Una caricia
Capitulo #6
_____________Una caricia____________
________________Sergei_______________
La yema de mis dedos trazó el contorno del corte en mi mejilla, y una sensación de curiosidad morbosa se apoderó de mí. Sentía curiosidad por la responsable de esta herida. Mis ojos se posaron en Vanessa, una criatura frágil y etérea, con una apariencia de vulnerabilidad que parecía gritar "protégeme". Pero había algo en ella que no cuadraba, una chispa de osadía y desafío que me intrigaba.
¿Quién era esta mujer? ¿De dónde salió? ¿Qué secreto ocultaba detrás de sus ojos? Mi mente bullía de preguntas, y mi cuerpo se tensaba con una anticipación casi palpable. No quería mover un dedo hasta saber quién era esta mujer y cómo podría utilizarla para mis propios fines.
La atracción que sentía hacia ella era como un imán, irresistible y peligrosa. Y yo era un hombre que siempre había seguido sus instintos, sin importar el costo. Tal vez esto sea una dolorosa puñalada final.
—Ya tengo lo que me pediste —Joe entró en mi habitación con una carpeta delgada, su rostro serio y concentrado.
Me levanté de la cama y me acerqué a él, tomando la carpeta de sus manos. La abrí, y mis ojos recorrieron las pocas páginas que contenía.
—¿Solo esto? —pregunté, alzando una ceja. La información era escasa, y me sentí insatisfecho.
Joe apretó los labios, su expresión tensa. —No hay mucho de ella, señor. Su acta de nacimiento dice que es hija del jefe de seguridad de su padre, pero... —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado—. Note que ella no lo conocía, y él apenas le prestaba atención.
Me senté en la cama, ojeando la poca información que había sobre ella. Mi mirada se detuvo en el apellido: Derelicta.
—¿Derelicta? —repetí, alzando la vista hacia Joe. —¿Qué nombre tan horrible? No conozco a ninguna familia con ese apellido.
Joe se movió incómodo, su rostro nervioso. —Se trata de un orfanato, señor —explicó, su voz baja y vacilante—. El mismo en el que vivió su madre cuando fue expulsada de aquí.
Mi mirada se clavó en Joe, mi mente trabajando a toda velocidad.
Me quedé inmóvil durante unos segundos, intentando procesar la información que Joe me había revelado. Mi mente se sumió en un torbellino de pensamientos oscuros y emociones turbulentas. Luego, una risa amarga y cruel brotó de mis labios.
—Así que parece que mi padre no ha cambiado —murmuré, mi voz llena de desprecio y resentimiento. —Todavía sigue siendo el mismo enfermo mental que siempre ha sido.
Joe asintió con la cabeza, su expresión seria y sombría.
—Al parecer, estaba involucrado en un negocio de tráfico de personas —explicó, su voz baja y grave. —Pagan una buena cantidad de dinero por ellas en el norte. La señorita... —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras nuevamente—. La señorita Derelicta debió haber sido la excepción.
Tomé una bocanada de aire, sintiendo cómo mi ira y mi frustración crecían con cada segundo que pasaba.
—Entonces ella no es importante —dije, mi voz baja y peligrosa. —Si la mato, no será un problema.
Mi mirada se clavó en Joe, desafiándolo a contradecirme. Pero él no dijo nada, solo se quedó allí, observándome con una expresión sombría y preocupada.
Eso era suficiente para mí —Continuemos con el plan y usemos la boda como distracción, nos dara tiempo a que lleguen nuestros hombres, no quiero que quede ni un cabo suelto.
El bajo si mirada —Si señor.
Me asome en la ventana para mirarla con los pies sumergidos en el agua y echando el rostro al suelo en un intento de alcanzar los pocos rayos de sol de la tarde.
¿Cuál es tu nombre ahora?
______________Vanessa_______________
Me sumergí en el agua helada, permitiendo que la soledad y la tranquilidad me envolvieran. Mi mente había sido un torbellino de pensamientos molestos y temores durante todo el día, y necesitaba escapar de la opresión que me ahogaba. Tenía miedo, sí, yo le tenía miedo a casi todo, pero ahora tenía miedo de vivir y de morir. Era un puzle imposible de resolver, un laberinto sin salida.
Peiné mi cabello con dedos temblorosos y tomé una bocanada de aire al salir del agua. Nada parecía calmarme, nada parecía capaz de apaciguar la tormenta que rugía dentro de mí.
—¿Planeas morir ahogada? —La voz detrás de mí me hizo dar un brinco.
Me di la vuelta para encarar al intruso, y mi estómago se retorció al verlo allí, de pie en el borde de la piscina. Estaba vestido con un traje claro y elegante, como si acabara de salir de una reunión de negocios. Pero había algo en su mirada, algo que me hizo sentir que estaba desnuda y vulnerable.
—¿Y tú eres la parca? —le pregunté, intentando mantener la calma.
Nadé hacia el borde de la piscina, hasta que estuve lo suficientemente cerca de él como para sentir su calor.
Me miró desde su posición, su mirada intensa y penetrante. —Tal vez lo sea —dijo, su voz baja y peligrosa.
Alcé una ceja, mirándolo de arriba a abajo. —Pues cambia de estilo —le dije, intentando sonar despreocupada. —Las corbatas te quedan fatal.
Pero él no se rió. En su lugar, se inclinó hacia mí, su rostro a solo unos centímetros del mío. —No creo que te preocupen mis corbatas, tienen una buena utilidad ¿Te interesa?
Salí de la piscina, sintiendo la mirada de Sergei clavada en mí como un cuchillo. Me sentía desnuda y vulnerable, aunque sabía que no era más que una ilusión. Me envolví en el albornoz, sintiendo el suave tejido contra mi piel, pero no lograba sacudirme la sensación de que Sergei me estaba desvistiendo con la mirada.
—Vete a la mierda, Sergei —le dije, mi voz baja y venenosa, antes de darle la espalda y entrar en la casa.
La puerta se cerró detrás de mí con un clic, pero sabía que Sergei no se iría tan fácilmente. Él siempre volvía, siempre me encontraba, y siempre me hacía sentir como si estuviera atrapada en una red de la que no podía escapar.
—Puta casa de locos... —mi comentario fue interrumpido por una tos aguda y terrorífica que resonó en el pasillo.
Me detuve en seco, mi corazón latiendo con fuerza, y desvié mi camino para saber qué sucedía. Caminé por el enorme pasillo lleno de ventanas enormes, y encontré a Giovanni sentado y cubriendo su boca mientras intentaba mitigar esa horrible tos. Me acerqué a él rápidamente, mi corazón lleno de preocupación, y comencé a darle palmadas en la espalda, intentando calmarlo. Pero él seguía haciendo ruidos raros con la garganta, y su cuerpo se sacudía con cada tos.
Tomé el jarro de limonada fresca que había a su lado y serví un poco en un vaso, esperando que eso lo ayudara. Pero en lugar de beber, él lo tomó de mi mano y lo lanzó a un lado, haciendo que el vaso se estrellara contra el suelo. Cuando aparté el pañuelo de su cara, sus labios, barbilla y la tela blanca estaban cubiertos de sangre.
—¡Sergei! —grité, mi voz llena de pánico, porque no quería ser yo la que tuviera que auxiliar a alguien que escupía sangre prácticamente. —¡Simona...!
Pero Giovanni me agarró del brazo y me hizo caer de rodillas a su lado. —Cierra la boca y deja que los demonios se vayan tranquilos al infierno —me pidió con un tono de dolor en su voz.
—Estás... —mi voz estaba temblando. —Estás sangrando mucho.
—Vanessa... ¡Señor! —Simona salió corriendo hacia nosotros, su rostro lleno de preocupación. —¿Qué sucede?
Me solté del agarre de Giovanni y me puse de pie, temblando. —Empezó a toser sangre —le dije a Simona.
—¿Sucede algo? —dos hombres más entraron a la habitación, y la escena se convirtió en un caos.
Pero Sergei se detuvo en el umbral de la puerta, mirando la escena sin una gota de preocupación en su rostro.
—¡Llamen a un doctor! —les grité a todos, mi voz llena de desesperación.
La casa se quedó en un profundo silencio con la llegada del doctor, nadie parecía saber nada y con la llegada de Antoni todo se volvió un caos.
Me refugie en mi habitación, rodeada de oscuridad y silencio, sabiendo que no había nada que yo pudiera hacer. Mi mente estaba llena de pensamientos y preocupaciones. ¿Qué le había pasado a Giovanni? ¿Por qué Sergei no había mostrado ninguna preocupación?
La puerta de mi habitación se abrió suavemente, y Antoni entró con una expresión seria en su rostro.
—¿Qué pasa? —le pregunté, mi voz baja y preocupada.
—Mi padre... —comenzó a decir, pero se detuvo, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado. —Está enfermo, pero se recuperará.
Me sentí un poco aliviada, pero mi mente seguía llena de preguntas.
—Sergei... —comencé a decir, mi voz llena de ira. —No mostró ninguna preocupación por Giovanni. Se quedó allí, mirando la escena sin hacer nada, tal vez él.
No sabía si debía hablar abiertamente sobre mis sospechas. Antoni se acercó a mí, su rostro serio.
—No te acerques a Sergei —me dijo, su voz baja y firme. —No es bueno para ti.
Me sentí un poco confundida, pero Antoni se acercó más a mí, su rostro a solo unos centímetros del mío.
—Yo te protegeré —dijo con su voz suave y tranquilizadora.
—Preferiría que no hubiera necesidad de hacerlo —confese.
En se acostó a mi lado en la cama —¿Pensaste en la boda?
Negué con la cabeza —No mucho.
Sentí su aliento cálido en mi mejilla, y su respiración lenta y profunda me envolvió en una sensación de calma y seguridad. Sus dedos trazaban círculos suaves en mi espalda, enviando escalofríos por mi columna vertebral. Su nariz acarició la mía, y su mirada triste y cansada me perforó el alma.
Luego, con una lentitud que me hizo contener la respiración, se acercó a mí, rozando mis labios con los suyos. Su boca era suave y cálida, y su beso fue como un susurro de promesas y secretos. Me sentí envuelta en una sensación de abandono y entrega, como si mi cuerpo y mi alma estuvieran cayendo en un abismo de placer y pasión.
Pero de repente, me detuve. Mi mano se levantó y se posó en su pecho, deteniendo su avance.
—No quiero hacerlo —le dije, mi voz baja y firme.
—¿Besarme? —pregunto con una sonrisa coqueta.
Mordí mi labio —Tener sexo.
El soltó una carcajada y me abrazo —Debo confesarte que yo si, pero esperaré un poco más.
Asentí y me dejé abrazar por un buen rato, hasta que su respiración se volvió lenta y confirmé que se había quedado dormido. Me quedé un par de horas mirando el anillo en mi dedo, concentrada en su respiración y en el olor de su piel, un olor suave que me relajaba, pero no del todo. Me sentía nerviosa al pensar que tal vez esta sería mi nueva vida. Ser la esposa de este hombre al que había conocido apenas unos meses atrás y del que no sabía absolutamente nada.
Me arrastré por la cama con cuidado, intentando no hacer ruido, hasta que mis pies tocaron el suelo frío. Los zapatos no eran una opción para esta misión. Caminé de puntillas, cruzando mis dedos para que la puerta no hiciera ruido. Era ridículo tener que escapar de lo que se suponía que era mi propia habitación. Era muy difícil sentirme agradecida con esta vida.
Caminé por la casa, revisando algunas habitaciones a las que nunca había entrado, y descubrí que en su mayoría estaban cerradas con llave. ¿Quién cierra con llave las puertas de su casa? Alguien que no confía ni siquiera en las personas con las que convive. Y no era para menos.
Volvió a escuchar la tos horrible de Giovanni, y me paralicé al instante al recordar cómo la sangre brotaba de su boca. Me asusté al pensar que tal vez pasaba por lo mismo. Retrocedí, manteniendo la calma, y agarré el pomo de la puerta con las manos temblorosas. Tomé una bocanada de aire y abrí la puerta. Encontré al hombre recostado en la cama, la piel pálida y pequeñas gotas de sudor en su frente. Estaba mal, pero al menos no había rastros de sangre.
—¿Está bien? —me acerqué tímidamente.
El intentó articular palabras, pero no entendía nada de lo que decía. Así que me acerqué más.
—Sergei —susurró con su voz débil—. Ático.
No sabía a qué se refería con "Sergei... ático", pero algo en su voz me hizo estremecer. Y no era solo porque sabía que era una mala persona. Algo que me hacía sentir como si estuviera caminando sobre una delgada línea entre la razón y la locura.
Apreté mis labios y suspiré, intentando apartar todos esos pensamientos de mi mente.
—Está bien —le dije finalmente, intentando sonar calmada—. Le pediré a Simona que te traiga agua.
Pero mientras me alejaba de él, no podía evitar sentir que estaba cometiendo un error.
—¿No puedes dejar morir a ese viejo? —lq voz de Sergei me hizo retener la respiración.
Estaba observandome en el umbral de la puerta, con una mirada dura y algo siniestra. Mordí mis labios sintiéndome ahogada por la situación, no sabía si era correcto irme y dejarlos solos y no sabía que pensar, ¿que hacia el aqui? Ni siquiera había reaccionado cuando vio a su padre mal.
Apreté mis puños detrás de mi espalda —Estaba preocupada, por eso vine.
—Eso no fue lo que pregunte —me interrumpió—. ¿Que dijo?
Mire a Giovanni, había cerrado sus ojos y su respiración era más calmada ahora. Tal vez se había quedado dormido.
Camine con decisión había Sergei y me interpuse entre el y la puerta.
—Sera mejor que lo dejes dormir —cerre la puerta con mucho cuidado.
—¿Tu lo estás matando? —pregunto sin tapujos.
—¿Que... ¡Ah! —el cubrió mi boca antes de que pudiera hablar.
—No es extraño, teniendo en cuenta que el te compro como un juguete para su hijo predilecto y tienes suerte, pudiste ser una puta más —su lengua caliente recurrió mi cuello y mi mandíbula.
Mordí su mano intentando que me soltará, pero el solo se apretó más contra mi sujetándo mis manos por encima de la cabeza y abriendo mis piernas con su rodilla.
—Basta —dije ahogando un jadeo contra su mano.
—A mi nunca me compran juguetes así —susurro en mi oído—. Si no sabes matar a tu secuestrador dime qué sabes hacer.
Libro mi boca pero si mano se ajusto en mi cuello dándome un ligero apretón. Me sentí atrapada en su mirada, incapaz de moverme ni de respirar. Sergei se acercó a mí, su boca descendiendo sobre la mía con una pasión brutal. Me besó con fuerza, su lengua invadiendo mi boca, su aliento cálido y húmedo.
Me sentí abrumada por la intensidad de su beso. Era como si me estuviera devorando, como si me estuviera absorbiendo en su propio cuerpo. Me sentí débil y vulnerable, pero al mismo tiempo, me sentí viva.
Mi cuerpo respondió a su beso de manera inesperada. Mi lengua se entrelazó con la suya, y mi cuerpo se pegó al suyo, buscando más. Pero sabía que estábamos en un lugar peligroso.
Libere un jadeo al sentir su rodilla frotarse contra mi sexo, el mordió mi labio haciéndome callar, pero no podía. Esa sensación me había gustado y sin darme cuenta volví a buscar esa presión.
Él mostró una sonrisa juguetona —Alteras mis planes con esos ojos tuyos.
¿Qué tenían mis ojos que lo hacían mirarme de esa manera? Mordí mi labio cuando me tomó del mentón y me hizo mirarlo a los ojos, esos ojos que parecían ver derecho a mi alma. Su mirada era como una caricia, suave y seductora, pero también peligrosa y devastadora. Volví a jadear cuando su mano se deslizó por mi cuello, su pulgar trazando un camino suave sobre mi piel. Su boca susurró contra la mía, enviando escalofríos por mi espalda. Mi cuerpo se rindió a su toque, mis brazos rodeándolo instintivamente. Atrapó mi cadera y me movió contra él, haciendo que mi mundo se volviera del revés. Mi control, mi orgullo, todo se fue por la ventana cuando me besó, su boca devorándome con una pasión que me dejó sin aliento.
—Solo te estás follando con mi rodilla —cubrio mi boca—. No seas tan escandalosa.
Me retorcí, gemí contra su mano y mordí sus dedos, frotándome contra él con una desesperación creciente. Mi cuerpo estaba en llamas, y solo él podía apagar el fuego que me consumía. Pero justo cuando pensé que iba a alcanzar el clímax, se detuvo y me alejó de él. Me dejó jadeando, con el cuerpo temblando de deseo y la mente confundida por la frustración.
Intenté calmar mi respiración —Eres un...
—No me insultes cuando acabas de follar con mi pierna —me advirtió.
Mordí mi labio —Imbecil —lo dije igual.
Me dió un pequeño beso en la mejilla y se acercó para hablarme al oído —Puedes decirle a tu prometido que termine por mi o tal vez puedes seducirme con tu vestido de novia puesto.
Intenté golpearlo con todas mis fuerzas, pero me detuvo en seco agarrando mi brazo con una mano firme. Su dedo trazó un camino suave sobre el corte que tenía en la mejilla, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Solo será un vez —señalo.
Lo empuje —Ya lo veremos, la próxima no era ese arañazo tonto.
No sé cómo logré arrastrarme de vuelta a mi habitación sin desmayarme, pero cuando finalmente me metí en la cama, me di cuenta de que aún estaba temblando como una hoja. Antoni se movió a mi lado, y mi corazón dio un vuelco al sentir sus brazos rodeándome. Me sentí como si estuviera en una trampa, pero de alguna manera, no me importaba. De hecho, me sentí un poco... segura. Lo que era ridículo, porque tanto Antoni como Sergei era los últimos hombres en el mundo que podrían considerarse "seguros". Pero allí estaba, rodeándome con sus brazos y haciéndome sentir como si estuviera en casa. O en una pesadilla. No estaba segura de cuál era el caso.
Se acurrucó contra mi espalda —¿Tienes frío?
Cerré los ojos y asentí —Un poco —respondi con los labios temblorosos.
El me cubrió con la manta y me abrazo, desconociendo todo lo que había sucedido, por suerte para mí. Si quería sobreviví lo estaban haciendo mal. Sergei era un problema, un gran problema, y yo necesitaba encontrar una solución antes de que me volviera loca.
—Te ves un poco cansada —comento Antoni en el desayuno.
Levanté la mirada —Estoy bien —menti.
Sergei se permitió una sonrisa disimulada mientras cubría su tostada con una capa generosa de mermelada. Era como si estuviera tratando de compensar su personalidad oscura con una dosis extra de azúcar. Yo, por otro lado, apenas podía mirar mi taza de café sin sentir una oleada de náuseas. Los nervios me estaban matando, y la presencia de Sergei no ayudaba mucho.
Antoni aclaro su garganta —Bien, ya que estamos todos y papá está mejor —señalo a Giovanni que a penas comía —Adelantaremos la boda para mañana.
—¡¿Que?! —escupi todo el café de vuelta en la tasa—. ¡Mañana! Es muy pronto.
Giovanni emitió un sonido extraño, algo entre una risa nerviosa y una queja resignada. Sergei lo miró con una ceja levantada, su expresión una mezcla de confusión y advertencia. Su mano se cerró en un puño, los nudillos blancos como la piedra.
Antoni acaricio mi mejilla —Hagamoslo por papá —susurro en mi oído—. Además, Sergei está ansioso por continuar su trabajo y solo vino para conocerte.
Sergei suspiró tomando la taza de café con un toque de elegancia —Eres muy valiente al acortar los días —murmuro.
Nota de autor:
Espero les guste este capítulo, déjenme saber en comentarios que les pareció.
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