Pilar

Sorrento miraba alrededor, sabiendo que varios de sus compañeros habían sido derrotados, pero el cosmo de Kanon seguía allí.

Él sospechaba. En el fondo de su ser crecía un malestar que le impedía sentirse tranquilo, tenía la extraña sensación de que algo nefasto iba a ocurrir, pero extrañamente no tendría relación con la muerte de los dos seres que más le preocupaba proteger: Kanon y Poseidón.

Poseidón...

Todo transcurrió con tanta lentitud. No lograba derramar una sola lágrima, tampoco enfadarse y romperlo todo. No, definitivamente no quería explicaciones de Kanon. Todo había sido plan de él.

No lograba entender sus propósitos, y después de algunos momentos de intensa reflexión, ya no le importaba. Cualquier recuerdo era bloqueado por la sensación de haber fallado miserablemente ante un caballero de Atenea.

Lo miraba a lo lejos. Ahí estaba, parado, sin poner ninguna expresión facial. Nada podía afectarle en ese momento. Estaba esperando que delatara su intención.

Estaban lo suficientemente cerca. Sorrento se aproximó tanto a Kanon, quien estaba conforme con lo que había obtenido, no pensó en otra posibilidad: que Sorrento lo amara y entendiera que ahora estaban juntos. Todo había pasado, la gran pelea había concluido, ambos estaban libres.

- ¿Por... por... por qué... lo... hiciste?

- Ya... acabó.

- ¿Cómo pudiste...? ¿cómo pudiste engañar a Poseidón...?

- Ya está todo hecho.

- Has engañado a un dios, Kanon. Ahora él no está presente para nosotros...

- Lo sé... Sorrento, mírame...

- ¿Cuál era tu propósito?

- No lo sé, perdí la razón, pero ahora tengo todo muy claro. Hice mal las cosas, hice todo mal... - dijo golpeando duramente un pilar con todas sus fuerzas, cayendo exhausto al piso.

Sorrento entendió repentinamente todo y sintió la necesidad de correr y abrazarlo, algo le causaba mucha lástima al verlo así. Luego, sin entender mucho porqué, su cuerpo dio media vuelta y comenzó a alejarse decididamente del lugar.

- ¡Sorrento...! - gritó desesperado, mientras unas gruesas lágrimas caían a través de su rostro. El pelilila siguió su rumbo sin mirar atrás.

Kanon cerró sus ojos y miró fijamete el piso. Su cabello cubría su rostro, la herida del tridente sangraba y ardía. Nada de eso le preocupaba. Su cuerpo estaba paralizado, quería correr hacia Sorrento y pedirle perdón, pero ¿de qué serviría? nada de lo que él hiciera iba a lograr que Sorrento comprendiera lo humano que había sido su error. Entonces, sintió una punzada de dolor al pensar en perderlo, entonces se puso de pie encolerizado, y con todas sus fuerzas corrió hacia Sorrento.

- ¡¡Sorrento, perdóname!! - gritó apenas al verlo. El pelilila se volteó al ver que era él. Lo observó con molestia, pero entonces la sangre que recorría su pecho y su mal semblante distrajeron su atención.

- Kanon, ¡estás herido...! - dijo aproximándose hacia él, quien cayó con todo el peso de su cuerpo sobre sus rodillas - Estás muy herido - dijo al ver la cantidad de sangre y sus manos comenzaron a temblar - Kanon, no sabía que...

Entonces vio que era la herida del Tridente de Poseidón. Su rostro perdió todo su color, un pánico profundo penetró en él: una Herida Divina nunca podría ser curada por un ser humano.

Kanon perdió el equilibrio y se desvaneció. Sorrento logró sostenerlo entre sus brazos, pero estaba entrando en desesperación. ¿Kanon iba a morir? Sus manos temblaban sin control, como nunca antes. Sintió cómo sus ojos se poblaban de lágrimas, no podía ser posible tan trágico destino. Se sintió patético por el simple hecho de haber pensado por un instante en dejarlo ir para siempre, pero saber que moriría era más de lo que él podía aguantar.

- ¡¡ATENEA!! - gritó con todas sus fuerzas. Nunca había confiado en otro dios, pero Kanon había ofrecido su vida con tal de protegerla - ¡¡tú sabes bien que éste no es su destino!! ¡¡no puede ser su destino...!! No puede... - dijo dejando lentamente el cuerpo de Kanon sobre el piso. Su cara armoniosa seguía igual de bella que siempre, no se sentía capaz de vivir otro día más sin poder tenerlo cerca. - Te lo pido, Atenea - dijo murmurando - no hay nada más en el mundo que necesite que tenerlo a mi lado. Por favor, sálvalo. No puede ser éste su destino...

Entonces, un calor irradió desde la herida, la cual no parecía sangrar más. Sorrento ahogó un grito al ver que el torso de Kanon se hinchaba al respirar nuevamente. Tocó su rostro, atrapó con sus manos su cabeza y acarició su cabello durante un largo tiempo.

Después de varias horas, Sorrento cargó sobre su espalda a Kanon y lo llevó trabajosamente fuera del Templo, lugar donde se había desarrollado la pelea. Fue directamente al templo de Atenea y dejó el cuerpo ahí, frente a la diosa, quien le sonrió con dulzura. Sorrento sintió una cálida oleada dentro de sí, como si una suave caricia lo reconfortara desde lo más profundo. Desde ese punto en adelante, Sorrento se desvaneció junto a Kanon a los pies de la diosa. Su última imagen era el rostro armonioso y ensangrentado de Kanon, mientras con su último aliento susurró:

- Gracias, Palas Atenea.

Al pasar las horas, Sorrento se encontraba en una habitación del Templo de Atenea. Los pilares de mármol redondos y simétricos se extendían hacia el cielo en armonía. Sorrento caminó por los pasillos con parsimonia, dirigiéndose hacia la diosa que había salvado la vida de Kanon y defendía tanto la vida de los seres humanos.

- Atenea - dijo haciendo una reverencia.

- Sorrento de Sirena. Has sido un leal Guardián en el Ejército de Poseidón. Tu intervención en la batalla permitió que no tuviésemos tantas pérdidas humanas. Te lo agradezco.

- Cumplo con mi deber.

- Así es. Ahora debes regresar, el cuerpo de Poseidón tiene que ser protegido mientras nos preparamos para lo que sigue. Un gran peligro se avecina, la Humanidad corre un grave riesgo, incluso la vida en la Tierra.

Sorrento levantó su mirada, incrédulo. Los ojos de Atenea irradiaban el más genuino amor, era imposible que sus palabras no fueran verdaderas.

- Cuidaré del cuerpo de Poseidón, regresaré a proteger el Templo. - Al momento de escuchar sus propias palabras, se dio cuenta de inmediato que debía separarse de Kanon. Atena sonrió con dulzura.

- Él estará bien. - Sorrento sintió cómo se ruborizaba - es deber de un Caballero luchar por la Paz y la Justicia. Es imperativo que cumplan su cometido.

- Sí, cumpliré.

- Puedes partir esta noche. No te preocupes por Kanon, él es bienvenido acá. Su corazón es leal y estoy segura que estará orgulloso de ser un Caballero de Atenea.

Sorrento pensaba en un instante cómo las cosas cambian irreversiblemente de un momento a otro. Ya no estaría junto a Kanon, todos los otros Guardianes habían muerto y ahora estaría solo protegiendo el cuerpo de Poseidón.

Se retiró del lugar luego de ofrecer su mayor reverencia, y caminó de regreso hacia la habitación donde estaba Kanon.

Se encontraba acostado sobre suaves telas, su rostro no acusaba dolor. Era como si estuviera teniendo el más dulce de los sueños. Su pecho estaba envuelto en vendas. Sorrento se dirigió hacia él y tomó su mano.

- Tendré que partir esta noche, Kanon. Me duele mucho dejarte así, pero Atenea me ha solicitado proteger el cuerpo de Poseidón. Tú vas a quedarte acá, tu lealtad está en este templo - hizo una gran pausa, suspirando - supongo que como ser humano, no lograremos entender el propósito de los dioses... muchas cosas que ocurren no tendrán sentido para nosotros. Me cuesta tanto verte así - dijo mientras su voz se quebraba y algunas lágrimas recorrían su rostro - y ahora debo alejarme de ti, sin saber cuál será tu destino, sabiendo además que... - Sorrento intentaba articular sus palabras, pero el dolor que le causaba saber que debía alejarse, era demasiado para él.

Se recostó a su lado, sin perturbar su descanso. Miraba su rostro como si quisiera memorizar cada detalle. La brisa movía suavemente los cabellos de su rostro, buscando acomodarse sobre su escultural figura.

Pasaron las horas y llegaba el momento de partir. Sorrento estaba listo para retornar a su labor. Se mantuvo de pie junto a Kanon, deseando que despertara y le dijera que se quedara, que descartaran su compromiso, que tiraran todo por la borda... pero eran pensamientos alejados de la realidad. Se acercó y besó suavemente sus labios, deseando que ese contacto durara eternamente.

- Te voy a extrañar mucho, Kanon. Sé fuerte.

Algo en él quería gritar y confesarle al mundo lo que realmente estaba en su corazón. No sólo lo había perdonado, no sólo había dejado atrás la traición hacia su dios Poseidón, no sólo había rogado a Atenea que lo salvara de morir... en su corazón, muy profundamente, habitaba el más profundo amor que jamás hubiese imaginado que podía sentir.

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