Capítulo 7

—Jamás había visto un escudo como ese. Se supone que los escudos son para proteger no matar —dijo alguien a sus espaldas. Matías dio un salto debido al susto y volteó.

—Es imposible... Ella-

A unos metros de él se encontraba un soldado, al principio creyó que era un hombre pero el rostro del morocho mostraba juventud. Tal vez sólo era unos años mayor que él.

El rubio retrocedió un paso mientras observaba al soldado, éste vestía un traje de combate negro, unas telas blancas envueltas en sus brazos y lo más característico de su vestimenta era un chaleco largo y rojo.

—¿Quién eres tú? —cuestionó el recién llegado, a lo que Matías sonrió, era el momento perfecto para poner a prueba lo que aprendió.

—Ella te envió, ¿verdad? —respondió, sus uniformes se parecían mucho, ambos vestían de negro y rojo. Era imposible que no estuvieran relacionados.

—¿Ella?

—Yo corté su brazo izquierdo, ahora te cortaré los tuyos —dijo con una media sonrisa.

Terminó la charla con un chasquido de sus dedos, una burbuja mediana comenzó a formarse a la altura de la cintura del soldado. Iba a partirlo a la mitad. La burbuja tocó el traje negro e inmediatamente se rompió por un movimiento de su enemigo.

—¡¿Qué carajo?! —exclamó sorprendido. Entonces esta vez levantó las manos para su siguiente ataque, aunque quería despedazarlo como lo había hecho con el toro, se vio obligado a encerrar al soldado dentro de una burbuja—. ¿Por qué no pude cortarte? ¿De qué está hecha esa ropa? —preguntó, demandando respuestas y, un segundo después, recordó que no podía oírlo.

No importa, morirá por la falta de oxígeno, pensó al tranquilizarse. Dentro de la burbuja vio al soldado notablemente confundido, él golpeó un par de veces la pared transparente y, como eso no resultó, comenzó a cavar para intentar escapar por debajo.

—Buen intento, la burbuja lo encierra completamente junto a ese poco de tierra. No tiene salida —se dijo el rubio.

Como lo dedujo, el soldado se detuvo al toparse con la burbuja también estaba bajo la tierra. Entonces se puso de pie y miró al muchacho.

—¿Ya se rindió? —se preguntó al dar unos pasos para acercarse, el soldado se veía tranquilo, pues no sabía lo que le esperaba. Pero Matías notó que algo no andaba bien—. ¿Dónde están las telas de sus brazos?

Su descuido le costó caro ya que algo parecía moverse entre los pastizales y la tela, como una serpiente, saltó sobre él para atraparlo. La tela blanca tenía en los extremos unas puntas metálicas y parecía tener vida propia, sin embargo el rubio vio que el soldado era el responsable.

—¡Esto no me detendrá! —a pesar de estar atado de brazos, él creó un par de burbujas para cortar sus ataduras. Pero todas sus esperanzas de escape se rompieron al igual que esas burbujas—. ¡¿De qué está hecha esta cosa?! —gritó mientras el soldado lo acercaba a la burbuja más y más.

"Libérame ahora", leyó el rubio pues el soldado había escrito eso en una hoja de su libreta.

—Yo ya gané, sólo debo esperar —respondió a pesar que el otro no podía escucharlo. Entonces lo vio escribir otro mensaje.

"Bien, yo mismo lo haré "

—¿Cómo exactamente? —se preguntó y, más temprano que tarde, tuvo su respuesta. El soldado se sentó en el suelo, sorprendiendo al rubio, entonces acercó el otro extremo de la tela para tocar la burbuja con el extremo de metal—. Qué demo-

El soldado movió sutilmente su mano derecha, haciendo que la punta del metal se frotara contra la pared de la burbuja, produciendo un sonido insoportable, semejante a rayar un plato con un tenedor y de las uñas sobre una pizarra.

—¡Ahhh! —él no podía cubrirse los oídos al encontrarse atado y el soldado había tomado ventaja de encontrarse dentro de la burbuja y no poder escuchar nada—. ¡Carajo, basta, basta! —Matías no tuvo otra opción y rompió su burbuja para ya no escuchar ese horrible sonido. Un segundo después ya tenía al soldado pisándole la espalda para reducirlo.

—Lo sabía. Yo tenía razón para variar —comentó en un tono serio mientras se aseguraba de tener bien atado al rubio—. Tus poderes son muy interesantes. Pero es inútil, mis telas son indestructibles —agregó al ver que el rubio forcejeaba para liberarse.

—Mierda... —maldijo Matías para luego bajar la cabeza—. Bien, tu jefa ganó este encuentro.

—¿Jefa?

—¡Deja de hacerte el idiota! Lady Terminator, la mercenaria del brazo metálico —exclamó, sin embargo vio el rostro confundido del pelinegro.

—No tengo idea de lo que estás hablando, yo soy Ángelo Vega. Pertenezco a la Unidad Captora, nivel 3-C.

—¿Qué cosa? ¿No eres un mercenario?

—Para nada, soy un soldado —al escuchar su respuesta el rubio quedó paralizado. Todo este tiempo se había mantenido un perfil bajo pero ahora atacó a un soldado por error—. ¿Por qué robaste a esos animales? ¿Por qué saqueaste esas quintas? —cuestionó el morocho.

—No lo diré.

—¿No? Bueno, te haré confesar de la misma manera como la que salí de ese campo de fuerza —dijo mientras buscaba algo dentro de uno de los muchos bolsillos de su chaleco rojo, al inclinarse le enseñó un montón de agujas de coser y no pudo evitar sonreír—. Ah sí, parecen insignificantes pero... Si las coloco bajo las uñas de tus dedos sentirás lo que son capaces de hacer —comentó de manera desinteresada mientras hacía flotar las agujas con su habilidad de control del metal.

—¿Que? —el rubio quedó paralizado mientras el soldado tomaba su mano para acercar la primera aguja a su pulgar—. Espera-

—¿Quién eres? —interrumpió su súplica con una pregunta sencilla. Vega observaba sus reacciones, como notó que no iba a responder, introdujo la aguja bajo la uña suavemente.

—¡Ah!

—Sólo es una pequeña aguja, no duele tanto, ¿o sí? —comentó para luego acercar las otras cuatro que irían en los dedos restante—. Depende de ti recibir las 9 que faltan —al levantar su mirada vio que el rubio realmente estaba asustado, tanto que no pudo evitar mojar sus pantalones.

Creo que me pasé esta vez, pensó para luego retirar la aguja y guardarla junto a las otras. Luego dio unos pasos atrás para darle un poco de espacio.

—Me recuerdas a mí, también mojé mis pantalones cuando estaba entrenando —le dijo para intentar tranquilizarlo, ya que notó unas cuantas lágrimas escapar de los ojos azules del muchacho—. Lo lamento.

—Yo... yo... —Matías ni siquiera podía decir una palabra coherente y su cuerpo temblaba sin que pudiera controlarlo, inevitablemente recordó uno de sus primeros encuentros con la mercenaria. Cuando no sabía qué hacer y tenía mucho miedo.

—Empecemos de nuevo, ¿cómo te llamas? —escuchó decir al joven soldado.

—Ca-Castel.

—Ese no es tu verdadero nombre —cuestionó, haciendo que trague saliva—. Algo es algo, puedes llamarme Al.

—Tu apellido... me suena conocido —murmuró el rubio, un momento después se sorprendió de sobre manera—. ¡Vega, Diego Vega! ¿Eres algo de él?

—Su hijo —aclaró, haciendo que los ojos del muchacho brillen.

—Es un héroe, salvó muchas vidas con su súper fuerza y su padre igual —comentó, en ese momento entendió todo. No tenía oportunidad contra un Vega, esa familia de militares era conocida por ser muy poderosa—. Lo siento por atacarte, no sabía quien eras.

—No deberías atacar a nadie, sin importar quien sea —respondió Ángelo en un tono serio—. Vamos a buscar un cambio de pantalones antes de que comiences a apestar —dijo al levantarse y movió su mano para comenzar a arrastrarlo con ayuda de sus telas.

—Cierto. —En ese momento recordó que había mojado sus pantalones por el miedo, aunque ese sentimiento fue reemplazado por una vergüenza infinita. No todos los días conoces a alguien famoso y él dio una pésima primera impresión. 

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