Capítulo 19
Maximiliano no sabía por qué su nieto estaba tan emocionado. Pero el muchacho lo llevó rápidamente a la gran biblioteca de la mansión. Lo vio cerrar las puertas, asegurándose que nadie más los escuchara.
—Encontré algo increíble y... y-
—¿Es porno?
—No —Matías casi soltó una risa por la respuesta inesperada, lo tomó muy desprevenido.
—No me sorprendería y tampoco voy a juzgarte —comentó el hombre—. Ya eres mayorcito así que no pasa nada.
—Que no es eso, tiene que ver con esto —dijo al enseñarle el collar alrededor de su cuello. La expresión del hombre cambió en ese momento, él tomó aire para luego suspirar con pesadez.
—Bueno, yo también hubiera hecho lo mismo para que no escaparas otra vez —confesó al subir y bajar los hombros.
—Sé sobre Johan y Antonella, sé porqué uso este collar y el miedo de mis padres pero quiero mis poderes.
—¿Por qué? Son burbujas, puedes hacerlas con detergente y agua —cuestionó Maximiliano.
Entiendo... Eso es lo que piensan porque nunca los habían trabajado, no como yo. Pensó el rubio para luego sonreír hacia su abuelo.
—Llevo 17 años usando mis habilidades y no son simples burbujas, hasta puedo volar —le explicó—. ¿Cómo crees que escapé de la mercenaria?
—Todo esto suena a mentiras pero... tus ojos no me mienten, es extraño.
Maximiliano lo pensó por un momento hasta que decidió ayudarlo, aunque lo hizo prometer que no escaparía. Sino que ambos idearon un plan para hacerse con la llave del collar. El hombre regresó con su hija a la sala, ella se veía nerviosa entonces le preguntó de qué hablaron. Él simplemente utilizó la excusa del porno, anulando cualquier tipo de pregunta.
—Ya le jalé de las orejas, no volverá a hacer nada malo —comentó mientras aceptaba la taza de café que le ofrecieron.
—¿Dónde está Matías?
La pregunta del dueño de casa fue respondida al momento de que el rubio pasaba caminando por uno de los pasillos. Todos voltearon hacia él en ese momento, su padre casi escupiendo el café al ver las pequeñas burbujas que lo rodeaban.
Matías soltó una risa para luego salir a correr, rápidamente sus padres pusieron en alerta a los guardias de seguridad de toda la casa. El objetivo era el mismo, atrapar al rubio. El padre de éste se repetía una y otra vez que era imposible que pudiera usar sus poderes pero él lo vio con sus propios ojos.
—¿Qué hiciste? —cuestionó al voltear hacia el anciano en silla de ruedas, por estas cosas su relación no era de las mejores.
—No hice nada, ¿de qué me estás acusando? —se defendió Maximiliano en un tono desafiante y autoritario.
—¡No peleen, no es el momento! —dijo la mujer luego de golpear a ambos para tranquilizarlos—. Tú tienes la llave del collar, ¿verdad? —le recordó a su esposo, quien se apresuró a ir a su oficina. El abuelo apenas pudo seguirlos con la máxima velocidad de su silla. Una vez en el cuarto, revisan la caja fuerte, siendo el lugar dónde guardaba dicha llave.
—Aquí está —susurró confundido.
—¡Señor Burjas, lo atrapamos! —Un guardia entró a la oficina agitado, dándole la buena noticia.
Por su parte, el muchacho se encontraba sentado en el jardín trasero de la mansión. No le importaba estar rodeado por guardias, él se mostraba muy tranquilo mientras hacía muchas más burbujas pequeñas que flotaban suavemente a su alrededor con la brisa. Unos minutos después vio a sus padres llegar, los guardias abrieron paso a ambos haciendo que lleguen junto al muchacho.
—¿Qué? —preguntó el rubio mientras sostenía un vaso con agua y detergente, su mano estaba húmeda por hacer las burbujas con los dedos.
—Fue una falsa alarma, gracias a dios —exclamó su madre al abrazarlo, de paso se aseguró de que el collar estuviera funcionando correctamente.
En ese momento Maximiliano comenzó a reír mientras se acercaba a su familia, comentó que sólo era una broma que habían planeado cuando hablaron en la biblioteca. Pues era una costumbre que tenía con su nieto cuando venía de visita, sólo querían recordar los viejos tiempos. Los padres por supuesto se molestaron con don Maximiliano pero estaban aliviados de que todo esté bien.
Ya más tranquilos, todos regresaron a sus lugares de trabajo, los guardias a sus posiciones resguardando la casa. Matías permaneció en el jardín haciendo burbujas mientras sus padres regresaron adentro.
Una vez solos, Maximiliano se acercó a él lentamente y alzó su mano, mostrándole la llave del collar, la cual se trataba de una tarjeta.
—Gracias-
—Recuerda tu promesa —murmuró antes de que Matías pudiera tomar la llave. El rubio simplemente asiente, entonces recibe la llave en sus manos.
En silencio observó la tarjeta, entonces la acercó al collar metálico haciendo que éste se ilumine a un lado. El cerrojo se abrió y sintió alivio al momento de quitarse un gran peso de encima. Mientras frotaba su cuello sintió cosquillas a sus manos, entonces... luego de demasiado tiempo para él, hizo una burbuja del tamaño de una manzana en su mano.
Él miró su reflejo en la burbuja, había extrañado la sensación al tocar la delgada y transparente esfera.
—Matías —lo llamó su abuelo al verlo tan ensimismado en sus pensamientos. El momento se vio interrumpido cuando una especie de alarma comenzó a sonar desde el collar.
—Es Castel abuelito —respondió.
Nuevamente sus padres vinieron corriendo, pues ellos no sabían que el collar en realidad necesitaba de dos llaves, una para quitarlo y otra para desactivar esa alarma.
—¡¿Qué hiciste papá?! —lo cuestionó la mujer indignada.
—Tranquila, me prometió que no escapará —respondió Maximiliano.
—¡¿De verdad le creíste?!
El hombre estaba por responder, pero su nieto colocó una maceta con helechos sobre su regazo. Un momento después vio como una burbuja los rodeó a ambos, esa mejor así porque ya no podría escuchar los regaños de sus padres.
—¿Listo? —le preguntó para luego elevarse rápidamente. Maximiliano abrazó con fuerza la maceta, nunca se sintió tranquilo en un ascensor y esa sensación era muy similar, un momento después sintió que se detuvieron—. Bienvenido a aerolíneas Castel —comentó al mostrarle la vista a su alrededor. Parte del suelo seguía bajo de ambos pero el firmamento los rodeaba, como si estuvieran en medio del mar por el tono celeste.
—Estamos volando —susurró sorprendido, lentamente se acercó al borde, casi pegando su rostro por el muro transparente, viendo que a cientos de metros bajo ellos estaba la mansión.
—No son burbujas abuelito, son escudos. Es el poder que la bisabuela que nunca llegó a desarrollar pero yo sí lo trabajé... todavía lo estoy haciendo pero si me entiendes, ¿no? —le explicó para luego arrodillarse a su lado—. Eso era lo que quería desde el principio, para saber defenderme y no ser una carga para mis padres, para nadie.
Maximiliano apartó la maceta y le revolvió el cabello, dejándolo aún más desordenado que antes.
—Entiendo, volvamos a la casa. Tus padres deben estar muy preocupados —comentó con una sonrisa paternal.
—Si —asintió para luego comenzar a descender de manera lenta.
—Impresionante pero... ¿para qué es la planta? —preguntó curioso, señalando a la maceta de helechos.
—Ah, eso es para no quedarnos sin aire. Es una desventaja, las burbujas ni siquiera dejan pasar el sonido ni el aire —explicó nervioso para luego recibir jalones de oreja del don.
—¡Debiste preguntarme primero si quería venir!
—¡Por eso traje la planta!
—¡No me importa!
A pesar de haber discutido por eso, al llegar a tierra firme su abuelo lo defendió ante sus padres, destrozando el collar y diciendo que no era necesario. Maximiliano también sorprendió a su familia ofreciéndole a Matías vivir con él en su casa, hace tiempo se había mudado a una casa quinta en el campo porque le gustaba la tranquilidad y la naturaleza. Ambos dejaron que su hijo tome una decisión, después de todo ya no tenían el collar para obligarlo a que obedezca.
La respuesta de Castel fue obvia.
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