Capítulo 12
Bella
Mastiqué la fresa bañada en crema sin dejar de admirar la delicada y preciosa prenda en mi cama. Era un impresionante vestido de terciopelo granate con mangas largas y los hombros al descubierto. Llegaba hasta el suelo, acompañado de un abrigo de piel. Lamí los restos de azúcar de mis labios y toqué la tela con cuidado. Nunca podría permitirme algo tan perfecto como esto. Ni en sueños había imaginado usar un vestido Valentino. ¿Qué pretendía Aleksi?
Después de darme una ducha Dorothea irrumpió en mi habitación y dijo que estuviera lista en una hora por órdenes del jefe. Solté un chillido emocionado y no perdí ni un minuto más. La expectativa produjo mariposas en mi estómago. No quería ilusionarme, pero había una posibilidad de que saliéramos esa noche. ¿Por qué razón me compraría el vestido? Todo dentro de mí protestó en reprimenda y me recordé que era otra jugada de su parte.
Mis buenas acciones tenían recompensa. Tuvimos sexo y él usó mi cuerpo a su antojo. Me hizo gritar hasta perder mi propia voz y seguía adolorida. Aleksi lo disfrutó. ¿Pero yo? Estaba demasiado asqueada para responder a esa pregunta y no quería pensar como desperté desnuda con la piel pegajosa y apestando a él.
Después de colocarme el vestido, los zapatos y optar por un maquillaje sencillo, me paré frente al espejo, preguntándome quién era esa chica. Mis ojos azules eran brillantes y resaltaban aún más con el delineador, mis labios rojos y mi cabello castaño estaba suelto hasta mi cintura. Me sentía hermosa y con la autoestima por las nubes. Nunca había lucido tan bien como ahora. Encontré una gargantilla negra con un corazón colgante en el cajón. Era un accesorio que me ayudaría a ocultar las marcas en mi cuello.
La aguja del reloj indicó que era las diez de la noche y cerré mis ojos brevemente. Era hora. Agarré el abrigo y me dirigí a la sala de estar. Descendí con cuidado las escaleras, mi mano deslizándose por la barandilla para no caer. Sentí como mi pulso se aceleraba mientras lo veía parado bajo las luces. Estaba vestido en un elegante esmoquin negro con los brazos cruzados detrás de su espalda y una expresión indiferente. Ni siquiera parpadeó en reconocimiento. Se limitó a observarme bajar los últimos escalones y no comentó sobre mi aspecto.
Liberé un suspiro.
—¿Cuál es el truco?—pregunté—. El vestido es hermoso, pero no entiendo a qué se debe el regalo.
Aleksi parpadeó entonces, sus ojos verdes hicieron una completa evaluación de mi cuerpo. Me sorprendió cuando me ofreció su brazo derecho. Esto era ridículo. Primero el vestido y ahora su fachada de caballero. Parecía una mala película dramática. No era real. Él no actuaba así a menos que tuviera una motivación detrás.
—¿No es obvio? —respondió en tono plano—. Vamos, tenemos una reservación en el mejor restaurante de Las Vegas.
La esperanza revoloteó en mi pecho y no pude evitar soltar un jadeo conmocionado. Estuve semanas encerrada detrás de estas cuatro paredes con mi corazón destrozado y mi alma sangrando. Creí que nunca saldría de aquí.
—Yo...
—¿Prefieres regresar a tu habitación?
—¡No! —chillé con los ojos amplios y húmedos por las lágrimas retenidas. Me negué a llorar. No quería arruinar mi maquillaje—. Esto es... demasiado, Aleksi. La ropa y la cena.
—Cada acción tiene una recompensa, Bella. Esta es una de ellas.
Cuando miré sus ojos seguía siendo el mismo pozo sin vida, pero su rostro era menos duro. Dio un paso cerca y tocó mi mejilla. Luego me agarró del cuello para llevar mi boca a la suya. Me besó con tanta fuerza que estaba mareada. Puse ambas manos en su pecho, acariciando los duros músculos. Él gruñó y enredó su lengua con la mía. Su palma bajó por mi espalda hasta mi trasero. Quise responder su amabilidad para que no se arrepintiera de darme esta oportunidad. Era un pequeño triunfo que celebraría. Poco a poco me ganaría su confianza.
—Señor... —La voz de Dorothea provocó que nos apartemos y sentí a mis mejillas arder con furor.
Ella nos miraba con una especie de diversión y complicidad. Oh, no. La escena no era lo que parecía. No éramos ninguna pareja romántica. Solo dos personas que querían sacar un beneficio del otro.
—¿Qué pasa? —Aleksi corrió una mano por su pelo sin dejar de mirarme.
—Olvidó su celular—explicó ella y le entregó un iPhone—. Siento la interrupción.
—No interrumpes nada—dijo Aleksi con sequedad—. No te quedes despierta hasta tarde porque lo sabré. Sé que te encanta husmear en asuntos que no te conciernen.
Oculté la risita detrás de una tos. Oh. Dorothea era tan chismosa.
—A sus órdenes, señor—Dorothea me guiñó un ojo y sonreí mientras Aleksi tomaba mi mano y me sacaba de la mansión.
Intenté actuar normal, pero por dentro estaba haciendo un bailecito triunfal. Valieron la pena las lágrimas y el sacrificio. Aleksi volvió a demostrarme que yo tenía más poder sobre él de lo que creía. Una ventaja que definitivamente usaría en su contra. No me avergonzaba admitirlo.
Nos acercamos a la lujosa limosina negra. Viktor nos abrió la puerta mientras Aleksi me permitió entrar primero y luego se ubicó a mi lado. Sacó una botella de la cubeta y llenó dos copas de champagne.
—¿Qué celebramos? —pregunté.
—¿Tienes que cuestionar todo? ¿No puedes simplemente disfrutarlo? —Bebió un trago y me tendió una copa—. Quería compensarte por tu comportamiento. Has sido una buena chica, cariño.
El sonrojo se arrastró por mi piel y fue mi turno de beber. La bebida burbujeante relajó mi garganta seca. Recuerdos de él dentro de mí inundó mis pensamientos y no me agradó el calor que provocó. Aleksi no era mi amante mucho menos mi protector.
—¿Hasta cuándo durará tu generosidad?
Alzó una sola ceja.
—Depende de ti—respondió—. Esto es una prueba, Bella. No será necesario recordarte lo que pasará si intentas escapar, ¿verdad?
Por supuesto que la idea de huir cruzó mi mente terca, pero el temor volvió a vencerme y deseché esa posibilidad. Podría lograr mucho más si continuaba con mi plan. Aleksi caería tan duro por mí que no me negaría nada.
—Valoro mi vida—dije—. Valoro la suavidad de mi cama durante las noches y odio las ratas. Volver al calabozo es lo último en mi cabeza. No soy estúpida.
Se llevó la copa a los labios y dio otro sorbo. Su nuez de Adán se balanceó mientras tragaba.
—Bien—Se inclinó y susurró en mi oreja—: Será mejor que lo tengas presente el resto de la noche, cariño. Yo tampoco quiero enviarte al calabozo cuando me gusta tanto estar dentro de ti.
Mis pechos empezaron a agitarse por la respiración agitada y él me besó la mandíbula. Quería mantener una expresión indiferente, pero el calor en mis mejillas me delataba. Estaba excitada y si él tocaba la zona sensible entre mis piernas me encontraría húmeda. Yo solo no podía controlar la reacción de mi cuerpo.
—Hueles tan bien—murmuró.
Me alejé con la espalda aplastada contra la puerta.
—Es la primera vez que bebo champagne—me reí, ignorando como su mano acariciaba mi pierna a través del vestido—. Acaba de superar mis expectativas. Muchas burbujas y muy dulce.
Me quitó la copa y lo dejó en la cubeta.
—No quiero que te emborraches tan temprano.
Solté un bufido.
—Entonces dame de comer. Estoy hambrienta.
Su mirada verde adquirió un tono más oscuro.
—Conozco muchas formas de alimentarte. Tal vez debería ponerlo en práctica.
Tragué saliva y mis ojos fueron por inercia a su entrepierna. Él sonrió con arrogancia cuando notó dónde estaba mi atención. Concéntrate, Bella.
—Prefiero leer el menú por mi cuenta—Desvié la mirada hacia la ventana de la limosina.
Miré las impresionantes calles de Strip que no parecía tener descanso como cualquier día normal. Me emocioné ante la vista de tantas luces. Todo era brillante y vibrante. Hoteles y casinos relucían en la ciudad. Las personas parecían divertirse mientras compartían risas, se sacaban fotografías o caminaban de un lado a otro con ingeniosos disfraces. Mi corazón se apretó con dolor. Yo quería pertenecer a ese grupo. Quería caminar por la alfombra roja y ser reconocida. Quería ser una estrella.
Mis pensamientos llenos de sueños frustrados fueron interrumpidos cuando rodeamos una calle y luego la limusina se detuvo. Viktor nos abrió la puerta y decir que me sentía nerviosa era un eufemismo. Nada de esto era normal. ¿Una cita con mi secuestrador? Ignoré la mano que Aleksi me ofreció y miré boquiabierta el edificio con un letrero escrito en italiano. Por supuesto no perdí la oportunidad de evaluar discretamente el territorio en busca de alguna escapatoria.
—No hagas que me arrepienta de esta cita—advirtió el ruso y atrapó mi codo sin delicadeza.
Hice una mueca mientras era arrastrada al interior. Aleksi inmediatamente aflojó su agarre y entrelazó su mano con la mía. Algunos clientes nos miraban sin disimulo mientras mis ojos asustados absorbían cada detalle. El candelabro del techo hizo que mi vestido brillara como rubíes por la iluminación. El lugar era perfecto y olía delicioso. El joven anfitrión se acercó con una sonrisa.
—Señor Kozlov—Le dio un apretón de mano—. Bienvenido de nuevo.
—Misma reserva de siempre—dijo Aleksi sin responder a su amabilidad.
—Por supuesto—El joven asintió—. Déjenme hacerme cargo de sus abrigos.
Quise aferrarme a la prenda, pero Aleksi no lo permitió. Le entregó su chaqueta y la mía al joven antes de ser guiados por la alfombra que conducía al segundo piso. El interior era cálido. Nos acompañaron a un comedor privado con vistas a un estanque de peces. Observé impresionada al pez globo que flotaba y las estrellas del mar. Todo era nuevo para mí.
—Por aquí, señor—El anfitrión señaló la mesa ovalada. Estaba preparada para una cena íntima. Con un elegante mantel rojo y una rosa blanca en el jarrón—. ¿Van a pedir algo especial o prefieren leer el menú?
—Quiero leer el menú, por favor—musité mientras me sentaba.
Aleksi acercó mi silla a la suya y descansó un brazo en el respaldo. Era un gesto posesivo que incluso incomodó al anfitrión.
—Claro, señorita—El joven se sonrojó—. ¿Y usted, señor Kozlov?
—Ya lo ha dicho ella. Leeremos el menú—ordenó Aleksi—. Trae la mejor botella Chianti.
—En un minuto.
El joven no cuestionó mi edad y se retiró. Saqué la rosa del jarrón para inhalarla. Era delicada y fresca. La mirada de Aleksi me estremeció. Abrí el menú solo para escapar de su escrutinio. La lista de platos principales estaba escrita en un idioma extranjero. No entendía nada. Al menos tuvieron la amabilidad de añadir fotografías de las comidas para hacerme una idea de cómo lucían. Yo nunca había probado nada de esto, pero se veían asquerosos. Prefería una buena hamburguesa o una pizza. Un camarero nos entregó la botella de vino con dos copas.
—¿Hay algo que te agrade? —cuestionó el ruso, llenando las dos copas.
Fruncí el ceño.
—¿Quién come erizos de mar? —apunté el dibujo—. Sola mira esa cosa peluda con salsa roja. ¿Has probado uno de esos? ¿También los caracoles?
—Ambas cosas. No están mal.
Arrugué la nariz.
—No me arriesgaré a una indigestión—Me crucé de brazos y como era costumbre observó mis pechos mientras le daba un sorbo al vino—. Me gustaría algo más normal.
Su boca se curvó en una sonrisa completa.
—Pide lo que quieras.
El joven anfitrión regresó en ese momento y anotó mi pedido. Me decidí por unas milanesas extranjeras con patatas. Aleksi eligió los mariscos con salsa y ensalada. Admiré la pecera mientras probaba el vino blanco. Sabía mejor que el champagne. ¿Qué estábamos haciendo? ¿Qué sucedería cuando la noche terminara? Él seguiría tratándome como un objeto sexual y yo recordaría que era mi secuestrador.
—Cálmate—dijo él. Su acento era un murmullo ronco y bajo—. Estás temblando.
Me froté los brazos.
—Tengo frío.
—Hay calefacción aquí—Su ceja se arqueó—. No te sientes ahí luciendo asustada y perdida. No habrá castigos esta noche. A menos que desees uno.
Me molestaron sus palabras. Él no tenía idea de lo que yo quería. Era un experto quitándome mi voluntad y mis decisiones. Le encantaba silenciarme e ignorar mi autonomía como persona libre. ¿De verdad no tenía razones para estar asustada? No podía sentarme aquí y olvidar todo lo que había pasado las últimas semanas. Me secuestró. Me golpeó. Me encerró en un calabozo. Me violó. Me hizo tantas cosas que jamás olvidaría. No importaba cuantos vestidos bonitos me regalara.
—Estoy cansada—respondí sin la energía suficiente para pelear. ¿De qué serviría? Me expondría a la violencia y él se enfadaría. Así funcionaba las cosas entre nosotros—. ¿Podemos regresar a la mansión cuando terminemos?
—Pensé que te gustaría salir.
—No así—susurré.
No quería ver mi libertad perdida. No quería sentir que mi futuro escapaba de mis manos y mi alma moría en cada suspiro.
—Como desees—apretó los labios.
El camarero regresó con nuestra cena y no podría estar más feliz de distraerme en otra cosa que no fuera en una conversación forzada. Las milanesas venían acompañadas con jamón y queso. Agarré una patata entre mis dedos y mastiqué. Era crujiente, salada, caliente. Le eché un vistazo al plato de Aleksi. Sí, se veía repugnante.
—Gracias por permitirme quedarme con el regalo de Cassie—rompí el silencio—. Disfruto mucho la música.
Su mandíbula se endureció. Me arrepentí por haber sacado el tema.
—No puedo negarle nada a su padre. Él hizo la solicitud por ella.
—Cassie es muy buena conmigo—Moví el tenedor alrededor de las patatas—. Me gusta que sea mi amiga.
Chasqueó la lengua.
—De acuerdo.
—¿Por qué no te llevas bien con ella?
Soltó una risa irónica.
—¿Por qué debería llevarme bien con ella?
Me encogí un poco.
—Es una gran persona.
—Sí—Se mofó—. Por supuesto.
Dios, era imposible tener una conversación civilizada con el hombre. Un minuto era amable y al siguiente un completo patán despreciable.
—Pero Alina te agrada—solté de repente.
—¿Qué te hizo llegar a esa conclusión?
—Están comprometidos.
—No significada una mierda.
—¿No? —cuestioné—. ¿Las personas no se casan por amor?
Me dio una sonrisa condescendiente. Una que me dejaba en ridículo por hacer un comentario tan estúpido.
—Eres terriblemente ingenua si piensas eso—Movió la copa entre sus dedos y dio un cuidadoso sorbo a su vino—. Los matrimonios son un medio para un fin. Más dinero. Más conexiones. Más poder.
—Qué triste—dije. Nunca había soñado con el matrimonio, pero si algún día me enamoraba me gustaría dar ese paso. El hombre que me robara el corazón debería amarme tanto como yo a él. Sonreí por el ridículo rumbo que tomó mis pensamientos—. La atracción compensa la falta de amor. Alina y tú son perfectos juntos.
Aleksi se veía visiblemente molesto e irritado por el comentario.
—¿De qué demonios estás hablando?
Terminé de masticar y lo apunté con el tenedor.
—Es tu futura esposa—respondí—. Ella se encarga de recordármelo cada vez que nos vemos. Estoy curiosa de saber cuál será mi papel. ¿Tu amante? ¿Cuántas veces al día irás a visitarme?
—Deja de decir estupideces—Me agarró por el cuello y tiró de mí hacia delante hasta que mi rostro se inclinó para encontrarse con su implacable mirada verde esmeralda. Mi corazón palpitó con rapidez y mi pulso se aceleró—. Si no cierras esa boca le daré otro uso más tarde.
Me quedé helada.
—No he dicho nada más que la verdad. Ella será tu mujer y yo la amante...
Me obligó a levantarme y me sentó en su regazo para silenciarme con un beso brusco. No había chances de respirar o luchar. Me sostuvo la nuca mientras su boca devoraba la mía como un monstruo a su presa. Mis labios se movieron tímidos al principio, pero luego me volví más agresiva e impaciente. Emitió un sonido ronco que de algún modo me puso más húmeda.
—Aún quiero mi cena—dije apartándome con fuerza y puse una mano en su hombro para estabilizarme—. Todavía estoy hambrienta.
Mi pecho subía y bajaba. Mi rostro estaba acalorado y mi núcleo palpitaba. Aleksi tenía restos de mi labial rojo en la comisura de su boca.
—Tu cena, claro—concordó sin verse afectado como yo—. Termínalo.
Regresé a mi asiento con piernas temblorosas y oculté mi rostro detrás de mi largo cabello castaño. Mastiqué en silencio pensando en qué sería tan fácil enamorarme de él si no fuera un monstruo. Cerré los ojos un segundo y le rogué al destino que no me hiciera una mala jugada. Yo no podría amarlo. Nunca caería tan bajo.
Los postres llegaron y comí la mayor cantidad de porción disfrutando la dulzura en mi lengua. No todo era tan malo excepto que decidí tomar más champagne y mi vejiga pedía a gritos correr al baño. Aleksi no lucía feliz cuando le hice la solicitud.
—Puedes vigilar la puerta si quieres, no me importa—Hablé con las palabras arrastradas y mastiqué la fresa con crema—. Solo déjame ir al baño o haré un desastre aquí. Tú decides.
Apretó la mandíbula.
—Tienes cinco jodidos minutos. No más o azotaré tu culo hasta pintar de rojo tu perfecta piel. ¿He sido claro?
Imité un saludo militar.
—¡Sí, señor!
Ya me estaba levantando de la silla con las piernas débiles, observando la puerta que tenía el icono de damas. Le di una sonrisa a Aleksi antes de avanzar directo al baño. Obviamente no perdí la oportunidad de verificar si había alguna salida que me ayudara a escapar. Para mi mala suerte era un lugar cerrado. Sin ventanas. Derrotada, hice mis necesidades y al terminar me lavé las manos mientras miraba mi reflejo en el enorme espejo. Todavía no desistiría de cumplir mi meta, pero lo haría en cuanto llegara el momento y que Aleksi no tuviera oportunidad de volver a encontrarme. Desaparecería del mapa.
Aleksi seguía en su asiento dándole breves vistazos al reloj en su muñeca cuando volví a acercarme. Alzó una sola ceja sin hacer comentarios. Pensó que iba a escapar. Yo era ingenua en algunas ocasiones, pero no una estúpida. No arriesgaría todo lo que había ganado. No me entregué a él para perder su confianza.
—Estoy lista para irme—dije y batí mis pestañas—. ¿Te importaría si me llevo el postre?
Aleksi me miró a través del borde de su copa.
—Para nada.
Llamó al mesero y le pidió dos postres italianos que me costó pronunciar sus nombres. Y mientras salíamos yo no paraba de parlotear sobre lo impresionante que era el restaurante. Hice mis críticas, aunque no era una experta. De hecho, bebí más champagne una vez dentro de la limosina. Estaba muy ebria con la sexta copa.
—Siempre quise apostar en un casino—solté entre risitas, mi estómago cosquilleaba—. Soñaba con ganar un millón de dólares y largarme de esta ciudad. ¿Crees que la suerte estaría de mi lado?
Aleksi escribía en su celular sin prestarme mucha atención.
—El casino no es un lugar para ti—Se limitó a responder.
La limosina se detuvo cuando el semáforo indicó rojo y Viktor me miró a través del espejo retrovisor. No parecía un hombre mayor. Tenía arriba de treinta quizás. Cabello oscuro y ojos del mismo color. Era atractivo. Demasiado callado y observador. Me intimidaba como su jefe.
—¿Por qué? —hice un mohín—. ¡Me encantan los casinos! Mi madre trabajaba en uno como bailarina y cantante—Apoyé la cabeza en su hombro y suspiré—. Podría seguir sus pasos para ganarme la vida. Deberías escucharme cantar algún día. No lo hago mal.
Aleksi continuó ignorándome.
—Pero eso no será posible, ¿verdad? Mi trabajo es ser tu puta —Tracé su brazo con mi dedo—. Me dolió la primera vez. Me dolió mucho. Si hubieras sido amable tal vez lo habría disfrutado como tú.
Se tensó.
—Cierra la boca, Bella.
—Me asustas sí, pero de algún modo me salvaste de mi padre y de un destino mucho peor. A veces pienso en eso. Muy a menudo si soy sincera—susurré, mis ojos cansados apenas parpadearon—. Solo quiero que me trates como a una persona y me escuches.
Empecé a dormirme y sentí sus dedos en mi cabello. Era un toque tan breve que por un momento creí que lo había imaginado. Solté un bostezo y encontré comodidad en sus brazos. No sabía si se trataba de alguna pesadilla, pero escuché una fuerte explosión y me incorporé con los ojos bien abiertos. Miré las ventanas agrietadas, capté el sonido de bocinazos y de repente un arma negra se encontraba a escasos centímetros de mi rostro. Aleksi no me prestó atención mientras cargaba el rifle negro.
—¿Cuántos? —preguntó sin inmutarse por la situación.
—Son cinco en un vehículo—respondió Viktor, evadiendo las señalas de tránsito.
Yo estaba muy despierta ahora, mi corazón latiendo con fuerza. Eché un vistazo al parabrisas trasero y vi a un auto negro acercarse a toda velocidad. Un hombre sacó el brazo por la ventana y empezó a dispararnos. Solté un grito de horror y me agaché rápidamente antes de que una bala me golpeara. Oh, Dios. No hice preguntas porque era muy obvio qué demonios ocurría.
—Quédate ahí—me advirtió Aleksi—. No te muevas, carajo.
La limosina se sacudió de un lado a otro mientras Aleksi contratacaba disparando sin reparo. Evidentemente no era la primera vez que estaba expuesto a situaciones así. Me cubrí los oídos con las manos. ¿Y si la policía nos atrapaba? ¿Qué les explicaría? Pasé de trabajar en una florería a salir en citas con un jefe de la mafia rusa. Todo en contra de mi voluntad, por supuesto. Lo bueno era que el alcohol me relajaba y evitaba que entrara en pánico.
—Jodidos irlandeses —escupió el ruso.
Me echó un breve vistazo con una ceja arqueada. Estaba escondida entre los asientos con el cabello despeinado y la cabeza agachada demasiado cerca de su entrepierna. Exhaló. Yo también. Me ruboricé por la posición. Él sonrió. ¿En qué pensaba? No era momento de ser un enfermo pervertido. Puse una mínima distancia prudente y el ruso regresó a su trabajo. Viktor conducía como el diablo y se me escapó un grito cuando la limosina chocó con algo fuerte.
—Oh, Dios mío...—susurré.
Si hoy era mi día de suerte Aleksi recibiría un disparo en el corazón. Empecé a reírme por mis pensamientos turbios. La carcajada era tan fuerte que me tapé la boca con ambas manos y recibí una mirada fría de su parte. Ups. Viktor giró la limosina y luego asumí que entramos a la autopista sin ningún otro inconveniente. Estaba mareada de tantas vueltas y a punto de vomitar.
—Lo hemos perdido, señor—informó Viktor.
Asomé la cabeza con discreción y temblé de frío. Aleksi volvió a guardar el rifle en su funda y rellenó las copas de champagne. No parecía estresado ni asustado. Este suceso era muy común en su vida. Ocurría a menudo.
—No tienes nada que temer—dijo Aleksi—. Me hice cargo de ellos.
Qué considerado.
Llegamos a la mansión minutos después. Me sacó a rastras de la limosina y me costó seguirle el ritmo con los tacones altos. Mi piel se llenó de escalofríos por la baja temperatura. Sus hombres estaban altamente armados, hablando entre ellos. Aleksi lanzó órdenes mientras me llevaba al interior de la mansión. Luces infrarrojas destellaban y la palabra atentado me alteró. Este hombre tenía más enemigos que amigos. ¿Cómo es que seguía vivo?
—No quiero que nadie vaya a dormir esta noche—espetó Aleksi sin soltarme el codo—. Si la seguridad es alterada y esos hijos de puta logran entrar aquí los mataré a todos ustedes por incompetentes.
Viktor colocó el rifle sobre su hombro y reunió a los hombres en círculos. Los saludé con una pequeña sonrisa.
—¡Buena suerte, muchachos! —grité antes de que Aleksi me cargara sobre su hombro.
Me sacudí como un gusano, golpeando su espalda con mis puños. Él continuó caminando, subiendo las escaleras a zancadas. Sus largas piernas se movían a una velocidad increíble y me llevaba sin esfuerzo. Mi cuerpo era una pluma ligera.
—¡Oye! —protesté—. ¡Tienes que ser más amable con las personas que trabajan para ti! ¡No puedes amenazar de muerte a todo el mundo! ¿Cómo vas a garantizar la lealtad si no ofreces lo mismo?
—No puedes callarte, ¿verdad? —gruñó él—. Debería encerrarte y encadenarte en el calabozo.
Mi rostro quedó boca abajo a escasos centímetros de su musculoso trasero. Solo Dios podía juzgarme por mirar más tiempo de lo necesario. Aleksi me dio una nalgada y chillé de dolor. Llegamos a mi habitación dónde me aventó en la cama. Reboté con un resoplido, soltando carcajadas. Debería beber más a menudo. Me sentía libre y suelta, sin ninguna preocupación. Qué bien se sentía.
—Me has dado muchas primeras veces —Hablé con la vista al techo—. Esa fue mi primera persecución. No estuvo mal. Creo que fue emocionante.
Me tomó desprevenida cuando me quitó los tacones. Primero uno y luego otro. Sus dedos fríos acariciaron mis tobillos y me estremecí.
—Lo tienes en ti después de todo. Te gusta el peligro y la oscuridad—murmuró.
Solté una risita.
—Estoy acostumbrada a ellos. Mi vida nunca ha sido un arcoíris, pero eso no significa que me gusten tus tratos o tus actitudes. Todavía pienso que eres un imbécil.
Me dio la vuelta para trabajar en el cierre de mi vestido. Estaba muy cansada y borracha para luchar contra él. En cuanto estuve en ropa interior admiró mi cuerpo con ojos ardientes. Chupé mi labio inferior y por un motivo desconocido me quité yo misma el sujetador y arrastré la pequeña tanga por mis piernas. Culpé a mis hormonas y al alcohol. No me sentía como yo misma. Respiré profundamente, llena de deseo. Aleksi apretó la mandíbula.
—Mañana me odiarás por esto—Bajó la voz y sentí vibraciones en mi cuerpo.
Exhalé un tembloroso suspiro.
—Te odio todos los días y lo seguiré haciendo hasta el día de mi muerte.
—Sí—aceptó y se rió con incredulidad—. Me odias del mismo modo en que yo te deseo como un jodido loco.
Ni siquiera sabía qué hacer o cómo actuar correctamente. Cada vez que él me tocaba me sentía sucia, pero esa noche por una inquietante razón quería escapar del torbellino tóxico que me recordaba que solo era una posesión. Fue nuestro beso en el restaurante, los pequeños gestos amables que tuvo conmigo y el deseo en sus ojos. Tal vez quería sentirme importante unos pocos minutos. Me daba igual si era en una cama con mi captor. Me quedé temblando, con las manos ahuecando mis pechos.
—Tócate—dijo—. Quiero ver como lo haces.
Oh, Dios.
—Yo... nunca hice nada de eso.
—Siempre hay una primera vez, Bella. Tócate.
Un tartamudeo inteligible brotó de mis labios. ¿Cómo se suponía que lo haría? No era ignorante respecto a la masturbación. Escuché hablar de ello, pero nunca lo apliqué a mí misma por miedo a que Isaiah me viera. Mi vieja casa era muy pequeña sin la privacidad suficiente.
—Yo...
—Tócate donde quieras—instruyó Aleksi—. No me importa dónde. Solo hazlo.
Mi lengua rodó sobre mis labios, la adrenalina y el alcohol me dieron confianza. Su mirada oscura apenas era visible en la habitación, pero pude sentirlo en todas partes, ardiendo como una hoguera. La necesidad me atravesó y actué por instinto. Deslicé los dedos por el contorno de mis pechos, mis pezones y lentamente bajé hasta mi estómago. No era inmune al dulce cosquilleo en mi piel. Se me escapó un gemido entrecortado y mi cabeza se inclinó hacia atrás.
—Abre las piernas, cariño—dijo, su tono grueso por el hambre y la tensión—. Quiero ver todo.
Incapaz de negarme a su petición, extendí mis piernas, esta vez completamente desnuda y vulnerable para él. Dios, era vergonzoso lo mojada que estaba. Fijé mis ojos en los suyos y lo vi tragar duro. Aflojó su corbata y se quitó la camisa en tanto mis dedos encontraban el punto sensible y pellizqué mi clítoris.
—Aleksi...
Él soltó un profundo y roto gemido ronco. Se apresuró a desabrocharse con impaciencia el cinturón seguido por la cremallera de su pantalón y su bóxer. Estaba erecto con el líquido preseminal escapando de la punta y se acarició así mismo. Mi cuerpo palpitaba con los latidos acelerados de mi corazón. La expresión en su rostro era de pura euforia y anhelo. ¿Era yo capaz de provocarle todo eso? Él era impresionante a la vista, incluso la cruda cicatriz que atravesaba sus costillas y su cintura. ¿Algún día me diría quién lo lastimó así?
Inclinándose en la cama sobre mi cuerpo, sus manos me agarraron por las caderas y me mantuvieron inmóvil. Todo lo que oía era el sonido de mi propio jadeo mientras la anticipación de lo que ocurriría amenazaba con destruirme. Con sus ojos centrados en los míos, se introdujo de golpe en mi interior. Mi espalda se arqueó con un fuerte grito y me aferré a sus hombros. Gotas de sudor corrían por sus sienes y su rostro estaba contraído por la concentración. Vi muchas emociones en su expresión, pero ninguna de ellas era ternura. Era crudo. Animal. Salvaje. Como si tenerme de esa forma lo volvía absolutamente loco.
—¿Ves lo que me haces? —Retrocedió un segundo y con un movimiento preciso volvió a penetrarme—. No puedo ser amable contigo. Nunca podré.
Me puso boca abajo, tirando de mi trasero hacia arriba. Enterré mi rostro en la suave almohada y ahogué los fuertes quejidos que delataban cuanto disfrutaba de esto. Callar mis pensamientos aliviaba la humillación que sentía cada vez que me hacía suya. Aleksi agarró mi nuca y me mantuvo inmóvil mientras empujaba dentro y fuera. Sus manos recorrieron mi espalda de arriba abajo y separó mis nalgas para entrar mucho más profundo. Me mordí el labio inferior y gemí con las lágrimas fluyendo. Se sentía tan bien. No importaba cuanto tratara de castigarme a mí misma. El orgasmo me golpeó duro y lloré su nombre, rogándole que no se detuviera.
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Aleksi
Pasé mis nudillos por su suave mejilla cubierta de pecas. Ella yacía desnuda y saciada en mis brazos. La estaba cambiando y me encantaba ver su lado salvaje. Finalmente se dio cuenta de que su única opción era ser mía. Ni siquiera la muerte iba a arrebatármela. Había muchas cosas en Bella que me atraían además de su belleza. También era su magnética personalidad y su inocencia. Demandaba atención en cada habitación que entraba. No quería matar su espíritu. Quería domarla. Quería alimentar mi obsesión. Tocarla era lo mismo que arder en una incesante llama sin deseos de escapar.
Sabía que no habría posibilidades de rehabilitación una vez que probara la droga en sus labios. Yo era un adicto. Nada de lo que había hecho con Bella era parte de mi comportamiento habitual. Anoche le había regalado un vestido bonito, la presumí como un trofeo y después la follé hasta que no podíamos respirar. Mientras más la presionaba, más hambriento me volvía. Mi apetito nunca sería saciado de nuevo.
Preocuparme tanto por su bienestar estaba empezando a crisparme los nervios y me trastornaba. Fruncí el ceño mientras pensaba la forma en que se desnudó sin que se lo pidiera y me ofreció su cuerpo por voluntad propia. Ella sabía que no iba a resistirme. No era ingenua cómo había supuesto. El juego se estaba poniendo a su favor. La pregunta era... ¿Cuánto perdería si me vencía? Vi el fuego y el odio en sus ojos. Nunca lo pronunció en voz alta, pero me recordó a mi viejo yo. El niño que prometió acabar con el monstruo que lo destruyó.
Salí de la cama y recogí mi ropa del suelo, frustrado por no ser yo mismo desde que la había traído a mi mansión. Necesitaba volver a mis sentidos y liberar la tensión que me dominaba. Ella no me convertiría en su títere. No lo permitiría. Cerré la puerta y caminé por los pasillos un poco mareado. Miré mi pecho cubierto por sus arañazos. Todavía podía olerla en mi piel.
Caminé desconcertado e intenté centrarme en lo que realmente importaba. Mis negocios, sí. Los irlandeses eran la verdadera amenaza después del atentado y esta semana tenía que ocuparme de las mercancías. Tampoco había recibido noticias de Igor. Tantos asuntos pendientes. Un café me ayudaría a despertarme. Fui a la cocina dónde encontré a Dorothea llenando la cafetera para mi suerte. Había muchas preguntas en sus ojos que no iba a guardarse para sí misma. Vieja chismosa. Me senté en el taburete de la isla y alcancé una manzana del frutero. Apenas estaba amaneciendo y la mujer ya trabajaba. A veces me preguntaba por qué seguía a mi lado. La lealtad en algunas ocasiones nos volvía tan estúpidos.
—Buenos días, Aleksi—saludó Dorothea con un asentimiento. Solo era informal conmigo cuando estábamos en privado.
Arqueé una ceja.
—¿Hay algo que quieras decirme, Dorothea?
Me dio otra sonrisa de oreja a oreja. ¿Qué se traía entre manos? Conociéndola soltará uno de sus tantos comentarios fuera de lugar. Ella se empañaba en hacerme creer que yo merecía una segunda oportunidad para ser feliz y que podía cambiar. Increíble. La mujer veía lo mejor de mí a pesar de haber presenciado mi maldad desde que era un niño.
—Llegaron diez ramos de flores—soltó un suspiro risueño y me guiñó un ojo—. Al parecer tienes competencia.
Solté un resoplido.
—¿De qué hablas?
Hurgó en el bolsillo de su chaqueta de lino y me entregó un papel dorado con una nota. Era un corto poema escrito en francés con su nombre firmado. Los músculos de mi cuerpo se pusieron rígidos y la furia negra ardió en mis venas. Ah. Entonces todo estaba dicho en cuanto a Aleksander Soloviov se refería. Esta era una absoluta declaración de guerra. Hijo de puta.
—También envió flores hace dos días.
Arrugué la hoja con mi puño y lo tiré al tacho más cercano.
—¿Qué dijo ella sobre eso? —Me aclaré la garganta—. ¿Le gustaron?
Dorothea suprimió la sonrisa. Mierda, era patético. Debería darme igual si a ella le gustaron o no, pero pensar en su sonrisa dedicada a ese bastardo despertó mis más oscuros celos. Yo era el único que podía darle regalos.
—Para nada—respondió Dorothea—. Me pidió que las tirara a la basura. Se veía muy molesta y ofendida.
Acepté la taza de café que me sirvió y bebí un sorbo caliente. A Bella le encantaban las flores, pero no había nada más cliché que un ramo de rosas. Yo no necesitaba usar recursos tan baratos para seducirla. La conocía muy bien. Ella apreciaba los objetos con valor sentimental. Justo como el cuadro horrible que le había devuelto.
—No recibas nada si vuelve a enviarlas.
Dorothea asintió.
—Como ordenes—murmuró y puse los ojos en blanco.
—¿Hay algo más que quieras decir?
Se rió por lo bajo.
—Si me permites ser más entrometida de lo normal necesito comentar qué pienso de todo esto. Echaste a Alina de tu cama, pero pasaste la noche con Bella después de llevarla a una cita—Levantó ambas cejas—. Eso me dice mucho, Aleksi. Es la primera vez que te veo tan interesado en una mujer.
Me burlé.
—Estás delirando. No es la primera vez que salgo con una mujer para follarla después.
—Nunca necesitaste de ninguna cita y lo sabes. Ni siquiera has tenido esos gestos con Alina. Sé que no es mi lugar y corro el riesgo de ser despedida por dar mi opinión, pero no perderé la oportunidad de decirte que aún puedes hacer bien las cosas con Bella—La seriedad se apoderó de su tono—. La salvaste de su padre abusivo, aunque eso no te convierte exactamente en su héroe. Eres todo lo que ella tiene. Es una chica que ha pasado por mucho y tú puedes cambiar su vida para bien.
Bebí el resto del café con una sonrisa irónica. ¿En qué mundo Dorothea se tomaba atribuciones que no le correspondían? Evidentemente Bella despertó su empatía y sentía la necesidad de abogar por ella.
—Yo no soy la salvación de nadie, Dorothea. No forma parte de mi naturaleza consentir a mis posesiones —Me levanté del taburete y me encogí de hombros—. La quiero a mi lado por un simple propósito.
Me miró con dureza y sacudió la cabeza. Ella me conocía desde que era un niño. Era absurdo que me pidiera humanidad cuando no lo tenía. Yo era un monstruo y viviría con ello.
—Espero que no te arrepientas de esta decisión.
Mi sonrisa incrementó.
—¿Cuándo me arrepentí de mis acciones? Nunca.
—Siempre hay una excepción para todo, Aleksi. Recuérdalo.
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