Resignada

Capitulo #11

_____________Resignada______________

_______________Sergei________________

Sonrei al verla dormida, con la pistola aún aferrada en mi mano. Era una imagen ridícula, pero también irresistible. Había tenido la oportunidad perfecta para deshacerse de mí, pero la había desperdiciado de una manera tan... divertida.

No quería despertarla, no aún. Quería disfrutar de este momento, de la vulnerabilidad que mostraba al dormir. La habitación estaba en penumbras, solo iluminada por la luna que se filtraba por la ventana. El aire estaba cargado de tensión, pero también de algo más. Algo que me hacía querer acercarme más a ella, sentir su calor, su piel.

Me senté a su lado, cuidadoso de no despertarla. La miré, estudié su rostro, sus labios, su cuello. Era una mujer peligrosa, pero también era... mía, de alguna manera. Ahora era mi responsabilidad.

—¿Por qué trajiste al mundo a una mujer tan incompetente? —pregunté, más para mí mismo que para ella.

Le quité el arma de la mano y ella ni siquiera parpadeó. Su instinto de supervivencia estaba en modo "hibernación", después de todo lo que había pasado. Me reí para mis adentros, pensando que era un milagro que no le hubiera disparado mientras dormía.

—¿Qué hay de mí? —me pregunté a mí mismo.

Bueno, en mi defensa, tenía confianza en que no me mataría... esta vez. Así que fue fácil dormir, aunque mi mente estuviera en... ¿Paz? Ja, quién sabe qué es eso.

Me senté en la cama, jugueteando con el cuchillo, sintiendo la familiaridad del peso en mi mano. Ya no quedaba nadie vivo, pero aún así me sentía... aburrido. Cansado de todo esto.

Aunque no hubiera nadie para quien trabajar, no me sentía libre. Y la causa de eso estaba respirando suavemente a mi lado.

La miré, estudié su rostro, su forma de dormir. Era tan... tranquila. Tan diferente a la mujer que había conocido.

Me pregunté qué otros secretos escondía detrás de esa fachada de espontaneidad y valor.

—¿Por qué no le enseñaste a sobrevivir antes de dejarla sola?

Maldición. Esa carta maldita arruinó todos mis planes. La hubiese matado sin pensarlo dos veces, pero ahora... ahora no estaba tan seguro.

—¿Ella lo sabía? —me pregunté a mí mismo—. ¿Conocía el contenido de la carta y se las arregló para usarla en su favor?

La miré fijamente, buscando algún rastro de astucia en su rostro. Pero en lugar de eso, vi algo que me hizo sentir... incómodo.

Esa cara, esos labios frágiles que parecían pedir a gritos que los besara, esas mejillas pálidas que parecían necesitar un toque de color... y esos ojos, esos ojos que me miraban como si fueran a devorarme vivo.

Y su cuerpo... pequeño, pero con curvas que parecían diseñadas para hacerme perder la cabeza.

—Soy un maldito enfermo —murmuré para mí mismo.

Mi teléfono celular sonó, rompiendo el momento. Pronto tendríamos que seguir viaje. Llegaríamos a casa en un par de días, nuestro hogar... o nuestra prisión, dependiendo de cómo se mirara.

Vanessa

Sergei me envolvía con su misterio, su presencia era un susurro de viento cálido que me erizaba la piel. Mi espontaneidad chocaba con su oscuridad, creando una danza de opuestos que me dejaba sin aliento.

Sus dedos se deslizaban por mis piernas como una serpiente silenciosa, dejando a su paso un rastro de fuego que me hacía temblar. Mis ojos, vagamente abiertos, capturaban destellos de luz que parecían estrellas fugaces en una noche de verano. Y entonces, vi sus ojos: uno claro como el cielo en un día de sol, y otro oscuro como el abismo más profundo del océano, siniestro y furioso.

Un gemido se escapó de mis labios cuando sus dedos llegaron a ese punto, y un cosquilleo extraño me hizo estremecer contra su mano. El calor me invadía, su lengua en mi cuello era una llama que me consumía, y mis pechos se endurecían bajo su tacto firme. Me sentía ligera, como si flotara en el aire, y a la vez presionada por el peso de su cuerpo, que me mantenía anclada a la realidad. Clave mis uñas me sus hombros y capture si boca sintiendo el calor de sus labios contra los míos y la humedad de su lengua, mientras sus dedos jugueteaban con mi sexo.

—¿Estás teniendo un sueño húmedo?

Me estiré en la cama con un bostezo exagerado, como si intentara engullir el techo blanco de la habitación de hotel. Y entonces, mis ojos se abrieron de golpe, como si hubieran sido activados por un resorte. Mi mirada vagó por el techo hasta que encontró un punto de interés: Sergei.

Estaba apoyado en el marco de la puerta, con una taza de café en las manos y una sonrisa enigmática en el rostro. Parecía un modelo de una revista de moda, pero con un toque de misterio y oscuridad.

—¿Qué haces ahí? —me cubrí instintivamente con la manta, como si hubiera sido descubierta en un delito. Pero era imposible que él supiera lo que pasaba por mi mente o lo que había pasado. O al menos, eso esperaba.

—Te hice una pregunta —insistió de manera descarada, con una sonrisa que me hizo sentir como si estuviera desnuda frente a él.

Una persona normal lo ignoraría, pero Sergei no era normal.

—¿Estabas teniendo un sueño humedo? —preguntó, con una ceja arqueada y una voz que me hizo estremecer.

—No —respondí rápidamente, intentando sonar indignada—. Ahora dime tú, ¿qué haces ahí parado?

Me crucé de brazos, esperando una respuesta. Pero Sergei solo mostró una pequeña sonrisa, como si supiera un secreto que yo no conocía.

—Vístete —dijo finalmente—. Tenemos que irnos.

—¿Dónde iremos? —me levanté de la cama, siguiéndolo mientras salía de la habitación—¡Sergei! No saldré de aquí hasta que no me digas dónde iremos —grité, caminando detrás de él por el salón.

Pero él no se detuvo. Solo siguió caminando, hasta que finalmente se detuvo y se giró hacia mí.

—Solo obedece... —dijo, con una voz baja y peligrosa.

—¡Sergei! Voy a regresar... —empecé a decir, pero él me interrumpió.

—¡Maldición! ¿Por qué hablas tanto? —me tomó de la mandíbula y me detuvo, mirándome fijamente a los ojos.

Sentí que mis piernas de aflojaban. Algo en su mirada me hizo sentir que estaba en peligro.

—Te dije que ya debemos irnos —dijo finalmente—. Vístete.

Lo miré desafiante, pero él solo se acercó a mi oído y susurró:

—Viste la sangre, la tocaste, escuchaste como les disparé..., están muertos, Vanessa. No tienes a dónde ir.

Sentí que mi voz se había perdido en el abismo de mis emociones, como un pez que busca aire en un tanque vacío. Mi mente era un torbellino de sentimientos contradictorios, y mi lengua parecía haberse pegado al paladar.

—Entonces déjame ser libre —dije, mi voz apenas un susurro, una súplica desesperada.

Pero Sergei no se conmovió. Se limitó a mirarme con esos ojos oscuros y misteriosos, como si pudiera ver derecho a través de mi alma.

—No —dijo finalmente, su voz firme y autoritaria—. Tienes treinta minutos para vestirte y comer algo antes de bajar a recepción.

Y con eso, salió de la habitación, dejándome sola con mis pensamientos y mis emociones en conflicto. Me sentí como una prisionera, con Sergei como mi carcelero.

¿Esto era diferente? Era peor, solo había cambiado de dueño, y este había matado a sangre fría a los anteriores, arrebatándome toda oportunidad de ser libre. Me sentí como una mariposa atrapada en una telaraña, con Sergei como la araña que me observaba con ojos hambrientos.

Miré el anillo de Antoni en mi dedo, y me pregunté si él también había querido ser libre. ¿Qué mierda estaba haciendo? Seguir los pasos de alguien no formaba parte de mi personalidad. Era una mujer espontánea, que siempre había hecho lo que quería, cuando quería..., aunque pocas veces resultará.

Pero ahora, me encontraba en una situación que no controlaba. Tomé un poco de ropa, no había mucho para elegir, pero al menos los abrigos gruesos ocultarían el hecho de que usaba ropa de hombre. Me recogí el cabello y me cubrí con la capucha antes de salir de la habitación.

¿Dónde? No tenía ni idea, pero cuando entré en el ascensor, supe que al abrirse esas puertas, no lo encontraría a él. Detuve el ascensor en un piso cualquiera, y caminé en busca de las escaleras. Siempre eran una mejor opción para escapar que estar encerrada en una caja de metal que sube y baja.

Bajé todos los pisos, usando calzado grande masculino que hacían que mis pasos fueran torpes. El bullicio, el olor y el gentío moviéndose de un lado a otro provocó que mi estómago se retorciera y mis ojos buscaran desesperados una salida. Todos los hombres y mujeres del servicio me observaban, sabiendo que yo no debería estar allí.

Me sentí como una fugitiva, con el corazón latiendo a mil por hora. Pero no iba a rendirme. Iba a encontrar una salida, y a empezar una nueva vida, lejos de Sergei y su mundo oscuro. O al menos, eso esperaba.

No tenía ni la más remota idea del idioma. Mi español era malo, mi inglés era prácticamente inexistente. Pero no iba a dejar que eso me detuviera. Aclaré mi garganta y dije lo único que sabía:

—Sorry..., exit.

La mujer a la que había seleccionado por tener toda la pinta de ser nueva aquí me miró con una mezcla de confusión y compasión. Señaló nuevamente a las escaleras de servicio, como si estuviera tratando de decirme algo. Pero yo no estaba dispuesta a escuchar.

—No, no, no —negué con la cabeza varias veces—. ¡Exit! Quiero salir de aquí.

La mujer me miró con duda, pero finalmente señaló con el dedo a una pequeña puerta que estaba escondida detrás de unas cortina. Eso era suficiente para mí.

—¡Gracias! —exclamé, sonriendo como una idiota.

Caminé hacia la puerta con determinación, positividad y un miedo horrible que me hacía temblar por dentro. Estaría sola en las calles de Moscú, sin saber ni una palabra de ruso, pero era mejor eso que quedarme con Sergei y correr el riesgo de que se aburriera de mí y me pegara un tiro en la cabeza.

El aire frío me golpeó como un puñetazo en la cara, mi nariz se congeló y mis mejillas ardieron. Claro que las capas de tela que tenía no eran suficiente abrigo, lo imaginé. Pero esperaba conseguir algo mejor si vendía el anillo de Antoni y tal vez así podría salir de este lugar infernal.

Pero mis planes se vinieron abajo cuando escuché la voz de Sergei detrás de mí.

—Camina —ordenó, su voz baja y peligrosa—. Te quedó todo muy bonito, pero pierdes tiempo pensando.

Sentí un escalofrío cuando me di cuenta de que lo que me estaba clavando en la espalda era su arma. Mordí mi labio para no gritar.

—Imbecil, no encontraba la recepción —dije, intentando sonar calmada y segura de mí misma.

Pero por dentro, estaba temblando de miedo.

Me hizo caminar con prisas fuera del callejón, como si fuera una prisionera. Y, en cierto sentido, lo era. Sergei me agarró del brazo y me metió en un coche oscuro, de esos que salen en las películas y que usualmente conduce el malo. Ventanillas oscuras, tapicería impecable, y un olor a tabaco que me hizo sentir como si estuviera en un bar de mala muerte.

—Tienes la mala costumbre de escapar —murmuró Sergei, su voz baja y peligrosa.

Bufé, intentando mantener la calma.

—Y tú tienes la mala costumbre de apuntar a las personas con un arma para cualquier cosa —repliqué, intentando sonar valiente.

Pero Sergei solo me lanzó esa mirada de superioridad que me hacía sentir como una hormiga bajo su zapato.

—No —dijo, su voz lleno de confianza—. Tengo la mala costumbre de matarlos.

El plan de escape había fallado... otra vez. Parecía que estaba condenada a estar atrapada en este juego de gato y rató. Pero no me rendiría. No todavía.

O si, cuando llegamos a la estaciones de trenes me di cuenta que no brindaba ninguna oportunidad de escape, era un laberinto de luces y sombras, donde el olor a humo y metal parecía envolverme como una manta pesada. Sergei me arrastraba con fuerza, sus manos sujetándome las muñecas con esposas que me hacían sentir como una prisionera. La gente a nuestro alrededor parecía ignorarnos, como si fuéramos fantasmas invisibles.

—Me estás secuestrando —le dije de nuevo, mi voz temblando de miedo y frustración.

Sergei se detuvo y me miró con una sonrisa enigmática. —Tecnicamente no —respondió, su voz baja y sensual. —Estoy simplemente... reorganizando tus planes.

Le lancé una mirada desesperada a los oficiales de seguridad que pasaban a nuestro lado, pero ellos parecían haberse vuelto ciegos y sordos. Sergei me empujó suavemente hacia adelante, y nos sumimos en la multitud que se dirigía hacia el tren.

—Nunca he viajado en tren —murmuré, mi mente racionalizando la situación. —Pero vi una película en la que al final el asesino mata a todos en el tren...

Sergei me lanzó una mirada que decía "por favor, cállate", y yo me callé, apretando mis labios e ignorando su cara de frustración.

—¿Dices que mataré a todos los pasajeros? —preguno, su voz baja y llena de sarcasmo mientras buscaba nuestro vagón en el tren.

Rodé los ojos, exasperada—. Es poco probable, no hay una boda cerca para arruinar.

Sergei se rió, su carcajada baja y sensual —¿Te molesta más tu boda fallida o que maté a tu prometido? —preguntó, su voz llena de ironía.

Me molestó que me recordara eso y el hecho de que yo no había hecho nada. —Me molesta más respirar junto a ti —lo empujé, intentando crear distancia entre nosotros. Estaba agobiada por sentir el calor incómodo de su cuerpo tan cerca del mío.

Sergei se rió de nuevo y se acercó aún más a mí.

—Este es su vagón —anunció Joe, interrumpiendo el momento incómodo, señalando una puerta estrecha que conducía a nuestro vagón.

Sergei avanzó con paso decidido, abriendo la puerta del vagón con un gesto brusco que me hizo sentir como si estuviera entrando en una celda. Me detuve en el umbral, mirando a mi alrededor con incredulidad.

¿En serio aquí teníamos que viajar dos días? Tenía que ser una broma. En las películas, los vagones de tren parecían ser mucho más... glamorosos.

Joe, el ayudante de Sergei, me sonrió y me ofreció un bastón de caramelo. —Señorita, para usted.

Me sorprendió el gesto y me sentí como una niña pequeña en una fiesta de cumpleaños. El bastón de caramelo era tan bonito que me daba pena comerlo.

Sergei me miró con una ceja arqueada, como si estuviera pensando: "¿De verdad estás emocionada por un bastón de caramelo?" Pero ya no me importó. Me senté en mi asiento y comencé a lamer mi caramelo, sintiendo una sensación de felicidad infantil que no había experimentado en mucho tiempo.

—Me lo quitas —alcé mis manos, mostrando las esposas que me habían mantenido prisionera durante nuestro viaje en tren.

Sergei suspiró, como si fuera una tarea extremadamente complicada, pero en un abrir y cerrar de ojos, las esposas ya no estaban.

Se cruzó de brazos y me miró con una intensidad que me hizo sentir incómoda. Era como si estuviera estudiándome, analizando cada movimiento, cada expresión. Me sentí como un insecto bajo un microscopio.

Para distraerme, tomé el caramelo y lo acerqué a mi nariz. Olía a menta pero tenía un ligero sabor a fresa. Era una combinación extraña, pero me gustaba.

—¿Por qué me miras así? —pregunté, interrumpiendo mi momento de degustación.

—¿Nunca has visto un caramelo antes? —solto de manera burlona.

Me reí nerviosamente y seguí lamiendo el caramelo. —Nunca antes había comido caramelos así. De hecho, no recuerdo haber comido caramelos de pequeña.

Sergei siguió en silencio, observándome como un halcón que ha encontrado su presa. Me sentí incómoda, pero también curiosa. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué veía en mí que lo hacía mirarme de esa manera?

Intenté imitar su mirada, frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos. Pero mi boca estaba demasiado ocupada con el caramelo, y no pude mantener la seriedad. Me reí y seguí lamiendo el caramelo, sintiendo la mirada de Sergei sobre mí como una caricia caliente.

—Deja de chupar esa cosa —gruñó Sergei, arrebatándome el caramelo de la mano y tirándolo al cenicero. Me quedé con la boca abierta, sorprendida.

—Eso fue asqueroso. ¡Compra otro! —exigí, intentando recuperar mi caramelo.

Sergei golpeó la mesa con fuerza, su expresión oscura y intensa. —¿Quién es tu madre? —preguntó, su voz baja y amenazante.

Me encogí de hombros, confundida. —¿Qué carajos te pasa ahora? ¿Eres bipolar o te has fumado algo?

—¡Vanessa! —gritó Sergei, su voz resonando en el pequeño espacio.

—¡No recuerdo! —le respondí a gritos, intentando defenderme. —¿Por qué haces una pregunta tan estúpida?

Sergei se acercó a mí, su rostro a centímetros del mío. —Leíste la carta —dijo, su voz baja y intensa.

—¡No! —negué, intentando apartarme de él. —Ni siquiera entendí lo que decía. Pero si eso es lo que te tiene tan loco, mejor la hubiera quemado...

—No juegues conmigo —Sergei me soltó, su expresión aún oscura y tensa.

Idiota. Me estaba volviendo loca y ni siquiera había hecho algo para merecerlo.

—Saldre un momento, porque ya no te soporto —la sinceridad ante todo—No te preocupes, no me tirare del tren.

—Haz lo que quieras —solto molestó

—¿En serio? —pregunté, alargando la mano. —Dame dinero.

Sergei me miró, su expresión sorprendida. —¿Qué? —preguntó, su voz llena de incredulidad.

—Quemaste todo lo que tenía —dije, intentando reprocharle. —Ahora dame dinero.

Sergei bufó, su expresión divertida. —Genial —dijo. —Piérdete por un buen rato.

Tomé una bocanada de aire al ver el fajo de billetes que había dejado en mis manos. No había visto un billete así en mi vida, pero sabía que era mucho.

—Lo voy a gastar todo —le advertí.

Sergei se encogió de hombros. —Haz lo que quieras —dijo, su voz baja y resignada.

Justo eso pensaba hacer.

Una nueva etapa ¿Cómo le irá a los dos prisioneros? Déjame saber en comentarios y recuerda votar

Mañana actualizó déjame un ❤️ si quieres nuevo cap

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