Capítulo 16
Bella
Desperté sobre una cama cálida. Tenía los párpados pesados, el cuerpo entumecido. Me tomó horas acostumbrarme a las turbulencias. Traje las sábanas contra mi pecho y observé la ventana ovalada que enseñaba el cielo oscuro. No recordaba haber venido a la habitación por mi cuenta. Ni siquiera sabía que había una.
Me levanté con cuidado mientras miraba el pequeño espacio. Había una televisión de pantalla plana, dos sillones de cuero, una repisa con libros y una mesita llena de aperitivos. Destapé la botella de agua y tomé un trago. Me dolía la cabeza. No estaba acostumbrada a los viajes tan extensos. Me sentía exhausta.
Quería relajarme y pensar en que había logrado mi cometido. Aleksi prometió que disfrutaría de un tour en la ciudad. Él no veía la manipulación detrás de mi inocente propuesta. Sería la primera de muchas. Pronto se convertiría en mi peón. Lo tendría comiendo de la palma de mi mano y cuando se diera cuenta sería tarde.
Un rayo iluminó el cielo y luego un fuerte estruendo sacudió las paredes. Grité tan fuerte que incluso alteré a Aleksi que entró a la habitación con los ojos bien abiertos. Se había quitado la chaqueta y tenía la camisa arremangada hasta los codos. Apretó la mandíbula mientras cerraba la puerta detrás de él y me dio una expresión de muerte.
—¿Qué diablos está mal contigo? —preguntó.
Tragué saliva y señalé la ventana. Gotas de lluvias salpicaron el cristal. Había visto suficientes películas para imaginar un escenario aterrador donde los vuelos con tormentas no terminaban bien.
—¡Está lloviendo! —exclamé con una mano en mi pecho y un tono dramático—. ¿Qué pasará si nos estrellamos? No quiero morir joven. Oh, Dios. Soy muy joven para morir.
Aleksi puso los ojos en blanco.
—Cuento con pilotos profesionales. Nada malo sucederá —respondió—. Deja de ser ridícula y vuelve a dormir. Aterrizaremos en una hora.
Atrapé su codo antes de que abriera la puerta y lo abracé. Su cuerpo entero se puso rígido por el contacto inesperado. Juraría que los latidos de su corazón se detuvieron. El olor de su colonia era fuerte, embriagador. Me distraía de pensar en la tormenta que sacudía el mundo.
—Quédate—musité y levanté la mirada hacia él. Su rostro estaba desprovisto de cualquier emoción y sus ojos eran más duros. Pensé que me apartaría, pero en cambio me hizo retroceder hasta que caí en la cama y me aprisionó con su cuerpo. Tomó mis muñecas y las colocó encima de mi cabeza.
—Cuidado, cariño. No sabes lo que me estás pidiendo—dijo. Podía olerlo. Todo de él—. Me tomaré muy en serio la invitación. Y créeme, no quieres eso.
No. Yo quería llegar a su corazón. Tenerlo a mi merced. Demostrarle que no estaba por encima de nadie. Que era un hombre común con deseos que lo hacían débil. No era indestructible.
—Tú no sabes lo que quiero —Lo desafié.
Alzó una ceja, sus labios finos. El silencio se volvió denso y asfixiante. Su mirada era tan fría que me produjo escalofríos en la piel. Cometí un error al ser demasiado obvia con mis intenciones. Aleksi no era un idiota. Tenía la habilidad de leerme como un libro abierto.
—Sé todo sobre ti, Bella —Soltó mis muñecas y ahuecó mis mejillas con una mano—. Sé lo que quieres ahora mismo. Quieres dominio. Quieres poder. ¿Sabes cuál es la única forma de obtenerlo? Entrégame tu corazón y tu alma.
Le sostuve la mirada porque si la apartaba perdería la batalla. Él estaba obsesionado con la idea de tener algo que prometí nunca darle. Mantendría esa promesa hasta el día de mi muerte. Jamás ganaría esta guerra.
—Tienes mi cuerpo—musité—. Tienes mi sumisión.
Sacudió la cabeza y dio marcha atrás.
—No es suficiente. Quiero todo, cariño. Incluso esas partes que no me permites ver.
Entonces hizo su camino hacia la puerta y me dejó sola en la habitación.
Llegamos al amanecer. Los hombres de Aleksi sostenían paraguas sobre nuestras cabezas mientras avanzamos hacia un auto negro estacionado en la pista. Viktor nos abrió la puerta, apenas inmutándose por el aguacero. Lo saludé con una pequeña sonrisa que él correspondió dándome un asentimiento. Le tenía cariño. Me caía muy bien.
—¿Por qué no viajó con nosotros? —pregunté cuando entramos al auto y Viktor nos sacó de la pista.
—Negocios—dijo Aleksi sin dar muchas explicaciones. Su teléfono vibró y contestó en voz baja, murmurando palabras en ruso.
El aguacero no me impidió admirar el paisaje a través de la ventana. El campanario de una iglesia despertó a la ciudad durmiente con su escandaloso tintineo. Los transeúntes caminaban por los adoquines con sus paraguas. Pasamos por una plaza con higueras frondosas y muchos árboles de olivo. Era una novedad estar allí. Me parecía un sueño lejano. Hacía semanas vivía en condiciones precarias. Ahora estaba en tierras italianas. Todo era impresionante ante mis ojos. Roma era una ciudad llena de historia y una arquitectura exquisita. Si tenía suerte Aleksi me permitiría conocer el Coliseo. ¡Qué maravilla! Estaba emocionada.
Había visto la película Gladiador y era fan de Joaquín Phoenix por haber interpretado a uno de sus mejores papeles. Ya me hacía una idea de cómo había funcionado las arenas. Verlo de cerca años después sería un impacto que no olvidaría. Primero necesitaba una cámara.
Pasamos por calles angostas que nos dirigían a un puente. Vi más monumentos, obeliscos, iglesias y plazas. La excursión duró alrededor de diez minutos hasta que nos detuvimos en el estacionamiento subterráneo de un hotel. Cuando salí del auto sentí el impacto del frío. Aleksi me entregó el abrigo mientras me agarraba de la mano y subíamos al ascensor. Nadie se acercó a guiarnos. Él conocía muy bien el camino. Parecía que no era la primera vez que venía. Nos quedamos de pie uno cerca del otro, en absoluto silencio. Por supuesto que yo no podía mantener la boca cerrada.
—¿A qué hora empieza la acción? Ya sabes—Me encogí de hombros—. Cualquier cosa que hagan los mafiosos de tu clase.
Levantó una ceja, manteniendo los ojos al frente.
—¿Mafiosos de mi clase? —resopló—. ¿Qué crees que hago exactamente?
—Lo obvio. Tus negocios están lejos de ser honestos, haces tratos con personas que tienen tu mismo criterio y no te importa lastimar a inocentes. Demasiado ambicioso.
El sonido de su risa me produjo escalofríos.
—Esa es una buena lectura de mi carácter.
—Siento curiosidad—admití—. ¿Alguna vez intentaste dedicarte a otra profesión?
La atmósfera se llenó de tensión por mi comentario. ¿Acaso podía culparme por querer saber más de él? Dorothea me aseguró que no nació siendo un monstruo. Más rápido de lo que podría ser posible, Aleksi me inmovilizó contra la pared del ascensor con ambas muñecas colgando encima de mi cabeza. Mi respiración empezó a aumentar al compás del suyo.
—En la mafia no tienes opciones—Inclinó la cabeza y susurró cerca de mis labios—. Es aceptar lo que tienes o morir.
—¿No crees que la muerte es más aceptable si no puedes ser feliz?
Sus ojos eran dos piscinas verdes esmeralda.
—¿No es contradictorio decir eso para alguien que ama demasiado la vida? —Presionó su frente contra la mía y acarició mi mejilla con su fría palma.
—Hay una diferencia entre tú y yo, Aleksi. Nunca me conformé con la vida que me tocó. Siempre he deseado más. Tengo sueños—dije—. ¿Conoces algo más que no sea violencia y muerte?
Dejó salir una carcajada y luego gimió, apretándome más a su cuerpo.
—Sí—respondió—. Conozco la gloria cada vez que estoy dentro de ti.
El calor se precipitó a mi vientre.
—No me refería a eso.
Las puertas del ascensor se abrieron y me agarró del brazo. Sacó una tarjeta de acceso de su bolsillo y luego entramos al lujoso Pent-house. No tuve tiempo de apreciar nada porque en poco tiempo mi ropa estaba siendo desgarrada pieza por pieza. ¡Oh, mierda! El bastardo nunca se cansaba, pero me sorprendí a mí misma correspondiendo a su pasión. El sexo se había convertido en un ritual común entre nosotros. La mejor forma de conocernos.
Salté sobre su cuerpo con mis brazos alrededor de su cuello mientras Aleksi sostenía mi trasero con ambas manos y me colocaba encima de una mesa. Sus rasgos estaban toscos y acalorados en absoluta concentración a medida que me quitaba los zapatos y mis ajustados pantalones de cuero con mi tanga. Busqué su cinturón, tanteando la hebilla con manos temblorosas. Él me ayudó rápidamente al notar mi ansiedad. No estaba lista. Ni siquiera cerca cuando no hubo ni una sola prenda entre nosotros y me penetró de golpe.
—Oh, dios...—grité, suspirando y cerrando los ojos. Mi cuerpo se desplazó por la mesa y clavé mis uñas en los bordes de la madera—. Bendito dios...
—Bella...
Me incliné y le besé el cuello, el pecho, acaricié cada cresta dura de sus abdominales. Él me miró como si no pudiera creer lo que estaba haciendo. Como si no fuera real. No solía pronunciar mi nombre durante el acto, pero ahora no podía contenerse. Mi nombre fue lo único que gimió hasta que ambos llegamos juntos, destruyéndonos y condenándonos.
El leve aguacero golpeó las ventanas mientras Aleksi encendía un cigarro y descansaba mi cabeza en su pecho desnudo. Tracé con mis dedos la larga cicatriz de su pecho que llegaba hasta su cintura. El tejido era lo único que estropeaba su piel. Era blanca y gruesa. Me dolía con solo mirarlo.
Perdí la noción del tiempo. Habíamos tenido sexo durante horas. Solo hicimos una pausa cuando alguien tocó la puerta y nos trajo el desayuno. Las brasas del fuego en la chimenea iluminaba nuestros cuerpos desnudos. Era extraño, lo más normal que habíamos hecho. Quería quedarme así y sentirme segura entre sus brazos. Pero era imposible. Cuando se trataba de nosotros todo era imposible.
—¿Me dirás quién lo hizo? —musité.
Aleksi soltó una capa de humo y se burló.
—No quieres saberlo.
—Sí quiero—Me incorporé con las sábanas envueltas alrededor de mis pechos—. Te lo estoy preguntando por una razón. Sabes todo sobre mí. ¿No crees que debería ser recíproco? Quiero entender quién es el hombre que se empeña en demostrarme que es un monstruo.
Me agarró de la mandíbula, sus ojos firmes y distantes.
—Mañana no hará ninguna diferencia. Es parte de mi pasado y no me gusta recordar mi pasado —Me soltó y recogió su ropa del suelo.
Me desplomé en la cama con un pesado suspiro.
—Espero que haya quedado mucho peor que tú la persona que te hizo eso.
Se mantuvo de espaldas sin mirarme.
—Tal vez me lo merecía.
—Nadie merece ser lastimado así, Aleksi.
Su cuerpo se puso rígido y terminó de vestirse.
—Te veo a las seis de la tarde—dijo.
Luego salió de la habitación dejándome nuevamente sola y confundida. No sabía qué sentir cuando se trataba de ese hombre. No sabía.
El ático tenía tres ventanales de cristal que me permitía ver la ciudad en su esplendor: reluciente y gris. El clima no se había calmado. Crucé los dedos para que mis planes de conocer el Coliseo no se vieran estropeados. Exploré el impresionante espacio. Mis zapatos repiqueteaban contra el suelo de mármol mientras mis dedos tocaban cada mobiliario. Todo era negro, muy adecuado para el estilo de Aleksi.
Al mediodía, tocaron el timbre y un joven trajo un carrito con el almuerzo. Aleksi no volvió a hablarme, pero escuché su voz detrás de una puerta. Me estaba evitando. Él tenía fobia a abrirse conmigo por miedo a verse vulnerable. Sentí lástima. Nunca estaría en paz consigo mismo. Era un hombre roto y atormentado por su pasado.
Cerca de las seis escogí un vestido que se adaptaba al clima. Era conservador y de mangas largas. Color crema con un cinturón marrón. Aleksi no me dio ningún código de vestimenta así que opté por algo cómodo que me cubría a la perfección, pero todavía me hacía lucir bonita. Me estaba cepillando el cabello cuando la puerta se abrió y entró el diablo en cuestión. Lentamente me volví hacia él. Su traje negro le quedaba perfecto. El cabello castaño húmedo con algunos mechones cayendo sobre su frente. Solté un suspiro y forcé una sonrisa.
—¿Nos vamos? —pregunté—. Solo déjame aplicarme mi perfume.
Rebusqué en mi maleta el frasco de Chanel N5 cuando lo sentí detrás de mí y rodeó mi cintura con su brazo. Contuve la respiración mientras hundía la nariz en el hueco de mi cuello e inhalaba. Me hizo girar y apoyé las manos en su pecho. Estaba demasiado cerca y a mis piernas les costaron sostenerme. No sabía cómo explicar lo que sentía por este hombre. Era odio, pero también algo más.
—Tengo algo para ti—dijo, su voz gruesa y áspera. Me tendió una pequeña caja rectangular blanca.
Sus ojos duros me advirtieron que no aceptaría un no de mi parte. Mis hombros cayeron en derrota y abrí la caja con cuidado. Dentro había una brillante gargantilla de diamantes. Él me había dado innumerables obsequios que nunca terminaría de costear, pero este, sin dudas, tenía un valor incalculable.
—Yo... —balbuceé.
—Déjame ponértelo—masculló Aleksi y volvió a girarme.
Apartó el cabello de mis hombros y deslizó sus dedos por mi clavícula. Se tomó su tiempo acariciándome la piel como si no supiera por dónde empezar. Mis pezones se endurecieron inconscientemente por su toque.
—Muy sensible, cariño—ronroneó antes de cerrar el broche del collar detrás de mi cuello—. ¿Te gusta?
Asentí.
—Gracias. Es hermosa.
—Es la primera de muchas —mordió el lóbulo de mi oreja—. Más tarde me encargaré de follarte mientras conservas solo el collar. Voy a bañarte con diamantes, Bella.
Me estremecí ante la imagen y tragué saliva.
—Bien —dijo Aleksi y sonrió cuando fui incapaz de hablar—. Terminemos de una vez.
¿Qué estaba pasando? Era la pregunta que rondaba en mi cabeza mientras permanecía inmóvil dentro del auto deportivo. Era una Lamborghini negra y Aleksi conducía. Miré por el espejo retrovisor y noté a un Jeep siguiéndonos a la misma velocidad. Apostaba que era Viktor. No iba a ningún lado sin su jefe.
Mis dedos subieron hasta el collar de diamantes y observé las calles pasar. Apreté los muslos sintiendo el rastro de humedad entre mis piernas. Maldito Aleksi Kozlov y su habilidad de hacerme desearlo. Convertía cada caricia en una droga adictivo. Algo al que no podía resistirme cuando me besaba y estaba dentro de mí. ¿Pero cómo demonios podría luchar contra él? Lo veía en todas partes, incluso en mis pesadillas.
—No entiendo —susurré rompiendo el silencio—. ¿Por qué me trajiste a este viaje? ¿No estás comprometido? ¿Qué pensará Alina?
—Lo que ella piense no me importa.
—¿De verdad? Vi el anillo en su dedo.
—No significa una mierda—contestó con sus ojos fijos en la carretera—. Te traje a este viaje para demostrarle a todos que eres mía.
Lo miré de golpe, el mareo de emociones recorriéndome. La primera era una extraña especie de satisfacción. Y la segunda desesperación. Ahora la oportunidad de huir era... imposible.
—Yo... —El collar de diamantes en mi cuello parecía asfixiarme y de repente quise quitármelo. Lanzárselo en la cara para recordarte que no era de su propiedad.
—Ya no eres solo una prisionera, Bella. Eres mi mujer.
Seguía consternada cuando salimos del vehículo y Aleksi le entregó las llaves al vals. El aire frío me ayudaba a despejar mi aturdida cabeza. Tonterías. Estaba confundida por el abrupto cambio del ruso. Él me quería así exactamente. A su merced. Era parte de sus manipulaciones. Nada más.
Mi mano se enroscó en el brazo de Aleksi mientras entrábamos al salón dónde se llevaba a cabo el evento. Era una galería para artistas emergentes y esa noche los invitados hacían donativos. El ambiente me recordó a una escena de una película basada en una obra de Jane Austen. Los techos eran abovedados decorados con querubines y nubes rosas. Las paredes, en cambio, estaban pintadas de color dorado. Había estatuas, esculturas e innumerables cuadros. Las personas admiraban las diversas instalaciones artísticas. En el otro extremo de la habitación había una larga mesa con comida y bebidas. También una pequeña orquesta que deleitaba con su actuación. Todo era agradable a la vista, pero me dolía la cabeza y quería que el evento terminara rápido.
A Aleksi no le costó mucho relacionarse. La gente se acercaba sin que él iniciara ninguna conversación. Le daban llamativos elogios y cada tanto me incluían a pesar de que no entendía el idioma y no sabía cómo responder. Fue bastante incómodo a mi pesar, sobre todo, cuando dos adolescentes maliciosas se rieron de mi poca cultura.
—Disculpen—dije en inglés y solté el brazo de Aleksi. Al instante su columna vertebral se puso rígida, pero ni siquiera su mirada aterradora me detuvo.
Me alejé rápidamente y avancé hacia la mesa de bufete. Sin vergüenza, acepté la copa de champagne que ofrecía una camarera y mordí un trozo de fresa. Aleksi no desconectó su mirada en ningún momento de la mía. Le lancé una dulce sonrisa inocente y me encogí de hombros. No tenía intenciones de huir en un país que no conocía.
La conexión se rompió cuando apartó sus ojos de los míos y observó a una impresionante mujer de cabello oscuro. Su vestido era negro y caminaba con una confianza que demandaba atención. Todos en el salón la admiraban. Había algo increíblemente intimidante en su belleza. Yo jamás podría verme así de bien. Tan libre y perfecta.
La siguiente escena me dejó paralizada. Saludó a Aleksi como si lo conociera. Él estaba bajo su hechizo. Parecían tan familiarizados y por un segundo me pregunté si ella tenía la capacidad de cambiar a un hombre como Aleksi Kozlov. Apostaba mi vida a que sí.
—Espero que te estés divirtiendo—murmuró alguien en inglés. Me sorprendió la amabilidad en su tono. Muy pocos en este salón hablaban en mi idioma.
—Hola —me removí incómoda y bebí otro sorbo.
Miré un rostro perfectamente sereno y atractivo. Su elegante traje carbón era impecable. Tenía unos ojos de un cálido color marrón, pero su mirada era indiferente y fría. Por alguna razón me recordó a un clásico actor de Hollywood.
—Mucho gusto—Alcanzó mi mano y depositó un suave beso en el dorso—. Tu belleza es la obra de arte más impactante del lugar.
Me sonrojé.
—Uh... gracias.
—Es un placer conocerte —Agitó en su mano un vasito con líquido ámbar—. Te vi llegar con Aleksi Kozlov.
—Él es...
—Matteo —La voz de Aleksi nos interrumpió y deslizó una mano posesiva alrededor de mi cintura—. Gracias por la invitación. Es agradable contribuir a tu causa. No sabía que eras fan del arte.
El hombre nos observó con cierto interés. Levantó la ceja al ver dónde estaba el agarre de Aleksi y una sonrisa curvó sus labios. Se veía intrigado y divertido.
—Soy un gran coleccionista—respondió Matteo con sus ojos fijos en los míos—. No me molestaría tener un retrato de tu musa. ¿No me presentarás a la bella dama?
Me apresuré a responder porque era mi propia persona y tenía voz.
—Ese es mi nombre —bromeé—. Soy Bella.
La mano de Aleksi descendió ligeramente hasta ahuecar la curva de mi trasero. Y Dios, no pude evitar sobresaltarme. ¿Cuál era su problema? ¡Estábamos en público! De ninguna manera se trataba de una escena de celos. No lo aceptaría. No después de su espectáculo con la mujer de cabello oscuro.
—Bella—Matteo pronunció mi nombre y se lamió los labios—. Tu nombre te hace justicia.
—Gracias—respondí—. ¿Entonces eres el patrocinador de la galería? Mis felicitaciones. Todo luce increíble. Siempre tuve curiosidad por la cultura italiana. De hecho, planeaba visitar el Coliseo otro día.
Matteo se rió por mi aparente emoción. El rostro de Aleksi se volvió de piedra. Su mano pasó de mi trasero hasta mi espalda dónde empezó a trazar pequeños círculos con los dedos. Era difícil concentrarme en la conversación cuando el hombre reclamaba su dominio sobre mi cuerpo.
—El Coliseo es una excelente elección—dijo Matteo—. Será un placer darte un tour si lo deseas.
Aleksi se puso rígido a mi lado y le lanzó una sonrisa falsa que el italiano no pasó por alto.
—Empezaré a creer que te interesa mucho más pasar tiempo con mi mujer—masculló. Su tono sonaba relajado, pero no me pasó desapercibido la amenaza letal detrás de sus palabras. El hombre ardía de celos. Cuánto descaro e hipocresía. ¿Por qué no regresa con la belleza de cabello azabache?
Matteo soltó una carcajada.
—Esa idea suena muy tentadora, pero he quedado encantado con algo más y ya sabes cuál es—El italiano bajó la voz—. Si me permites...
Hizo un ademán y Aleksi me soltó. Viktor apareció de repente, rodeándome como un guardaespaldas. Vi a los dos hombres alejarse sin mirar atrás. Bebí un trago de champagne soltando el aliento que estaba conteniendo. Algo me decía que no hablarían de las pinturas que se exhibían en las paredes. ¿Y a mí? Me esperaba una larga noche.
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