Capítulo 11
Bella
Los hematomas estaban impregnados en mis muslos y mis caderas. Las marcas de sus dedos resaltando en mi piel pálida como un brutal recordatorio de lo que había sucedido la noche anterior. No quise dedicarle mis lágrimas. Él había tenido más que suficiente. No valía la pena. Tenía que seguir adelante y mantenerme firme. Aleksi era mi enemigo. Mi captor. Mi verdugo. Lo único que le importaba era él mismo. No me conformaría con un hombre que ni siquiera era feliz consigo mismo.
Suspiré mientras me miraba en el espejo con una expresión distante. El vestido de croché color cielo abrazaba mis curvas y mi cabello castaño estaba ondulado y suelto. Elegí la ropa más bonita para enfrentarlo. No quería que viera a una chica indefensa. Todavía me asustaba como el primer día, pero había aprendido a gestionar mis emociones. Mis dotes de futura actriz exitosa me daban una gran ventaja.
Pinté mis labios de rosa y salí de la habitación. Los tacones altos resonaron en los pasillos. No era una experta usándolos. De hecho, tropecé en varias ocasiones y que estuviera adolorida no ayudaba. Le pediría clases a Cassie cuando tuviera tiempo. La práctica hacía al maestro, ¿no?
Aleksi ya estaba sentado en su lugar en el comedor. Sus ojos recorrieron mi cuerpo, detallando mi boca, mis pechos y mis piernas. Una sonrisa presumida levantó la comisura de sus labios. Sabía que estaba pensando en cómo me arruinó y no se disculpó por ello.
—Espero que hayas tenido una noche gratificante—comentó con las cejas alzadas. No me pasó desapercibido la ironía en su voz—. Permití que durmieras más de lo habitual. Siéntate.
Avancé hacia la cabecera de la mesa y me senté a su derecha con la postura recta. El ardor entre mis piernas seguía latente. Puse las manos en mi regazo mientras miraba mi plato. Dos lonchas de bacon, huevos revueltos, tortitas, trozos de fresa, plátano y pan tostado. No iba a comerme todo esto. Mi apetito era casi inexistente, pero no me convenía rechazar la comida. Necesitaba fuerzas para soportar esta pesadilla.
—Estás muy callada—Aleksi cogió la jarra, sirvió un vaso de zumo y me lo entregó—. Anoche participaste bastante en la conversación.
Me sonrojé por la burla en su tono y evité mirarlo. Sacó un lado de mí que no conocía. Era vergonzoso. ¿Cómo pude encontrar placer en las caricias de mi captor? ¿Cómo pudimos hacerlo sin protección? Me dejé llevar y no pensé mucho. Empecé a temblar ante las posibilidades que eso implicaba. Me recorrió una mezcla de horror y una indeseada opresión en el estómago.
—No usaste protección —Mi voz sonó torpe y preocupada—. No tengo ningún control de natalidad como te habrás dado cuenta.
Pero Aleksi continuó masticando, sin darle importancia.
—Más tarde vendrá un médico a verte.
—¿Qué hay de las enfermedades de transmisión sexual? —escupí antes de que pudiera detenerme—. Porque estoy bastante segura de que no eres un monje puritano.
Su cara no cambió.
—Hago un chequeo todos los meses—Se llevó un trozo de fresa en la boca—. Y eres la primera mujer que follé sin condón.
—Gracias por hacerme sentir tan especial—dije, el sarcasmo goteando de mis palabras como ácido—. Fuiste tan romántico y atento. Me diste la mejor noche de mi vida. Lo disfruté muchísimo.
—¿Qué esperabas de mí exactamente?
—Decencia humana básica. Una maldita consideración por mi salud.
Mi respuesta no le agradó. Un tic se movió en su mandíbula y se limpió los labios con una servilleta.
—Escúchame con atención, Bella—Su voz sonó tan baja, pero aún así se escuchó en todo el salón—. En esta casa solo eres un objeto. No tienes voz y tu opinión no cuenta en lo más mínimo. El único deseo que importa es el mío. No te equivoques conmigo. Si vuelves a hablarme de ese modo te prometo que la próxima vez te haré rogar por la muerte cuando te folle y te trataré como lo que eres realmente. ¿Entiendes?
Tragué fuerte y me esforcé para no desmoronarme. Cada palabra que salía de su boca era verdad. Él siempre podía hacer que las cosas fueran mucho peor. Tenía la tenencia de responderle, pero sabía cuándo dar marcha atrás en su presencia. Yo solo era un objeto. No había sido tratada de otra manera desde mi llegada.
—Desafíame y verás al monstruo que estás empeñada en creer que soy. Ahora deja de perder el tiempo y come de una puta vez.
La doctora se presentó al mediodía. Era una mujer encantadora y profesional que me hizo varias preguntas respecto a mi salud y mi vida sexual. No me sentí incómoda en ningún momento. En silencio agradecí que Aleksi se hubiera tomado la molestia. En el pasado había asistido a hospitales públicos, pero no me dieron una atención tan detallada y profunda.
Todas las cosas que sabía sobre mi cuerpo eran gracias a las clases de biología y los libros que había leído en secreto. Nunca tuve a nadie que me explicara lo importante que era mi periodo. El día que sangré por primera vez estaba aterrada y adolorida. Pensé que iba a morirme. Isaiah solo gritó que me limpiara y me golpeó porque ensucié el sofá.
La doctora me recetó una pastilla del día después y me dio a elegir qué tipo de métodos anticonceptivos prefería. Elegí la inyección. Estaba más relajada después de la útil consulta. No quedaría embarazada de mi captor. Yo me aseguraría de ser responsable. Nunca tendría el bebé de Aleksi. Ni siquiera por error.
Al entrar a la biblioteca, vi una familiar cajita sobre la mesa y me apresuré a abrirla. Una sonrisa se extendió por mis labios mientras sacaba el iPod negro que me había obsequiado Cassie. Si estaba aquí significaba que podía quedármelo. Quería llorar de felicidad. Era mi primer regalo.
Nunca fui buena con la tecnología, pero el aparato era bastante intuitivo. Conecté los audífonos a mis oídos y puse una canción al azar. Escuchar la dulce voz de Taylor Swift era como ser enviada al paraíso. Además, me sentía identificada con sus letras. Esa mujer sabía cantar. Cassie era la mejor. Le daría las gracias con un abrazo apretado cuando la viera la próxima vez.
Me acosté en el sillón con mantas y cerré los ojos mientras escapaba un rato de mi realidad gracias a la música.
🐦
Aleksi
Mi vida marchaba perfectamente bien.
Los irlandeses no habían lanzado ningún ataque, aunque esperaba que lo hicieran pronto. Estaría preparado cuando se presentara la ocasión. Alina dejó de ser una perra molesta. Tenía acorralado al hombre que me vendería sus acciones a un precio inferior. Y follar a Bella fue lo mejor que me había pasado en mucho tiempo. El sonido de sus gemidos se repitió en mi mente como una canción adictiva. El recuerdo de sus tetas rebotando, sus ojos azules brillantes y su boca hinchada me puso duro. Sonreí maliciosamente. Se odiaba por disfrutarlo tanto como yo. Qué lástima. Tenía intenciones de repetirlo las veces que quisiera.
—¿Qué dirá tu esposa si supiera que su marido es un homosexual reprimido? —Empujé a través de la mesa las fotos que había capturado mi detective privado. Garrick Benson palideció con horror.
Me reí de su reacción, Fredrek permanecía sentado en el otro extremo de la mesa, mirándome con orgullo y aprobación. Nadie había previsto este golpe más que yo. Meses de investigación me dieron un reconfortante triunfo. Garrick era un hombre casado con una reputación intachable. Su esposa era la dueña de la mayoría de sus riquezas. Que me cediera las acciones de su hotel no era nada a comparación de lo que perdería si esas fotos eran divulgadas. Quedaría en ruinas y en eterna vergüenza. Todos en la ciudad le cerrarían las puertas.
—Nunca me he metido en tus negocios—Garrick tartamudeó—. ¿Por qué me haces esto? La extorsión es un delito muy grave. Podrías pasar años en la cárcel, Aleksi.
Fredrek se burló.
—Vamos, Garrick. Eso nunca será posible—dijo mi socio—. Solo firma el contrato o las fotos serán publicadas exactamente en... —Miró la hora en su reloj—. Veinte minutos. Imagina las tendencias que harán de esto en internet. Tu rostro estará en todas partes y tu esposa te mandará directo a la calle. No quieres eso, ¿o sí?
Garrick sacó un pañuelo de su chaqueta y se limpió el sudor de la frente. Sus ojos estaban llorosos cuando puse un dedo sobre las fotos incriminatorias. Era lo mismo que ver pornografía gay. Un hombre joven, probablemente de la misma edad de su hijo, chupaba su pene. Había otra dónde le azotaban el culo con un trozo de madera y era follado por detrás. Me mordí el labio para contener la carcajada. Qué bochornoso.
—¿Y bien? —presioné—. El tiempo corre.
—Hijo de puta—sollozó, recogiendo las fotos de la mesa y rompiéndola en pedazos.
—Tengo más copias—Le entregué el documento y un bolígrafo—. Tic, tac, tic, tac—Me burlé.
Firmó sin pensarlo dos veces y compartí una mirada con Fredrek. Pretendía fusionar su propiedad con Kozlov Palace y hacerla más grande de lo que era. Convertir a la competencia en una parte de mi negocio. Ahora nadie me detendría de adueñarme completamente de Las Vegas. Mi influencia no tendría límites. Otros estúpidos igual a él caerían en mi extorsión muy pronto.
—Ha sido un placer hacer negocios contigo, amigo—recogí el contrato y le guiñé un ojo—. Tu esposa es una gran mujer. Mándale saludos de mi parte.
Apretó los dientes y se llevó con él las fotos muy humillado. Fredrek me entregó un vaso de vodka y brindamos por otro trabajo exitoso concluido. Hacíamos un buen equipo juntos. Era de las pocas personas que me gritaba las verdades en la cara y me daba consejos que siempre me beneficiaban. Fredrek Belov era lo más cercano al padre que nunca tuve.
—Eso fue emocionante—dijo Fredrek—. ¿Tienes ideas de cuantos peces gordos lo intentaron? Nadie encontró su debilidad y tú lo conseguiste en un mes.
Me encogí de hombros.
—No todos son tan listos como tú y yo.
Asintió.
—Puedo organizar una reunión la próxima semana para hablar de los nuevos planes que tienes.
—He esperado esto durante un año. Kozlov Palace será remodelado en una versión más impactante y Las Vegas querrá verlo.
Fredrek levantó su vaso.
—Por los nuevos comienzos—masculló.
Sonreí.
—Salud.
Mi día no podía ir tan bien como esperaba. Postergar la reunión con los Solovióv no sería prudente ni conveniente. Había llegado un nuevo cargamento del medio oriente y estaba ansioso de verlo. Arreglé las solapas de mi chaqueta, eché un vistazo a la zona desierta y después entré al viejo depósito. Viktor permaneció detrás de mí con su dedo en el gatillo del rifle. Era su deber estar alerta en cualquier situación. Mi seguridad estaba amenazada, sobre todo, después de la masacre a los irlandeses en ese restaurante.
—Aleksi, viejo amigo—La panza de Igor se sacudió con cada paso y me dio un breve abrazo—. Siempre es bueno verte.
Le palmeé la espalda.
—Tu hijo me dio un mensaje ayer.
—Espero que no haya ocasionado muchas molestias—Su sonrisa era tensa—. Se pone intenso a veces. No lo tomes muy personal. Aleksander aún tiene que aprender ciertas cosas. Ayer lo envié justamente como una prueba. No permitiré que me haga perder dinero por culpa de una puta.
Chasqueé la lengua. Él estaba al tanto de los problemas que tenía su inútil hijo conmigo, aunque los sentimientos de Aleksander jamás habían interferido en los negocios. El dinero que hacíamos juntos era más importante que el orgullo para Igor.
—No te preocupes. Nos estamos entendiendo.
—Es bueno escuchar eso—Me hizo señas con la mano—. Ven conmigo.
Había tres maletines sobre una mesa de hierro, custodiado por cinco hombres vestidos con trajes y guantes. Me miraron con recelo mientras me acercaba a verificar la mercancía. Viktor era el único que custodiaba mi espalda, pero valía por diez soldados. Haría pedazos a estos inútiles pretenciosos. Normalmente mis encuentros con Igor ocurrían en su viejo depósito. Muy pocas veces en mi espacio personal. Las paredes estaban oxidadas y mohosas con restos de sangre seca. Olía muy mal, pero la estética no importaba cuando era un lugar seguro y discreto. Era difícil sufrir ataques inesperados aquí. La policía ni siquiera se acercaba.
—Armas militares que aún no han salido al mercado—Igor sonó los dedos y uno de sus hombres abrió el maletín—. Con capacidad de destruir un edificio entero.
Viktor levantó una sola ceja como respuesta. Él tenía mucho más conocimiento que yo en esta área. Por la misma razón siempre me acompañaba a los encuentros. No iba a ninguna parte sin él. Era sensato e intuitivo. Había sido entrenado para esto. Jamás entendería como terminó en esa ratonera con sus conocimientos militares. Era un gran soldado.
—¿Puedo? —pregunté.
Igor asintió.
—Adelante.
Agarré el rifle de batalla y toqué el contorno. Tenía un cartucho qué fácilmente podría llegar a 800m de distancia. Más potente que el fusil civil que solía usar. Viktor me dio un simple asentimiento como aprobación.
—Tengo veinte de ellos en mi poder. Puedo conseguir mucho más—dijo Igor—. Son todos tuyos.
Me aclaré la garganta.
—¿A cambio de qué?
Su sonrisa se ensanchó.
—Una parte considerable de tu territorio en Las Vegas.
Me tensé y volví a dejar el arma dentro del maletín. Había sangrado por esta ciudad. Probé mi valor de formas atroces y perdí mi alma en cada batalla. Gobernar Las Vegas robó parte de mi felicidad y mi poca inocencia. ¿Ceder una parte? Había masacrado a los irlandeses por intentarlo. Igor no era especial.
—Hay límites que no se deben cruzar, Igor—mascullé—. Tu acceso al mercado de armas es fácil, pero no el único. Puedo conseguir a mejores y de buena calidad.
—Mi mercancía es la mejor y de buena calidad—enfatizó. Sus ojos eran como brasas calientes, con la sangre rezumbando por su rostro—. ¿De qué diablos estás hablando?
Viktor se posicionó a mi lado mientras los hombres de Igor lo rodearon. Saqué la caja de cigarros de mi bolsillo y encendí uno sin preocuparme por la posible confrontación. Ya estaba caminando en una cuerda floja desde mi encuentro con Aleksander. Los Solovióv se habían vuelto arrogantes por la influencia que lograron en el tráfico de armas. Pronto me encargaría de arrebatarles ese poder.
—El dinero ha estado en la conversación desde que empezamos con los negocios—Chupé la punta del cigarro y expulsé el humo—. No me gusta este nuevo intercambio.
Sus fosas nasales se dilataron.
—Has monopolizado la ciudad, Aleksi. Tus asociados solo podemos movernos en pasillos—Se rió con fuerza—. Nunca te perjudicaría si me cedes esa parte. He trabajado con tu padre y creí en ti cuando todos se negaban a hacerlo. Me importó una mierda el drama que tienes con mi hijo. Eres bueno haciendo dinero y eso me encanta. Si me devuelves la mínima confianza que te he dado estoy seguro de que ambos saldremos beneficiados.
Tiré el cigarro al suelo y lo apagué con la punta de mi zapato.
—Sí, soy muy bueno haciendo dinero—Estuve de acuerdo—. Y por la misma razón no necesito darte nada.
Abrió la boca, pero salió un patético tartamudeo. Lo miré con indiferencia y aburrimiento. Había llegado a la cima por mi cuenta. Nadie me tendió la mano. Nadie me dijo que todo estaría bien.
—Espero que no te arrepientas de esta decisión—sonó como una amenaza.
—Me arrepiento de muchas cosas, pero ninguna se trata de mis negocios—dije y avancé a la puerta—. Ten un buen día, Igor.
🐦
Bella
Mis pestañas se agitaron y solté un gemido. Mi consciencia me pedía a gritos que despertara, pero por alguna razón me negaba a hacerlo. Sentí una suave caricia en mi cabello, mis pómulos, mis labios entreabiertos. El familiar aroma amaderado flotaba en el aire y busqué más de él. Lo escuché susurrar mientras su palma se deslizaba por mis pechos adoloridos, mis caderas y mis muslos húmedos. Estaba tan mojada.
—Ahh... —gimoteé, apretando las sábanas con mis puños.
Una risa profunda resonó en mis oídos y mis piernas se abrieron, recibiendo a su dedo dentro de mí. Jugueteó con mi clítoris, llevándome a lugares que nunca había explorado. Su pulgar giró, acariciando, tentándome, rompiendo todos mis límites. No podía detenerlo. No... quería. Estaba en una especie de sueño o tal vez una pesadilla. No lo sabía. Las pesadillas no se sentían tan bien, ¿verdad?
Mi espalda se arqueó en la cama. Dedos largos rompieron los tirantes de mi tanga. Esa fue la alarma que me obligó a despertar, pero ya era tarde. Ojos verdes posesivos me devolvieron la mirada mientras chupaba mi clítoris y mis piernas rodeaban su rostro. Me quedé inmóvil. La absoluta conmoción sin darme oportunidad de apartarlo. ¿Qué...?
—Aleksi...
—Shh... cariño —Puso la palma en mi estómago y me forzó a relajarme—. Déjame comerte. Estoy hambriento de ti. Te gustará. Lo prometo.
El terror y la confusión se mezclaron dejándome mareada y desorientada. La parte racional quería poner la mayor distancia posible entre nosotros, pero estaba más allá de cualquier sentido común. Alargué la mano y lo enredé en su grueso cabello castaño, necesitando aferrarme a algo. Su lengua entraba y salía de mí. Me hundí en el abismo de placer permitiéndole hacer lo que quisiera conmigo. Yo era su juguete después de todo.
—Mía—Lo escuché gruñir—. Malditamente mía.
Mi cuerpo entero se sacudió en la cama. El mundo giraba y mi cabeza todavía no lograba procesar nada. Aleksi se cernió sobre mí. Me besó despacio mientras alineaba su pene entre mis piernas y empujaba sin preámbulos. Mi grito fue silenciado en su boca, mis uñas se clavaron en su musculosa espalda. No dolió como la primera vez, pero me costó adaptarme a su tamaño.
—Aleksi—Su nombre era un grito confuso—. Aleksi...
Se quedó quieto, dándome un momento de piedad. Rodeó mi garganta con una mano y apretó. Cada respiro en medio de la tos quemaba tanto que trajo lágrimas a mis ojos. Había visto su oscuridad antes, pero no así. Parecía poseído mientras empujaba dentro y fuera de mí. Duro e implacablemente, conduciendo profundo. La cama crujió y el cabecero chocó contra la pared con cada embestida. Mantuvo el contacto visual todo el tiempo y me folló hasta que llegó el amanecer.
Desperté sola y desnuda con restos de su semen entre mis piernas. La consternación me mareó y trajo una oleada de vomito a mi garganta. No podía creer que sucedió mientras dormía. No recordaba haberle dado mi consentimiento. Sucedió porque él lo quiso así y me manipuló porque era la única forma de robarme concesiones. Me levanté de la cama con pasos torpes y descuidados. No me sentía a salvo ni en mi propia habitación. Ponerle seguro a la puerta no serviría de nada. Aleksi fácilmente podría derribarla.
Entré al baño y miré mi reflejo en el espejo. Ver más marcas de sus dedos en mi cuello me rompió completamente. Lágrimas no deseadas empezaron a caer de mis ojos y sollocé. Ese monstruo me violó y nadie impidió que sucediera. Ni siquiera yo. Abrí la ducha y me metí bajo el agua. Dudaba que volviera a sentirme limpia después de esto. Su nombre estaba escrito en mi piel y era permanente. En el peor de los sentidos.
Me balanceé en el columpio del jardín mientras miraba a la nada y sonaba en mis oídos una canción de Coldplay. Aleksi tenía mucho trabajo y se retiró temprano. No quería verlo. No después del acto sexual no consensuado. A estas alturas no importaba lo que yo quería. Él me lo advirtió. Era dueño de mi cuerpo y mi placer. Anoche volvió a demostrarlo.
La presencia de Dorothea me alarmó. No solo por la expresión aturdida en su cara, también porque sostenía un precioso ramo de rosas blancas. Mi corazón empezó a latir con ansiedad y me quité los audífonos de la oreja. Reconocería esa envoltura sin dudar. Josephine era meticulosa y detallista con sus pedidos. Ella me enseñó la misma técnica.
—¿Es para mí? —balbuceé.
Dorothea asintió con entusiasmo.
—Llegó hace minutos, cielo—Se rió nerviosa—. Tuve que leer el remitente dos veces para asegurarme de que tenía tu nombre y no me equivoqué.
Salté del columpio y me precipité a tomar la nota. Dorothea sostuvo las flores mientras yo leía entre líneas.
"Me han dicho que las rosas son de tu agrado. Espero que te gusten. Me encantó conocerte y espero volver a verte pronto, Bella"
Aleksander Solovióv.
Rompí la tarjeta en diminutos pedazos y solté una bocanada de aire. La emoción de hace unos segundos se esfumó. ¿Quién se creía ese hombre para enviarme flores? ¿Le encantó conocerme? Dios. Solo hablamos dos segundos y no me gustó en absoluto. Era repulsivo. ¿Y por qué las rosas provenían de la florería de Josephine? No era una casualidad. Asumí de inmediato que el hombre me había investigado.
—Por favor, deshazte de ellas—supliqué—. No las quiero.
El rostro de Dorothea decayó.
—¿No son un regalo de Aleksi?
Se me escapó una risita incrédula.
—¿De verdad creíste que serían de él? Lo conoces muy bien, Dorothea—dije. Se aclaró la garganta en un gesto de incomodidad y me sentí mal por ser brusca con ella. A pesar de todo la mujer todavía creía que su consentido tenía un poco de caballerosidad en él—. Las envió Aleksander Solovióv—Le expliqué—. Y dudo que hayan sido de buena fe. Trama algo.
Dorothea asintió en acuerdo.
—Aleksi estará furioso cuando se entere—masculló—. No se lleva bien con él.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
Me dio una sonrisa tensa.
—Problemas del pasado—Retrocedió con el ramo—. Te veo en el almuerzo, querida.
Avanzó hacia la mansión y volví a sentarme en el columpio con un suspiro agotador. Aleksander tenía un problema con Aleksi y quería utilizarme para fastidiarlo. Rodé los ojos con indignación mientras elegía una canción al azar en el iPod. Malditos hombres estúpidos. Los odiaba a ambos por igual.
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