Capítulo 2
Bella
Siempre había anhelado mi libertad más que cualquier cosa en este mundo. Dormía pensando que un día tomaría el autobús que me llevara a Los Ángeles y que lucharía hasta conseguir mi propósito. Deseaba que Isaiah dejara de ser una molesta piedra en mi camino, pero no así. No quería quedarme con la imagen de él muerto en el sucio piso manchado de cerveza. La niña ingenua dentro de mí creía que se disculparía por tantos años de dolor y diría que amaba a su manera.
Ahora todo eso era un sueño lejano. Me libré de un abusador, pero a cambio terminé en manos de un asesino. Vi a mi futuro disolverse como humo en el viento. Ya no tenía nada excepto mi vida. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras mi cuerpo tiritaba y era guiada a un lujoso auto. El mismo que estaba al acecho más temprano. Oh, Dios. Era él. ¿Cuánto tiempo estuvo acosándome?
—Por favor, déjame ir—sollocé y me detuve en la puerta abierta del auto—. Por favor, por favor, por favor...
Sin responder, me agarró por los hombros y me forzó a mirarlo. Tenía una expresión aburrida, como si nada más le importara. Mis súplicas no le importaban. Yo era su juguete. Uno que iba a romper.
—Por favor... —repetí—. Juro que no le diré nada a la policía. Lo juro.
Presionó un dedo sobre mis labios secos y agrietados. Estaba temblando de pies a cabeza. Tan destrozada como mi maltratado corazón.
—A partir de ahora no importa nada de lo que digas —Su voz sonó plana, carente de emoción—. Eres mía, olvida tu antigua vida. Me perteneces desde este momento y si te rehúsas te mataré. ¿Entiendes?
Mis tripas se revolvieron ante la violencia que provocaban sus palabras y vomité en la acera más cercana. Era aterrador estar a merced de alguien tan poderoso como él. Desaparecería y nadie se preguntaría que había sucedido conmigo. Tal vez Josephine, pero ella no podría hacer nada al respecto. Estaba sola. No tenía salvación.
—Vamos —instó.
Planté mis pies en el suelo negándome a obedecer.
—Mira, los asuntos de mi padre no me importan. Te prometo que olvidaré que lo mataste si me dejas ir—sollocé—. Solo déjame ir.
Esta vez no fue amable. Levantó mi cuerpo sin esfuerzo y me aventó dentro del auto sin delicadeza. Reboté en el asiento trasero, llorando por la vida que me había tocado y había perdido. No era la mejor, pero era mía. Ahora no tenía nada.
—Esto no está bien—dije entre lamentos—. Oh, Dios. No está bien
El conductor me observó un breve segundo a través del espejo retrovisor. Sus ojos no lucían crueles. Había una pizca de empatía allí y me pregunté si era capaz de ayudarme. Claro que no. Era servidor y cómplice del monstruo a mi lado. No se arriesgaría por una chiquilla sin hogar.
—Escucha, cariño—espetó el desconocido y el auto se puso en marcha—. Puedo matarte ahora mismo y luego tirar tu cuerpo a un basurero. ¿Quieres eso?
A pesar de mi pánico logré negar con la cabeza.
—Tendrás que seguir cada una de mis reglas si quieres vivir —masculló y levantó tres dedos —. Primera regla: nunca intentes huir. Segunda regla: nunca me mientas. Tercera y última regla: deberás acceder a todos mis caprichos. Si rompes una de ellas, te romperé a ti.
Asentí y me mordí el labio reprimiendo mis sollozos. No era estúpida, sabía exactamente lo que este hombre quería de mí, no me llevaría a su casa para hacer las labores domésticas. Por la forma que me miraba, era obvio lo que deseaba. No era tan diferente a Clint después de todo. ¿Qué haría conmigo? ¿Me obligaría a trabajar en un prostíbulo? Oh, Dios. Oh, Dios.
—No te haré daño —Su voz ronca sonó amable por un momento—. Si te comportas, seré bueno.
Él intentaba no asustarme, aunque eso era imposible. Estaba horrorizada hasta la médula, no podía evitar verlo como un monstruo. Un monstruo que me estaba alejando de todo lo que conocía. Me preparé para el dolor y la inevitable tortura que vendrían después.
—No te serviré de nada. No sirvo para nada—susurré con la voz rota—. Por favor, llévame a casa. Juro que recogeré mis cosas y desapareceré. Nadie sabrá de mí. No te delataré a la policía—Junté ambas manos y sollocé—. Me llevaré el secreto a la tumba si me dejas ir.
Sus ojos se volvieron de un tono más oscuro.
—Eres muy valiosa para mí en muchos sentidos, Bella. Tu nuevo hogar es estar a mi lado.
Me dediqué a llorar durante el trayecto del viaje. Desconsolada, rota y tan vacía. El desconocido se mantuvo en silencio, dejándome tener ese momento de dolor. Me faltaba el aire por el pánico. Mi corazón parecía a punto de estallar y exhalé varias veces pensando que estaba acabada. Él me violaría o me vendería. No lo sabía con exactitud, pero mi vida había terminado. Mis sueños fueron destruidos.
Yo, Bella Elizabeth Foster, estaba muerta.
🐦
Me desperté cuando sentí gotas de lluvia salpicando mi rostro. No tenía idea de cuánto tiempo había durado el viaje, pero sabía que habíamos llegado. El agua fresca me empapó mientras el desconocido me sostuvo entre sus brazos y me guiaba dentro de una mansión. Nuestras miradas se conectaron y temblé. La primera vez que miré sus ojos había pensado que eran hermosos. Ahora odiaba el verde. Lo odiaba desde que descubrí quién era realmente.
Un asesino. Un acosador. Un psicópata. Un bastardo que se creía dueño de mi vida y había amenazado con matarme si me negaba a ceder. Tenía suficiente dinero para hacer que mi secuestro fuera ignorado por la justicia y mi alma olvidada. Bella Foster ya no existía.
Los temblores en mi cuerpo se detuvieron una vez que ingresamos a la cálida habitación y mi secuestrador me dejó con cuidado al suelo. Me sorprendió que fuera suave cuando no le tembló las manos para matar a mi padre.
—¿D-dónde estoy? —tartamudeé, observando mi entorno.
La mansión era del tipo que se veía en las películas. Las paredes eran de cristal y podía ver a través de ellos. Los suelos eran de mármol, elegantes y relucientes bajo las luces. Había una gran, larga y amplia escalera delante de mí. Admiré los techos altos, las grandes ventanas y valiosas obras de arte. Todo era impresionante. Me sentí como Bella cuando fue raptada por la Bestia. Sin embargo, esto no era cómo un cuento de hadas. Era una pesadilla.
—Bienvenida a tu nueva casa.
—¿Mi nueva casa? —balbuceé—. Quiero ir a la mía, por favor.
Este lugar nunca sería mi hogar. No iba a ceder tan fácilmente. Iba a escapar cuando tuviera la primera oportunidad. Mirando a través del cabello que caía sobre mi cara, lo vi dar un paso cerca de mí. Tomó mi barbilla entre sus largos dedos y una lágrima cayó por mi mejilla.
—Esta es tu nueva casa ahora —me miró con desdén—. No irás a ningún lado. Recuerda cada una de mis reglas. Puedo volver de tu vida un infierno o simplemente matarte si decides romperlas.
Tragué el nudo en mi garganta y asentí. Mirando sus ojos, me sentí más intimidada. No sabía cómo sentirme. Mi mente todavía estaba impactada con todo lo que había ocurrido. Mi vida cambió drásticamente en menos de veinticuatro horas. ¿Para bien o para mal? No lo sabía, muy pronto iba a descubrirlo.
Bienvenida al infierno, Bella.
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El desconocido me guio hasta una habitación. Lo seguí en silencio, sin hacer comentarios. Era mejor mantener la boca cerrada. Si continuaba llorando me ganaría su ira y no quería empeorar la situación. Tenía que evaluar mis opciones antes de hacer un movimiento. Un solo error y estaría muerta. Este hombre no era un vagabundo al azar. Mató a mi padre y Clint a sangre fría. ¿Quién podía asegurarme que yo sería la excepción?
Vi cómo su elegante figura se movía con una gracia que no debería ser posible. Era muy alto y se había quitado la chaqueta arremangando su camisa hasta los codos. El olor de su perfume era agradable y refrescante. Nada repulsivo como el hedor al que estaba acostumbrada cuando vivía con mi padre. No sentí dolor mucho menos lástima mientras pensaba en mi progenitor. Ese bastardo me había puesto en esta situación en primer lugar y nunca lo olvidaría. Él pagó por las consecuencias de sus actos.
—Entra —ordenó cuando abrió una puerta.
Obedecí con pasos temblorosos y miré con detenimiento mi nuevo entorno. Las paredes estaban pintadas de blanco. Había una cama King en el centro. Era enorme con almohadas y mantas. Una televisión con numerosas películas se asentaba delante de él. También había cuadros y el armario más grande que había visto en mi vida. Pero nada se comparaba a la hermosa vista que tenía frente a mí. Dos puertas acristaladas conducían hacia un balcón. Mi aliento se atascó en mi garganta mientras me acercaba y se me llenaron los ojos de lágrimas cuando vi el jardín. No tenía palabras para describir lo hermoso que era. Me recordó a mis momentos con Josephine y la florería. Los únicos dónde había sido realmente feliz.
—Sé que te gusta la jardinería y todo lo relacionado a las flores—Habló en mi oído y sentí un escalofrío recorrerme—. Si te comportas prometo que podrás visitarla todos los días. ¿Te gustaría?
La ira encendió mis mejillas y me limpié las lágrimas.
—No soy un perro—escupí, enfrentándolo.
Me miró con una sonrisa burlona y un brillo aterrador en los ojos. Le gustaba esto. Mi lucha.
—No, pero eres mía. Soy tu dueño desde que tu padre decidió usarte como el pago de una deuda—Siguió el rastro de la siguiente lágrima que cayó por mi mejilla—. No tienes a nadie, solo a mí. Soy tu única opción. Soy tu salvación y tu destrucción. Puedo ser tu héroe o el villano si me desafías.
Mis músculos se tensaron y volví mi atención al jardín. La cantidad de flores que llenaba el patio entero era innumerable. Había tanta variedad que me gustaría apreciar y contar cada una. Josephine amaría estar allí.
—¿En qué mundo vives? No tengo precio, no puedes comprarme.
—Oh, pero lo hice —dijo la bestia—. ¿Sabes cuánto dinero me debía tu padre? Cincuenta mil dólares. Eso es lo que valías para él, cariño. Si me preguntas, es una cantidad mediocre porque concuerdo contigo. No tienes precio.
Mi mente voló en una furia ciega y el desprecio que sentía hacia Isaiah creció con una crueldad que nunca había experimentado antes. Esa parte oscura de mi corazón se alegraba de que hubiera recibido su merecido. Él estaba muerto y yo tenía la oportunidad de recuperar mi vida. No iba a conformarme con esto.
Encontraría una escapatoria.
—Te vi—susurré—. Fuiste a la florería y luego me perseguiste con tu auto. ¿Cuánto tiempo llevas planeando mi secuestro?
El sonido de su risa me puso la piel de gallina. Era baja y ronca.
—Investigué a tu padre antes de cederle el préstamo. Me enseñó una fotografía tuya como garantía y desde ese momento te deseé—Tocó un mechón de mi cabello y me aparté con brusquedad—. Le di un mes para pagar la deuda y no lo hizo. Entonces decidí tomarte a ti a cambio. Fue una gran inversión.
—Eres un monstruo.
—Soy un hombre de negocios—respondió y dio un paso atrás—. Aquí tendrás todo lo que necesitas. Prometo que no te faltará nada y seré agradable siempre y cuando correspondas mis acciones de buena fe. La paciencia es una virtud y yo carezco de ella. No me presiones porque no te gustará asumir las consecuencias.
Con eso se apartó y se dirigió a la puerta, saliendo y dejándome sola. Me tumbé en la cama abrazando una almohada. Era una prisionera. Cualquier pensamiento de mí como persona libre debía ser descartada. Incluso si lograba huir estaba segura de que él me perseguiría y me encontraría. Me tragué las lágrimas y presioné una mano sobre mi pecho. Que Dios me ayudara y que mis planes salieran bien. Yo no iba a estar aquí mucho tiempo.
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Me metí en la tina de agua tibia y burbujas. Mi cuerpo lloró de alivio mientras frotaba el jabón por mi piel sucia. El olor a lavanda inundó mi nariz y pensé en lo bien que se sentía tener un baño decente después de tanto tiempo sufriendo hipotermia en invierno por la falta de calefacción en mi antigua casa.
No tenía idea de cuantas horas había pasado. No encontré ningún teléfono a mi alcance por lo que era imposible comunicarme con Josephine. Sabía con seguridad que ella se pondría en contacto con la policía cuando empezara a notar mi ausencia en el trabajo. Tal vez iría a mi casa y encontraría los cadáveres. Me lavé el pelo y negué con un pequeño sollozo. Probablemente mi captor se encargó de limpiar cualquier evidencia de mi desaparición. Era una chica olvidada. Nadie peleaba por mí excepto yo misma. Siempre luché sola y eso nada cambiaría.
Cuando terminé el baño me paré frente al espejo con una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo. Unos pálidos ojos azules y cansados me devolvieron la mirada. Era como si años de sufrimiento pesaran en mi rostro. Las pecas en mi nariz eran notables y mi cabello castaño lucía más oscuro por la humedad. Tenía los pechos demasiados grandes. Eran lo primero que muchos hombres notaban cada vez que me miraban y llegué a odiarlas. Solo quería ser invisible a la vista. No quería ser sexualizada ni degradada. Cubrí el espejo con una toalla de repuesto y pensé cuales serían las siguientes acciones de mi secuestrador. ¿Violación? Tendría que matarme primero porque nunca me entregaría a él de buena gana. Nunca le daría esa satisfacción.
Busqué un arma en el cuarto de baño, pero no había nada útil. Era un tipo precavido e inteligente. Me di por vencida y regresé a mi habitación asignada. Abrí el armario de un tirón. Jamás había visto tanta ropa y zapatos. Vestidos, abrigos, pantalones, chaquetas, faldas. Alcancé una prenda del perchero y no me sorprendió ver que era de mi talla. Bastardo repulsivo.
Mi orgullo no quería usar nada de él, pero la única ropa que había traído conmigo estaba sucia. Rápidamente opté por unos pantalones jeans negros y un suéter. Los zapatos eran lindos. Odiaba que me gustara tanto. Culpé a la pobreza y a la carencia de comodidades a la que había sido sometida desde que era una niña. Isaiah me arruinó la vida. Incluso muerto sigue haciéndolo. Un golpe me sobresaltó y me puse rígida en la cama. Le puse el seguro a la puerta porque temía que él entrara e hiciera conmigo lo que quisiera. Obviamente nada le impedía tomarme a la fuerza. ¿Qué pretendía?
—Soy Dorothea—La voz femenina sonó suave y paciente—. Estoy aquí por órdenes del señor Kozlov. Me pidió que la llevara al comedor. Supongo que está hambrienta.
Mi estómago gruñendo era una confirmación, pero hice caso omiso y me concentré en lo que había dicho. ¿Señor Kozlov?
—No tengo apetito—mentí.
Hubo una breve pausa.
—Me imagino que todo esto es muy difícil para usted, pero le recomiendo seguir las órdenes de nuestro señor. Amenazó con venir él mismo si se negaba.
Apreté mis puños en las sábanas. Claro que lo hizo.
—Un minuto.
Me levanté de la cama y le quité el seguro a la puerta antes de abrirla con mucho cuidado. La mujer que me recibió rondaba cerca de cincuenta años. Tenía un aspecto amable y cariñoso. Canas cubrían su cabello y vestía una modesta ropa con un rosario en el cuello.
—Así que es usted es Bella... —Me tendió la mano y dudé en aceptarla—. Lamento conocerla en estas circunstancias.
Sus palabras me conmovieron, pero no me engañaría. Yo no confiaría en una persona que trabajaba para ese monstruo.
—Hola.
Hizo un ademán y la seguí por los extensos pasillos. Las paredes carecían de cuadros familiares. Había esculturas, jarrones, flores, pero nada que me dijera sobre quién era realmente el señor Kozlov.
—Supongo que prefiere privacidad—comentó—. La llevaré a la cocina para que se sienta más a gusto.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué importa de todos modos? Me ha secuestrado.
Sus hombros se tensaron.
—El señor Kozlov es... —soltó un suspiro y continuó caminando—. Puede que sus acciones sean muy cuestionables, pero estoy segura de que hará su vida mucho más fácil a partir de ahora. No podía creerlo cuando me contó las razones de por qué está aquí.
Me reí sin un gramo de humor.
—Dios, me ha traído a esta casa en contra de mi voluntad y dice ser mi dueño. ¿Qué está bien con eso? Es un psicópata sin escrúpulos.
Dorothea no me contradijo.
—¿No lo era su padre también?
—¿Eso lo hace mejor?
—No—concordó—. Pero sabemos que no sucederá nada bueno si se opone. Solo no luche y dele una oportunidad. Tal vez cambie de opinión si llega a conocerlo.
Lo dudaba.
—¿Quién eres?
Me miró sobre su hombro.
—Alguien que ha visto su lado más humano antes de que se convierta en lo que es actualmente.
Un monstruo...
Cuando llegamos a la cocina no podía dejar de admirarla. Los armarios de madera oscura llenaban las paredes con electrodomésticos de acero inoxidable. La zona del comedor era tan grande que fácilmente podía alimentar a dos familias. Los ventanales ocupaban la pared, permitiendo que la luz de la luna pasara en todos los ángulos.
Dorothea me pidió que me sentara en la mesa. Luego puso un humeante plato caliente frente a mí. Era espagueti acompañado de albóndigas y salsa roja. Mi estómago gruñó con aprobación y casi me eché a llorar allí mismo. No había engullido nada decente en mucho tiempo.
Josephine muchas veces se ofrecía a alimentarme, pero me negaba a aceptar un bocado porque no quería preocuparla. Ella tenía sus propios problemas con los que lidiar. Isaiah, por el contrario, llevaba comida vencida a la casa y yo me encargaba de prepararla. No había suministros suficientes en la nevera. Todo el dinero se lo gastaba en cervezas baratas o drogas. Por algo estaba tan flaca, mis costillas eran visibles debido a la falta de alimento.
—Puede comer lo que quiera—dijo Dorothea mirándome con afecto—. ¿Tengo permitido tutearla?
Asentí y enredé las pastas alrededor del tenedor. Esta mujer no tenía la culpa de que mi vida fuera una tragedia. No había razón para ser grosera con ella. La albóndiga era caliente y deliciosa. Tragué grandes porciones y no me importaba parecer una muerta de hambre. No iba a desperdiciar la comida.
—Él no me dejará ir, ¿verdad? —Hablé con la boca llena mientras Dorothea volvía a llenar mi plato vacío y me servía un fresco zumo de naranja.
—Es imposible que Aleksi cambie de opinión.
Me atraganté.
—¿Quién es Aleksi?
Sonrió.
—El señor Kozlov. El responsable de que estés aquí.
Oh.
Mi mente memorizó su nombre y pensé que era bonito y poco común. No lo había escuchado antes.
—Noté un acento en su voz—comenté—. No pude distinguirlo.
Dorothea se sentó en el taburete libre a mi lado y me observó comer.
—Vivió en Estados Unidos gran parte de su vida, pero nació en Rusia. Moscú para ser precisa.
Eso tenía sentido. No había visto a un hombre como él nunca en Las Vegas. Era irreal.
—Mató a mi padre y a su amigo sin parpadear. Así que asumo que su profesión no es muy honesta. ¿Está relacionado a la mafia?
—La Bratva, sí.
Se me complicó digerir la comida y tosí fuerte. La mujer a mi lado me palmeó la espalda. Dios mío. La bratva. No conocía mucha información al respecto, pero por lo poco que había oído de él sabía que era una de las organizaciones criminales más peligrosas. Las Vegas y sus casinos estaba plagado de ellos. Mi padre fue lo suficientemente estúpido para involucrarse con uno y creer que saldría ileso.
—¿Quieres un consejo, Bella? —preguntó Dorothea y la dio sin que la pidiera—. No intentes huir, mucho menos pelees. Eres una chica muy lista y estoy segura de que sabrás cómo sobrevivir a tu nueva vida. Todos en la mansión servimos a Aleksi y somos leales a él. Si le pides ayuda a cualquier miembro del personal no dudará en delatarte y cualquier plan que tengas en mente será saboteado. No confíes en nadie, ¿de acuerdo? No tienes amigos ni aliados aquí.
Capté el mensaje de inmediato y bebí un trago de mi zumo en silencio. Desde el principio había asumido que estaba sola. Yo no tenía oportunidad contra un líder de la mafia rusa. Era solo una chica desamparada. La decisión más sensata era permanecer en esta mansión, pero mi dignidad como mujer me impedía a aceptarlo. Era una persona, no una prisionera.
—Lo siento mucho—musitó Dorothea y sonaba sincera.
—Está bien, no es tu culpa. Agradezco tu sinceridad.
Cuando terminé de comer, recogí los platos con intenciones de lavarlos, pero Dorothea me detuvo.
—No es necesario que hagas eso.
—Si me quedaré aquí es lo mínimo que debería hacer—dije. Mi padre siempre me ordenaba que limpiara después de comer. Yo era como una sirvienta y estaba acostumbrada.
Dorothea me tomó de la mano.
—De ninguna manera harás nada—sonrió—. Puedes ir a tu habitación o explorar la mansión. ¿Te gusta leer?
—Me encanta—admití.
Había terminado la primaria y la secundaria, pero nunca había tenido la oportunidad de asistir a la universidad. Mi padre decía que mi único deber era servirle. Yo conocía muchas cosas del mundo gracias a los libros. Ellos me permitieron soñar.
—Hay una biblioteca en la mansión—Me guiñó un ojo—. Ven, déjame mostrártelo.
—Sería genial, pero prefiero descansar. No tengo ánimos.
—Por supuesto, querida—Dorothea me apretó el hombro—. Descansa.
🐦
Mi mente estaba agotada. Pasé horas preguntándome cómo huiría mientras examinaba el territorio desconocido. En cuanto vi a los hombres en cada esquina de la mansión supe que escapar era una tarea imposible. La seguridad era alta con cámaras de vigilancia y drones volando por la zona.
Hacer el intento ahora sería muy estúpido y era poco probable que saliera con vida. Lo adecuado era ganarme la confianza de Aleksi. El problema era que no sabía cuánto tiempo me tomaría. Si él quisiera matarme ya lo habría hecho antes. Cuando nos vimos por primera vez en la florería me miró con cierta fascinación mientras me explicaba el significado de la Rosa Julieta. Podría sacarle provecho a la atracción que sentía por mí.
Ahora debía aprender a gestionar mis miedos. El hombre me aterrorizaba y hablar en su presencia me convertía en una cobarde llorona. Tomé aire y la dejé salir. Había sobrevivido durante dieciocho años los constantes abusos de Isaiah. Podría superar esto. Lo tenía en mi sangre.
Al llegar la noche, uno de sus matones tocó mi puerta y me obligó a salir. Por la forma en que operaba y todos parecían temerle era muy probable que tuviera el mundo a sus pies. Él podía comprar y deshacer la justicia a su antojo. A mí no me quedaba más remedio que aceptarlo. Al menos por ahora.
—Adelante—La voz con grueso acento ruso ordenó y después fui impulsada dentro de una oficina.
Frente a mí se encontraba el hombre que me había arrebatado mi poca libertad. El bolígrafo en su mano dejó de escribir los papeles antes de que centrara en mí. Contuve el aliento mientras me escrudiñaba de pies a cabeza. Sus ojos verdes hicieron una evaluación completa de mi cuerpo y se mordió el labio. Me temblaron las manos. Me sentí como un pedazo de carne.
—¿Ha sido de tu agrado? —inquirió.
—¿Qué?
—La ropa.
Me encogí de hombros.
—No importa si me gusta o no.
Su sonrisa se expandió y se puso de pie antes de posicionarse contra el borde del escritorio. Fue mi turno de mirarlo. Era atractivo. Más de lo que me gustaría admitir. Cabello castaño, ojos verdes, brazos musculosos y la tinta que se asomaba en su cuello. Era mayor. Quizás unos siete años de diferencia. No entendía porque me había escogido a mí. Podía tener a quién quisiera. Yo no era nadie.
—Exacto. Perdiste cualquier derecho cuando tu padre decidió usarte como el pago de una deuda.
—¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres de mí?
Sus ojos verdes se fijaron en mis pechos y me sentí asqueada. Solo era eso para la mayoría de los hombres. Una cara bonita y un par de tetas grandes. Nunca había tenido sexo por esa razón. Quería sentirme cómoda e importante en mi primera vez. No un objeto desechable.
—Lo hago porque puedo. Fui bastante claro con mis intenciones. Te quiero a ti.
Mi cuerpo se tensó con rabia e indignación.
—Tendrás que obligarme —espeté con la frente en alto—. Porque no tendrás nada de mí por voluntad propia. No te daré nada, maldito psicópata.
Su mano se movió rápidamente y me rodeó la garganta con los dedos. Apretó duro hasta que el suministro de aire empezó a fallarme. Las estrellas salpicaron mi visión y las lágrimas amenazaban con salir. Intenté luchar, pero la oscuridad en sus ojos me impidió hacerlo. Era capaz de quebrarme el cuello.
—La primera etapa es la negación y luego viene la resignación—Acercó su nariz a mi cabeza y aspiró el aroma de mi pelo—. Ya te he dicho que soy tu mejor opción, cariño. Puede que ahora me desprecies y lo entiendo, pero pronto te darás cuenta de que te hice un favor.
—No te pedí nada—jadeé.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Tal vez no, pero me debes la vida. Tu padre pretendía venderte de todos modos. Escuché que fuiste ofrecida a los mejores prostíbulos de Las Vegas—Su agarre se aflojó y me acarició la mejilla—. ¿Te imaginas qué hubiera ocurrido si yo lo permitía? —Me habló al oído—. Vendida día y noche. Drogada mientras te follan hasta la muerte.
Me atraganté con un sollozo y finalmente me soltó. Tosí, tratando de recuperar mi aliento, mi garganta ardiendo de dolor. Lo miré en shock.
—Sigue adelante con tu acto de valentía, no me importa—dijo, su voz carente de empatía—. No olvides que soy un hombre impaciente y habrá consecuencias—señaló la puerta—. Lárgate de mi puta vista.
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