Rebelión

Capitulo #9

_______________Rebelión______________

_______________Vanessa______________

—¿Ya casi terminamos? —pregunté, impaciente, mientras me ajustaba el vestido.

Simona sonrió maliciosa y me dio un suave tirón en el cabello.

—Sí, casi —dijo, mirándome con admiración y deteniéndose en mis ojos—. Eres una novia absolutamente deslumbrante.

Me sumergí en mi meditación, ignorando las palabras de Simona. Mis planes habían cambiado drásticamente de la noche a la mañana. Lo que comenzó como un simple plan de escape se había convertido en una rebelión en toda regla. No podía permitir que las otras chicas sufrieran el mismo destino que yo. Simona decía que no había manera de escapar, pero mentía. Siempre hay una manera de escapar, aunque a veces sea más fácil aceptar la jaula de cristal que nos rodea. Pero yo no era de esas personas. No quería ser una prisionera de mi propia vida.

Aunque la idea de rendirme había pasado por mi mente, me negaba a aceptarla. Mi objetivo ahora era ganarme la confianza de Antoni, y con Sergei lejos, eso sería mucho más fácil. Pero había algo más que me impulsaba: la necesidad de salvar a Giovanni. Dejar que muriera no era una opción, y ser partícipe de su muerte era algo que ni siquiera podía considerar.

Me coloqué los pendientes y me miré en el espejo, ajustando mi vestido. La sensualidad del tejido en mi piel me hizo estremecer. Me volví hacia Simona, que me miraba con una mezcla de curiosidad y admiración.

—Estás lista para conquistar el mundo —dijo Simona, sonriendo.

—No, de hecho no saldré de aquí —respondí, con una hipócrita sonrisa.

—¿Dónde está Antoni? —pregunté, intentando mantener la calma.

Simona sonrió con una mezcla de ironía y simpatía. —Falta poco para la ceremonia —dijo—. Debe estar preparándose para hacer de ti su esposa.

Me miré en el espejo, y mi reflejo me devolvió una imagen de perfección macabra. Mi maquillaje era impecable, con un tono pálido que parecía haber sido sacado de una pintura de una virgen medieval. Las pequeñas luces rosas que destacaban en mis mejillas parecían una burla, una ironía cruel que contrastaba con la oscuridad que se escondía detrás de mi sonrisa. Mi rostro parecía tierno y gentil, pero yo sabía la verdad: que era una máscara, una fachada que escondía la realidad de mi situación.

Me armé de valor y pregunté, intentando sonar lo más normal posible: —¿Cómo está Giovanni hoy?

Simona frunció el ceño, una expresión de disgusto que cruzó su rostro como una sombra. —Está mejor que ayer —dijo con una voz que parecía arrastrar una carga de preocupación. —Pero se niega a salir de la cama. Es como si hubiera perdido toda su voluntad de vivir.

No estaba complacido con la boda, eso era seguro, yo tampoco estaría contenta si mi hijk decige casarse cuándo yo estoy a punto de morir. Pero había algo más, algo que se escondía detrás de sus ojos apagados. Era como si hubiera aceptado su destino, pero no sin una cierta dosis de desesperación y rebeldía.

Asentí lentamente, mi mirada encontrándose con la de Simona en el espejo.

—¿Antoni lo ha ido a ver? —pregunté, mi voz baja y llena de preocupación.

Simona terminó de colocar el último gancho en mi cabello y se apartó, su rostro reflejando una mezcla de seriedad y resignación. —Sergei se está encargando de la seguridad —informó, su voz neutra—. Supongo que ninguno quiere molestar a su padre hoy.

Me giré hacia ella, mi corazón latiendo con una mezcla de curiosidad y aprensión —¿Sergei? —repetí, mi voz llena de incredulidad. —No sabía que él se encargaba de algo aquí.

Simona se encogió de hombros, su expresión enigmática. —No lo hace, pero el señor Antoni suele traerlo de regreso cuando hay dificultades —explicó, su voz llena de un tono de advertencia.

Me sentí un escalofrío recorrer mi espalda al escuchar el nombre de Sergei. ¿Dónde se suponía que estaba cuando no vivía en esta casa de locos?, me pregunté, mi mente llena de preguntas y dudas.

—Iré a ver al señor Giovanni antes de la ceremonia —le avisé a Simona, mi voz firme y decidida.

Ella asintió, su rostro reflejando una mezcla de aprobación y preocupación. —En el fondo, creo que es lo correcto —dijo, su voz baja y llena de emoción—. Hoy es un final feliz, y el señor Antoni no subirá al piso de arriba, así que no te preocupes por el.

La superstición dictaba que el novio no podía ver a la novia antes de la boda. Como si eso fuera a cambiar algo. Yo era una fábrica de mala suerte desde que nací. O al menos, eso parecía. El arco de flores en el jardín, la decoración exquisita, los olores dulces y la melodía de violín que se colaba por la ventana intentaban convencerme de que era un día feliz. Pero yo sentía todo lo contrario.

Estaba atrapada en un plan en el que sabía lo que quería, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Me sentía como un peón en un juego de ajedrez, con un destino marcado: la muerte. Con elegancia, caminé frente a Simona y abrí la puerta con tal cuidado que parecía increíble viniendo de mí. Pero una vez que estuve afuera, recogí mi vestido y salí corriendo... o al menos, lo intenté. Con toda esa tela, era difícil correr correctamente. Me sentí como una novia-zombi, tropezando con mi propio vestido.

Me armé de valor, tomé una bocanada de aire y, con la lentitud de un funeral, abrí la puerta para encontrar a Giovanni tendido en la cama como un rey en su lecho de muerte. Tenía mejor color que la última vez, lo que me hizo pensar que quizás no estaba al borde de la muerte después de todo. Pero, por supuesto, mi cerebro de catastrofista inmediatamente me recordó que Antoni estaba acechando en las sombras, esperando el momento perfecto para darle el golpe de gracia. Porque, claro, mi vida es básicamente un melodrama italiano.

Me senté en la cama de Giovanni, intentando no hacer ruido mientras él parecía luchar por mantener los ojos abiertos. Me sentí como una enfermera de la mafia, pero sin el uniforme sexy.

—Buenos días —le dije, intentando sonar alegre y no como una psicópata que se sentaba en la cama de un hombre medio muerto.

El me miró por un breve momento, pero solo movió un poco los labios. Parecía que estaba demasiado débil para hablar, o tal vez solo estaba ignorándome.

—Sabes lo que está pasando, ¿verdad? —le pregunté, intentando mantener la calma y no sonar como una loca—. Ellos te van a matar, si no lo hace Antoni lo hará Sergei. O quizás lo harán los dos juntos..., son una familia curiosa.

Había tanto que no llegaba a entender de ellos y no creo que consiga hacerlo algún día. No son la familia que yo espere tener.

Sus ojos se cerraron, y por un momento pensé que estaba haciendo una súplica silenciosa a los dioses de la mafia para que lo salvaran. Pero no, levantó su barbilla con orgullo, como si estuviera diciendo: "Sí, estoy listo para morir, pero no antes de que me arreglen el cabello". Me molestó, porque, sinceramente, ¿quién se muere con tanta dignidad? Él estaba decidido a morir, probablemente había vivido una buena vida, o al menos una vida llena de intrigas y asesinatos, pero formaba parte de la enorme red donde la vida de los demás era solo un juego de ajedrez. Y aún así, con un paso detrás de la muerte, no era capaz de sentir arrepentimiento. Era como si estuviera pensando: "Bueno, he matado a unos cuantos, he engañado a unos pocos más, pero hey, al menos he tenido una buena vida". Me hizo preguntarme si realmente era un hombre sin conciencia o solo un hombre muy, muy bueno en su trabajo.

—¿Por qué no te importa?— le pregunté, intentando mantener la rabia contenida, pero mi voz sonaba más como una mezcla de gritos de una adolescente en un concierto de boybands y un gato que se ha quedado atrapado en una lavadora—. ¿Por qué no sientes arrepentimiento por todo lo que has hecho?.

Mis ojos picaron de rabia, y mi voz tembló como una hoja en un huracán —No recuerdo quién es mi madre —le dije, intentando mantener la compostura, pero mi voz se rompió como un vaso de cristal en un suelo de piedra—, pero dejé una familia en ese lugar. Chicas que son como hermanas. Y fui tan egoísta que una vez que tú me sacaste de ese lugar, yo empecé a planear mi huida sin pensar en ellas.

Giovanni tomó una bocanada de aire, y su mano se estiró hacia la mesa de noche con la lentitud de un anciano que intenta alcanzar su bastón.

—Atico —susurró, con una voz que sonaba como un susurro en una biblioteca.

—¿Qué? —le pregunté, confundida, con una voz que sonaba como un eco en un valle vacío.

Giovanni se esforzó por alcanzar un frasco, pero solo hizo que estos se regaran en el suelo como si fueran copas de champán en una fiesta de celebración. Su respiración aumentó, y parecía que había hecho un gran esfuerzo, como si estuviera intentando levantar un edificio con sus propias manos.

—¿Qué hace?— le pregunté, preocupada, mientras me agachaba para recoger los frascos rotos.

Mire la llave plateada en el suelo, destacando entre todos el desorden. Él me miró, y vi un destello de determinación en sus ojos, como si estuviera dispuesto a mover montañas para lograr su objetivo.

—Atico... Sergei... —susurró, con una voz que sonaba como un secreto compartido en un pasillo oscuro, mientras con su mano temblorosa señalaba la llave.

De repente, todas las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar, como si el universo mismo estuviera diciendo: "¡Eureka! ¡Lo tienes!". La madre de Sergei había vivido en el ático, incluso cuando dio a luz a ese hombre tan... interesante. Y, por supuesto, la madre de Antoni también estaba metida en este lío, porque, ¿por qué no? Era como si la casa fuera un gran caldo de cultivo para secretos y escándalos. La madre de Sergei, una prostituta, o tal vez una niña comprada... ¡el drama era tan espeso que podía cortarlo con un cuchillo! Pero, en medio de todo este caos, había algo que me llamaba la atención: ¡la caja! Sea lo que fuera que Giovanni me estaba tratando de decir, estaba relacionado con esa caja, porque no habia otra cosa w interés en ese ático.

—La caja —le dije, mi voz temblando de emoción, como si estuviera a punto de descubrir un secreto que cambiaría mi vida para siempre—. ¿Qué hay en la caja?

Su mano se cerró en un puño, como si estuviera tratando de contener una explosión de emociones.

—Encuéntrala... —susurró, su voz baja y urgente, como si cada segundo contara—. Rápido.

Mi corazón latía con anticipación, pero una sombra de duda se cernió sobre mí. Ya la había encontrado, pero en un momento de confianza ciega, se la había entregado a Antoni.

Me levanté con una sensación de desesperación que me consumía por dentro, como si estuviera ahogándome en un mar de pánico. La urgencia de encontrar la caja me hizo correr hacia la habitación de Antoni, sin importarme el riesgo de tropezar y caer. Mi corazón latía con tanta fuerza que parecía que iba a explotar en cualquier momento. La tela de mi vestido se enredó en mis piernas, pero no me detuve.

Abrí la puerta de la habitación de Antoni, rogando para que no estuviera allí. Mi corazón se tranquilizó cuando vi la caja sobre el tocador, pero mi alegría fue efímera. Al abrir la caja, encontré solo fotos y una carta. Mi pánico creció al leer las palabras escritas en latín. ¿Qué significaban? ¿Por qué alguien había dejado este mensaje críptico?

—¡¿Qué carajos es esto?! —grité, mi desesperación creciendo como una ola que se acerca a la orilla.

Me sentí como una prisionera en una jaula de cristal, rodeada de la opulencia de la boda que se avecinaba. Me reí amargamente al pensar en la ironía de todo. "La novia más infeliz del mundo" podría ser el título de mi historia.

—¿Qué hago? —me pregunté a mí misma, mientras miraba el reloj por enésima vez.

Solo quedaban unos minutos para la boda y después de eso... bueno, después de eso, mi vida sería un infierno. Giovanni muerto, y yo, la esposa de Antoni, un hombre que parecía tener más secretos que un agente secreto. Me sentí como si estuviera caminando hacia mi propia tumba, con la sonrisa de Antoni como el último adiós.

Pensé en mi vida, en mi infancia, en lo poco que recordaba de ella... y lloré. No por la boda, no por Antoni, sino por la impotencia que sentía. No tenía una solución, no tenía un plan. Solo tenía lágrimas y un corazón que parecía estar hecho de piedra.

Tomé una bocanada de aire, ignorando el temblor de mi cuerpo. Me levanté, me puse de nuevo los tacones y me miré en el espejo. La mujer que me devolvió la mirada parecía fuerte, parecía decidida. Pero yo sabía la verdad. Yo sabía que estaba a punto de saltar al abismo sin red.

—Yo puedo —me levanté del suelo y recogí todas las cosas para devolverlas a la caja—. Voy a solucionar esto antes de irme de aquí.

Decidí que ya había tenido suficiente de acertijos y misterios. Giovanni tenía que ser más explícito, porque una carta en latín no me ayudaría a salvar a nadie. Me acerqué a él, empujando la puerta con fuerza, y agité la carta frenéticamente en su dirección.

—No tengo la paciencia ni el tiempo para jugar a las pistas —le dije, mi voz temblando de frustración—. ¡Habla claro, Giovanni!

Seguía en la cama, arropado y tranquilo, como si estuviera disfrutando de un día de spa. ¿Estaba jugando conmigo? Me sentí una mezcla de enfado y desesperación.

—¡Giovanni! —grité, mi voz resonando en la habitación—. Esto no es un juego de pistas y no te voy a ver morir hasta que me digas los nombres de todos los que están detrás de esto.

Me acerqué a él, caminando con grandes zancadas, y tiré de la manta que lo cubría. Pero no me esperaba lo que vi. Mi cuerpo se congeló, mis manos temblaban y mi mente se quedó en blanco. Me caí al suelo sin siquiera poder emitir un sonido, como si hubiera sido golpeada por un rayo. Mi cuerpo entero temblaba, y mi mente estaba llena de preguntas.

¿En qué momento paso esto?

Giovanni yacía inmóvil, su cuerpo sin vida, pero su muerte no había sido tan sencilla como la que Antoni había planeado para él. De su cuello brotaba sangre de un rojo tan oscuro que parecía casi negro, como si la propia noche hubiera invadido su cuerpo.

—Mierda —fue lo primero que logré decir, mi voz temblando de horror y miedo.

¿Antoni o Sergei? No me quedaría a averiguarlo, el plan de vivir aquí hasta tener suficiente información en mis manos acababa de ser eliminado de mi mente. Ahora estaba segura de que, si me quedaba, moriría.

Salí de la habitación temblando del miedo, mis piernas como gelatina, pero logré poner mis pies derechos en el suelo y dar algunos pasos. Sin embargo, los disparos que escuché me dejaron de piedra. Esto era mucho peor de lo que imaginaba. Mis piernas se doblaron bajo mi peso y caí de rodillas al suelo, incapaz de respirar. Me ardía la garganta y mi vista estaba nublada por las lágrimas acumuladas. Solo conseguí arrastrarme de mala manera a una esquina, donde me quedé temblando de miedo, sin saber qué hacer a continuación.

—Nos vamos a ir de aquí...

La voz era suave y dulce, pero parecía provenir de mi propia mente. Me dolía el pecho, como si alguien estuviera apretando mi corazón con una mano de hierro.

—Solo, no mires atrás...

Se repitió, pero yo ya había tenido suficiente. Cubrí mi rostro con mis manos y, tomando todas mis fuerzas, respiré hondo. Mi mente aún estaba en un torbellino, no sabía lo que era real y lo que no. Tal vez esto era solo un sueño, un producto de mi imaginación febril. Pero entonces miré hacia abajo y vi el bajo de mi vestido sucio y desgarrado. No, esto no era un sueño.

Me levanté, aún un poco perdida y agitada, pero logré caminar hacia mi habitación. Sin embargo, me detuve a mitad de camino, pensando que encerrarme solo me haría más vulnerable. Así que di la vuelta y salí corriendo en dirección contraria, sin un plan claro, pero con una idea fija: escapar.

—¡Ah! —grité, al resbalar y caer al suelo. Mis manos estaban cubiertas de sangre, y el olor era repulsivo.

Creí que me iba a desmayar.

—Ayuda... —un murmullo me hizo girar.

Vi a Simona tendida en el suelo, su rostro pálido y sudoroso.

—¡Maldición! —me arrastré hacia ella, mi corazón latiendo con desesperación—. Aguanta un poco... Mierda, por favor, no te mueras.

Cubrí la herida de Simona, pero la sangre seguía brotando a pesar de la presión que ejercía con mis manos. Era desesperante, como si estuviera intentando contener un torrente de agua con una simple servilleta. No sabía si gritar por ayuda, sería lo lógico, pero sin tener una idea clara de lo que estaba pasando, tenía miedo.

—Por favor... —susurré, mientras la presión que me hacía Simona en el brazo iba disminuyendo, hasta que su mano cayó en el charco de sangre y sus ojos se oscurecieron, alejándose de todo rastro de vida.

Me sentí como si estuviera viviendo una pesadilla, una realidad distorsionada que no podía controlar. Mis lágrimas se habían quedado en un pasado extraño, como si ya hubiera llorado todo lo que podía. Me levanté tambaleante, con mis cosas nuevamente en mis manos, y extrañamente, me sentía más firme que antes.

Caminé, aunque un poco perdida, con un vestido que había sido hermoso, ahora sucio y manchado de sangre. Y esa voz, esa voz que aún no recordaba, resonaba en mi mente como un recuerdo ya vivido, solo me pedía que corriera. Pero no tenía suficiente fuerza para hacerlo. Por cada paso que daba, veía más cuerpos, más sangre, y la escena se volvía cada vez más terrorífica. Ese vago recuerdo que no lograba ver con claridad parecía estar acechando en las sombras, esperando a que lo recordara. Y yo sabía que, cuando lo hiciera, nada volvería a ser igual.

—¿Antoni? —mi voz tembló al verlo tendido en el suelo, su rostro ensangrentado y golpeado, respirando con dificultad.

Pero fue el traje blanco de Sergei lo que realmente me hizo sentir un escalofrío. Estaba salpicado de sangre, convirtiéndolo en el protagonista de esta masacre.

—¡Vuelve a tu habitación! —me gritó Antoni, pero antes de que pudiera reaccionar, Sergei lo golpeó con una patada, silenciándolo.

Sergei me miró con unos ojos que no eran los mismos que el primer día que apareció frente a mí. Antes había aburrimiento, un toque de tristeza, pero ahora solo había odio. Y por alguna razón, parecía disfrutar de esto.

—Te di instrucciones claras —me habló en un tono duro, su voz cortando el aire como un cuchillo—. No salgas de tu habitación, escucharás lo que escucharás.

Su mirada me recorrió por completo, y sonrió, una sonrisa pícara y extraña que me hizo sentir un escalofrío.

—Sergei, deja que ella salga de la casa —intervino Antoni, intentando hablar a pesar del dolor—. Afuera está mi coche... deja que ella... —pero Sergei lo silenció con otra patada.

—¡Espera! —me interpuse entre ellos, intentando detener la violencia—. Por favor, ¿qué haces? ¿Qué está pasando aquí?

Tenía mucho miedo, y mi corazón latía con tanta fuerza que parecía que iba a explotar. Sergei se acercó a mí, su rostro una máscara de crueldad, y sin dudar, puso el arma en mi cabeza.

—¿Él o tú? —su voz era baja y amenazante.

—¡Sergei! —Antoni gritó, pero no podía verlo.

Cerré mis ojos, preparándome para lo peor.

—Al final nos matarás a todos —mi voz tembló.

Con su mano libre, tiró de mi cabello, exponiendo mi cuello para él. Su lengua recorrió mi piel, y una mordida me hizo jadear de dolor.

—Sí, eso haré —su voz era fría y calculadora—. Tú ibas a ser la excepción —su mano me rodeó con fuerza, como una garra de acero—, pero puedes morir tranquila sabiendo que mataré al hombre que te quería usar como juguete.

Apreté mis dientes, intentando encontrar la fuerza para enfrentarlo.

—¡Al menos él no es un puto asesino! —mi voz fue un grito de desafío, pero Sergei solo se rió, una risa baja y siniestra.

Una patada fue suficiente para que me liberara de las garras de Sergei. No sabía qué hacer hasta que la voz de Antoni me sacó de mi estado de conmoción: —Corre.

Y eso hice, salí corriendo en busca de la salida, pero un disparo me detuvo en seco. No sentí dolor, pero al girarme pude ver cómo todo el odio de Sergei había sido suficiente para apretar el gatillo y acabar con la vida de su hermano. Me sentí como si hubiera sido golpeada por un rayo. Y yo solo le había dado la vuelta, quizás por su orden, quizás por miedo, quizás porque pensé que un hermano no le podía hacer eso a otro.

Su mano tomó mi mentón y me hizo mirarlo. —Pudo ser peor, pudo morir sabiendo que su puta jadeaba mi nombre en vez del suyo —me dijo con una sonrisa cruel—. ¿Qué hago contigo ahora?

Mi labio tembló y dejé ir algunas lágrimas. —¡Imbecil! Al menos ella murió y no tuvo que verte —le escupí, llena de rabia y dolor.

Le lancé la caja y todo lo que tenía en mis manos. Su mirada se detuvo en las fotografías, y no había ni un poco de sorpresa en él, pero cuando tomó la carta ya abierta, sus ojos se abrieron como si entendiera lo que decía. Solo me observó por unos segundos antes de soltar una carcajada.

—¡Maldición! —arrugó la carta y la tiró lejos.

No entendía lo que sucedía o cómo había podido leer eso. El guardó el arma y, en un movimiento rápido, me tomó de la nuca y me hizo caminar a su lado. No tenía fuerzas para pelear, el final sería el mismo. Me lanzó al suelo en el jardín, y viendo la cantidad de hombres que estaban de su lado, hombres que habían cuidado de esta familia, sabía que no tenía escapatoria. Joe, el hombre al que siempre veía junto a él, también se acercó cubierto de sangre, como si también hubiera participado en la masacre. Me miró algo sorprendido.

—Señor, creía que la dejaría...

—Quiero que todo este lugar empiece a arder —ordenó Sergei—. Y prepara el jet, me iré antes.

Joe no dijo más, solo asintió. Sergei me tomó del brazo, me obligó a levantarme y a caminar a su lado hasta un coche.

—Este es tu día de suerte o tal vez no —me dijo con una sonrisa cruel, mientras me empujaba hacia el coche.

¿Qué secreto escondía la caja que Giovanni le dio a Vanessa?
¿Qué papel juega Sergei en todo esto? ¿Es un villano o hay algo más detrás de sus acciones?

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