Prisionera

Capitulo #16

_____________Prisionera______________

______________Vanessa_______________

En este lugar de sombras y secretos, yo era la intrusa. Nadie tenía que decírmelo, yo lo sabía por cada mirada gélida y cada gesto de desaprobación. A ninguno le parecía bien que yo estuviera merodeando por ahí, libre y sin ataduras. Aunque dudo que Sergei me permitiera siquiera intentarlo.

Si esta mansión tuviera una torre, me encerraría en ella y encontraría un dragón para que me custodiara. Tal vez él dragón sea el mismo Sergei, preparándome para ser su próxima comida. O tal vez, cuando se vuelva loco, me mate como hizo con... Antoni.

—¡Veros! —rugió Sergei, su voz como un trueno en la habitación.

Me estaba poniendo de los nervios. Iba a explotar si seguía gritando así. Pero antes de que pudiera reaccionar, el chico de antes se acercó. A pesar de su juventud, emanaba una autoridad y carisma que era difícil de ignorar. Su mirada era encantadora, pero la cicatriz que surcaba su mejilla me hizo dudar de su reputación.

—Da, gospodin «Si señor.» —pronuncié con un tono confiado, intentando no mostrar mi nerviosismo.

Sergei me señaló con un dedo, su mirada intensa. —Ty budesh zhalet' ee «Tú cuidarás de ella.» —anunció, su voz baja y peligrosa.

En medio de la reunión, Sergei pronunció unas palabras que me dejaron completamente perdida. Sin embargo, lo que realmente me preocupaba eran las pequeñas sonrisas que se esbozaban en las caras de todos los presentes. Todos parecían entender algo que yo no capturaba. Todos, menos Veros.

Su rostro era una máscara de confusión y molestia. Sus ojos se abrieron de par en par y su boca se semiabrió en un gesto de incredulidad. Me examinó brevemente con la mirada, frunciendo el ceño y uniendo las cejas.

—Pochemu ya dolzhen zhalet' ee? ¿Por qué tengo que cuidarla yo? —se quejó Veros, su voz sonando como la de un niño pequeño que se niega a hacer algo.

Sergei parecía ser paciente, lo que era raro en él. Lo había visto explotar por cosas mucho más pequeñas. Esta vez solo rodó los ojos y soltó un largo suspiro.

—Tol'ko potomu, chto ya tebe eto prosyu
«Solo porque yo te lo estoy pidiendo.» —respondió Veros, visiblemente agotado. Su voz era un susurro de resignación.

Aprender idiomas era importante, pero yo había perdido mucho tiempo frente al piano, soñando despierta, y deambulando sin rumbo. Ahora, me sentía perdida en una conversación que parecía estar sucediendo en un idioma extraterrestre. Podían estar planeando mi asesinato y yo estaría allí, sonriendo como una idiota, con las manos en la cadera y un dolor en el trasero que me hacía querer gritar. El viaje había sido largo, y mi paciencia, aún más corta.

—¡Disculpen! —me metí en medio de ellos, interrumpiendo la conversación—. Estoy aquí y no estoy entendiendo nada —dije, intentando sonar lo más clara y firme posible.

Veros soltó un gruñido y se cruzó de brazos, su expresión de desaprobación era palpable.

—Ya dumal, chto ty ne razreshayesh' zhenshchinam vkhodit' v etot dom. «Pensé que no permitías la entrada de mujeres en esta casa» —dijo, su voz llena de resentimiento—. Pochemu ya? Joe mozhet ukhazivat' za ney luchshe. «¿Por qué yo? Joe puede cuidarla mejor.»

Imité su posición, cruzando mis brazos y mirándolo con desafío.

—Oye, deja de señalarme. Grosero —dije, intentando mantener la calma.

Me había cansado de que me señalara y me mirara como si fuera una molestia.

Veros se inclinó hacia mí, su rostro cerca del mío.

—No quiero ser tu niñero, niña molesta —dijo, su voz baja y peligrosa.

Me quedé boquiabierta al escuchar su perfecto español. ¿Cómo era posible que hubiera estado hablando en ruso todo este tiempo y me hubiera estado causando un bloqueo mental?

—A quién le dices niña... —comencé a decir, intentando defenderme, pero Veros me interrumpió. —Imbécil.

Me enfurecí al escuchar como me llamaba, pero no me importaba estar rodeada de desconocidos en un lugar extraño. Estaba decidida a defenderme.
Aquí te dejo una versión revisada y mejorada del texto:

Él se quedó boquiabierto, su rostro reflejando la sorpresa y la confusión.

—¡¿Qué me dijo?! —exclamó, pero antes de que pudiera seguir hablando, Sergei lo apartó con un empujón y se interpuso en su camino.

No me importaba lo que dijera en ese idioma que me sonaba feo y desagradable. "Corazón que no entiende, corazón que no siente...", me dije a mí misma, aunque sabía que no era cierto. Era solo una forma de protegerme.

—Vanessa, mis hombres conocen un poco tu idioma, no los molestes —me advirtió Sergei en voz baja, su tono firme pero controlado.

Me sentí insultada por su advertencia.

—¿Yo? —protesté—. Él empezó... No quiero estar aquí, no me gusta.

La mandíbula de Sergei se apretó, su rostro endureciéndose.

—Ese no es mi problema —dijo, su voz cortante y despectiva.

—Vse valite! «¡Largo todos!» —les grito, y en cuestión de segundos, el grupo se dispersó como si hubieran sido ahuyentados por una plaga. Todos menos uno, que no parecía que camino tomar.

—Veros, ven —llamó Sergei, y Veros regresó con una maldición entre dientes.

Sergei tomó mi mano, una acción que me sorprendió. Nunca había sido un gesto tierno o cariñoso, siempre había preferido tomarme por el cuello, como si fuera un animal que necesitaba ser guiado. Pero ahora, frente a Veros, parecía querer mostrar una imagen más suave.

—¿Dónde dormiré? —pregunté, sin interesarme por las comodidades o la vista. Solo necesitaba conocer el lugar, recorrer cada rincón y entender cómo funcionaba.

Sergei caminó conmigo, abrió unas puertas grandes de madera y detrás había un enorme comedor que parecía sacado de una película de época. La mesa amplia y elegante estaba rodeada de muchas sillas, y los cuadros que adornaban las paredes eran verdaderas obras de arte. A pesar de la opulencia, la decoración era sorprendentemente sencilla.

—Solo tendrás acceso a la cocina —señaló Sergei, indicando una puerta que se comunicaba con el comedor—. También podrías ir a la otra ala, al salón.

Asentí con las manos detrás de la espalda, intentando mostrar una actitud dócil.

—¿Duermo en la mesa? ¿El piso? ¿La cocina? —pregunté, intentando contener una sonrisa.

Sergei me interrumpió con un gruñido.

—Cierra la boca —dijo, su voz baja y autoritaria—. Tengo muchas habitaciones vacías. No te preocupes por dónde dormirás.

Esta vez, sí, las manos de Sergei sujetaron mi nuca con firmeza, como si se tratara de una correa que me guiaba escaleras arriba. Habíamos vuelto a las antiguas costumbres, y yo no sabía si sentirme aliviada o enfadada. Podía escuchar voces, pasos y risas que provenían de las habitaciones contiguas, y si no hubiera visto a los veinte hombres de antes, habría pensado que realmente esta mansión estaba embrujado.

Veros abrió una puerta para mí, y me encontré con una habitación que era la antítesis de la opulencia que había visto en el resto de la casa. Los muebles estaban cubiertos de una fina capa de polvo, y la luz era tan escasa que parecía que la habitación estaba sumida en una perpetua penumbra. La decoración era ausente de color, y solo había lo básico: una cama, una silla, un armario y un espejo. Pero lo que realmente me llamó la atención fue la ausencia de ventanas. Era como una caja de zapatos, un espacio pequeño y claustrofóbico.

Apreté mis labios, intentando contener mi enfado.

—No me gusta —dije, mi voz firme—. Y está asquerosa.

Sergei frotó su sien y suspiró, su expresión de fastidio era palpable.

—Aquí todos cuidamos lo nuestro, te van a proteger, pero nadie te va a servir —dijo, su voz firme pero con un toque de exasperación—.Ne bud' smeshnoy «No seas ridícula.»

Levanté mi barbilla y di un paso hacia él, nuestros cuerpos estaban a centímetros de distancia. Podía sentir el calor de su cuerpo y ver la intensidad en sus ojos.

—¿Te da miedo hablar en español? —dije, mi voz baja y desafiante.

Su mirada se endureció, y su boca se curvó en una sonrisa irónica.

—Ridícula —repitió, su voz llena de sarcasmo.

Miré sus labios, cómo se movían lentamente para pronunciar esa palabra. Era un imbécil, pero había algo en él que me atraía.

Aclaré mi garganta, intentando mantener la calma.

—No necesito que nadie me sirva en nada —dije, mi voz firme—. Sé de dónde vine.

Me miró a los labios, tal y como yo había hecho segundos antes cuando él hablaba. Y con una pequeña sonrisa, respondió: —Ahora tienes que saber dónde estás.

Eso era exactamente lo que quería saber: ¿dónde estoy? Sergei me había dicho que estaba en Siberia, pero solo había escuchado hablar de ese lugar hacía unos días, y lo único que había visto era la falta de habitantes y la nieve que cubría todo. Quería conocer el terreno que me rodeaba para poder planificar mi escape, pero preguntarle a Sergei sería un ejercicio inútil. Él hacía muchas preguntas, pero rara vez respondía algo, y yo no estaba dispuesta a perder el tiempo con él.

—¿Por qué se miran así? —interrumpió Veros, rompiendo el silencio incómodo que se había instalado en la habitación.

Sergei se aclaró la garganta antes de responder.

—Te quedarás aquí —dijo, su voz firme y autoritaria.

Mordí mi labio, intentando contener mi frustración.

—No me gusta —dije, mirando alrededor de la habitación—. Parece una caja, una celda sin ventanas. En el castillo de Drácula debe haber alguna habitación con ventanas.

Sergei volvió a señalar hacia el interior de la habitación.

—Es una de las habitaciones más calientes de la mansión —dijo, como si eso fuera un consuelo.

Si era una de las habitaciones más calientes de la mansión, ¿por qué nadie más la estaba ocupando? Sospechaba que Sergei mentía, y mi instinto me decía que había algo más detrás de su afirmación.

Me crucé de brazos, desafiándolo a que me dijera la verdad.

—¿Dónde está tu habitación? —pregunté, mi voz llena de sarcasmo.

—Justo al lado —respondió Veros, metiéndose una goma de mascar en la boca. Sergei le lanzó una mirada molesta, y yo no pude evitar sonreír.

Así que era eso. Maldito enfermo. Sergei quería tenerme cerca, bajo su control.

—O me buscas una habitación lejos de la tuya y con al menos una ventana —le dije, mi voz firme—, o te clavaré un tenedor mientras duermes.

Sergei me miró, su expresión seria, pero Veros balbuceó: —Suena creíble.

La mano de Sergei volvió a atrapar mi cuello, esta vez con más fuerza.

—No me provoques —me advirtió, su voz baja y peligrosa.

—No lo hago... Hermanito —le recordé, mi voz llena de ironía.

Me soltó, y no pude describir la mezcla de emociones que había visto en su mirada. Desagrado, tal vez odio, pero también algo más, algo que no podía identificar. Caminó frente a mí, subiendo otras escaleras que conducían a un piso donde el silencio reinaba. Atravesó un pasillo amplio y abrió una pequeña puerta al final. La habitación que se reveló era grande, pero estaba en un estado de abandono. Había libretos desorganizados por todas partes, una cama cubierta de polvo y muebles tapados con sábanas. Pero lo que realmente me llamó la atención fue la enorme ventana que dominaba la habitación. Era perfecta.

Atravesé la habitación y miré a través del cristal, contemplando la parte trasera de la propiedad. La vista era impresionante.

—¡Me encanta! —exclamé, segura y emocionada.

Veros murmuró detrás de mí —Señor, aquí se va a congelar y está más sucio que el anterior.

Pero eso no importaba. Exageraban. No sentía frío en esa habitación y la limpieza me ayudaba a pensar. Sergei no se negó, y eso para mí fue un alivio.

—Entonces trae una fregona y un par de abrigos... —dijo Sergei, su voz firme—. Lo necesitarás.

Veros asintió y se marchó a cumplir con la tarea, dejándome sola en mi nueva habitación.

Se paseo  por la habitación, tocando algunas cosas con la punta de los dedos, mientras mantenía la mirada baja. Los hombros estaban tensos y su espalda recta, como si estuviera esperando un ataque. Me apoyé en la ventana y lo observé, desde que llegué se notaba más tranquilo y más paciente con todo. Tal vez me equivocaba y solo estaba cansado como para llevarme la contraria.

El silencio en la habitación era incómodo, pero finalmente lo rompí:

—¿Por qué dijiste que éramos hermanos? —pregunté, mi voz baja y curiosa.

Quería saber la verdad, y tal vez no tendría otra oportunidad de preguntar. Aquí vivían veinte hombres que parecían ser cercanos a él, y no sabía cuánto tiempo podría mantener su atención.

Sergei dio ligeros pasos hacia mí, su mirada fija en la mía.

—Es la única manera de que no te lastimen —dijo, su voz baja y seria.

Su respuesta me dejó con más preguntas que respuestas. ¿Qué quería decir con eso? ¿Qué tipo de peligro había en esa casa?

—¿No son tus hombres? —le recordé, intentando mantener la calma mientras lo enfrentaba.

Levanté la barbilla cuando lo tuve frente a mí, y su tamaño y la manera en que me miraba me intimidaron. Parecía saber exactamente lo que estaba pasando por mi mente. Pero era débil al color de sus ojos. Cada uno era diferente y tenía algo que descubrir, un arco, un destello, una ligera tonalidad que no había notado antes.

—Son mis hombres —su aliento chocaba contra mi cara, enviando escalofríos por mi espalda—. Esos hombres viven por y para mí.

Me reí, intentando disimular mi nerviosismo.

—Eso es muy cursi —dije—. Y no se lo creerán. No interpretas bien el papel de hermano.

Pero antes de que pudiera seguir hablando, Sergei dejo un inesperado beso en mi mejilla. Su mano acarició mi mejilla y descendió por mi cuello, enviando ondas de calor por mi cuerpo.

—No puedes salir de tu habitación en la noche —me dijo, su voz baja y autoritaria—. Lo tienes prohibido.

—¿Te conviertes en hombre lobo? —pregunté, intentando mantener la ligereza.

Pero Sergei no se rió. En su lugar, su mano descendió por la línea de mi camisa, rozando mi pecho. Estaba temblando.

—Tienes que bajar a la hora correcta a comer —me informó—. O no comerás.

Sus dedos me hacían cosquillas en la nuca, y me sentí mareada.

—Acogedor como una cárcel —susurré.

—No entres a ninguna otra habitación —me advirtió—. Y... —su aliento chocó con mis labios—. No puedes usar ropa de mujer.

Abrí los ojos de golpe, sorprendida por la orden.

—¿Tienes algún problema con la ropa femenina? —pregunté, mi curiosidad picada.

—Aquí no tenemos de eso —respondió Sergei, su voz firme y sin explicaciones.

—¿No existen bragas en la Siberia? —pregunté, intentando contener mi risa—. Es muy estúpido.

Sergei me miró con una expresión seria, sin dar señales de haber entendido mi ironía.

—Tendrás que trabajar como los otros —dijo, su voz firme—. Solo que no saldrás de la mansión y harás todo lo que Joe y Veros te indiquen.

Me sentí abrumada por tantas normas y reglas. No duraría una semana aquí, así que no me importaba.

Apreté mis labios y me alejé de él, chocando con la ventana.

—¿Algo más? —pregunté, intentando mantener la calma.

Sergei dio un paso hacia mí, recuperando la cercanía que había perdido.

—Por lo general, regreso tarde en la noche y me voy temprano en la mañana —dijo, su voz baja y seria.

Genial, no tendría que verlo. Él era, por mucho, el que más me preocupaba de todas las personas que vivían aquí. No conocía a nadie, pero sabía que no existía otro ser humano con la crueldad de Sergei.

—No te esperaré despierta —le aseguré, intentando mantener la distancia—. ¿Algo más? —repetí su pregunta con el mismo tono.

Sergei me miró, su expresión seria.

—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó, al menos dándome la opción de hacer una pregunta.

Me sentía atormentada por la situación que había provocado, aunque no quería que Sergei lo notara. Quería preguntar y saber si a Iván le había pasado algo malo por mi culpa. La manera en que se lo llevaron me había aterrorizado, por mucho que Joe me asegurara que todo estaría bien.

—¿El está bien? —me atreví a preguntar, intentando mantener la calma—. Me refiero a Iván.

Sergei acarició mis nudillos, su dedo rozando el anillo de Antoni que aún permanecía en su lugar. Pero en lugar de responder, me dio un doloroso apretón en la mano. Mordí mis labios, intentando contener el dolor, y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Ese no es nuestro asunto —dijo Sergei, su voz calmada y sin emoción.

No parecía estar a punto de destrozarme la mano, pero el dolor era real. Me libré de su agarre con un movimiento de desdén, masajeando mis dedos para aliviar el dolor. Fue un alivio sentir que la presión se aliviaba.

Pero Sergei no se inmutó. Ni siquiera una disculpa o una explicación. Simplemente me miró, su expresión impasible.

—Ya está todo —anunció Veros desde la puerta, su voz interrumpiendo el silencio.

—En unas horas te subirán la comida. Hoy no comerás abajo —ordenó Sergei, dándome la espalda y saliendo de la habitación sin mirar atrás.

Me sentí como una mascota, una posesión que Sergei quería conservar por algún motivo desconocido. La vida de un animal doméstico era mejor que la mía, eso parecía ser ahora. Una mascota que por algún extraño motivo él quería mantener cerca.

Se iba a cansar de mí en cualquier momento, él mismo lo había dicho. Me odiaba, pero era un masoquista orgulloso y egocéntrico. Tal vez le gustaba el drama, la tensión y el poder que ejercía sobre mí.

Veros me pasó la fregona, su cara reflejando una arrogante inconformidad. Como si el teatro y el drama también vivieran en él, me dejó sola con un gesto de desdén.

¡Hombres! ¡Eran tan impredecibles y complicados!















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