CAPÍTULO I

(Dos meses después)

—Puedo hacer realidad todos tus deseos más íntimos. Te haré soñar, te haré volar, te haré sentir lo que jamás hayas sentido —leí en voz alta.

Seguí observando la imagen de la página web. Un chico (o más bien un "hombre", con comillas, de esos que parecen "hombres de verdad") de pelo rubio, ondulado y algo despeinado que caía por encima de unos ojos de color azul, profundos como el mar, miraba desde la pantalla de soslayo y con la barbilla apoyada en la mano, como si estuviera reflexionando sobre algo o concentrándose en algún problema crucial. Y con ese simple gesto lo conseguía todo. Soy todo lo que estás buscando. Soy fuerte, guapo y, por si fuera poco, profundo. ¿Quieres echar un polvazo?, parecía estar pensando.

—Madre mía. ¿Dónde tienes la fregona? Creo que acabo de romper aguas —dijo Elsa.

—Pero qué dices, ¡si no estás embarazada! —le respondí espantada.

—Pues claro que no, joder. He roto aguas del gusto.

—¡Ostras, qué bestia eres! —no pude evitar reírme ante semejante comentario.

No podía evitar tampoco encontrar divertido el sentido del humor de Elsa. No lo compartía, porque yo era incapaz de hacer reír a nadie ni de contar chistes, eso lo tenía claro, pero ella era ingeniosa y divertida. Y muy descarada, totalmente lo opuesto a mí.

—Creo que me lo estoy pensando mejor —le dije meneando la cabeza.

—Venga ya, si ya lo tenías decidido, ¿por qué te vas a echar atrás?

—No sé... No sé si merece la pena todo esto. Hay algo en este tío que no me da buena espina. Me da escalofríos.

—¿Escalofríos? ¿Cómo te va a dar escalofríos? Pero si es el tío más bueno que hemos visto en... ¿Toda la vida?

—Depende de cómo se mire.

—Se mire como se mire, coño.

—Tienes razón.

Saber reconocer la verdad a tiempo es de sabios.

No se trataba de que tuviera en mi mente un prototipo de hombre... De niña tal vez sí, y era justo el que estaba mirando en la pantalla. Con los años la vida me había hecho cambiar de opinión varias veces y ya no tenía tantos sueños como antaño. Me había tropezado con hombres de muchos tipos en mis veintidós años y, sinceramente, ninguno de ellos era lo que parecía o decía ser. Daba igual si eran más o menos guapos, más o menos altos, rubios o morenos, atléticos o rechonchos. Todos eran iguales. Desde el más guapo que había conocido hasta el menos agraciado.

Pero ese extraño de la pantalla seguía mirándome a los ojos y yo no podía apartar la vista. Definitivamente, algo me estaba inquietando y no era el tipo de peligro que rezumaban los tíos guapos y malos, era otra cosa. Había algo que me repelía, y pocas cosas conseguían eso últimamente. Ya no era la misma de antes. Ya no tenía quince años. ¿Y desde cuándo me había permitido yo volver a tener miedo? Había tomado una decisión, quería hacer algo drástico y ya nada debía hacerme cambiar de opinión.

Así que, sin pensarlo dos veces, cogí el teléfono y marqué el número que se veía en la parte inferior de la página web. Vamos a vernos las caras, nene.

Riiiiiinnnngggg... Riiiiiiinnnnnnggggg... Riiiiiinnnnnggggg...

(Cupido)

Estaba sentado en mi sillón favorito con los pies apoyados sobre el escritorio mientras me fumaba un cigarro y miraba por la ventana la lluvia caer. Habían pasado dos meses desde mi juicio y mi patética caída al dominio mortal, y la verdad era que no me las había apañado tan mal. En teoría, se suponía que estaba haciendo todo lo que Zeus quería que hiciera: trabajar y hacer felices a las personas (o al menos a las mujeres...). ¿No era eso lo que quería de mí? Aunque claro, no sabía si se podía llamar trabajo a lo que hacía... O quizá sí, porque en ocasiones no me apetecía nada, pero tenía que hacerlo si quería mantener mi tren de vida. Así que sí, definitivamente, se podía considerar trabajo.

Al caer en este patético mundo no había tenido más remedio que pensar y actuar con rapidez, y lo que mejor se me daba, por supuesto, era el sexo opuesto: nunca había tenido que esforzarme para conseguir una mujer. Necesitaba efectivo de inmediato, así que me resultó de lo más sencillo hacer creer a la primera mujer con la que me topé que me habían atacado y que estaba totalmente indefenso. Todo un pastel de chocolate para una señora madura y... bueno, hambrienta de chocolate. Un par de pucheros, una sonrisa de agradecimiento al tenderme la mano y ya tenía todo lo que quería: ropa y dinero para comenzar mi nueva vida. Claro que casi le costó el matrimonio a la pobre mujer cuando su marido llegó del trabajo y nos pilló sobre su propia cama justo cuando la señora estaba desabrochándome los botones de la camisa.

Bah, no importaba. Un par de carreras y un salto (por el que casi me maté, pues olvidaba que ya no tenía mis preciadas alas), y otra vez libre y listo para mi nuevo futuro.

Y aquí estaba dos meses después, en un apartamento con vistas al mar, mi lugar de sosiego, solo para mí... Y sin problema alguno de dinero. Había decidido convertir mi "don" en una profesión: sí, ofrecía mi cuerpo a las señoras. A cambio me pagaban pero que muy bien. Tenía todo lo que quería y más para hacer mi breve estancia en este mundo más llevadera.

¡I'm too sexy for my love, too sexy for my love, love's going to leave me... I'm a model you know what I mean and I do my little turn on the catwalk...!

El sonido de la canción de Right Said Fred que había escogido para el tono de llamada de mi móvil me sacó de mi ensimismamiento (no es que necesitara que me recordasen que era sexy, eso lo había sabido yo desde siempre, pero esa canción me ponía, me hacía querer mover las caderas, oh yeah. Me ponía a tono para las titis). Dejé el cigarro casi acabado en el cenicero, me aclaré la garganta para poner mi tono de voz más sensual y me preparé para el curro.

—Jon al habla.

¿Que por qué Jon? Pues porque una vez conocí a una ingeniosa escritora (a la que por cierto hice un favorcillo) que tenía una rara obsesión por ese nombre y se lo tomé prestado, por si me daba suerte. Solo por un tiempecito. Total, ya no volvió a verme el pelo y mi anterior nombre, Obi-Wan, no hacía más que suscitar las burlas de quien se suponía había de sustentarme.

Al otro lado de la línea hubo un silencio. Solía pasar. A las mujeres les atemorizaba reconocer que tenían que contratar los servicios de un gigoló, eran demasiado orgullosas como para admitir que no encontraban a nadie que las pudiera satisfacer. Me toqué el puente de la nariz con los dedos y fruncí el entrecejo con impaciencia.

—Hola —dijo una voz de mujer, fuerte y firme, de repente—. Soy... Alma. Verás, he conseguido tu contacto a través de la página web y... He visto que ofreces todo tipo de servicios, ejem.

—Depende —la interrumpí.

No ofrecía todo tipo de servicios, ¿de dónde se sacaba eso? Seguro que ni siquiera podía imaginarse los tipos de "servicios" que podían llegar a solicitar por ahí. Yo no estaba dispuesto a ofrecerlos todos, eso seguro.

—Ya, entiendo.

Ni de coña lo entendía.

—Bueno... —vaciló la chica—, lo cierto es que quería comentarte algo un tanto especial. Es algo que seguramente no te habrá pedido nadie hasta ahora, y no sé si estarás dispuesto a hacerlo.

¿Cómo? Me erguí en mi silla, expectante. Veamos si es tan especial, todas creen que son especiales o que quieren algo especial, pero ya había visto de todo en mi larga vida, y creedme, ya nada era especial, todo era aburrido y soso.

—A ver... Alma, era ese tu nombre, ¿no? Esto funciona así. Si estás interesada en contratar mis servicios, y ya has leído las condiciones en mi página web, será mejor que quedemos en persona y no perdamos más tiempo. Como ya sabrás, suelo hacer una entrevista en primer lugar. No me malinterpretes, pero necesito saber si voy a ser capaz de satisfacerte antes de comprometerme a nada, y la mejor manera es que nos conozcamos y veamos si va a funcionar, ¿te parece?

Ja, menudo mentiroso estaba hecho. Esa era la excusa ideal que se me había ocurrido desde el inicio de mi carrera en el mundo mortal para no tener que rechazar a las mujeres a bocajarro. Me había inventado el sistema de la entrevista personal para poder decidir si realmente me interesaba y/o convenía la mujer que tenía delante, bien por su dinero o bien porque tuviese ganas de diversión. No siempre estaba de humor para cualquier cosa, tenía que ser selectivo con las clientas.

—Me parece perfecto —contestó ella—. De hecho, creo que es mejor que lo hablemos en persona, si no te importa. Por teléfono podría sonar un tanto raro y no me gustaría que te negaras antes de haber hablado con detalle del asunto.

Ya, seguro, no te preocupes, nena. No voy a tener problemas para negarme si no es lo que quiero, y si llega a sorprenderme un poco tal y como dices, seguro que me parecerá hasta divertido. Me ponen los retos.

—Está bien. ¿Te parece bien quedar esta tarde a las seis? Tengo un hueco a esa hora —le sugerí, curioso.

Después tenía mis sagradas dos horas de gimnasio que no podía saltarme, porque había descubierto que mi cuerpo humano necesitaba algo de ejercicio para mantener mi esbelta figura... La porquería de comida mortal podía acumularse fácil y rápidamente en zonas no deseadas, como había comprobado ya. Y antes muerto que barrigón.

—Pues perfecto, a esa hora ya he terminado de trabajar.

—Bien, ¿conoces el Café Bulgaria?

—No, pero lo buscaré en Google.

—Entonces en el Café Bulgaria a las seis en punto. Allí te espero, Alma, sé puntual.

Y colgué.

Había seleccionado varios sitios distintos para mis entrevistas, pues intentaba variar el lugar de encuentro de las entrevistas con las clientas en potencia para que no se me viera el plumero. Nunca quedaba directamente en casa; era mi lugar sagrado, vetado a todos excepto a moi. El Café Bulgaria era un lugar lo suficientemente oscuro y transitado como para pasar desapercibidos, aparte de que nadie nos molestaría porque el camarero había llegado a desarrollar una especie de admiración por mí y me cubría las espaldas cada vez que podía.

Me levanté, me desperecé y caminé hacia la ducha. No necesitaba arreglarme demasiado para acudir a las citas. Normalmente, con unos pantalones oscuros y ajustados y una camisa análoga bastaba. Pero era importante estudiar siempre el peinado y el perfume, esos nunca podían fallar. Si me interesaba la mujer, tenía que parecerle el hombre más atractivo del mundo hasta el punto de que no le importara la cantidad de dinero a desembolsar para estar conmigo. Y vaya si lo conseguía.

Bien, Almita, allá vamos.

(Alma)

—Ya está.

—Así me gusta, chavala, directa al grano y con decisión —contestó Elsa, riendo—. ¿Qué te vas a poner?

Joder. No había pensado en eso. Fruncí el ceño.

—Ahí me has pillado.

Me levanté y me miré en el espejo de mi armario. Una chica de constitución normal, ni gorda ni delgada, con pelo castaño algo ondulado, piel clara y ojos del mismo color que el cabello. Tampoco era ni alta ni bajita, andaba dentro de la media. No destacaba en nada a simple vista, aunque eso no quería decir que no pudiera hacerlo si me interesaba. A todas nos funcionaba bastante bien el maquillaje y una buena minifalda y, para ser sincera, si alguna vez ligaba era precisamente por no ser un palo.

Mmm... No sé qué hacer, si ponerme mona o lo más sencilla posible.

—¿Pero de qué estás hablando, chica? No pensarás ir así como vas, ¿verdad?

Me miró enfadada. A ella no le importaba nunca maquillarse, vestirse y prepararse como si fuera siempre el último día en la Tierra. De hecho, hasta para ser un lunes ni se le notaba el cansancio ni la resaca del fin de semana bajo tres capas de maquillaje y colorete.

—Elsa, ¿no te das cuenta? Tengo que pensar bien cuál es el fin para poner los medios...

—Tú siempre tan enigmática. No puedes ir a ver a un tío tan bueno con esas pintas, ni aunque vayas a pagarle. Por lo menos ponte un buen tanga y un wonderbra, que se te noten las tetas. Qué quieres, ¿que ni siquiera acepte tu oferta?

Touché. Elsa era mi mejor amiga, y por eso le permitía que me dijera esas cosas. Claro que también era mi única amiga, no soportaba a nadie más. A decir verdad, a veces tampoco la soportaba a ella; no ayudaba que fuera ella quien se llevaba la poca suerte que se nos cruzaba por el camino y me dejara a mí siempre "bailando con la más fea". Ella era rubia, alta y tirando a mona, así que era difícil traicionarla. Tenía pinta de espabilada y de hecho lo era. La de la traición siempre había sido yo, por desgracia, en todos los sentidos. Por lo visto tenía pinta de estúpida, aunque realmente no lo fuera. O al menos eso pensaba yo.

En fin, necesitaba al menos una amiga en la vida y ella era la única que aguantaba mis sufridos cambios de humor.

—Elsa, ¿para qué demonios me voy a poner un wonderbra si no me lo va a ver, pedazo de lela? ¡Solo vamos a tomar un café!

—¡Da igual! Por lo menos que vea que tienes un cuerpo debajo de esa batamanta o lo que sea que llevas puesto, ¿no?

Eh, en estos momentos estoy por casa, y voy cómoda. Además, calla ya esa bocaza y déjame pensar. Tengo que hacer algo productivo para variar, y dentro de un rato tengo que entregar una reseña, así que arreando, largándote que es gerundio.

—Bueno, me voy pero mándame una foto por whatsapp antes de salir para que te vea. Y mantenme informada segundo a segundo, ¿vale?

—Sí, seguro —murmuré—, voy a poner una teleconferencia para que puedas espiarnos.

Tras acompañarla a la puerta y verla marcharse volví a mirarme en el espejo intentando pensar qué sería lo mejor, si ir lo más atractiva posible (tampoco es que de repente me fuera a convertir en Angelina Jolie ni nada por el estilo) o lo más cateta posible, en plan empollona friki. Tenía que pensarlo bien, porque de ello dependía que el tal Jon fuera a acceder o no a mi plan.

Abrí el armario, rebusqué entre todos los vestidos y cogí uno negro y corto, ajustado pero de manga larga. Bien, ni muy descarado ni muy ñoño. Después cogí de mi cómoda un conjunto de ropa interior negra, por supuesto con wonderbra (pero nunca lo admitiría ante Elsa). Importante: medias reductoras. Nunca estaba de más un poquito de ayuda para recoger ese culete respingón que luchaba por liberarse de cualquier atadura que lo oprimiera. Y por último, zapatos. Estaba lloviendo, así que cogí mis botines negros con cadenas, y no es que estas últimas fueran a ayudar en algo, pero sí que podría utilizarlas como arma si el tipo ese me salía rana.

Ahora, Almita, vete a terminar tu reseña. Después te queda un buen rato por delante para arreglarte y vestirte para matar.

(Olimpo)

Las pantallas que Zeus tenía delante mostraban imágenes de todo tipo de personas, lugares y conflictos. No podía controlar a todos los humanos y dioses, pero de vez en cuando debía poner un poco de orden en las cosas y tenía que llamar a Ares, Poseidón o Hera para "darles la charla" por el transcurso reprochable de sus actos.

Zeus estudiaba las pantallas de su torre de control con preocupación. No estaba seguro de que su plan fuera a tener el resultado esperado. Ya habían transcurrido dos meses desde que Cupido había sido expulsado del Olimpo, y su nieto no se había dignado a cumplir nada de lo que se le había dicho. No había captado el mensaje en absoluto... De hecho, parecía no comprender nada.

Zeus estaba a punto de perder a su nieto más querido para siempre: si Cupido seguía sin enmendar sus errores, su cuerpo quedaría atrapado para siempre en la Tierra y olvidaría cuáles eran sus verdaderos orígenes. Se convertiría en un mortal como otro cualquiera. Se perdería en el olvido. Debería escoger a otro nuevo Dios del Amor.

Pero es que el problema empezaba con Cupido, quien había sido el principio de todo pero no la única causa. Su padre, Ares, era culpable en gran parte, y también el resto de los dioses del Olimpo cuando empezaron a cambiar sus actitudes.

Ares no hacía más que crear conflictos entre naciones y grandes rebeliones, a urdir estratagemas incomprensibles que no eran su fuerte, y todo terminaba por ir de mal en peor. Le encantaba sembrar el miedo, la desconfianza y la cólera, pero había perdido el norte y no sabía cómo conseguir una lucha justa. El hijo llevaba sin duda la sangre del padre, pues que se dedicara a jugar con los corazones en vez de a enseñarles un poquito lo que son los verdaderos sentimientos, lo decía todo. Pareja de descarrilados...

Luego estaba Poseidón, hermano de Zeus, que últimamente también parecía enfadarse con mucha frecuencia y no hacía más que lanzar terremotos, huracanes, tsunamis y otras catástrofes naturales, enojado con los mortales por las cantidades de basura y chapapote que lanzaban a su preciado mar. ¡Pero si con eso no hacía más que contaminarlo más! ¿Es que no se daba cuenta?

Y Hera permanecía completamente pasiva, simplemente yacía en sus aposentos, con cualquier joven que en ese momento se rindiera a sus engañosos encantos. De ahí las elevadas cotas de divorcio que había en la Tierra.

¿A qué se debía todo eso? ¿Eran los dioses los culpables de tanta desdicha? ¿O era la raza humana la que con su esencia ruin, había llegado a desencantar a los dioses y con ello a desequilibrar el orden del mundo?

Zeus no lo sabía, pero lo que más le dolía era que su propio nieto, que había sido castigado por primera vez a pesar de que había cometido grandes errores repetidamente, no fuera capaz de entenderlo.

—Hola, padre —la voz de Afrodita resonó a sus espaldas.

—Has acudido rápido a mi llamada, hija.

—Sí, padre, ¿lo dudabas?

No, claro. Afrodita sabía cuándo y cómo debía actuar. Siempre lo había sabido.

—Ya ha ocurrido.

—¿La has enviado ya sin avisarme antes? Podría haberte ayudado.

—¿Ayudado a qué, Afrodita? Si hubieras intervenido, probablemente las cosas no estarían ocurriendo tal y como deben ocurrir.

Afrodita miró a la pantalla en la que aparecía su hijo. Se estaba afeitando frente al espejo y llevaba solo una toalla que colgaba sensualmente de sus caderas. Justo después la vio a ella, en la pantalla contigua. Ella también se estaba afeitando... pero en su caso, sus velludas piernas.

—Oh, padre, ¿de veras crees que esto va a funcionar?


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