Mal de amor
Travis
Los fracasos amorosos en mi haber eran muchos. Las excusas por dejarme eran la mayor parte del tiempo por mi falta de liquidez. Las chicas me dejaban por chicos que la llenaban de lujos y yo siempre vivía al mínimo en mis bolsillos.
"—Esa no es la indicada". Era la forma en que Tabatta Light, mi madre, me alentaba a seguir. Graham Odam, mi padre, era más duro con sus comentarios. "—Si debes tener dinero para ser el correcto, entonces, las incorrectas son ellas". Tenía razón, pero que lo lanzara a quemarropa sin importar si me dolía, me enojaba.
En la universidad conocí a Juliet y desde el primer día supe que era distinta. Nuestras salidas eran al parque en donde le dábamos de comer a las palomas. Soñábamos despiertos, que haríamos si nos tocaba la lotería o formábamos una empresa de éxito. Es mi novia desde hace cuatro años y en el primero supe que quería que fuera mi esposa.
"—Espera un tiempo Travis ¿Por qué siempre tienes que ir a prisa?", protestó papá. Mis hermanos Simone y Avery, le siguieron en coro. El matrimonio era cosa seria y debía plantearse con cuidado.
Acudir a la boda de Magdalena y el estirado de Augusto, me alentó. Cuatro años era el tiempo perfecto para dar el siguiente paso y estaba seguro el amor era retribuido.
Planee una cena romántica, alquilé el balcón del mejor restaurante de la ciudad y le dije a Patrick que si podía filmar el momento. Quería dejar un registro de ese instante a mis hijos.
—Travis...
Habla sorprendida al ver que me arrodillo ante ella y con la joya en mis manos la observo un instante. Sus ojos se cristalizan y su cabeza niega en silencio, que todo el restaurante esté al pendiente de la respuesta, no me importa tanto como verla susurrar.
—Lo siento Travis, pero debiste preguntarme antes de hacer el ridículo —Juliet deja la servilleta en la mesa, toma su cartera se levanta.
Mi trasero aterriza en mis piernas y el silencio que sigue es incómodo. Una parte de mí le da la razón, la otra asegura que si le avergüenza es que no me amaba.
Una mano se muestran a la vista y me apoyo en ellas para tomar impulso. Que Patrick me hubiera ayudado, muy a pesar de los problemas con su hermana, habla de lo buen amigo que es. Ya en pie me siento de nuevo y el mesero me mira en espera de una decisión.
—Lo lamento —me dice —¿Qué harás ahora? —me pregunta. —te acompañaré a donde quieras.
Conozco a Patrick desde la universidad, él estaba en Veterinaria y yo en derecho. Nos hicimos amigos en el segundo año, visitaba el rancho familiar de vez en cuando y allí conocí a Magdalena. Una trigueña de cuerpo exuberante y hermosos ojos color miel. Excelente amazona y el tesoro de toda el rancho.
Al parecer, ella no me recordaba, pero yo a ella sí. Aunque, nunca me fue permitido acercarme a ella y solo eran saludos de lejos. Era un grupo de seis chicos y sus padres le prohibían acercarse a nosotros.
De regreso a mi rechazo amoroso, Patrick espera respuesta. La comida está realizada, la mesa preparada y el mundo no se muere porque Juliet no quiera casarse.
—No sé tú, pero a mí los fracasos me altera el apetito...
—¿Te lo elimina?
—Me lo aumenta —corrijo y ambos reímos.
No me hace comentarios sobre lo sucedido y le agradezco el gesto. Imagino que he vuelto a la soltería y eso debería aliviarme. Puedo escuchar los comentarios de papá si respecto.
"—Es mejor ahora, que con cinco hijos. No tienes idea de lo que es un mal matrimonio."
—La próxima vez que te pida algo así, recuérdame este día.
—La próxima vez será la indicada y no necesitaremos de los fracasos más que para agradecer que gracias a ellos crecimos.
—Por los amigos que se convierten en hermanos —le digo en voz alta.
Afirmamos en silencio y alzamos nuestras copas, el resto de las personas hacen lo mismo en nuestra dirección. El coro de salud es alto y, aunque alivia un poco, sigo sintiendo en mis entrañas la sensación de ser un perdedor.
Tres horas después detengo el auto en el porche y apoyo la cabeza en el timón. Patrick hizo la velada agradable y le agradezco el detalle, pero no era la forma en que creí acabaría.
—Creí que era la correcta —empiezo a decir a la figura que entra al auto y se queda en silencio —¿Lo sospechaste?
—¡No! También pensé que lo era. ¿Qué te dijo?
Recojo una gran bocanada de aire antes de responder y vuelvo la mirada hacia papá. Niego ante lo imposible que es decir palabra alguna y apoya su mano en mi pierna.
—Que debí decirle ante de hacer el ridículo —la maldición que sale de sus labios resulta divertida, pese a lo delicado de la situación —¿No me dirás te lo dije?
—No es necesario. —se cruza de brazos y sonríe —nadie llega a tu vida por casualidad, ni se va por error. Con cada una de ellas aprendes algo o avanzas. Es posible que fueran los nervios.
—No voy a rogarle. —mi vehemencia lo hace reír y afirma sin verme. —¿Cómo supiste qué mamá era correcta?
—Mis miedos se fueron cuando ella llegó, me sentí valiente y con ganas de mejorar —abre la puerta del auto y señala la puerta —tu madre está esperándonos.
Mamá sale con dos tazas de algo caliente en sus manos y mira en nuestra dirección con pesar. Soy el menor dentro de tres hermanos, El mayor es Avery con 35 años y casado desde hace diez, dos niños y otro en camino. Le sigue Simone tiene 30, casada desde hace cinco y está esperando a su primer bebé. Yo tengo 26, soltero y al parecer, por los siglos de los siglos.
****
Tal como lo prometí no volví a ver o a llamar a Juliet. Intenté no coincidir con ella con nuestras amistades y negué varias salidas con amigos. Papá era el dueño de una pequeña empresa textil y a yo tenía las riendas. Mis hermanos se decidieron por la medicina y dado que yo siempre estaba a la sombra del viejo... heredé las ganas de avanzar.
En una conversación con Patrick cierto día, hablaba de la inyección de capital que le daría a la empresa. Mi padre iba a pedir un préstamo, nos iba bien y varias máquinas requerían cambios. Patrick preguntó si un particular no podía invertir, aseguró estar dispuesto a doblar el valor del préstamo. Le llevé el mensaje a papá y este al resto de la familia.
Todos conocían a Patrick Giles Curtis y lo serio que era en cuanto a los negocios. Aceptaron por unanimidad que fuera socio de nuestra empresa y hoy puedo agradecer que lo sea. La empresa escalaba cada vez más y la calidad de las telas era elogiada.
—¿Te caíste de la cama? —me pregunta al verme acercar a él mientras le calza la silla a una yegua.
—Supe que tu padre está mal de salud ¿Qué tal está?
—El médico lo vino visitar ayer, estable —mira hacia la casa grande ajustando las correas y aprieta los labios —eso me ha detenido para viajar a España.
—¿Algo de Magdalena? —niega apretando las manos.
—Está en Alicante, asegura está bien...
—Pero no le crees —digo —¿La has visto?
—Un par de veces, maquillada en exceso.
Su hermana no suele echarse encima tantas capas de pintura y en nada tiene que ver con que esté en la ciudad. Si bien la ve hermosa y en apariencia, bien. Son sus ojos opacos y la sonrisa fingida la que le hace dudar.
—Tu mamá trabajó en Alicante en su juventud, allí conoció a tu padre, según me ha dicho. —afirmo con mi cuerpo tenso —¿Conserva alguna amistad que pueda llegar hasta donde ella? No puedo alejarme con papá así.
Pienso en una respuesta que dar, mientras él responde una llamada. Dentro de sus sospechas está el que su hermana no haya usado la tarjeta en todo este tiempo. La conoce lo suficiente para saber que era amante a las compras y que se negaría a usar el dinero de su esposo.
—Tendré que preguntar, no te preocupes... Encontraremos a alguien —prometo —puedes ir haciendo ese documento y en cuanto tenga a una persona de confianza... lo enviaremos.
Sus hombros caen y la tensión en su cuerpo se va poco a poco. Soy consciente que solo hay persona que puede hacerlo, pero no deseo comprometerme.
—¡Patrick! —el grito de su madre lo hace soltar las correas y ambos miramos en su dirección —es tu padre...
El sollozo que preside aquella frase nos hace correr a ambos. Patrick llega primero que yo y corre escaleras arriba dando la orden de encender el auto en el proceso. Tabatha Mallory llora y en medio del llanto me entrega un móvil que descubro tiene a alguien en línea.
—¿Mamá, papá? ¿Alguien puede por favor decirme que sucede?
—¿Magdalena? —pregunto a la voz del otro lado.
Solloza un sí, casi inaudible y me pide averiguar qué sucede. Subo por las escaleras al notar que nadie baja y encuentro a padre e hijo en la cama. Bajo el auricular viendo la discusión entre ambos a la que se le suma su madre que llega en el momento.
—No iré... Fue una simple tos Patrick...
—Te pusiste morado cariño y tus labios negros —insiste la señora Tabatha que no soporta la risa de su esposo.
—Una tos ¿Es que nunca se les ha ido el aire, por otro lado?
—¿Hola?
Me alejo del trío sin dejar de negar y reír ante la frescura del anciano y el mal humor de su familia. Patrick adora al hombre como un padre, incluso más que al verdadero, con el que no se lleva bien y al que no ve desde niño. Magdalena es igual con Tabatha y tres veces más con su padre, según dice su hermano.
Yo también daría la vida por los míos y me esforzaría por no dañarlos. Puedo entender el miedo de ambos en que resulten heridos, el señor Malcolm no soportaría saber que por un error está a punto de perder lo único que tiene su hija de su madre.
—Está bien —hablo al asegurarme que estoy lejos y no me escuchan —parece que solo fue una tos, pero tu hermano quiere asegurarse que sea eso.
—Imagino que papá no quiere.
—Conocemos a Patrick y se saldrá con la suya.
Ella sonríe y por unos minutos nos quedamos en silencio. Recuerdo la preocupación de Patrick y la solicitud de buscar alguien que llegue hasta ella.
—¿Cómo está?
—Tus padres bien. —empiezo bajando las escaleras para evitar ser escuchado —tu padre está delicado, le mandaron reposo y se niega a obedecer.
—¿Y Patrick?
—¿Cómo estás tú? —me atrevo a preguntar —sé que no soy el indicado y que no me tienes confianza. Tu hermano está preocupado por ti y asegura que algo te sucede. Desea ir a verte, pero la salud de tu padre se lo impide y tendría que dar explicaciones.
Respira pesado, asegura que no puede hablar ahora y sostengo el móvil con fuerza. Promete decírmelo cuando tenga privacidad, me pide que le envíe mi número y hablará conmigo cuando esté sola.
—Por favor, pase lo que pase, no le digas a Patrick que hablamos...
—Lo prometo —le digo antes de colgar.
Busco el número en el que estaba hablando, lo guardo en mi móvil. Regreso sobre mis pies y entro a la habitación entregando el objeto a su madre.
Al parecer han logrado convencer al viejo de ir a la clínica.
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