliva ante la imagen.

Yo no era atrevida, pero esa mañana en particular tenía mucha confianza y quería que me tomara allí mismo. Cerré la puerta con cuidado antes de abrazarlo por detrás y acariciar sus abdominales. Se puso completamente rígido. No me reconocía a mí misma. A pesar de todas mis reservas me gustaba el consuelo que me ofrecía sin importar lo mal que estaba. Quería sentirme segura y deseada.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó. Su voz más ronca y grave de lo normal.

La vergüenza tiñó mis mejillas.

—No quise molestarte—Di marcha atrás, pero sujetó mi muñeca—. Pensé...

—¿Qué? —Se giró y me miró con una sonrisa arrogante—. Sabías exactamente lo que sucedería cuando entraste por esa puerta. Dilo, cariño.

Ya no había retorno ni oportunidad para el remordimiento. Había llegado demasiado lejos.

—Quiero que me folles—susurré.

Me arrinconó contra la pared de cristal y luego pasó mi pierna alrededor de su cadera. Su boca se cernió sobre la mía, respirando entre dientes mientras me penetraba lentamente. Lo rodeé con mis brazos y arrastré mis largas uñas por su espalda húmeda. Aleksi siseó de placer. Mantuvo las manos en mis caderas y mis pechos rebotaban con cada embestida. Era implacable con sus empujones. No me dejaba respirar. Me mareaba y me excitaba en partes iguales. No podía pensar.

—Me encanta lo grandes que son tus tetas—Inclinó la cabeza y chupó mis pezones con el agua de la ducha—. Un día me las voy a follar, pero no hoy—Regresó a mi boca y gimoteé—. Un día, cariño, reclamaré cada parte de ti. Eso incluye esto—Tiró mi labio con sus dientes y palmeó mi trasero—. También esto.

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Aleksi

Los tacones de Alina resonaron mientras sostenía una pila de papeles y trataba de seguirme el ritmo. Chequeé la hora en mi reloj sin mirar a la mujer que buscaba desesperadamente mi atención. Las festividades se acercaban y tenía que sacarle provecho a pesar de mi opinión sobre el puto consumismo. Mis casinos y hoteles ofrecían los mejores servicios para las dichosas fechas. Había celebrado año nuevo desde que asumí como Pakhan y no cambiaría mis planes. Quería organizar algo grande.

—Sé que no estamos en los mejores términos—empezó Alina—. Pero podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a ambos.

Fruncí el ceño mientras me quitaba la chaqueta del traje y aflojaba la corbata.

—He cancelado el contrato matrimonial—dije mientras encendía la laptop y me ponía al día con las cuentas—. Quédate con el anillo. No me interesa conservarlo.

El sonido de sus sollozos me hizo frotar las sienes.

—Nunca te tomaste la molestia de decírmelo tú mismo. ¿Sabes cómo me sentí cuando vi tus fotografías con ella? La trajiste al casino y la presumiste ante el mundo. ¡Me dejaste en ridículo!

No íbamos a funcionar de todos modos. Alina era demasiado volátil y su personalidad chocaba con la mía. Era autoritaria y con las opiniones más absurdas. Era salvaje, temperamental y caprichosa. Bella, en cambio, era inocente, dulce, paciente, divertida y agradable. La calma que necesitaba mi tempestad.

—Hablé con tu padre y ha aceptado una generosa suma de dinero por el desaire. Se ha terminado, Alina.

Las lágrimas brotaron de sus ojos azules y se sostuvo el estómago como si hubiera recibido un golpe. Mantuve el rostro en blanco e inalterable. Ella no me amaba realmente. Estaba molesta por la humillación y la entendía. Lo superaría y encontraría a alguien que llenara su vida vacía. Yo no era esa persona. Nunca lo fui.

—Tenía diez años cuando nuestros padres hicieron el acuerdo. Toda mi vida me han dicho que mi único propósito era ser tu esposa y ahí residía mi valor como mujer. Te he sido fiel desde el principio y te serví lealmente. ¿Ahora me haces a un lado por una chiquilla que nunca aceptará tal y como eres? —Se rió y se limpió las lágrimas—. Ella no soportará tu oscuridad, Aleksi.

—No quiero escucharte. Vete.

—Estás cometiendo un grave error —Le temblaban las manos cuando dejó de golpe los papeles en mi escritorio y me señaló con un dedo—. Los hombres de tu posición tienen muchas amantes. Mi padre es uno de ellos y yo pude manejarlo. No me molestaba que esa chiquilla estuviera en tu cama mientras yo fuera tu esposa—Chasqueó la lengua—. Ella no fue hecha para ti, Aleksi. Me darás la razón algún día.

Se quitó el anillo del dedo y lo arrojó a mi pecho. Rebotó en el suelo como un pedazo de basura. La miré con una ceja levantada y una nueva ola de respeto. Tal vez no era tan estúpida como creía. Había un poco de orgullo en ella.

—Suerte con tu puta. El día que decida apuñalarte por la espalda no estaré aquí—Se dirigió a la puerta y me miró sobre su hombro—. Renuncio. Busca a otra imbécil que te organice los eventos.

Se retiró con un portazo que hizo temblar las paredes. Apreté las manos en puños y solté una respiración profunda. Caminé al minibar instalado en mi oficina para servirme un vaso de vodka. No quería darles importancia a sus palabras. Era una mujer resentida y herida, pero no pude evitar preguntarme si tenía razón. Si Bella me traicionaba algún día el jodido mundo ardería y me encargaría de que ella también.

Tomé de un trago la bebida y gruñí. No era momento para las inseguridades. Primero tenía que encontrar una secretaria que arreglara el desastre y sabía a quién recurrir. Llamé a Fredrek y le comenté que estaba en apuros. Cassie nunca aceptaría ayudarme, pero ella tenía una debilidad por su padre y negarle algo no era una opción. Era una buena organizadora de eventos. La fiesta sería un éxito sin ayuda de Alina.


Mi día trascurría con agonizante lentitud. Encontré algunas incoherencias en las cuentas bancarias y los números no cuadraban. Prefería prevenir para evitarme este tipo de errores y por eso tenía cuatro contadores a mis servicios. El trabajo de Lev había sido impecable a pesar de nuestras indiferencias y sabía que podía confiar en sus informes. La única infracción cometida estaba hecha por un novato.

No quería desperdiciar mi noche en él así que le solicité a Viktor que hiciera el trabajo sucio. La búsqueda de Aleksander todavía era un fracaso y me frustraba esa rata escurridiza. En cuanto a Igor se había tomado vacaciones en Miami con su joven amante. Tan estúpido. Perdía el tiempo en una mujer mientras sus negocios se caían a pedazos. Mi mente divagó hacia Bella un segundo y pensé que por ella también perdería la maldita cabeza.

—No me agradan los cambios de acontecimientos —Le dije a Viktor, sacudiendo el polvo invisible de mi chaqueta—. Los movimientos de Igor están siendo descuidados. ¿Cómo pudo ignorar lo que sucedió hace un par de días? La policía tiene un arma en su culo.

Viktor me miró brevemente a través del espejo retrovisor y aumentó la velocidad. Las Vegas estaba en pleno apogeo durante la noche. Más brillante y vibrante que nunca. Era una locura durante las festividades.

—Ha dedicado gran parte de su vida a los negocios. Es predecible lo que intenta hacer—respondió Viktor—. Solo quiere disfrutar la pequeña familia que ha formado. Sé que el embarazo de su novia lo tiene ilusionado.

Resoplé una carcajada. Tenía un pie en la tumba. No quedaría jodidamente nada de su legado si no actuaba con prudencia. Yo no era su único enemigo. Los irlandeses no permitirían que el viejo decrépito disfrutara de su luna de miel.

—Él no estaría tan relajado si no estuviera seguro. Algo está escapando de mis manos, Viktor. Solicita una cita con Connor Claymore mañana mismo.

Mirando las luces de la ciudad, me di cuenta de que no me esperaba este dilema. Ni una sola vez se me había cruzado por la cabeza llegar a un acuerdo con los irlandeses, pero los negocios eran como una partida de ajedrez. Igor movió sus piezas antes de que me diera cuenta y ahora necesitaba una nueva estrategia para garantizar el jaque mate perfecto.

—Sí, señor.



En el segundo en que atravesé la puerta, ella era la persona más notable en la habitación. Su cabello castaño estaba atado en una coleta y la minifalda subía hasta sus muslos cada vez que se movía. Un tic se movió en mi mandíbula al pensar que cualquiera de mis hombres pudo verla así. Odiaba su ropa. Bella arregló los regalos bajo el árbol cuando se percató de mi presencia y soltó un grito ahogado.

—¡Deja de hacer eso! —protestó con un mohín y regresó a su trabajo—. Me darás un infarto la próxima vez y soy muy joven para morir.

—¿Qué dije sobre las faldas?

Soltó un pesado suspiro y se giró para enfrentarme con el ceño fruncido. La posesividad me recorrió mientras miraba sus tetas y su ombligo en exhibición. Ella quería matarme. La muy descarada.

—Es cómoda y me gusta como luzco en ella—musitó y elevó la barbilla—. Es muy egocéntrico de tu parte pensar que me visto para ti.

Contuve la sonrisa. A veces era tan estúpidamente testaruda e ingenua. Su altanería me daban ganas de doblegarla a mi voluntad y recordarle que yo era dueño de cada parte de su cuerpo.

—La vida de mis hombres dependen de ti, Bella.

Arrugó la nariz.

—Dios, eres un completo imbécil.

Me dio la espalda, haciendo el intento de ignorarme, pero la rodeé por detrás y hundí mi rostro en su cuello.

—Iremos juntos a la fiesta de año nuevo que organizaré en mi casino—mascullé—. Necesito que estés armada ese día.

Se tensó.

—¿Qué?

La solté y le hice señas para que me siguiera. Se sentó a mi lado en el sofá y abrí el maletín. Dentro había una pequeña pistola de bolsillo. Era gris y liviana. Encajaría perfectamente entre sus dedos. Bella estaba atónica y confundida. No fue fácil tomar esta decisión, pero ella era mi mujer y no quería que estuviera desprotegida.

—Viktor te enseñará a disparar mañana. Espero que no seas tan estúpida para usar sus balas en la persona equivocada.

Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y la miré en silencio mientras sacaba el arma del maletín. Estaba jodidamente duro por su descaro y su actitud desenfrenada. Se sentó en mi regazo como si toda esta situación fuera una broma y apuntó mi sien.

—¿Y si te disparo justo ahora? —preguntó.

Alcé una ceja.

—Inténtalo.

Ella apretó el gatillo y se echó a reír cuando sonó un simple clic.

—Boom —Me susurró al oído—. Estás muerto, Kozlov.

La observé en silencio, reparando sus pecas, sus ojos azules brillantes, largas pestañas espesas y cómo se mordía el labio inferior. Un gesto nervioso que no tenía nada que ver con la confianza que intentaba aparentar. Yo aún la asustaba. Le arrebaté el arma y busqué la única bala que había conservado en mi bolsillo.

—¿Qué estás haciendo? —balbuceó.

—¿Quieres matarme? —pregunté cargué la pistola—. Adelante. Hazlo.

Su rostro se puso pálido por la conmoción.

—Estás loco. ¡No voy a dispararte!

La agarré por el cuello y la obligué a apuntarme. Sus ojos se llenaron de lágrimas y por más que trataba de retenerlas, están caían y empapaban su blusa. Se veía aterrorizada. Tan hermosa y noble.

—Arruiné tu vida—dije cerca de sus labios—. Tienes la oportunidad de acabar conmigo. ¡Hazlo!

Sus dedos temblaron en el gatillo. El miedo y el dolor se apoderaron de su rostro. Hubo un breve segundo de silencio antes de que fuera interrumpido por una fuerte bofetada en mi mejilla. Bella soltó el arma como si la quemara y me miró con furia.

—Nunca te haría eso. ¿Sabes por qué? —escupió—. Porque nunca seré un monstruo como tú.

Lanzó la pistola en el maletín y subió las escaleras corriendo. La satisfacción que sentía ahora mismo era inmensa. Ella me odiaba, pero se odiaba más a sí misma por anhelarme y desearme. Por... quererme.

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