IX - É X T A S I S



El sol comenzaba a mostrarse en el lejano horizonte y a iluminar, de forma escasa y casi temerosa, las despintadas paredes de la habitación. Monserrat contemplaba el resurgimiento del alba tras su ventana, con ojos somnolientos y en completo silencio.

Su cabello, oscuro cual noche sin estrellas, era un completo desastre, el fino camisón que acostumbraba a llevar en verano tenía ya varias arrugas y sus delgados brazos rodeaban aún la almohada, como quien no quisiera desprenderse del lecho y todos los recuerdos que este le trae.

Sus mejillas se colorearon cual arreboles con las reminiscencias de la noche anterior, y una tenue sonrisa se dibujo con lentitud en su rostro. Si hubiese alguien que le observara en ese preciso momento, no dudaría en decir lo adorable que lucía, pues a simple vista representaba la imagen misma de la pureza, lozanía y la simple alegría juvenil.

La chica apretó los párpados con fuerza, como si quisiera grabar en ellos las imágenes que yacían en su mente. Inspiró de manera profunda y se dedicó a disfrutar de la calidez que el astro rey le proporcionaba. Los tenues rayos en su cara y en sus hombros desnudos. Se sentía distinta, aunque el cambio no fuese notable a simple vista, ella lo sabía: ya no era la misma y no lo sería jamás. No después de lo que había ocurrido hacía apenas un par de horas, en aquella misma habitación. Exhaló y giró un poco la cabeza, lo suficiente como para observar a la persona que seguía a su lado, sobre la cama. Aquella cama, desarreglada aún, que era el único testigo de todas las cosas -maravillosas, para la chica- que habían sucedido.

Había sido su primera vez. Todavía poseía cual tesoro, en la mente, las sensaciones que se habían despertado en su cuerpo, la manera en que su piel completa se había erizado, el escalofrío en la columna vertebral y la forma en que su corazón había danzado en un acelerado éxtasis. No creía que se pudiese poseer tal fuerza de emociones y sin embargo, en el momento en que se dejó llevar, descubrió que aquello no solo no era malo, como siempre había pensado, sino que además era placentero. Deliciosa y divinamente placentero.

En ese momento estaba dispuesta a repetirlo todas las veces fuera necesario, tuvo que admitir, sonrojándose todavía más. La ilusión comenzó a acrecentarse en su interior al pensar en las posibilidades.

Cual adolescente enamorada, atrajo aún más hacia su pecho la almohada que tenía entre los brazos. La misma almohada que había usado antes para tal acto esplendoroso.

Sus ojos refulgieron cual par de nebulosas al mirar nuevamente el cadáver sobre su cama y al recordar la fuerza que había tenido que utilizar para lograr asfixiarlo; la pequeña lucha, donde aquel individuo hacía vanos intentos por sacársela de encima. ¡Oh, cuánta felicidad!¡Qué vorágine de emociones había sentido al comprobar que ya no respiraba! De solo recordar el momento de su último suspiro, volvía a sentir su corazón latiendo desbocado y un enjambre de mariposas revoloteando en su estómago.

Ahogó un larguísimo y profundo suspiro de satisfacción.

Había sido su primera vez, pero no sería la última.





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