I - Amistad


Era apenas una niña cuando lo conocí, aunque por alguna razón, no puedo recordar exactamente cuando fue.

Quizá haya sido en una de esas frías mañanas, en las que yo era arrastrada a la escuela entre lágrimas y súplicas de miedo. Tal vez pudo ser en una de esas tardes, en las cuales El Hombre De Traje llegaba a casa temprano, o simplemente no llegaba. O a lo mejor pudo ser uno de esos días en los cuales, aquellas voces maliciosas, se reunían a mi alrededor y me susurraban los peores secretos que una niña puede escuchar.

No lo sé.

Lo único que puedo recordar son sus ojos, grisáceos e inmensos, mirándome bajo un marco de largas pestañas. Su expresión de curiosidad pura, y el dulce arrebol de sus mejillas. Y el hecho de que, después de esa mirada, no volvimos a separarnos.

Era un chico especial, de eso no cabe duda. Poseía la belleza etérea de aquel que parece no haber sido contaminado por la sociedad, aunque en el fondo sepas que lo fue. La tranquilidad de aquel que es conocedor de muchas verdades, pero por alguna razón, las guarda para sí mismo. Y la risa sublime de un cascabel, tan preciosa como escasa.

Era lo más hermoso que había visto en mi vida.

Si pudiera compararlo con algo, sería con la lluvia. De esa lluvia que aparece después de llorar por horas. Cada que no regamos lo que sentimos. Cada que estamos solos. Cada que un cigarrillo a medio consumir es apagado.

Un día, sin pedir permiso, se coló tras la puertecilla de mi pecho y después de ver el lugar, decidió que quería quedarse. Así pues, se instaló en las profundidades de mi corazón y echó raíces, convirtiéndolo en su hogar durante años.

Fue entonces cuando decidí llamarlo amigo.

"¿Cómo te llamas?" Pregunté yo.

"Tristeza" Respondió la leve brisa.

Desde entonces, siempre estuvimos juntos. Crecimos juntos. Con las manos entrelazadas, inseparables. Paseando por cada parque de la ciudad y comprando pasteles de chocolate. Escuchando música en las tardes y leyendo libros de segunda en las mañanas. Él, asomado en la puertecilla de mi pecho, susurrándome con dulzura las cosas más irreverentes. Y yo, dando la cara por ambos. Éramos simplemente el equipo más dinámico y perfecto que existiese. La pareja más hermosa.

Pero, una mañana, hace ya cierto tiempo, quise verme al espejo, y cuando la chica que veía frente a mí, me devolvió una mirada cargada de reproche y me escupió con asco a la cara; me di cuenta de que esa no era yo. Que ya no era la misma de antes. Que cambio constantemente, cambio todos los días, a cada segundo que pasa.

En ese momento, mi única compañía se fue como si nada.

Sin aviso previo.

Tal como había llegado.

Las raíces que dejó en mi corazón se marchitaron, y tuve que cerrar la puertecilla de mi pecho, porque no soportaba escucharla chirriar con el viento. Y me encontré a mí misma extrañándolo de sobremanera.

Así que ahora escribo en su nombre, recordando con una inmensa nostalgia los momentos que vivimos juntos.

De esta manera descubrí que soy una chica triste, y supe que soy feliz así.

Porque los chicos tristes también podemos ser felices, aún en nuestra tristeza.

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