A un paso

Capitulo #8

______________A un paso______________
_______________Vanessa______________

Ábrete, ¡ábrete!

Continué forzando la cerradura con el gancho que había encontrado en el ático, pero solo logré dejar algunas marcas en la madera. La caja no se abrió ni un poquito. Me sentí frustrada y lancé la caja contra el suelo, sin importarme que esto probablemente alertara a Simona. Pero lo más probable era que todos estuvieran ocupados con la boda o con la condición de Giovanni. No había un mejor momento para hacerlo.

—¡Maldita sea! —le grité a la caja—. ¿Con qué está hecha esta cosa?

El conejo me miraba con atención, pero no me daba ninguna respuesta. Era una pésima ayuda en ese momento.

—Vanessa —la voz de Antoni detrás de la puerta me hizo saltar.

Rápidamente lancé la caja debajo de la cama y tomé al conejo en mis brazos. Me arrepentí de lo que dije antes; después de todo, era una gran ayuda. O al menos, una compañía divertida.

Antoni entró en la habitación, sus ojos escaneando cada rincón del cuarto hasta que se detuvieron en mí, sentada en el suelo con el conejo acurrucado en mis piernas. Una sonrisa ligeramente sarcástica se dibujó en sus labios.

—¿Estabas gritando? —preguntó, cerrando la puerta detrás de él con un clic suave.

Me encogí de hombros, intentando parecer lo más inocente posible.

—Yo no —dije, mi voz llena de fingida ingenuidad.

Antoni arqueó una ceja, claramente no creyendo mi negativa. Se acercó a mí, su mirada intensa y divertida al mismo tiempo.

El suspiró se sentó en el suelo y se acostó, dejando descansar su cabeza en mis piernas. No confiaba en él, ni en nadie más en este lugar, pero por alguna razón, tenía esa incómoda sensación en el pecho y ese deseo de compartir lo que sentía con alguien más. Tal vez era la forma en que me miraba, como si pudiera ver más allá de mi fachada.

—¿Cómo está tu padre? —pregunté, intentando ignorar mis ideas. No podía arriesgarme.

Él se cruzó de brazos y cerró sus ojos, su expresión cansada.

—No hay mejoría —murmuró.

Acaricié su cabello, sintiendo una extraña conexión con él.

—Estoy segura de que... —comencé a decir, pero él se incorporó y se detuvo en mis ojos, su mirada intensa.

—Pensé que lo deseabas muerto —dijo, su voz baja y peligrosa.

Me quedé sin palabras, mi boca abierta en un silencio estúpido.

—¿Qué? —logré balbucear finalmente.

¿Hacía mal en no desear que muriera? Realmente no fui maltratada desde que llegué aquí, pero sabía que muchas más lo fueron. Todo lo que ocurría aquí se movía según las órdenes de Giovanni, y yo no era la única que lo sabía.

—Olvidalo, estoy agotado —dijo él, frotando sus ojos con notable frustración—. Sergei le dio vacaciones a todos y esto se ha vuelto un caos.

—Lo sé, quería más tranquilidad para tu padre —murmuré, sintiendo una punzada de culpa.

Él me observó, su mirada penetrante.

—¿El te lo dijo? —preguntó.

Apreté mis labios, mintiendo.

—Lo escuché —dije, intentando parecer convincente.

Antoni suspiró, su voz llena de desesperación.

—Solo quiero que esto acabe ya...

Mi pregunta salió sin pensar, pero necesitaba saber la verdad.

—¿Quieres que muera? ¿Tu padre?

Su cuerpo se tensó al escuchar mi pregunta, y por un momento, pensé que había ido demasiado lejos.

—Lo siento... —comencé a disculparme, pero él me interrumpió.

—Sí —dijo, su voz firme y decidida.

Me quedé sin palabras. Iba a decir que se equivocaba, que tal vez era la rabia por haber vivido una vida así, pero que en el fondo era su padre y jamás podría desearle mal. Pero algo en su mirada me detuvo.

Giovanni se había enfermado de la nada, de un día para otro. Y ahora, Antoni me lanzaba una mirada que decía todo lo que no quería escuchar.

—Tú estás provocando su muerte —señalé, mi voz temblando de rabia.

Antoni se levantó de la cama y se acercó a mí, su mirada intensa.

—¿Hay otro método? —preguntó, tomando mis manos en las suyas.

—¿En qué estás pensando? —le pregunté, intentando liberar mis manos.

—Si lo hay, dime y yo lo haré —dijo, su voz llena de desesperación—. Pero lo hice pensando en ti.

Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago.

—¿En mí?! No te pedí esto... Yo —no sabía qué decir. Tal vez mis palabras se malinterpretaron, pero yo jamás pediría algo así. Quiero libertad, no sangre en mis manos.

Antoni me miró, su mirada llena de convicción.

—Vanessa, si no hacía esto, tú y yo jamás seremos libres —dijo.

Me sentí atrapada en una red de culpa y responsabilidad. No dejaría que él me clavara esa culpa. Me levanté de la cama con la intención de ir y detener lo que estaba pasando. No sabía cómo ni el método que usaba Antoni, pero tenía que frenarlo. O esto le pasaría mucho en un futuro.

El tirón de mi brazo fue brusco, y antes de que pudiera llegar a la puerta, me acorraló contra la pared. Su aliento cálido cosquilleó en mi mejilla, enviando un escalofrío por mi espalda.

—Yo no te pedí esto —lloré en su hombro, mi voz temblando de rabia y miedo—. Yo quería ser libre, no convertirme en alguien peor. Ya sé lo que les hacen aquí. Podemos arreglarlo de otra manera. Yo hablaré, y tú también.

Su mano se cerró en mi mandíbula, pero no era un gesto de violencia. Era una súplica silenciosa para que lo mirara. Su mirada era intensa, llena de una pasión que me hizo sentir incómoda.

—¿Qué viste? —preguntó, su voz baja y urgente.

Cerré mis ojos, intentando bloquear la imagen de lo que había visto en el ático.

—Subí al ático —mi voz se cortó—. Y sé que la madre de Sergei y otras chicas... incluso Simona... tenemos pruebas.

Lo aparté de mí y me agaché para alcanzar la caja debajo de la cama, pero mi mano se detuvo antes de que pudiera alcanzarla. ¿Debería confiar en él?

Su mano se adelantó a la mía y alcanzó los CD y la caja. No parecía haberse sorprendido.

—¿Viste esto? —preguntó, mirando las cosas en su mano.

Asentí, sintiendo un nudo en mi garganta.

—Pero no pude abrir la caja —dije—. No sé qué hay, pero tienen cajas llenas de CD... tú debes saberlo, es tu casa.

Él mordió su labio, su mirada intensa.

—¿Cuánto de esto viste? —preguntó.

Me retorcí los dedos, sintiendo una oleada de nerviosismo.

—Solo un poco —dije—. Fue muy asqueroso.

Él asintió, su mirada intensa.

—¿Alguien te vio? —preguntó.

Negué con la cabeza, intentando parecer convincente, no decía decirle a quien habia visto o lo que sucedió.

—El tercer piso estaba vacío porque la mayoría estaba contigo y Sergei echó a la mayoría... —comencé a explicar—Ya sé que no puedes subir ahí, pero tú padre...

Me interrumpió—. ¿Qué te dijo mi padre?

Tome una bocanada de aire, intentando calmarme.

—Me dijo que... —pausé, buscando las palabras adecuadas—. Me dijo que fuera al ático.

Él concluyó mi frase, su voz baja y peligrosa.

—Todo lo que hagas tienes que tomarme en cuenta. Lo mejor es que no hagas nada.

Me miró fijamente, su mirada desafiante.

—Antoni, tengo amigas que son como hermanas en ese lugar —dije, mi voz temblando de rabia—. Ahora que sé lo que hacen, no puedo simplemente cerrar los ojos.

Él acunó mi mejilla, su toque suave y reconfortante.

—Acabaré con esto —prometió—. Solo confía en mí, ¿puedes?

Me escondí mi rostro en su pecho, sintiendo una mezcla de emociones. No podía confiar en nadie, pero decir que no lo haría no era la opción más segura en estos momentos.

—Lo haré —dije finalmente, mi voz apenas audible.

Reviso en la chaqueta su saco un pequeño frasco oscuro —Esto es tetrodotoxina, solo tienes que poner un poco en su...

Negué con la cabeza —No, no lo haré.

—¡Vanessa! —me apretó con fuerza para que dejara de empujarlo—Quiero confiar en ti —finalizo colocando el frasco en mi mano—. Haz lo que veas adecuado.

Acuno mis mejillas e ignorado mi negativa ante la desagradable situación y mis lágrimas, me dejó un pequeño beso en los labios.

—No te importa que me convierta en una asesina —murmure.

—Yo lavare tus manos —beso mi nudillos sobre el anillo—. Mañana es el gran día y no te obligare a nada, solo te pediré que seas mi compañera.

Pero no podía dejar de pensar en que tal vez cometía un error al confiar en el hombre que estaría a mi lado¿En qué se diferenciaba él del resto? Usaba los mismos métodos que ellos. La duda me corroía por dentro, como un veneno que se extendía por mis venas.

La noche se me hizo eterna, y mi cama se convirtió en un campo de batalla donde mi mente era la víctima. Me movía de un lado a otro, evitando mirar el frasco sobre la mesita que parecía estar riéndose de mí. Mi corazón latía con fuerza, como si estuviera tratando de escapar de mi pecho.

Pensé en todo lo que había visto, en lo que no quería ver, y en lo que no quería que las niñas con las que había crecido pasaran. Y entonces, tomé una decisión: confiar en Antoni, aunque eso me convertiría en alguien igual a ellos. Me levanté de la cama, decidida a terminar con esto.

Tomé el frasco y me dirigí hacia la habitación de Giovanni, el hombre que posiblemente mañana se convertiría en mi suegro. Pero me detuve en la puerta, asaltada por las dudas. ¿Qué sucedería después? ¿Sería una muerte tras otra? La de Giovanni no significaría nada llegados a un punto.

Me di la vuelta, y mi corazón casi se detuvo al ver a Sergei parado al pie de las escaleras, como un fantasma salido de la oscuridad. Su mirada me heló la sangre, y por un momento, pensé que había cometido un error grave.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, intentando mantener la calma.

—Solo vine a asegurarme de que todo salga según lo planeado para tu día feliz —dijo, su voz baja y peligrosa.

Me sentí atrapada en una red de mentiras y engaños, y no sabía cómo escapar. Pero una cosa era segura: no iba a dejar que Sergei me manipulara.

Tomé una bocanada de aire y me toqué el pecho para confirmar que, en efecto, casi me daba un infarto.

—Puedes empezar a caminar haciendo un poco más de ruido, pareces un jodido fantasma ahí —me quejé, intentando mantener la calma.

Sergei sonrió, y su sonrisa me hizo sentir como si estuviera caminando sobre hielo delgado.

—Estabas muy concentrada moviéndote como una lagartija miedosa y no me notaste —me respondió, su voz baja y burlona.

Arrugué la cara y lo miré de arriba a abajo. Estaba perfecto, como siempre, con un traje negro que parecía haber sido confeccionado para él. Pero ese cabello blanco, con las raíces negras ya visibles, delataban un poco de imperfección.

—¿Sabes lo que es un pijama? —le pregunté, intentando mantener la conversación ligera.

Sergei me miró de arriba a abajo, deteniéndose en mis pechos, y sonrió.

—¿No has probado usar sujetador? —respondió, burlón.

Me rodeé con mis brazos para cubrir lo que ya se había visto. No tenía sujetador.

—Estaba en la cama —expuse, intentando defenderme—. ¿Tú usas la corbata en la cama?

Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.

—Yo sí —respondió, su voz baja y sugerente—. Y mas cosas.

Aclaré mi garganta y pasé a su lado.

—Necesito agua —dije, intentando cambiar de tema.

Mi corazón latía a mil por hora mientras corría hacia el lavado, como si mi vida dependiera de ello. Y, en cierto sentido, así era. Sergei, el hombre que no conocía la diferencia entre un beso y un cuchillo, estaba cerca, y yo sabía que debía mantenerme alejada de él.

Me apoyé en el lavado y tomé el frasco con la intención de tirarlo todo. Lo hice sin dudar ni un segundo, como si mi vida dependiera de ello.

—Cuando te pregunté si tú lo estabas intentando matar, dijiste que no —susurró Sergei en mi cuello, su aliento cálido haciendo que mi piel se erizara.

—No lo hago —respondí, tratando de mantener la calma.

Casi lo hago, pero eso era algo que tenía que omitir.

Sergei se rió suavemente, su nariz rozando mi cuello mientras respiraba mi olor. Me sentí encerrada entre sus brazos, su pelvis apretada contra la mía.

—¿Entonces? —mordió el lóbulo de mi oreja, enviando un escalofrío por mi espalda.

Respiré profundamente, tratando de calmarme. —Bajé a por agua y quería saber si estaba bien.

Sergei se rió de nuevo, su mano sujetando mi brazo con fuerza. Levantó mi mano, causando que tirara del frasco ya vacío en el lavado.

Sentí su respiración en mi palma, su lengua caliente pasando por mis dedos. Sentí el peligroso filo de sus dientes y mi corazón se detuvo.

—¡No hagas eso! —intenté evitarlo, pero Sergei no me dejó.

Relamió sus labios, su mirada fija en la mía. —Dulce, pero un poco amargo. Planeabas matar a mi padre con eso.

El acababa de probar el sabor del veneno en mis dedos.

—¡No! —negué, tratando de liberarme de su agarre.

Sergei se rió de nuevo, su mano cerrándose en mi cuello. —No te corresponde a ti.

Tenía miedo, y no dejaba de temblar. Sergei sabía lo que intentaba hacer su hermano Antoni, y yo sabía que debía mantenerme alejada de él.

Tomé su mano sobre mi cuello y lo miré a los ojos. —Lo estaba tirando y no diré más. Puedes creer lo que quieras, y si me intentas matar, no habrá mucha diferencia. Pero tengo que salvar a mi familia.

Mi voz se rompió, y Sergei me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—Ya tengo todo planeado —dijo, su dedo acariciando mi labio. —¿Qué puedo hacer contigo?

—Sergei, ya basta —le dije, tratando de mantener la calma. —Antoni está en la casa.

Sergei se encogió de hombros, su mirada fija en la mía. —Qué lindo. Te preocupa que nos atrapen, pero no hace mucho probé el sabor de tu coño. ¿Le has dicho?

Mordí mi labio, sintiendo su mano subir por mis costillas. Se sentía caliente y excitante, y yo sabía que debía mantenerme alejada de él.

—¿Te preocupa que nos atrapen? —besó mi mandíbula, su lengua acariciando mi piel.

Jadeé, sintiendo su aliento cálido en mi cuello. —Sí.

Le tenía más miedo a lo que podría hacer Sergei que a Antoni en ese momento. Ambos eran iguales, pero con métodos diferentes. Sergei era un tanto más terrorífico.

Su lengua acarició mi cuello, enviando un escalofrío por mi espalda. —¿Harás esto cada vez que me veas?

—No —murmuro, tratando de mantener la calma. —Después de tu boda, me iré.

—¿Te irás? —lo mire a los ojos, su expresión curiosa. —¿Por qué?

Su mano cayosa acarició mi mejilla, y yo sentí un escalofrío por mi espalda.

—No convivo con fantasmas —dijo demasiado tranquilo.

No pude decir nada, su mano descendía por mi cuello hasta mi pecho, sus dedos jugueteron con mis pezones, pellizcando por encima de la tela fina y si aliento cálido cosquillaba en mi cuello.

—Señor, ya está todo listo —me sorprendi al escuchar esa voz.

A Sergei no le importo en lo absoluto y no parecía alarmado con la presencia del hombre que siempre lo acompañaba a todas partes.

—Bien —fue lo único que dijo para despedir a aquel hombre.

—Apartate —lo empuje y me aleje con la intensión de volver a mi habitacion.

—Vanessa —su voz me detuvo—. No confío en ti, tampoco te ayudaré, pero no importa que escuches o no importa lo que veas, no bajes de tu habitación.

Me sentía furiosa —Imbecil.

Y vivir encerrada toda mi vida, eso sería lo que debía esperar. Me niego a hacerlo.

Estaba sola y había perdido mucho tiempo para darme cuenta de que no Antoni ni Sergei me podrían ayudar realmente. Sergei era un desarmado, un asesino al que le importaba poco la condición de las personas que lo rodean y Antoni, el era un cobarde que preferiría hacer las cosas tras las sombras.

Tome una bocanada de aire mientras llegaba a mi habitación —Tengo que ser más inteligente, aquí está la solución, está dentro de esta casa.

Después de ver todo lo que sucedía, escapar ya no era una opción.

_______________Sergei________________

Mi dedos aún ardían con la sensación de su piel, como si hubiera dejado una marca indeleble en mí. Jugué con la moneda entre mis dedos, el metal frío y suave en contraste con el calor que aún persistía en mi piel. Me pregunté por qué me volvía tan irracional cuando ella estaba cerca. Era como si mi cordura se desvaneciera, dejándome solo con un deseo ardiente.

Mi hambre por destruir todo lo que odiaba era insaciable, y ella era el objetivo más tentador de todos. Pero no quería destruirla de la misma manera que destruía todo lo demás. No, con ella quería algo más... primitivo. Más caliente. Quería sentir su piel bajo la mía, su aliento en mi cuello, su sabor en mi boca.

Una probada no había sido suficiente. Quería más. Quería sentirme sumergido en su esencia, en su aroma, en su sabor. Quería perderme en ella, y encontrar mi propio infierno en sus brazos.

La moneda siguió girando entre mis dedos, un recordatorio constante de la tentación que ella representaba.

—Ya está amaneciendo —me advirtió Joe, su voz baja y seria.

—Tranquilo —respondí, guardando la moneda en mi bolsillo mientras miraba hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a asomar—. ¿Ya todo está listo?

Joe asintió con la cabeza, su expresión sombría. —Todo está hecho. Ahora todo es completamente suyo.

Ocho años habían pasado desde que mi vida se había convertido en un infierno, pero la sensación de inquietud aún me consumía. Ahora que había reclamado lo que era mío, debería haber sentido una paz que me eludía. Pero no, la oscuridad que había crecido dentro de mí durante todos esos años aún latía, aún me llamaba.

Tal vez todo tenía que arder, tal vez la destrucción era el único camino hacia la liberación. Y yo estaba dispuesto a prender la llama, a dejar que el fuego consumiera todo lo que me había hecho daño.

—Deshazte de todo —le ordené, mi voz firme y resuelta.

—¿Qué? —el pareció sorprendido, su rostro reflejando incredulidad—. Señor, es todo el patrimonio de su padre... Es una fortuna.

—Todo —repetí, mi tono implacable. —No quiero nada que me recuerde de dónde vine.

La idea de que nada quedara de la razón por la que ellos habían trabajado tan arduamente, por la que tantas personas habían perdido la vida, me producía un escalofrío de satisfacción. Era un pensamiento oscuro, pero me hacía sentir vivo.

Mi mirada se desplazó hacia el jardín, donde Simona caminaba con gracia, con un vestido blanco que brullaba en la penumbra.

—Ya podemos empezar.

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