05
1997.
El coche se detuvo suavemente frente a la imponente fachada de un edificio de piedra arenisca que dominaba una de las calles más exclusivas de Manhattan. La estructura era un relicario de una era pasada de arquitectura gótica enmarcada por elegantes detalles neoclásicos, que hablaban de una riqueza y poder acumulados durante siglos.
Aquél lugar era el hogar del Círculo Interno del Club Fuego Infernal, donde las decisiones que afectaban al mundo entero se tomaban entre superficiales y despreocupados susurros y lujosos brindis de espumoso cristal.
Silas Crowe observó el edificio desde el interior del coche durante unos segundos, tomando nota de las ventanas altas y estrechas, cubiertas con cortinas de terciopelo rojo. La entrada principal, flanqueada por dos imponentes estatuas de mármol blanco que representaban figuras mitológicas, sugería que no era un lugar al que cualquiera pudiera acceder.
Con un suspiro, salió del coche y se dirigió hacia la entrada, donde dos porteros con expresión inescrutable lo saludaron con una ligera inclinación de cabeza antes de abrir las puertas dobles de madera maciza para él.
El interior del edificio era aún más impresionante; el vestíbulo estaba bañado en una cálida luz dorada que se reflejaba en los mármoles negros y dorados del suelo. Las paredes, revestidas con paneles de roble oscuro y decoradas con cuadros antiguos representaban escenas de opulencia y poder que reflejaban a la perfección el espíritu dominante del Club Fuego Infernal. Candelabros de cristal colgaban del techo alto, proyectando suaves destellos sobre la estancia.
Silas fue conducido a través del vestíbulo por un mayordomo ataviado a las maneras del siglo XVIII con una postura tan rígida como su traje negro.
Pasaron junto a varias puertas cerradas, detrás de las cuales se podían escuchar risas y conversaciones susurradas, antes de detenerse frente a una gran puerta doble, decorada con el escudo del Club Fuego Infernal.
El mayordomo tocó dos veces antes de abrir las puertas, revelando una amplia sala de reuniones.
El salón era majestuoso, con techos altos decorados con intrincadas molduras y enormes ventanales que dejaban entrar la luz tenue del atardecer que se reflejaba tímidamente sobre una gran mesa de caoba que ocupaba el centro de la habitación, y que se hallaba rodeada de sillas de cuero oscuro.
En la cabecera de la mesa estaba sentado Sebastian Shaw, un hombre imponente de mediana edad con una presencia tan contundente como su reputación. A su derecha estaba Emma Frost, quien había sido la artífice de la invitación de Silas, y a su izquierda, Donald Pierce, un hombre de expresión severa, cuya mirada evaluaba a Silas con intimidante frialdad; a un lado, casi en las sombras, se encontraba Harry Leland, un hombre corpulento que observaba la escena con un aire de medida y natural condescendencia.
Shaw se levantó de su asiento y extendió una mano hacia Silas con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Bienvenido, señor Crowe. Nos alegra tenerlo con nosotros esta noche —dijo Shaw con una voz profunda y resonante.
Silas estrechó la mano de Shaw, sintiendo el poder en su apretón. Observó a los presentes con una mezcla de desconfianza y curiosidad, consciente de que se había adentrado en la guarida de los lobos.
—Gracias por la invitación, señor Shaw —respondió Silas con una leve inclinación de cabeza, mientras tomaba asiento en la silla que le indicaron.
Emma Frost, con su usual elegancia gélida, sonrió sutilmente desde su asiento.
—No es común que invitemos a alguien nuevo a nuestro Círculo Interno, pero ha demostrado usted ser alguien... excepcional —dijo, como el hielo rompiéndose sobre un lago congelado.
Shaw entrelazó sus dedos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, fijando su mirada en Silas.
—Hemos estado observándole, señor Crowe. Sabemos de sus... habilidades, y de su potencial. Pero más allá de eso, sabemos lo que desea —hizo una pausa, midiendo las reacciones de Silas —. Poder. Riqueza. Y, quizás lo más importante... respeto.
Silas no respondió de inmediato, permitiendo que las palabras de Shaw resonaran en su mente, reflexionando al instante que se hallaba ante un hombre acostumbrado a ser obedecido y que claramente sabía cómo manipular a la gente, y Silas no era ajeno a las manipulaciones; sin embargo, había algo en la propuesta implícita de Shaw que captó su interés.
—Veo que no le gustan las palabras innecesarias, Shaw —replicó Silas, con ojos fríos y calculadores —. ¿Qué es exactamente lo que ustedes quieren de mí?
Shaw sonrió, complacido por la franqueza de Silas.
—Muy bien, vayamos al grano. Hemos oído que el Profesor Charles Xavier le hizo una oferta, hace ya algunos años, para unirse a sus X-Men. Lo que nosotros queremos es que acepte usted esa oferta.
Silas arqueó una ceja, sorprendido por la petición.
—¿Quieren que me una a los X-Men?
—Exactamente —confirmó Donald Pierce, quien había permanecido en silencio hasta ese preciso instante —. Necesitamos a alguien en su interior, alguien en quien Xavier pueda confiar, pero que también esté dispuesto a trabajar para nosotros.
—Creo que ese plan es una temeridad, señor Shaw. Es más, creo que es una completa locura.
—Sabemos que nuestro plan conllevaría para usted ciertos... riesgos, pero ¿a qué se refiere exactamente?
—Es muy sencillo, Shaw. ¿Acaso no saben que Xavier es uno de los telépatas más poderosos del mundo? Incluso aunque no intentara leer mis pensamientos, más tarde o más temprano sabría de mis intenciones y, además, tengo entendido que no es el único telépata de aquél lugar.
—Tiene usted razón, Crowe —reconoció el presidente del Círculo Interno para la más absoluta sorpresa de Silas —, pero ya hemos previsto tal contingencia.
—¿Y cómo, si puede saberse?
—Llevará consigo un aparato que yo misma he diseñado —intervino Emma Frost —. Se trata de un mecanismo de sonda mental que proyectará en la mente de los telépatas los pensamientos que usted elija, como, por ejemplo, que desea realmente ser miembro de los X-Men. Así, ellos jamás llegarán a sospechar la verdad.
—Interesante. ¿Y qué se supone que debo hacer una vez dentro? —preguntó Silas, cruzando los brazos mientras consideraba las implicaciones de la propuesta.
—Es sencillo —intervino Shaw —. Necesitamos información. Los X-Men están involucrados en asuntos que podrían interferir con nuestros planes, y necesitamos saber qué hacen, qué planean, y cómo podemos adelantarnos a ellos. Colocará cámaras y micrófonos por toda la mansión. Documentará sus actividades, y, si es necesario, nos ayudará a neutralizar cualquier amenaza que nuestros enemigos representen para nuestros intereses.
Emma se inclinó hacia Silas, sopesando el efecto que las palabras de Shaw hacían en Silas Crowe...
—A cambio, le ofrecemos más dinero del que podría gastar en toda su vida, Crowe, y no solo dinero. Poder, influencia. Todo lo que desee será suyo, y una cosa más... —dijo la rubia platino, bajando su voz a un susurro seductor —. Nunca más tendrá que preocuparse por ser despreciado por su condición de mutante.
Silas sintió un nudo formarse en su estómago. Las palabras de Emma resonaron en él.
A lo largo de su vida, había sido visto como un monstruo, una abominación y ahora, aquí estaba, con la oportunidad de ser aceptado, incluso admirado, por lo que era, pero al mismo tiempo, sabía que esta oferta no era más que una nueva forma de manipulación.
—Es una oferta tentadora —admitió Silas, intentando modular su tono de voz a un modo convenientemente neutro —, pero ¿cómo sé que puedo confiar en ustedes?
Shaw soltó una risa baja y gutural.
—Crowe, en este juego, la confianza es un lujo. Lo que tiene que preguntarse es si puede permitirse no aceptar nuestra oferta, porque en este mundo, o está con nosotros, o está en contra de nosotros. Y créame, no quiere estar en nuestra contra.
Silas mantuvo la mirada de Shaw por un largo momento. Sabía que estaba entrando en un juego peligroso, uno en el que las consecuencias de un error podrían ser catastróficas, pero también sabía que esta era la oportunidad de conseguir lo que siempre había deseado: poder, respeto, y la posibilidad de vengarse de aquellos que alguna vez lo habían despreciado.
Finalmente, asintió.
—De acuerdo. Acepto su oferta —dijo, con voz firme.
Shaw sonrió, complacido.
—Sabía que tomaría la decisión correcta. Bienvenido al Círculo Interno, Crowe. Espero grandes cosas de ti.
Silas no respondió, pero mientras estrechaba nuevamente la mano de Shaw, no pudo evitar sentir un escalofrío, pues era plenamente consciente en su interior que había hecho un pacto con el diablo, y que no había vuelta atrás. Mientras lo conducían fuera de la sala, no pudo evitar preguntarse qué clase de monstruo se estaba convirtiendo al aceptar la oferta del Círculo Interno.
Al salir del edificio y respirar el aire fresco de la noche, Silas levantó la vista hacia las ventanas del club, sintiendo una mezcla de temor y excitación. Estaba a punto de embarcarse en una misión que cambiaría su vida, y aunque sabía que el riesgo era enorme, la posibilidad de lo que podía ganar era suficiente para hacerle continuar.
Cogió un taxi y se dirigió a su apartamento para hacer las maletas y luego encaminar sus pasos a la mansión de los X-Men con una nueva determinación en su mente y dispuesto a desempeñar su papel en este intrincado juego de poder. Sabía que debía ser cauteloso, que cada paso que diera debía ser calculado, pero por primera vez en su vida, Silas Crowe sentía que tenía el control sobre su destino... y no tenía intención de dejar que nada ni nadie lo detuviera.
2000.
—Entonces ¿vamos a ir a la escuela del calvo de silla de ruedas o no? —preguntó Alex entrando en el apartamento que compartían él y su hermana — Porque si vamos a ir allí, más les vale que haya alcohol y chicas guapas.
—Es una escuela, Alex —repuso Cassandra cerrando la puerta de la casa tras de sí —. Obviamente no hay bebidas alcohólicas, supongo que si vamos, tendrás que conformarte con agua mineral... y vete a saber si las chicas que estudien allí no serán colegialas demasiado jóvenes para ti, Alex.
—Sé realista, Cass, si nos atenemos a mi edad, hasta la abuela de Xavier es demasiado joven para mí —replicó el menor de los Blood guiñando un ojo con la pícara expresión de siempre que tanto divertía a su hermana.
—Es posible, pero trata de comportarte ¿de acuerdo? No quiero que muestres ninguna de tus típicas salidas de tono hasta saber a qué podemos atenernos en la escuela de Xavier.
—Soy un jugador, Cass y sé muy bien que es un error mostrar tus cartas demasiado pronto —dijo Alex en tono muy solemne —. Seré un buen chico, te lo prometo... por ahora.
Intuyendo que no valía la pena discutir con alguien tan incorregible como Alex, Cassandra decidió limitarse a recoger sus dos maletas de viaje ya pertrechadas con lo mínimo necesario; ya enviaría a alguien a recoger el resto de sus numerosas pertenencias.
Una vez ya de camino a la mansión Xavier, la pelirroja recordó su reciente encuentro con el profesor y su pupilo Scott Summers; ya fuera por la experiencia de su larga vida o porque siempre fue una mujer que supo leer a los demás, Cassandra confió al instante en Charles Xavier; aunque esa no era la única motivación que la mayor de los Blood tuvo para aceptar la oferta, ella quería garantizar un futuro para su díscolo hermano menor, al que veía un tanto perdido ¿y quién sabe? Quizás en un lugar regentado por alguien que parecía ser tan honrado e íntegro como Xavier, se podría lograr que por fin Alex Blood se encontrara así mismo.
Unas horas después, la mansión de Charles Xavier se alzaba imponente ante ellos, rodeada de vastos terrenos verdes que parecían extenderse hasta el horizonte.
Una vez bajaron del coche negro que los llevó hasta allí, Cassandra y Alex Blood, hermanos de apariencia juvenil, pero con siglos de experiencias a sus espaldas, se detuvieron frente a la entrada principal, observando el señorial edificio con una mezcla de curiosidad y expectación, aunque ambos habían vivido lo suficiente como para no dejarse impresionar fácilmente, vislumbraron algo en la mansión que les hablaba de poder y de un, quizás, noble propósito.
La puerta principal se abrió lentamente, revelando a un hombre calvo en una silla de ruedas que los esperaba con una sonrisa cálida y acogedora. A su lado, un joven de complexión atlética, con un porte serio y unas características gafas de sol con cristales color cuarzo rojo, observaba a los recién llegados con una mezcla de reserva y atención. Detrás de ellos, una mujer pelirroja, de elegancia serena y un casi palpable poder latente, aguardaba pacientemente.
—Bienvenidos, Cassandra, Alex —dijo el profesor Xavier con voz suave pero autoritaria —. Es un placer tenerlos finalmente aquí.
Cassandra devolvió la sonrisa, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
—Gracias por recibirnos, profesor. Nos intriga mucho conocer su escuela.
Alex, por su parte, mantuvo su usual aire desenfadado, aunque no pudo evitar estudiar a los presentes con interés. El lugar tenía una energía vibrante, llena de posibilidades, algo que lo atraía y al mismo tiempo lo mantenía alerta.
—A mí ya me conocen, soy Scott Summers —dijo el joven con gafas de cuarzo, extendiendo una mano firme primero hacia Cassandra y luego hacia Alex — y esta es Jean Grey —añadió, señalando a la mujer pelirroja, que les dedicó una elegante sonrisa tranquila y segura.
—Encantada de volver a verte, Scott —replicó Cassandra, estrechando la mano de Scott antes de girarse hacia Jean —, y a usted también, señorita Grey.
Jean asintió cortésmente, aunque sus ojos, que parecían ocultar más de lo que revelaban, estudiaron a los hermanos con una intensidad que no pasó desapercibida para Cassandra.
—Igualmente, pero podéis llamarme Jean, todos aquí lo hacen. Hemos estado esperando impacientes vuestra llegada —dijo Jean con voz melodiosa pero firme.
El profesor Xavier intervino, girando ligeramente su silla para invitar a los hermanos a seguirlo.
—Por favor, síganme. Me gustaría mostrarles nuestra mansión, su nuevo hogar si es que deciden quedarse con nosotros. Aquí educamos y entrenamos a jóvenes mutantes para que puedan controlar sus poderes y usar sus habilidades para el bien.
La mansión era tan majestuosa por dentro como lo era por fuera, pasillos largos y bien iluminados se extendían en múltiples direcciones, decorados con obras de arte clásicas y modernas; el suelo de madera noble crujía suavemente bajo sus pies mientras caminaban, y el aroma a libros antiguos y cera de muebles impregnaba el aire, reinando por todas las paredes del lugar una sensación de calma, de seguridad, que resultaba casi reconfortante.
—Aquí en la mansión, los jóvenes estudiantes asisten a clases regulares —explicó el profesor mientras se deslizaban por los pasillos —, además de entrenar sus habilidades mutantes en un ambiente seguro y controlado. Creemos que, con la educación adecuada, pueden aprender a ser una fuerza para el bien en el mundo.
—Suena a un noble propósito, profesor —comentó Cassandra, sus ojos brillando con una mezcla de admiración y escepticismo —. Es bueno saber que hay un lugar así para jóvenes con habilidades especiales.
Alex, que había permanecido en silencio hasta entonces, miró alrededor, asimilando el entorno.
—Parece un lugar ideal para ellos, profe, desde luego, mucho mejor que las calles... u otras instituciones menos comprensivas.
Xavier asintió, con una sombra de melancolía cruzando su rostro.
—Así es. Muchos de los que llegan aquí han tenido vidas difíciles, perseguidos o rechazados por lo que son.
El grupo llegó a una gran sala de clases, donde varios jóvenes, de diversas edades y apariencias, estaban absortos en una lección sobre historia.
Algunos parecían totalmente normales, mientras que otros mostraban signos evidentes de sus mutaciones: una chica con cabello que cambiaba de color con sus emociones, un chico cuya piel parecía estar hecha de metal, y otro joven que flotaba ligeramente sobre su asiento.
—Cada uno de nuestros estudiantes tiene una historia única —explicó Xavier —. Y por desgracia, la mayoría de esas historias son, en el mejor de los casos, un tanto... desafortunadas, si se me permite la expresión.
Cassandra observó a los estudiantes con una mezcla de ternura y preocupación. Pensó en los niños que había curado, en sus jóvenes rostros marcados por el sufrimiento y la enfermedad. En muchos sentidos, estos estudiantes le recordaban a ellos, niños y adolescentes atrapados en circunstancias muy duras que no habían elegido y que ninguno de ellos merecía.
Finalmente, después de recorrer varias aulas y áreas comunes, llegaron a un par de escaleras que llevaban a los pisos superiores.
—Jean, ¿podrías por favor mostrarles a nuestros invitados sus habitaciones? —pidió Xavier, girándose hacia la pelirroja —Yo debo retirarme con Scott a deliberar sobre ciertos asuntos. Cassandra, Alex, espero que vuestra estancia aquí, dure el tiempo que dure, sea provechosa para ambos. Os veré luego.
Jean asintió y les indicó a Cassandra y Alex que la siguieran por las escaleras de madera pulida.
—Por supuesto, profesor. Por aquí, por favor —dijo Jean, comenzando a subir las escaleras con su característica elegancia.
Mientras ascendían, Alex no pudo evitar dejar que su mirada vagara sobre la esbelta figura de Jean. Había algo en ella, en la forma en que se movía, en la calma que irradiaba, que lo atraía. Jean Grey no solo era una mujer de impresionante belleza, sino que también emanaba una fuerza interior que la hacía aún más intrigante y deseable para él.
—Entonces, Jean —dijo Alex, adoptando su tono más encantador —, ¿qué hace una mujer tan hermosa y capaz como tú en un lugar como este? —su sonrisa era amplia, confiada, como si supiera que pocas mujeres podían resistirse a su encanto.
Jean, que caminaba unos pasos adelante, no se inmutó. De hecho, apenas hizo una pausa antes de responder.
—Poca cosa: ayudo a salvar el mundo y a proteger a aquellos que no pueden protegerse solos —respondió sin volverse a mirarlo, su voz tan precisa como un bisturí —. ¿Y tú, Alex? ¿Qué haces además de lanzar halagos que has utilizado hasta la saciedad en otras chicas y que, a diferencia de las demás, no tienen el menor efecto en mí?
Cassandra, que había estado observando la interacción con una ligera sonrisa, no pudo evitar soltar una risa suave, pues la réplica de Jean había sido tan rápida y directa que incluso ella había sentido el impacto. Alex, por su parte, se quedó boquiabierto por un segundo antes de soltar una carcajada.
—Vaya, eso fue... —comenzó Alex, frotándose la nuca en un gesto que denotaba una mezcla de sorpresa y admiración —, eso fue contundente. Supongo que me lo merecía.
Grey se volvió ligeramente, apenas permitiendo que sus labios se curvaran en una sonrisa mientras observaba al varón de los Blood con esos ojos que parecían ver a través de cualquier fachada.
—Sí, lo supongo —dijo, antes de girarse nuevamente con un mohín de casi cómico desdén y continuar caminando por el pasillo.
Cassandra, aún sonriendo, le dio un suave empujón a su hermano.
—Vaya, Alex, creo que te han dado una lección —comentó entre susurros, sin disimular una traviesa sonrisa .
—Oh, no te preocupes, Cass —replicó Alex, usando el apodo cariñoso que siempre había utilizado para su hermana —. Aún tengo algunos trucos bajo la manga.
Jean se detuvo frente a una puerta y la abrió, revelando una habitación espaciosa y elegantemente decorada.
—Esta será tu habitación, Alex. Está equipada con todo lo que puedas necesitar durante tu estancia aquí. Si tienes alguna pregunta o necesitas algo, no dudes en preguntar —dijo, en un tono más formal y profesional.
Alex echó un vistazo a la habitación, notando la cama amplia y cómoda, los muebles de madera oscura, y la ventana que ofrecía una vista panorámica de los terrenos de la mansión. Asintió, claramente impresionado y satisfecho.
—No está nada mal, Jean. No sé cómo resistiré tantas comodidades —comentó con una sonrisa socarrona, antes de volverse hacia Jean con un brillo pícaro en sus ojos —. Aunque debo admitir que la mejor comodidad de todas, es tener a alguien como tú cerca para asegurarte de que todo esté en orden.
Jean rodó los ojos ante el atrevido comentario del nuevo huésped, aunque su sonrisa, entre divertida y severa, delataba que no tomaba del todo en serio aquellas palabras.
—Tranquilo, Alex. Estoy segura de que podrás disfrutar de todas las comodidades de las que puedes disponer aquí... excepto yo —replicó, antes de girarse hacia Cassandra—. Ahora, Cassandra, permíteme mostrarte tu habitación.
Cassandra siguió a Jean, dejando a su hermano en su habitación mientras él soltaba un suspiro exagerado, como si fuera una víctima de un cruel destino. Jean caminaba con la misma gracia y seguridad que antes, llevando a Cassandra por otro tramo del pasillo.
—Disculpa a mi hermano Alex —dijo Cassandra mientras caminaban —. Siempre ha sido así de descarado y bocazas, pero te aseguro que tiene buen corazón.
Jean asintió, aunque no perdió su porte sereno.
—No te preocupes, he lidiado antes con otros como él, personas que usan el humor y la frivolidad como una forma de lidiar con la realidad.
—¡Wow! —exclamó la mayor de los Blood impresionada ante la agudeza de su guía en la mansión — Eres bastante perspicaz, Jean. Es refrescante encontrar a alguien que no se deje engañar fácilmente y que sepa leer a la gente de su alrededor.
Jean simplemente sonrió mientras se detenían frente a otra puerta.
—Supongo que es parte de mi trabajo. Ya hemos llegado. Esta será tu habitación, Cassandra. Espero que encuentres todo a tu gusto.
Blood entró en la habitación, que era igual de acogedora y elegante que la de su hermano. Sus ojos recorrieron el espacio, notando los detalles cuidadosamente pensados que hacían de la estancia un lugar verdaderamente confortable.
—Es perfecta, gracias —dijo Cassandra, girándose hacia Jean —. Creo que me sentiré muy cómoda aquí.
Jean asintió, y por un momento, una sombra de duda cruzó su rostro, pero fue rápidamente reemplazada por su habitual compostura.
—Si necesitas algo, estaré cerca. Y si decides quedarte, estoy segura de que encontrarás este lugar más que adecuado para tus necesidades.
La huésped sonrió y se acercó a su anfitriona, tocándola suavemente en el brazo en un gesto de camaradería.
—Agradezco tu hospitalidad, Jean. No muchos lugares se sienten como un hogar, pero tengo la sensación de que este podría ser uno de ellos.
La joven la miró, y por primera vez desde que habían llegado, sus ojos mostraron una chispa de calidez genuina.
—Espero que así sea, Cassandra. Aquí encontrarás amigos, un propósito, y quizás algo más. Pero recuerda, este es un lugar donde se construyen lazos de confianza y esos lazos, una vez forjados, son difíciles de romper.
Cassandra asintió, comprendiendo la profundidad de las palabras de Jean.
—Lo entiendo y espero poder forjar esos lazos entre nosotras también.
—Luego nos vemos, espero que todo esté a tu gusto. Si necesitas algo, puedes preguntar a cualquiera de los alumnos o de los profesores y ellos te indicarán.
Con una última sonrisa, Grey se despidió y salió de la habitación, dejando a Cassandra sola para que se acomodara.
Mientras tanto, Alex se tumbó en la cama de su nueva habitación, aún sonriendo por su divertido intercambio de palabras con Jean, y, a pesar del pequeño golpe a su ego, no podía negar que la mansión tenía algo que lo intrigaba, algo que hacía que quisiera quedarse, al menos por un tiempo y eso era algo raro en él, pues no era muy dado a desear quedarse en ningún lugar por mucho tiempo.
La noche se cernía sobre la Mansión Xavier, extendiendo su manto oscuro sobre el vasto terreno. Un silencio profundo y reparador envolvía el lugar, roto solo por el suave susurro del viento que acariciaba las hojas de los árboles.
En las habitaciones, los jóvenes estudiantes descansaban, algunos sumidos en sueños tranquilos y otros enredados en los pensamientos de un día lleno de entrenamiento y aprendizaje; sin embargo, no todos los residentes de la mansión se habían rendido a la calma de la noche.
En una de las habitaciones del ala este, Alex Blood se removía inquieto en su cama. Había sido un día largo, cargado de nuevas experiencias y la promesa de un futuro incierto en la Mansión Xavier y aunque había intentado relajarse, su mente no dejaba de dar vueltas, por lo que, alto de no poder conciliar el sueño, decidió que necesitaba algo para calmarse, algo que apagara la inquietud que lo consumía desde dentro.
Salió de su habitación y comenzó a recorrer los pasillos en silencio, dejando que sus pasos lo guiaran hacia donde su instinto lo dirigiera. Mientras avanzaba, sus ojos se fijaban en los detalles de la mansión, admirando la mezcla de arquitectura clásica y toques modernos que se entrelazaban con una elegancia casi sobrenatural.
No tardó mucho en encontrarse con un joven mutante que caminaba en dirección opuesta. El chico, que no aparentaba más de dieciséis años, lucía unas curiosas plumas de pájaro brotando de su cabeza y brazos, una imagen que habría sido desconcertante para alguien que no estuviera acostumbrado a la diversidad de los mutantes. Alex, sin embargo, no se sorprendió, en lugar de eso, sonrió de manera amistosa y se acercó al joven.
—Oye, amigo —le dijo con una sonrisa relajada —, ¿sabes dónde podría encontrar algo para beber? Preferentemente algo que contenga un poco de alcohol.
El joven con plumas parpadeó sorprendido, como si no estuviera seguro de si Alex hablaba en serio o bromeaba. Finalmente, asintió con un gesto hacia el final del pasillo.
—La cocina está por ahí, a la derecha —dijo con voz suave —. Pero no estoy seguro de que encuentres alcohol... hasta donde yo sé, el profesor no lo permite por aquí.
Alex dejó escapar una risa suave y le dio una palmada en el hombro al joven mutante.
—Gracias, colega. Echaré un vistazo de todos modos.
El chico asintió y se apresuró a seguir su camino, aparentemente aliviado de haber salido de la conversación sin incidentes. Alex, por su parte, continuó su camino hacia la cocina, con sus pensamientos centrados en encontrar algo que apagara la inquietud que le quemaba en su interior.
Cuando llegó a la cocina, se encontró con un espacio amplio y bien iluminado, con electrodomésticos de última generación que contrastaban con la decoración clásica del resto de la mansión. La cocina estaba impecable, como si nadie la hubiera usado en todo el día, aunque nada de eso importó a Alex, cuyos ojos se dirigieron inmediatamente al frigorífico, al que se acercó con pasos decididos.
Al abrir la puerta, una corriente de aire frío lo envolvió, enviando un escalofrío agradable por su espalda.
Escaneó rápidamente el contenido del frigorífico y, para su deleite, encontró lo que buscaba: una lata de cerveza fría en la repisa del medio. Una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro mientras extendía la mano para tomarla.
Justo cuando sus dedos rozaron la lata, una voz ronca y amenazante rompió el silencio de la cocina.
—No la toques. Es mía.
Alex se quedó inmóvil por un instante, con sus dedos aún alrededor de la lata, y dejó que la voz resonara en su mente. Sin apartar la mirada de la cerveza, un destello de travieso desafío cruzó por su rostro, después de todo, no era del tipo que se dejara intimidar fácilmente por nadie, asi que, con una lentitud deliberada, retiró la lata del frigorífico, cerró la puerta con un suave empujón, y sin volverse hacia la fuente de la voz, abrió la lata con un chasquido que resonó en la cocina.
El aroma amargo y familiar de la cerveza llenó el aire.
Llevó la lata a sus labios y tomó un largo trago, disfrutando del sabor frío y amargo que se deslizaba por su garganta; solo entonces, bajó la lata y se giró para enfrentar a quien había hablado.
Frente a él, parado junto a la puerta de la cocina, había un hombre cuya mera presencia exudaba peligro; era musculoso, con una camiseta sisa que dejaba al descubierto sus anchos brazos, llevaba unos pantalones vaqueros que habían visto días mejores; su cabello oscuro estaba despeinado y sus ojos brillaban con una intensidad feroz bajo unas cejas fruncidas; lucía una barba de varios días cubriendo su mandíbula cuadrada, y en sus pies calzaba unas botas de combate que parecían haber recorrido muchos caminos difíciles.
Sin perder su sonrisa, Alex levantó la lata en un gesto de brindis.
—Lo siento de veras, amigo, pero la tentación era demasiado fuerte —dijo con su tono característicamente despreocupado —. A estas horas de la noche, esta cerveza fría era justo lo que necesitaba.
El hombre no pareció impresionado por la disculpa de Alex, dio un corto paso hacia adelante y su presencia dominante llenó toda la cocina.
—No pregunté si la necesitabas. Te dije que no la tocaras —habló de nuevo en susurros, con feroces ademanes de depredador.
Alex mantuvo su postura relajada, incluso ante la tensión de la cocina, que era más que palpable y como un resorte a punto de liberarse, pero Alex, debido a una larga experiencia en este tipo de conflictos, no era de los que se acobardaban, por lo que siguió con su pose tranquila y un tanto despreocupada.
—Lo sé, lo sé —respondió, todavía sonriente —. Pero, ¿qué puedo decir? Soy un tipo que no sigue las reglas... como tú.
—Tú y yo no nos parecemos en nada.
—Lo sé, yo soy más guapo ¿Quieres...? Tan solo me he bebido la mitad y sigue estando muy fresca.
Ante el inesperado ofrecimiento, el hombre entrecerró los ojos, observando a Alex con una intensidad que habría hecho retroceder a cualquier otro.
Finalmente, el hombre dejó escapar un gruñido bajo, y aunque sus ojos seguían brillando con una advertencia, había algo más allí, algo que Alex Blood identificó como una pequeña chispa de respeto.
—Tienes agallas, nene, eso me gusta —dijo con voz grave.
Alex soltó una risa suave y se acercó al hombre, extendiendo una mano en señal de paz.
—Alex Blood. Encantado de conocerte, aunque no haya sido en las mejores circunstancias.
El hombre bajó la vista hacia la mano extendida de Alex, y por un momento que pareció durar una eternidad, no hizo ningún movimiento; por fin y con un suspiro resignado, extendió su propia mano y la estrechó con un apretón firme.
—Logan —dijo, su voz ronca y áspera.
—Logan... ¿y qué más...?
—Logan y nada más, nene.
Antes de que el anciano de aspecto veinteañero pudiera responder, una voz femenina interrumpió la escena, cortando el aire como un cuchillo.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Alex y Logan se volvieron al unísono, sorprendidos por la repentina aparición de Cassandra.
Ella estaba de pie y con los brazos en jarras en la entrada de la cocina, con sus grandes ojos verdes brillando con una mezcla de ira y desaprobación. Llevaba puesto un conjunto de seda color rojo oscuro que contrastaba con su piel pálida y su cabello pelirrojo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros.
Luego, espoleada por el silencio de la pareja, Cassandra cruzó los brazos sobre su pecho y lanzó una mirada fulminante a ambos hombres.
—¿Se puede saber qué hacen ustedes dos discutiendo en mitad de la noche? —preguntó, con un tono de voz afilado como una cuchilla —. ¡Alex! ¿Cómo te atreves a provocar una pelea con un desconocido en una casa donde hemos sido invitados por alguien tan amable como el profesor Xavier?
Logan y Alex intercambiaron una mirada rápida, ambos abriendo la boca para responder, pero Cassandra no les dio la oportunidad. Se adelantó hacia ellos con pasos decididos, su ira emanando en oleadas.
—Y tú —dijo, girándose al hombre musculoso —, ¿crees que puedes venir aquí y amenazar a mi hermano solo porque se ha tomado una de tus cervezas? ¡Esto no es un bar de mala muerte donde puedes intimidar a cualquiera que te cruce!
Logan, sorprendido por la embestida verbal, intentó intervenir.
—Señorita, esto no es lo que parece...
Pero Cassandra lo interrumpió bruscamente.
—¡No me importa lo que parece! Lo que importa es que te comportes como un adulto y no como un matón. ¿De verdad crees que Xavier aprobaría que os peleéis por una vulgar lata de cerveza?
Por un momento, Logan pareció morderse la lengua, claramente irritado, pero algo en la forma en que Cassandra lo miraba, hizo que reconsiderara su respuesta inicial. Sus ojos se entrecerraron y, con una chispa de malicia, decidió devolverle el golpe a aquella chica insolente, aunque de una manera que ella no esperara.
—Disculpe señora, no tenía intención de ofender a su hijo —dijo, en tono irónico y contenido —. Así que, por lo que a mí respecta, puede llevárselo a su habitación y cantarle una nana hasta dejarlo dormido.
El comentario cayó como una bomba en la cocina. Alex contuvo una carcajada, mordiéndose el labio para no estallar en risa, mientras que Cassandra se quedó boquiabierta, sus mejillas enrojeciendo por la indignación. Sin embargo, antes de que pudiera formular una respuesta cortante, se dio cuenta de que, de alguna manera, el comentario de Logan había logrado lo imposible: la había dejado sin palabras por un segundo.
Recuperando la compostura rápidamente, Cassandra lo miró con una expresión que mezclaba desprecio y algo más, algo que ni ella misma quería reconocer, pero no estaba dispuesta a dejar que Logan tuviera la última palabra.
—¿Esa es tu mejor réplica? —respondió, levantando una ceja con un aire de superioridad fingida —. Porque si ese es tu sentido del humor, supongo que entenderás por qué no me impresionas en absoluto, pero, te daré puntos por intentar ser ingenioso. Aunque me temo que necesitarás algo más que bromas baratas para llegar a molestarme de verdad.
—Gracias, profe, espero que mi próxima réplica obtenga una mejor nota...
La nueva ocurrencia de Logan exaltó aún más los ánimos de Cassandra que, apretando los puños, hizo ademán de acercarse peligrosamente al irritante desconocido.
—Cass —dijo Alex interponiéndose entre los dos —¿Dónde quedó eso de: "no provocar peleas en la casa del amable profesor Xavier?"
El argumento de su hermano, utilizando la lógica de su propia frase en su contra, apaciguó la ira de la pelirroja que, aunque más calmada, no pudo evitar la tentación de tener ella la última palabra.
—Como ya te dije: ¡No me impresionas! —repitió con el dedo índice acusador señalando al "macarra de bar"
Logan la miró durante un largo momento, manteniendo su rostro impasible, pero sus ojos traicionaron un destello de diversión y quizás un atisbo de admiración. Cassandra, con su pelo rojo brillando bajo la luz de la cocina y su actitud desafiante, era una visión formidable, y aunque nunca lo admitiría en voz alta, Logan encontraba su espíritu combativo muy... atractivo.
Finalmente, una media sonrisa curvó los labios de Logan mientras respondía con un tono bajo, casi en un murmullo ronco: —Oh, no te preocupes, pelirroja. Tengo toda la intención de encontrar la manera de impresionarte. Solo espera y verás.
El desafío estaba lanzado, y aunque la primera reacción de Cassandra fue enfurecerse de nuevo, algo en la actitud de Logan, esa mezcla de rudeza y carisma, hizo que una sonrisa involuntaria tirara de las comisuras de sus labios, pues a pesar del aspecto del desconocido, ella notó que se trataba de un hombre que sabía cómo jugar con las palabras y con las emociones, y eso la desarmaba más de lo que le gustaba admitir.
Sin embargo, no iba a dejar que él lo supiera.
—Supongo que, por desgracia, volveremos a vernos —dijo, finalmente, con un tono que era mitad advertencia y mitad promesa —, pero por ahora, me llevaré a "mi hijo" a la cama, antes de que las cosas se salgan más de control.
—Como quieras, pelirroja. Que tengas dulces sueños.
Con un último gesto de desaprobación que apenas pudo disimular, Cassandra agarró a Alex del brazo y lo arrastró fuera de la cocina.
Mientras se alejaban, Alex no pudo evitar lanzar una mirada hacia Logan, quien se quedó en la cocina, viéndolos marcharse con una expresión que mezclaba satisfacción y una pizca de interés genuino.
Una vez que estuvieron fuera de la cocina y lejos del alcance del "macarra de bar", Cassandra soltó a su hermano menor, dispuesta a regañarle de nuevo.
—¿Qué demonios estabas pensando? ¿Desafiar a ese tipo por una simple cerveza? —le preguntó, aún irritada.
Alex se encogió de hombros, pero su sonrisa seguía presente, como si la escena entera lo hubiera divertido más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Su nombre es Logan.
—¡Me da igual como se llame!
—Vamos, Cass, tan solo trataba de relajarme un poco y si quieres que te sea sincero, ese tipo me gusta y aunque parece el típico tipo duro... creo que podríamos llevarnos bien, de alguna forma retorcida que aún lo logro comprender.
Cassandra lo miró fijamente, todavía tratando de procesar todo lo que acababa de suceder. Finalmente, dejó escapar un suspiro resignado y asintió.
—Tal vez tengas razón. Pero, por favor, trata de no causar más problemas mientras estemos aquí. Ya tenemos suficiente con lo que nos espera mañana, recuerda que será nuestro primer día.
Alex sonrió y la abrazó, sin perder su actitud despreocupada.
—Lo prometo. No más problemas... por hoy.
Cassandra negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír también, dejando que la tensión se disipara mientras se dirigían a sus habitaciones.
Mientras caminaban por el pasillo en silencio, Cassandra no pudo evitar que su mente volviera a la figura del tal Logan, con su actitud descarada y su aire de hombre peligroso.
Había algo en él que la intrigaba, algo que no podía sacarse de la cabeza tan fácilmente y aunque no lo admitiría ni ante ella misma, una pequeña parte de ella estaba deseando verlo de nuevo, solo para ver qué más tenía bajo esa fachada de dureza.
Logan, por su parte, se quedó en la cocina, observando la puerta por la que habían salido los hermanos Blood. Tomó la cerveza que Alex había dejado sobre la mesa, la levantó en un brindis solitario, y luego se la bebió en un suspiro, obviando sus pensamientos perdidos en la pelirroja que lo había desafiado de una manera que pocas personas se habrían atrevido.
Esbozando una torva sonrisa ante las ironías de la vida, Logan pensó que la cerveza de la marca "Redhead" que bebía en aquellos momentos, le supo mucho mejor de lo que habría podido imaginar.
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