7- Dragă
Incluso varios días después del incidente en Lagos, las cosas estaban algo tensas en la base. Todos lo notaban pero nadie decía nada, la vida en el complejo seguía con normalidad como si nada hubiese pasado.
Sin embargo esa mañana se sentía algo vacía, Natasha no había aparecido para entrenarte tus dos horas diarias como llevaba haciendo un mes, y sorprendentemente tuviste la fuerza de voluntad para entrenar por tu cuenta.
No llevabas ni veinte minutos peleando contra el saco de boxeo cuando escuchaste la puerta del gimnasio abrirse. Desviaste tu atención hacia las personas que estaban entrando, dándote cuenta de que eran los gemelos, no pudiste evitar sonreír.
—¿Entrenando sin Natasha? No se lo creerá cuando se lo diga —se burló el platinado mientras dejaba sus cosas en un banco.
—No soy un caso perdido por completo —dijiste con vacile.
—No le hagas caso, él apenas pudo aguantar el entrenamiento de Nat —se burló la menor.
Pudiste ver a Pietro dándole un codazo, después de todo ni siquiera él podía con el duro entrenamiento de la Viuda Negra.
Sin mucha más conversación volviste a centrar tu atención en el saco de boxeo, aunque de vez en cuando mirabas por el rabillo del ojo para ver qué hacían los gemelos. Pietro estaba haciendo pesas, como no, y Wanda practicaba su telequinesis. Podías ver en los movimientos de la pelirroja que estaba algo insegura con lo que hacía.
Después de un rato decidiste dejar de inmiscuirte en lo que hacían los demás y seguiste con tu propio entrenamiento. Después de sentir que tus manos te dolían fuiste hacia la maquina de correr, algo de cardio no te venía mal.
Estabas totalmente en tu mundo, tus piernas parecían moverse de forma automática. Tal vez esa fue la razón por la que no viste la pesa de veinte kilos volando hacia tu cabeza.
Hubo un jadeo, quizás eso fue lo que logró llamar tu atención, pero para cuando levantaste tu vista la pesa estaba a apenas un par de metros de distancia, no había tiempo de reaccionar.
Una mancha borrosa pasó por tu lado, y de pronto sentiste algo en tu cintura. Estabas rodando en el suelo y estabas atrapada en los brazos de alguien. En cuanto te diste cuenta de lo que estaba pasando empezaste a respirar pesadamente, mirando a la persona que te había lanzado al suelo y probablemente salvado la vida.
Era Pietro. Estaba encima tuyo a unos pocos centímetros de distancia. Su brazo derecho estaba apoyado al lado de tu cabeza y el otro seguía envuelto alrededor de tu cintura.
—Gracias —murmuraste levantándote un poco.
Esperabas que el platinado lo entendiese y se levantase, pero sé quedó ahí, aún más cerca de ti. Instintivamente echaste la cabeza hacia atrás.
—¿Qué?
Eso fue suficiente para que Pietro volviera en sí y se levantase sacudiendo su cabeza. Tu mirada se dirigió a Wanda, que tenía sus manos en su pecho, claramente asustada.
—Lo siento muchísimo, Ray —el tono de culpabilidad se podía apreciar en su voz.
—No te preocupes —asintió con la cabeza, sin parecer demasiado convencida.
Devolviste tu atención a Pietro, que te miraba sin decir nada.
—¿Está todo bien?
Él volvió a sacudir la cabeza.
—Sí, sí, solo me he quedado pensando.
No esperaste mucho más para levantarte y recoger tus cosas. Ya habías tenido suficiente entrenamiento por hoy.
—De verdad que lo siento —escuchaste la voz de la sokoviana detrás tuya—. A veces no lo controlo bien.
Te giraste para mirarla y podías ver su preocupación en su rostro. Asentiste con una sonrisa amable, no queriendo hacerla sentir peor.
—Lo entiendo, no te sientas mal.
Le echaste una mirada al platinado antes de finalmente salir del gimnasio. Necesitabas una ducha relajante urgentemente.
✪
El día había pasado demasiado tranquilo, no se escuchaba ni una mosca en la base. Después del incidente en el gimnasio no habías vuelto a ver a los gemelos. Gracias a Friday supiste que erais los únicos en las instalaciones, el resto de los vengadores tenían misiones o cosas que hacer.
No pudiste evitar tener una idea al enterarte de que no habían adultos.
Tocaste la puerta de la pelirroja después daclararte la garganta.
—¡Está abierto! —escuchaste desde dentro.
Abriste la puerta, solo un poco. La chica se enderezó al ver quién era.
La habitación de Wanda era exactamente como pensaste que sería la habitación de una joven de 20 años. Sofisticadas paredes grises con pequeños cuadros enmarcados y precios de obras de arte. Muebles de madera claros, que incluían un escritorio, una cómoda y una cama tamaño queen. Parecía haberse instalado bastante rápido al complejo
—Oh, hola, Ray —dijo mientras abrías un poco más la puerta. Notó como examinabas la habitación—. Natasha me dijo que la decorara —explicó rapidamente—. ¿Qué pasa?
—Imaginaba que estarías sola, y he pensado que tal vez quieres algo de compañía —dijiste entrando en la habitación.
—Sí, definitivamente —estuvo de acuerdo y tú sonreíste más, cerrando la puerta mientras te acercabas a su cama y te sentabas frente a ella.
—Entonces —comenzaste, inclinando la cabeza—, Natasha y Sam... se han ido.
—Eso creo —confirmó—. Una misión, ¿verdad?
—Sí. Tony y Visión están en la torre, y Steve se ha tomado el día libre —Wanda te miraba sin entender a dónde querías llegar— ¿Tienes planes? —preguntaste con una sonrisa.
—¿Planes? —la pelirroja repitió— No, no, no tengo planes.
—Bueno —dijiste metiendo una mano al bolsillo de tu sudadera—, los adultos se han ido —dejaste ver una botella de tequila de fresa—. Podemos divertirnos.
✪
No era la primera vez que bebías, lo habías hecho en más ocasiones en fiestas con tus amigas, pero definitivamente era la vez que más lo habías hecho. Entre tú y Wanda os habíais terminado una botella entera, que no era poco.
—Tengo una buena —exclamaste antes de aclararte la garganta—. ¿Qué es verde y huele a pintura?
La mejor de los Maximoff estuvo unos minutos pensando, pero acabó por negar con la cabeza.
—¡Pintura verde!
Ambas estallasteis en carcajadas instantáneamente. Te tiraste al suelo y llevaste tus manos a tu estómago, era probablemente la mejor broma que habías hecho en tu vida. O al menos eso pensaste en ese momento.
—¿Me ayudas a cortarme el pelo? —preguntó la pelirroja arrastrando las palabras.
—¡No! —gritaste alarmada mientras le quitabas las tijeras de las manos— Todo lo que te parezca una buena idea mientras estés borracha —tomaste un momento para respirar—, probablemente no lo sea.
—Pero quiero cortarlo —hizo puchero.
—Si mañana quieres cortarlo yo misma te llevo a la mejor peluquería de Nueva York —dijiste levantando el dedo meñique.
—Vale —entrelazó su meñique con el tuyo.
—Pinkie promise.
—Pinkie promise —repitió.
Miraste a tu alrededor, pensando en algo que hacer para entreteneros. El suelo estaba lleno de ropa desordenada, pues os había parecido una grandiosa idea preparar outfits con la ropa de Wanda. Detuviste tu mirada en el televisor de la chica, y corriste a encenderlo en Youtube.
—¿Qué haces?
—Vamos a bailar —dijiste con entusiasmo.
Buscaste "Just Dance" y entraste en el primer vídeo que salía en la pantalla, sin si quiera revisar cual era.
Tiraste de la mano de Wanda para levantarla y os quedasteis enfrente de la TV, esperando a que la música sonara. Al escuchar la primera melodía supiste que era "Limbo", y por suerte te sabías el baile a la perfección. La pelirroja sin embargo estaba bastante más perdida que tú, pero pudo apañárselas siguiendo los pasos de los personajes del video.
Seguías los movimientos de Wanda para estar coordinadas, y cada vez que os confundiais estallabais de la risa. Todo parecía mucho más divertido con los efectos del alcohol.
Después de esa sonaron muchas más canciones, y para ese punto estabas segura de que habría más de un moratón en tu rodilla debido a todas las veces que te hablas golpeado con los muebles o te habías caído. Solo os detuvisteis cuando sentiste que te faltaba el aire, después de beber agua tumbasteis en el suelo jadeando.
—Nunca había hecho esto con nadie —admitió, sin dejar de mirar al techo.
—Yo sí, pero jamás me lo había pasado tan bien —giró su cabeza y te sonrió.
—Perdón por pensar mal de ti, por todo lo de tu padre y tal.
Notaste que el alcohol en su cuerpo había disminuido por como ya no se trababa al hablar, probablemente sería por haber estado bailando, o por su metabolismo por los experimentos.
—No te preocupes, tú también me caíste mal por todo lo de los vengadores, pero ambas estábamos equivocadas.
—Eres mi única amiga —murmuró mirando al suelo.
No pudiste evitar sentirte fatal por la pelirroja, y por no poder cambiar su pasado. Pero tal vez podías hacer algo para alegrar su presente.
—Eres mi mejor amiga —dijiste antes de lanzarte sobre Wanda para abrazarla.
—Y tú la mía —te abrazó de vuelta.
Estuvisteis unos segundos así cuando de pronto la puerta se abrió sin que nadie llamase.
—Oye, Wanda, sabes dónde está mi-
Levantaste la cabeza y viste a Pietro en pijama, sin camiseta. se veía bastante sorprendido de veros tumbadas una encima de la otra.
—Oh por dios —murmuraste para ti misma.
—¡Pietro! —Wanda exclamó feliz.
De acuerdo, tal vez no le estaba bajando el alcohol.
—¿Interrumpo algo? —preguntó el platinado con la mano en la cadera.
Te quitaste de encima de la pelirroja y te sentaste sobre tus rodillas la mismo tiempo que Wanda se levantaba para abrazar a su hermano.
—¿Qué está pasando? —la mirada de Pietro examinó toda la habitación, desde la ropa tirada en el suelo hasta la botella de alcohol vacía en la mesilla de la pelirroja— ¿Estáis borrachas?
—¡Pues claro que no! —negó con determinación.
El platinado tomó la cara de su hermana entre sus manos para observarla detenidamente.
—Bueno, solo un poco —rió al admitirlo.
Los gemelos se separaron cuando Pietro se acercó a coger la botella, buscando sus grados de alcohol.
—¡Eso es mío! —corriste a quitárselo de las manos, olvidando por un momento que era imposible ser más rápido que él.
—Está vacía —dijo indignado.
—Si querías que te hubiéramos guardado algo tendrías que haber venido antes.
Pietro sacudió la cabeza y lanzó la botella a la basura. A pesar de vuestras miradas ofendidas siguió haciendo de niñera y cogió a Wanda por la cintura.
—¡Bájame! —chilló mientras reía, sin poder librarse de su agarre.
—No, tú te vas a ir a dormir.
Tiró a la pelirroja sobre la cama y luego le lanzó su cantimplora de agua.
—Pero no tengo sueño —se quejó justo antes de soltar un bostezo, quedando en evidencia.
—Mañana me lo agradecerás, te estoy ahorrando hacer el ridículo —se acercó a la cama para arroparla, y Wanda no puso ninguna resistencia—. Buenas noches.
Se acercó hacia ti y te agarró de la mano, arrastrándote hacia la puerta.
—¡Buenas noches, Wandis! —gritaste antes de que Pietro cerrase la puerta.
—Eres una terrible influencia —acusó mientras caminabais hacia tu habitación.
—Pues he conseguido lo que querías, ahora somos amigas —dijiste con orgullo—. Mejores amigas, de hecho.
—El fin no justifica los medios.
—Tengo hambre —cambiaste de tema sin siquiera darte cuenta.
—De acuerdo, te vendrá bien comer algo, hará que baje el alcohol.
Girasteis en dirección a la cocina, y cuando quisiste estirar el brazo para abrir la puerta te diste cuenta de que aún seguíais tomados de la mano.
—Lo siento —soltó tu mano instantáneamente al notarlo.
—No te preocupes —reíste mientras entrabas a la cocina.
Te sentaste en una banqueta mientras esperabas a que Pietro buscase algo rico para comer. Normalmente no hubieras esperado tanta hospitalidad de su parte, pero viendo la situación supusiste que no tenía más remedio. Finalmente lanzó un par de barritas de chocolate sobre la mesa, y abrió una para sí mismo.
—Gracias —abriste la tuya rápidamente.
Masticabais en silencio hasta que levantaste tu mirada hacia él. Habías olvidado por completo que estaba desnudo de cintura para arriba, y estar borracha no ayudaba a tus hormonas.
—Ponte algo —dijiste tratando de desviar la mirada.
—¿Por qué? ¿Temes que no puedas resistirte? —se burló con una sonrisa arrogante en sus labios.
No pudiste evitar rodar los ojos. Te levantaste con la barrita en la mano y te dirigiste a la salida, pero al hacerlo de forma repentina y estar bastante borracha no controlaste bien tus pies, y tropezaste con otra banqueta.
Cerraste los ojos creyendo que así dolería menos, pero en vez de el frío suelo sentiste unas manos rodeando tus brazos. Al abrir los ojos viste a Pietro con una mirada divertida, y efectivamente seguía sin camiseta. No supiste si te sonrojaste, pero por la actitud del platinado asumiste que sí.
—Ve a tu habitación, iré a ponerme algo —dijo finalmente—. Ponte el pijama, te llevaré un ibuprofeno para mañana.
Asentiste y obedeciste sin mirarlo más. Tal vez te hubiera gustado que siguiera sin camiseta, pero no era algo que fueras a admitir.
Los pasillos se sentían oscuros a esa hora, hubieses preferido que las luces funcionasen con sensor de movimiento. De todas formas ya daba igual, habías conseguido llegar a tu habitación sin chocarte con ninguna pared. Al entrar buscaste el interruptor en la pared, moviendo los dedos en busca de alguna superficie diferente hasta que lo encontraste. Abriste el armario lentamente, tu racha de hiper actividad se había acabado, ahora estabas más bien adormilada. Te pusiste un camisón de seda con tirantes rosa, y no era casualidad que hubieras usado ese en vez del de Stitch.
Lanzaste tu cuerpo sobre la cama, quedando boca arriba. Ta mente estaba perdida en el techo hasta que la puerta se abrió, y efectivamente era Pietro, con camiseta esta vez.
—Hola, speedy —saludaste con una sonrisa.
Traía un vaso de agua y una pastilla de Ibuprofeno en la mano, cerró la puerta detrás de sí y dejó los objetos en tu escritorio.
—Que yo sepa me pagan por ser vengador, no por hacer de niñera —se quejó sentándose a tu lado.
—Te pago con el placer de mi compañía, es un privilegio.
—Más bien un grano en el culo.
Quisiste hacerte la ofendida, pero una carcajada se escapó de tus labios antes de que pudieras hacerlo. Te sentaste y te apoyaste en el respaldo de la cama.
—Si tanto te molesta, ¿por qué lo haces?
Se quedó unos segundos en silencio, pensando su respuesta. Si realmente no quería cuidar de ti, no entendías porque lo hacía incluso sin habérselo pedido.
—Porque mi hermana te aprecia, no le gustaría que murieses de un coma etílico.
—Pues yo creo que es porque tú me aprecias.
—No, de hecho te he salvado de una pesa de veinte kilos porque no quería limpiar la sangre —dijo con sarcasmo, sentándose a tu lado—. ¿Quieres empezar la segunda temporada de "The Walking Dead?"
Asentiste rápidamente y le diste el mando del televisor, que estaba en tu mesilla de noche. Puso el primer capítulo y dejó el mando apoyado en la cama.
Quisiste prestar atención a la serie, y por un rato lo conseguiste, pero tu mente no dejaba de divagar entre mil tonterías. Pensaste sobre Clint, sobre Josh, sobre cuántas ganas tenías de ir a una misión. También te dieron mil caprichos de comprar ropa o comida, pero estabas lo suficientemente cuerda como para saber que no era una buena idea. Finalmente tu mente se centró en la realidad otra vez, entonces fue cuando te diste cuenta de que estabas casi apoyada en el pecho de Pietro. Al principio eran solo tus piernas las que estaban debajo de la manta, pero ahora estabas metida hasta el ombligo. No habías notado que podías escuchar los latidos del corazón del platinado hasta ese momento. Este latía con calma, al contrario que el tuyo, pues parecía que saldría de tu pecho en cualquier momento.
Te sentiste culpable por ello, se supone que después de terminar con alguien tenías que estar triste, seguir pensando en él, pero tu mente estaba ocupada por un único hombre, y no era el que esperabas. ¿Era algo malo querer que no se fuera? Tal vez lo era, puesto que habías negado la posibilidad de una cita con él varios días atrás. En ese momento de debilidad te arrepentías inmensamente de haberle rechazado, aunque no se había declarado como tal en un primer lugar.
Empezaste a cerrar los ojos, y darte cuenta ya os habíais terminado el segundo capítulo. Pietro apagó la tele y trató de levantarse con cuidado, pero aún no estabas dormida del todo. No supiste de dónde sacaste el valor —probablemente del alcohol— pero le impediste salir agarrándole de la muñeca.
Te miró confundido y tú te moriste de vergüenza, pero ya era tarde para echarse atrás.
—Tal vez... —empezaste algo insegura— quiero decir, ¿podrías quedarte?
—Quedarme —repitió sorprendido—. Estoy segura de que tu "yo" sobría se arrepentirá.
—No, quiero decir, solo a dormir —para este punto re arrepentías incluso de seguir respirando.
—¿Te leo un cuento? —le lanzaste una almohada inmediatamente— Es broma, no te enfades —rió tumbándose a tu lado—. Supongo que no hará daño a nadie.
Sonreíste aún algo avergonzada y levantaste la manta para que pudiera meterse. Se metió lentamente, como si supiera perfectamente que tenías los nervios a flor de piel. Después de eso creíste que simplemente se tumbaría a tu lado, pero tuvo la suficiente confianza como para tirar de tu cintura y pegar tu espalda con su pecho.
—Esto... —las palabras se escaparon de tu boca antes de que pudieras frenarlas.
—¿Te molesta, dragă? —preguntó sin abrir los ojos.
—No, no, está bien —te aclaraste la garganta, sin molestarte en preguntar qué significaba aquella palabra—. Solo apaga la luz.
Tu corazón no había bajado ni un poco la velocidad. Quién iba a decir que acabarías pasando la noche con Pietro Maximoff.
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