Unas ganadas, otras perdidas, pero nunca vencida.
—Otra noche más con Augusto en la misma habitación y juro que me lanzo del balcón —me quejo y escucho la risa de mi hermano del otro lado.
—Dentro de un mes estaremos recordando todo esto. —me calma —se convertirá en una amarga experiencia. Es posible que te resulte difícil, pero es eso o dejar que te robe.
—Me mantiene en pie saber que no se saldrá con la suya —confieso.
Lo peor de la luna de miel, era tener que fingir que era la esposa enamorada. Augusto Taylor era un esclavo del trabajo, era mentira que su hermano estaba a cargo. Me llevó de luna de miel, al sitio en que firmaría un contrato jugoso.
De no existir aquella verdad y Augusto fuera el hombre que creí, me hubiera decepcionado allí mismo. Aunque, supongo que todo sería distinto si me amara. Algo que nunca podré saber y dudo que, de saberlo, cambie el rumbo de las cosas.
—Debo colgar —le digo al escuchar los pasos acercarse.
—Nos vemos en dos días —dice antes de colgar. —pediré otra habitación para ti, deja todo dispuesto para ello.
—Te quiero —le digo sonriente.
—Yo más renacuajo...
Su roce social lo hacía ser invitado casi todas las noches, la primera vez me negué a ir. Me exalté mucho y fue un milagro no gritarle que sabía todo, pero logré controlarme. Entendí que era mejor fingir que había ganado y de esa manera no sospecharía.
Taylor tenía varios Ases bajo la manga que supo como jugarlos. Los insultos a mí eran la orden del día y el recordatorio de mi poco valor, el postre. Augusto gozaba haciéndome sentir inferior a él todo el tiempo.
Frente a él perdía mis modales, me volvía torpe, mis manos parecían estar cubiertas con aceites, todo escurría y caía. Miraba a sus amigos y sonreía diciendo que era un poco torpe o que no estaba acostumbrada a la ciudad.
"—Es una chica de campo, jamás ha salido del rancho Mallory".
Los demás lo tomaban a broma, solo yo sabía que lo decía porque lo sentía. Solo el plan que habíamos tejido Patrick y yo, me permitía estar en pie.
Al regresar de luna de miel pasaría el rancho a manos de mi hermano. Lo único que se quedaría a mi nombre era la vieja yegua que me acompaña desde hace ocho años y que lleva por nombre...
Mallory.
Imaginar el rostro de Augusto al saber que Mallory era una yegua y no el rancho me hacía soportar sus insultos. Mi hermano ignoraba los detalles de lo mal que la pasaba en el plano emocional, Augusto no necesitaba golpearme para dañarme. Supe que las palabras golpean más que cualquier látigo y menoscaban más.
—Por un momento pensé que te habías ido —dice apoyando su cuerpo en la entrada de la habitación —¿Qué tanto crees que soportaras?
No le respondo y, en cambio, acabo de maquillarme. En saco, camisa y sin corbata luce como cualquier turista más. Bastaría verle caminar o hablar, para darte cuenta de que estás frente a alguien distinguido y de poder.
Se cruza de brazos y contempla mi labor en silencio. Sus ojos oscuros recorren cada centímetro de mi cuerpo y me encuentro con la dicha que no siento nada por la admiración que veo en sus ojos.
Le brindo una mirada de "Nunca tocarás este cuerpo" y en respuesta sonríe indiferente. Le devuelvo la sonrisa cubriendo mis labios de un color rojo, el día de hoy me siento atrevida. Un vestido negro sin mangas, que dejaba al descubierto mis hombros y espalda. El escote en forma de diamante dejaba al descubierto parte de mis senos.
Recogí mi cabello castaño claro en un recatado moño alto que dejaba al descubierto mi cuello. Miro a la mujer frente al espejo y sonrío con satisfacción. Antes de Augusto, solía ser aventurera, decidida, alegre y confiaba en mi físico.
No era lo que se dice una femme fatale, pero sin dudas poseía un par de virtudes que no pasarían desapercibidos.
—No entiendo por qué te esfuerzas tanto, estarás ebria en una hora —comenta con desprecio. —si planeas seducirme, te he dicho que como mujer no me sirves.
Mis manos tiemblan al dejar el rímel en el estuche y empuño las manos un instante. "No va a destruirte, no puede hacerlo. Solo tú tienes el poder para hacer algo así" digo una y otra vez. Al alzar el rostro hacia él, me place saber qué logro sonreír.
—¿Quizás y encuentre allí tu reemplazo? Sería una solución a todos nuestros problemas —comento en tono inocente.
El brillo que veo en sus ojos puede verse como celos, pero sé que es la ira contenida al no obtener lo que esperaba. Augusto era la representación misma de guapo, sexy y millonario. Era todo lo que una chica ingenua e inocente quería para ella.
Aprendida la lección, me queda solo el mal sabor que estuve a punto de arruinar a mi familia por perseguir la perfección en el plano físico.
—Cuando quieras —le digo tras recoger mi maquillaje y perfume. Guardo todo dentro de la pequeña maleta y la dejo encima de la otra.
Se hace a un lado dando espacio a que salga y avanzo hacia él decidida. Cada paso que doy acercándome, es una promesa que me hago. No voy a tomar una sola copa, al acabar la noche, lamentará haberme despreciado y humillado.
Sus amigos le dirán lo hermosa que es su esposa y lo afortunado que es al tenerla. Solo que sabrá no me tiene, ni me tendrá, así lo he decidido.
El viaje se hizo conmigo sumergida en mis pensamientos y Augusto al teléfono. Dentro de mis posibles salidas estaba el que podía enamorarse y querer divorciarse. Era difícil si me fijo en todo lo que trabaja, pero no imposible.
Nos detenemos frente a una mansión y miro a través del cristal. La mayoría de las reuniones es en clubes, es la primera vez que es invitado a una casa. No hago preguntas que no va a responder y salgo del auto ignorando la mano que me brinda.
No entraré allí dando la imagen de mujer sumisa. Se dice que toda persona vive tres vidas, que mueren con el tiempo y gracias a golpes o errores. La ingenuidad, inocencia son dos de ellas y esta, a su vez, te llega a la tercera que es la muerte de cuerpo.
Augusto es el asesino de mi ingenuidad y quizás también de mi inocencia, pero haré que la muerte de estas dos valga la pena. Los jardines exteriores de la mansión tienen en el centro a una fuente iluminada; también varios arreglos florales en diversos lugares y candelabros en sitios estratégicos.
—Es el compromiso de Mercedes Giles, la hija de un gran amigo de mi padre —explica y guardo silencio. —¿Es tu forma de castigarme? Ignorándome.
La mirada que me dirigía en estos instantes era difícil de descifrar. Lo que sea escondía en esos ojos oscuros, rodeados de tupidas pestañas, no me cohibían.
—Pensé que estaba siguiendo las reglas de juego —respondo pestañeando más de lo normal y en torna los ojos —me dijiste que podía hacer lo que quisiera, que no eras celoso ¿Cambiaste de parecer?
—No —responde seco y apretando los dientes.
—¡Fiu! —expreso de forma teatral apoyando mis manos en mis pechos y él sigue la mirada de mis dedos —Que alivio —suspiro —por un momento creí que harías una escena de celos.
—¡Entremos! —ruge de mal humor y avanza dejándome atrás.
Me burlo de lo básico que es y lo poco que llegó a conocerme, era algo más que una ranchera con olor a estiércol.
****
Sobria y con mi autoestima por los cielos, regresé al hotel, al lado de un Augusto cuyo mal humor lo dominaba. Había bailado y reído con casi todos los hombres presentes, no dejé de decir que era la esposa de Augusto Taylor. Fue felicitado en muchas oportunidades delante y de espaldas a mí. Cada que eso ocurría su mal humor subía y mi estado anímico se alzaba.
Cruzo el lobby del hotel y el recepcionista me sale al paso al verme, Augusto se sorprende, pero no se detiene y se dirige a los ascensores.
—Su equipaje fue pasado a la suite del frente, mismo piso —comenta con rostro sonriente y sin que parezca sorprendido por mi pedido. —los gastos fueron cargados a la tarjeta del señor Patrick Mallory.
—Gracias —le digo recibiendo la llave.
La oculto dentro de mi puño y camino hasta él que me espera paciente con el ascensor abierto. Sonríe de forma seductora y le miro a los ojos sin devolverle la sonrisa.
—¿Cansada? —habla con voz pausada y amable.
—Un poco —acepto —creo que caeré inconsciente.
—La noche es joven —susurra apoyando su mano en mi cuello y desliza sus dedos hacia mi escote.
Detengo su avance mientras lo veo a los ojos. No hay manera que obtenga lo que pretende a no ser que quiera forzarme, lo que me resultaría provechoso. Sus ojos oscuros se entornan y le sonrío con suspicacia.
—No eres el único ser humano que impone las reglas y luego se retracta.
Las puertas del ascensor se abren en ese instante y salgo avanzando a mi suite. Esta vez no me molesto en mostrar la llave que nota y su rostro se tensa.
—Sin embargo, soy Mallory y educada en el campo —le digo encogiéndome de hombros y pasando la llave por el lector —solemos darle valor a la palabra empeñada.
Cierro la puerta en sus narices y apoyo mi cuerpo soltando el aire con violencia. Me parece increíble que lograra tanto sin tomar una copa de licor y río histérica. Retiro mis zapatillas, descalza corro hacia la cama en donde me lanzo con el rostro al cielo y mis brazos abiertos.
Permanezco allí por no sé cuanto tiempo, entre risas y maldiciones hacia los Taylor. Recibo el mensaje en algún momento de la noche de su parte diciéndome que debemos volver porque se le presentó un problema.
—Tu problema fue una ranchera más astuta de lo que imaginaste—le digo al móvil.
A la mañana siguiente y a la hora indicaba, el taxi se detenía en el aeropuerto. El viaje a ese lugar fue en silencio y el abordaje igual, yo estaba concentrada teniendo una plática con mis padres por mensaje de texto para estar al pendiente del mal humor de Augusto.
Solo cuando se ordena apagar los móviles decido darle un poco de atención. El anuncio del destino me hace palidecer y contemplo a Augusto horrorizada. Su expresión de mal humor ha cambiado y ahora me brinda una sonrisa triunfal.
—¿No lo dije? —me pregunta —creo que olvidé mencionarlo —sigue con fingida inocencia— nuestro lugar de residencia es Alicante. Amarás la playa, la plaza San Cristóbal, el castillo Santa Bárbara...
Controlo la rabia de su osadía y vuelvo mi rostro hacia la ventanilla. Me cruzo de brazos y aprieto los labios, decida que no vea llorar.
No estoy vencida, Taylor, esto solo fue un bache en el camino...
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