Un frío que consume

Capitulo #17

________Un frío que consume________

______________Vanessa_______________

No me daba miedo el polvo, limpiar me ayudaba a pensar. Mientras más me paseaba por la habitación, menos conseguía idear un plan. Sin embargo, encontré un poco de hilo y agujas oxidadas. Con un poco de paciencia y dos pinchazos en los dedos, logré estrechar un poco mi ropa. Me quedé pensativa junto a la ventana, sin mucho que ver, solo el invernadero de afuera, que parecía un desastre desde lejos.

Explorar parecía una buena opción. Me volví a colocar las capas de abrigo y salí de la habitación con cautela, esperando que alguien me descubriera. Pero las risas venían del comedor. Bajé la escalera despacio y miré brevemente para encontrar la mesa llena. Todos reían y comían, excepto Sergei, que permanecía callado, pero no parecía molestarle la compañía de sus hombres.

Me dio un poco de nostalgia, recordando mis comidas en el pasado, siempre acompañada, aunque el silencio reinaba en esos momentos. Era cómodo sentir las miradas, la compañía... Nunca estuve realmente sola. Tomé una bocanada de aire antes de continuar, decidida a no dejar que el pasado me afectara. Al salir de la propiedad, sentí cómo mis manos se congelaban.

—Maldicion.

Mi nariz era un iceberg en proceso de formación, mis nudillos parecían haber sido reemplazados por cubitos de hielo y mis mejillas ardían como si hubieran sido besadas por un vampiro. Pero no, no era un encuentro romántico con un ser de la noche, solo era el frío que me estaba matando lentamente. Así que hice lo que cualquier persona sensata haría en mi situación: me abracé a mí misma y avancé sobre la nieve como un yeti en busca de su próxima víctima.

No había un camino cómodo para llegar al invernadero, solo una especie de sendero de tortura que parecía haber sido diseñado por un sadista. Sentía la humedad metiéndose en mis pies como si fueran una especie de esponja humana. Pero finalmente llegué a la puerta del invernadero, que estaba rota, porque por supuesto que sí. Con unos cuantos empujones, la puerta se abrió de par en par, como si estuviera gritando "¡Bienvenida al infierno!"

Y efectivamente, el interior del invernadero parecía un basurero. No había ni una sola planta viva, solo cajas y trozos de madera esparcidos por todas partes. Pero al menos era más cálido que afuera, así que supongo que eso era algo positivo.

—¿Qué haces aquí? —La voz de Veros me hizo girar, y mi corazón se detuvo un momento. Bueno, no literalmente, pero sí me dio un susto de muerte.

—Y a ti qué te importa —murmuré, intentando parecer más valiente de lo que me sentía.

—Sergei saldrá pronto —me informó Veros con una voz tan emocionante como un informe de contabilidad—. Te dejó ropa y comida en su habitación.

Moví algunas cosas para ver un poco más, y mi curiosidad se apoderó de mí.

—¿Cuándo regresa? —pregunté, intentando sonar casual.

Pero Veros no respondió. Tal vez se estaba tomando un tiempo para pensar en su respuesta, o tal vez simplemente se estaba divirtiendo viéndome sufrir.

—No intentes escapar de él —me advirtió finalmente, con una voz que me hizo sentir como si estuviera hablando con un prisionero—. No sé por qué razón te trajo aquí, pero...

Lo interrumpí antes de que pudiera seguir.

—¿Por qué escaparía de mi hermano? —pregunté, intentando parecer inocente.

Pero Veros no se tragó mi mentira.

—No son hermanos —respondió con seguridad—. Lo sé por la forma en que te mira.

Me reí, intentando parecer divertida.

—¿Qué tontería? —me burlé—. ¿Si no lo somos, por qué estoy aquí?

Veros me miró con una expresión que me hizo sentir como si estuviera mirando a un insecto bajo un microscopio.

Esa era yo, mintiendo descaradamente a un extraño sobre mi relación con Sergei. La verdad es que me daba risa pensar en ello. Pero lo que no me hacía reír era la incertidumbre sobre quiénes eran esas personas y qué pasaría si descubrían mi mentira.

—¿Crees que te protege porque eres su hermana? —preguntó Veros, con una sonrisa sarcástica que me hizo sentir como una mentirosa.

—¿Sabes lo que fue a hacer en Italia? —continuó, mirándome con una intensidad que me hizo sentir incómoda—. Por tu cara, es posible que lo vieras.

Me giré para encararlo, con una mezcla de curiosidad y miedo.

—¿Por qué estás con alguien así? —le pregunté, intentando mantener la calma—. Sergei es... —pausé, buscando las palabras adecuadas— ...un hombre peligroso.

Veros me miró con una seriedad que me heló la sangre.

—Lealtad —fue su respuesta, con una voz que sonaba como un juramento—. Realmente espero que destruya todo lo que le atormenta.

Me estremecí al escuchar sus palabras.

Apreté mis labios, no había nada que decirle a Veros. Era su problema si se consideraba lo suficientemente cuerdo como para vivir con alguien aún más loco que él. Yo, por mi parte, no me consideraba una candidata al manicomio.

Levanté mi abrigo del suelo y salí del invernadero sin decirle más nada, aunque sabía que él estaba detrás de mí, observándome con esa mirada intensa que me hacía sentir incómoda.

Al entrar en la casa, la calidez me envolvió como un abrazo cálido. Pero no estaba dispuesta a subir dos escaleras para quedarme en esa habitación y comer sola. Así que me dirigí al comedor, decidida a unirme a la fiesta.

—No espera... —empezo a decir Veros.

Abrí las puertas del comedor y entré causando un silencio sepulcral. Todos los presentes se quedaron mirándome, y yo me sentí algo intimidada.

Aclaré mi garganta y dije: —Veros me invitó a comer aquí.

—¿¡Qué?! —exclamó Veros detrás de mí.

Sergei levantó la mirada, me observó por encima de sus lentes y dejó el libro que sostenía a un lado. Luego, se dirigió a Veros con una voz calmada: —Veros.

—¡Yo no la invité! —se quejó Veros, con una expresión amargada.

—Pon un plato más en la mesa —ordenó Sergei, sin levantar la voz.

Atravesé el comedor con la cabeza alta, intentando ignorar las miradas curiosas de los demás. Me senté junto a Sergei, y de inmediato, la energía en la habitación cambió. Era como si hubiera una nube de tensión flotando sobre la mesa.

Veros se sentó a mi lado, con una expresión que parecía decir "eres mi puto dolor de cabeza". Puso un plato frente a mí y se metió un poco de puré en la boca con una cara de disgusto.

Sergei tomó mi plato y se inclinó para servirme un poco de carne y puré. No sabía bien qué era, pero el olor era tan apetitoso que mi estómago comenzó a rugir.

—Comportate —me advirtió Sergei, dejando el plato frente a mí.

¿Quién era él para decirme qué hacer? ¿Acaso no era él quien iba armado a todos lados? Yo era una persona decente, ¿por qué siempre me estaba atormentando?

Le di un bocado a la carne, y mi boca se llenó de sabor. Era jugosa y exquisita. Levanté la mirada y noté que todos me observaban, pero nadie hablaba o reía como antes. Era como si estuvieran esperando a que hiciera algo malo.

No era un parásito dañino en su mesa, aunque no entendiera la mitad de lo que decían. Era agradable escuchar algunas voces, sentir que estaba en un lugar donde la gente se reunía para compartir una comida. Pero la tensión en la habitación era palpable, y yo no sabía cuánto tiempo podría aguantar.

Me relamí los labios, saboreando el delicioso sabor de la comida. —¿Quién cocinó? —pregunté, esperando que alguien me respondiera. Pero en lugar de eso, todos miraron a Sergei, y él miró a Joe.

Este se aclaró la garganta y dijo: —Yo lo hice. ¿Le gusta?

Asentí con una sonrisa amable. ¡Alguien me habló! Aunque Joe fuera uno de los que había provocado una masacre junto a Sergei, siempre sentí que era diferente, que me apoyaba de cierta manera.

—Está delicioso —dije—. Podrías enseñarme a cocinar así.

Ganarme su confianza era vital para conocer este lugar y salir de aquí. Era el más cercano a la bestia de ojos diferentes.

Nos interrumpió Sergei —Ella no trabajará en la cocina.

—¿Por qué no? —pregunté, sintiéndome un poco ofendida—. No soy tan mala en la cocina. Recuerdo algunas recetas que me enseñó... —Me quedé pensativa. ¿De dónde había sacado esas recetas? No podía recordar exactamente cómo las había aprendido.

—No lo harás —finalizó Sergei, con una voz firme y autoritaria.

Solté un bufido y me levanté de la mesa para alcanzar la salsa. —Eres un poco antipático —dije—. Me dijiste que aquí todos hacían algo. ¿Por qué ya nadie habla?

Volvi a mi lugar, concentrada en la comida, pero la falta de respuesta me hizo levantar la vista. Sergei me estaba matando con su silencio. Su mandíbula se apretaba y su nuez se movía cada vez que tragaba.

—¿Qué? —me encogí de hombros.

—¿Qué le hiciste a tu ropa? —preguntó, con un tono serio y distante.

—Oh, se me caía casi —expliqué—. Así que la arreglé con un poco de hilo y aguja que encontré...

Pero no pude terminar mi explicación. Sergei me interrumpió con una orden. —Vykhodite na minutu «Salgan un momento.»

Me pegué un brinco en mi silla. ¿Qué pasaba ahora?

En cuestión de segundos, los presentes se habían levantado con sus platos, desfilando hacia la cocina como si estuvieran en una procesión. Me crucé de brazos, esperando el regaño que claramente venía.

Sergei se acercó a mí con pasos largos y decididos, su mirada ardiente y posesiva. Tomó el cuchillo de la carne y lo clavó en la mesa frente a mí, el sonido del metal contra la madera resonó en el aire.

—No necesito decirte que no uses ropa de mujer —su voz era baja y rasposa, llena de deseo y advertencia.

Su mano atrapó un puñado de mi cabello, tirando de mí hacia él.

—Vanessa —susurró, su aliento caliente contra mi mejilla.

—Suéltame —le ordené, intentando mantener mi voz firme—. Es ropa de hombre, imbécil —protesté—. Solo la ajusté...

—¡Ya basta! —me interrumpió, su voz llena de pasión y autoridad—. ¿Por qué es tan difícil para ti obedecer?

—¿Por qué debería hacerlo? —lo desafié, mi corazón latiendo con fuerza.

Su aliento caliente chocó contra mi mejilla de nuevo, y su susurro me hizo estremecer.

—Porque tú eres mía ahora —dijo, su voz llena de posesión y deseo.

Maldición, me estaba doliendo la cabeza. Y mi pecho.

—No lo soy —dije, mirándolo a los ojos, intentando mantener mi distancia. Pero su mirada me atrapó, y me sentí perdida por un momento.

Tomé una bocanada de aire y cerré mis ojos cuando tomó el cuchillo. Sentí el filo descender por mi cuello, rozando mi piel con una suavidad que me hizo estremecer. Los botones de mi camisa cedieron uno a uno bajo la presión del cuchillo, hasta que mi abdomen quedó expuesto.

Su lengua fue lo siguiente que sentí, caliente y húmeda, repasando mi mandíbula, mi cuello y mi pecho. Me sentí mareada por la sensación.

—Vanessa —me llamó, su voz baja y rasposa.

—Esto es la razón por la que te pido que no salgas de tu habitación, que uses la ropa adecuada —continuó, su aliento caliente contra mi piel.

—Porque eres un puto enfermo machista —le respondí, intentando mantener mi voz firme.

Pero su dedo acarició mi labio, y me sentí debilitar.

—Porque ahí afuera hay muchos peores que yo —dijo, su voz llena de intensidad.

Tomo mi mano y la pasé por su pecho, abdomen y... ¿Qué era ese bulto? Apretó mi mano contra su polla, caliente y dura. Me sentí mareada, asfixiada, agobiada..., no podía más.

—Ya basta —le pedí en voz baja, intentando liberar mi mano. Pero él no me soltó.

—Vanessa, no hagas esto, Vanessa, obedece —susurró, su lengua acariciando la comisura de mis labios, enviando escalofríos por mi espalda—. No te das cuenta de que eres la persona que más odio y con la que más paciencia he tenido.
Mi voz tembló al responder:

—¿Entonces para qué estoy aquí?

Su mano atrapó mi cuello, sus dedos apretando suavemente.

—Tú no estás lejos de terminar igual —dijo, su voz baja y amenazante—, pero tengo que cuidarte, aunque me duela... —pausó, su mirada recorriendo mi cuerpo— ...la polla cuando te veo.

Sentí un escalofrío al escuchar sus palabras.

—¿Qué debería hacer? —pregunto, había un poco de inestabilidad en su voz.

—¿Puedo irme a mi habitación? —pedí rápidamente, intentando escapar de la tensión.

El sonrió, su sonrisa cruel y sensual.

—¿Se te quitó el hambre? —preguntó, su voz llena de doble sentido.

—Sí —respondí, intentando mantener mi compostura.

Me soltó con algo de rabia.

—Ya vete —dijo, su voz cortante.

Me alejé de él, sintiendo su mirada en mi espalda, como si me estuviera quemando la piel

Me sentía débil y temblorosa, como si hubiera sido atacada por un ejército de abejorros enfurecidos. Me levanté, enderecé mi espalda y caminé tan rápido como pude, aunque sentía que iba demasiado lento. Era como si mis piernas estuvieran hechas de gelatina.

Me encerré en la habitación nada más llegar, sentía una energía oscura afuera que me podría tragar en cualquier momento. Y era tan agotador vivir así. En el fondo, tenía mucho miedo y no podía dejar de pensar en la manera de salir de aquí.

El frío me estaba calando en los huesos, mientras más oscurecía más temblaba yo en la cama. No era un frío tan intenso, pero era incómodo. Las mantas y los abrigos acumulados sobre mí no hacían ningún efecto. Me sentía como una mujer congelada en un bloque de hielo.

—Me voy a morir de frío —me quejé, levantándome de la cama.

Caminé hacia la ventana y la abrí, mi cuerpo tembló por el aire helado que entró en la habitación. Era como si hubiera invitado a la Reina del Hielo a entrar.

—¿Por qué no me quedé en la primera habitación? —me pregunté, maldiciendo mi mala suerte.

Aquí me congelaría, estaba demasiado alto para salir por la ventana y la oscuridad de afuera no era algo que me animara a salir corriendo por medio bosque helado. Era como si estuviera atrapada en una película de terror.

—¿Mucho frío? —preguntó Sergei, apareciendo detrás de mí como un fantasma.

Estaba parado en el umbral de la puerta, observándome con una mirada intensa.

—¿Cómo entraste? —me giré hacia él, abrazando mi cuerpo para cubrirme. Solo llevaba una camisa, y no estaba precisamente lista para una sesión de fotos.

—Es mi casa —me recordó con una sonrisa irónica—. No bajaste, ni estuviste molestando. Supuse que habías escapado o muerto.

—¿Qué harías si sucediera? —pregunté, intentando mantener la calma.

—Te entierro —respondió con una tranquilidad que me heló la sangre.

Se paseó por la habitación, como si estuviera planeando mi funeral.

—Y si escapara —volví a preguntar, intentando no reírme de la absurdidad de la situación.

El me miró como si la respuesta fuera lógica.

—Te entierro —repitió, con una sonrisa que me hizo dudar de su cordura.

Muy alentador, pensé. Realmente me hacía sentir segura y protegida. Idiota.

Me alejé de él, imitando su forma de pasearse por la habitación. —¿Eres pobre? —lo provoqué, sonriendo—. Incluso el orfanato tenía calefacción.

—La tengo, pero es una casa grande y vieja, un lugar frío y difícil —respondió tranquilo, su mirada recorriendo mi cuerpo.

—Veros me dijo que aquí no entraban mujeres —dije, intentando mantener la conversación ligera—. ¿Es alguna secta masculina? —era justo lo que parecía, a decir verdad.

—No tiene que ver con eso —aseguró, su voz baja y sensual.

—¿Eres gay? —pregunté, intentando adivinar—. No, tal vez bisexual —propuse, sonriendo.

—¿Necesitas una demostración? —ofrecio.

—¿Por qué odias a las mujeres? —pregunté, intentando entender su comportamiento.

—No lo hago —explicó, su mirada intensa—. Este es un lugar que respeto, un lugar que le dedico a alguien más. Era su sueño vivir en un lugar así.

Me reí, intentando imaginar el tipo de persona que querría vivir en una mansión al estilo Drácula.

—Es un sueño un tanto peculiar —dije, sonriendo.

—Es mi mamá —me informó, su voz baja y seria.

Me detuve, sorprendida por la respuesta. No esperaba eso.

Mierda, ¿qué podía pasar si insultas los sueños de la madre de un asesino sin piedad? Ya me había puesto un arma en la cabeza un par de veces por cosas mucho más sencillas que esta. Aclare mi garganta, intentando suavizar el golpe.

—La mujer de la foto... era linda —dije, intentando cambiar de tema.

—¿Nunca antes la habías visto? —preguntó, su voz baja y sensual.

Estaba tan cerca y yo ni siquiera lo había notado. Me encogí de hombros.

—No llevaba tanto tiempo en esa casa y no sé cuándo murió, pero fue hace poco tiempo, ¿verdad? —pregunté, intentando adivinar—¿Ellos tuvieron que ver por eso los mataste? —continué, intentando entender su motivación.

No encontraba otra explicación, a ratos Sergei no parecía una mala persona, parecía ser estúpido y actuar sin pensar, y creí que algo lo había motivado a actuar así. Pero luego lo veía más claro, era egoísta y cruel.

Negó con la cabeza.

—Fue hace diez años y ellos no la mataron —dijo, su voz firme.

En ese caso, la segunda teoría era la aceptada. Tal vez todo se trataba de poder.

—Entonces solo eres un genocida por deporte —concluí, intentando mantener la calma.

—Tal vez —fue su respuesta, su sonrisa cruel y sensual—. Ven conmigo —dijo, extendiendo su mano hacia mí.

Me sentí tentada a aceptar.

No me empujó, no me tomó de la nuca, ni me amenazó. Solo caminó frente a mí y yo lo seguí fuera de la habitación, como una oveja detrás de su pastor. Abrió una puerta y me invitó a pasar.

—Este es mi lugar —dijo, su voz baja y sensual—. Tengo que resolver unos asuntos, así que descansa y no salgas de aquí.

Me miró con una ceja levantada, como si esperara que me portara mal.

—Mañana, vendrá un doctor a verte —continuó.

—¿A mí? Yo estoy bien —le informé, intentando mantener la calma.

—Eso lo decido yo —concluyó, su sonrisa cruel y sensual.

Me giré antes de que él cerrara la puerta.

—¡Sergei! —llamé, intentando decir algo amable—. No sé la razón que tuvieras, pero gracias por no matarme.

Pero él me interrumpió.

—Bien —dijo, su voz cortante.

—Aun así, yo no me quedaré aquí para siempre —dije, intentando mantener mi dignidad.

No dijo nada, cerró la puerta y me dejó a solas. Me maldije por haber dicho esa estupidez. Una parte de mí quería creer que en algún momento él me dejaría ir, tal vez era la parte que estaba cansada de idear planes para escapar. Pero esperar y tenerle fe en las personas no me había servido de nada.

¿Quieren saber un secreto sobre el pasado de Sergei? Comenten abajo y les daré una pista...
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