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La detective Dalila junto con su compañero de trabajo analizan desde una distancia considerable el cuerpo de Amelia mientras los forenses la examinan. Dalila tararea de vez en cuando la melodía de una canción que no paraba de escuchar en su inconsciente. Aquella Starway to Heaven que le traía una nostalgia inexplicable, al recordar un día a Elisa cantándola en el pasillo de la corte, cuando nadie parecía verla; unos diez años atrás.

Ahora, el destino las había juntado de nuevo y ella se propuso a no dejar ningún cabo suelto para ver a Elisa hundirse con su cliente de una vez por todas. Por eso, Dalila y su compañero no tenían la intención de interrumpir a los forenses mientras hacen su trabajo. Hasta que los notan a ellos con una expresión que rozaba la fascinación y la extrañez cuando tomaron una minúscula muestra de su abdomen y lo depositaron en un frasco psicodélico marcado como "ADN", y después, uno de los hombres con bata procede a salir de la habitación con prisa.

La detective se sorprendió, y estaba a punto de correr hacia el otro forense para preguntar la razón. Sin embargo, no lo hizo al ver que, casi como si hubiera escuchado sus pensamientos, él mismo se acercó a ella quitándose los guantes y mirando al suelo con su expresión vacía.

—Encerraron sus manos en el área traqueal provocando un mareo que le quitó la fuerza. Posteriormente, aún con pocos signos de vida, le hicieron un corte en la parte superior de la pelvis, ascendiendo hasta la caja torácica; marcando un siete y causando así, su muerte. Después, encontramos un cabello extraño en su abdomen que podría coincidir con el asesino, y se tomarán muestras de ADN de Douglas también, para identificar su similitud.


[...]


A casi cinco días del final del caso, Elisa finalmente reconoce el inestable hilo donde se encuentra y el peligro que puede representar encontrar una huella de la presencia Douglas en el cuerpo de Amelia. Cuando toda su defensa se valió diciendo que era inocente en vez de alegar locura.

Por otra parte, Dalila, quien demuestra resentimiento mucho más allá del odio hacia su cliente, saldría victoriosa. Dando a entender que, después de todo, si se trataba de él y todo su trabajo anterior y su carrera entera fueron en vano.

Eso siembra en Elisa una preocupación monumental. Provocando que, en su casa, el olor a cigarrillo aumente y hasta ella misma haya pensado en utilizar algo más efectivo. Algo que saciara esa sed incesante a adrenalina. Pero, al parecer, para estos días llenos de ansiedad nada funcionaba y eso produce que en sus noches de desvela se siente al borde de la cama a presenciar fotos antiguas. Recordando ese sabor amargo de la nostalgia y haciendo que, tras ataques de ira, las tire hacia la pared. Rompiendo su marco en miles de pedacitos de vidrio, que cortan tanto como la mirada del triunfo inminente tras esas cuencas oscuras de Dalila.


[...]


En el antepenúltimo día del juicio, Elisa se sienta junto a Douglas, consolándolo. Asegurando que todo se encuentra bien. Pero ni siquiera ella misma lo cree.

La rigurosa jueza, minutos después, recibe la carpeta con la muestra de ADN como evidencia del laboratorio forense. Posteriormente, examina su contenido y se la entrega al juzgado penal mientras revisa uno de los largos papeles en ella. Lo lee, pero su expresión no revela ningún sentimiento y eso es un peor para Elisa.

La abogada mira a su costado, encontrando a la detective quien la observa con detenimiento, con esos brazos morenos cruzados bajo su pecho delgado. Elisa parpadea varias veces y devuelve su vista a la jueza.


[...]


Tres meses después de esclarecer la culpa de Douglas sobre el asesinato de la pequeña Amelia, Elisa llegó a la cárcel minutos después de su cita con el estilista. Douglas Carter acepta la visita controlado por su curiosidad y alcanza la inesperada reunión con su antigua abogada, escoltada por dos hombres con uniforme que se retiran unos metros en cuanto lo ven entrar.

Él desconoce toda razón que pueda causar el interés de ella por hablar después de haber perdido el caso. Pero al cruzar la puerta y sentarse frente a frente, Elisa cambia su expresión a una demasiado familiar tras ese reciente cabello pelirrojo y corto. Ella lo saluda de forma educada, como lo ha hecho siempre, y Douglas se lo devuelve, desconcertado.

Él es consciente de la injusticia de su caso, puesto que él no asesinó a la niña. Es más, ni siquiera la conocía. Solo vino al bosque por la llamada de un desconocido asegurando que su pequeña de siete años, que llevaba desaparecida unos meses, había muerto y se encontraba allí.

Pero al ver que no era su hija tras la bolsa, sino otra niña de cabello rizado y negro. Después de haber tocado su floreado vestido verde. Retrocedió estupefacto con la misma expresión que carga ahora.

Melissa sonríe con una expresión macabra para decir algo que le quedó grabado por el resto de su vida:

—Pasaron muchos años, ¿no, Abraham?


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