03
1997.
Las Vegas.
Cassandra abrió lentamente los ojos y se estiró con pereza en la cama, sus músculos se hallaban entumecidos por una noche de insuficiente descanso y su cuerpo protestó cuando intentó reincorporarse de la cama. La oscuridad de la habitación todavía persistía en las esquinas, pero un rayo de luz que se filtraba por las cortinas, dibujó una línea de sol en el suelo que dañó las retinas de la bella pelirroja durmiente, cerró los ojos con fuerza, intentando ahuyentar el malestar, pero en su mente solo había un caos nebuloso de imágenes y sonidos que no lograba encajar, para ella, la noche anterior era un misterio absoluto, un borrón de luces brillantes, risas y alcohol.
"Dios, ¡qué resaca!" pensó la joven llevándose una mano a la frente mientras apretaba la mandíbula "¿acaso bebí anoche? no recuerdo nada"
Forzándose a abrir los ojos, se encontró envuelta en la penumbra de una habitación desconocida. Se removió, incómoda por la ropa que sentía enredada entre sus piernas. Algo no estaba bien, y no era solo la resaca.
Blood se acurrucó con la cabeza bajo la almohada, esperanzada de que el sueño y la oscuridad serían el bálsamo que mitigarían su jaqueca y fue entonces cuando advirtió algo con lo que jamás habría contado hasta ese momento.
No estaba sola en aquella cama.
De repente, todo el entumecimiento y las telarañas de la falta de sueño y descanso desaparecieron en Cassandra, dejando paso a un cuerpo tenso y en guardia cual gata panza arriba, dispuesto a todo lo que significara defenderse ante lo desconocido.
Utilizando sus habilidades para manipular su flujo sanguíneo, intentó concentrarse al tiempo que ignoró cuanto pudo la aguja inmaterial que atravesaba su cerebro, así que después de respirar hondo y enfocar su mente, aceleró la eliminación del alcohol en su sistema. Sintió el familiar hormigueo en su interior mientras dirigía su sangre con precisión quirúrgica, acelerando el proceso de purificación. A través de un aumento temporal de la circulación, llevaría más sangre al hígado, metabolizando el alcohol restante de manera más rápida; además, equilibró los niveles de electrolitos, restaurando la homeostasis en su cuerpo, revirtiendo los efectos deshidratantes del alcohol y aliviando de inmediato los dolores de cabeza, la fatiga y la sensación de náuseas, además, la presión en su cabeza comenzó a ceder, la náusea se desvaneció y la niebla en su mente comenzó a disiparse.
El proceso fue un poco doloroso y relativamente lento, pero al fin consiguió lo que se propuso.
Respiró hondo, más lúcida, y justo cuando se disponía a utilizar sus poderes nuevamente para rastrear la memoria perdida, algo la detuvo: un sonido bajo y regular, una respiración que no era la suya. Se quedó helada. Lentamente, giró la cabeza hacia el otro lado de la cama y sus ojos se encontraron con la silueta de un hombre, que yacía tranquilamente dormido a su lado.
Alarmada al máximo, aguzó el oído aumentando el flujo sanguíneo hacia el oído interno y las áreas del cerebro responsables de procesar el sonido.
Alguien respiraba a su lado de forma casi imperceptible, aunque ahora ella podía escuchar todo como si un mamut asmático estuviera durmiendo en el lado derecho de su cama.
Cassandra quería ver el rostro del desconocido al que no recordaba de nada, por lo que aumentó la oxigenación y el suministro de nutrientes a la retina y la corteza visual en el cerebro, permitiéndole ver con una claridad y nitidez excepcionales.
Todavía recuperándose del shock, intentaba encajar las piezas mientras una corriente cálida subía desde su pecho hasta su garganta, mezclando la incomodidad con una extraña sensación de curiosidad. El tipo parecía relajado, envuelto en las sábanas con una familiaridad que la inquietaba. Podía distinguir una barba incipiente y un cabello oscuro y despeinado, como si hubiera pasado la noche en el ojo de un huracán.
Luego, intensificó de forma instintiva el suministro de sangre a la mucosa olfativa y al bulbo olfativo en el cerebro y supo que el desconocido usaba Axe Body Spray.
"Al menos, tienes buen gusto para la colonia" pensó Cassandra, intentando salpicar de un poco de humor una situación que le pedía a gritos salir corriendo de allí a toda prisa; inhaló de nuevo, esta vez de una forma aún más profunda y captó el aroma que emanaba del hombre: una mezcla de almizcle, madera, y una fragancia ligeramente metálica. Era un olor a aceite de motor y algo más, algo embriagador, que provocó en Cassandra un leve escalofrío.
Entonces, sin previo aviso, él habló, su voz grave resonando con un toque de ironía.
—¿Huelo bien? —murmuró el desconocido, sin abrir los ojos —. Celebro que el desodorante no me haya abandonado aún. La noche ha sido muy larga, encanto.
Cassandra se sobresaltó, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba ante las palabras inesperadas. El tono era informal, descarado incluso, pero había algo en su voz que la hizo pensar que estaba frente a alguien acostumbrado a controlar la situación, a mantener el mando en cualquier escenario.
Él se movió ligeramente, abriendo los ojos para mirarla directamente, sus pupilas capturando la escasa luz de la habitación y brillando con una mezcla de malicia y diversión.
—¿Quién diablos eres? —preguntó Cassandra, su tono cortante mientras se sentaba rápidamente y buscaba con la mano el interruptor de la luz.
Cuando finalmente la luz inundó la habitación, reveló a un hombre joven de aspecto atractivo, con una barba cuidadosamente desaliñada y unos ojos marrones que irradiaban inteligencia y una chispa de arrogancia. Estaba reclinado, con las sábanas caídas hasta la cintura, mostrando un torso musculoso, pero no tonificado.
Aunque la situación era tensa, no parecía intimidado en lo más mínimo, más bien disfrutaba del desconcierto que había provocado en la pelirroja en ropa interior que tenía frente a él.
—Tony Stark —respondió él con una sonrisa ladeada —. Lamento no acordarme de tu nombre, encanto, pero como te dije, la noche ha sido muy larga.
Cassandra parpadeó, procesando lo que acababa de escuchar. Tony Stark. El nombre hizo eco en su mente, sacudiendo algo en su memoria nebulosa. Había oído hablar de él, claro. ¿Quién no lo había hecho? El multimillonario, playboy, genio y filántropo. Pero lo que más la inquietaba no era quién era, sino cómo habían terminado compartiendo la misma cama.
Ella se levantó de un salto, alejándose del hombre con una mezcla de confusión y desconfianza.
—¿Qué demonios pasó anoche? —preguntó, cruzando los brazos y mirándolo con los ojos entrecerrados, como si pudiera desentrañar la verdad con una mirada feroz.
Tony se sentó lentamente, estirando los brazos como si acabara de despertarse de una siesta tranquila. Luego la miró con una expresión despreocupada que solo sirvió para exasperarla más.
—Bueno, eso depende de qué parte quieras saber. Si hablamos de lo que pasó después del tercer trago, o de cuando decidiste que sería una idea brillante subir a un escenario y desafiarme a un karaoke —soltó una risa suave, como si estuviera recordando algo que ella no podía —. Por cierto, tienes una voz encantadora. Lástima que no recuerdes nuestra fabulosa interpretación de "Bohemian Rhapsody".
Cassandra sintió que el rubor le subía por el cuello hasta las mejillas. Karaoke. No podía imaginarse haciendo algo que ella consideraba muy vergonzoso, y menos con alguien como él.
—Esto es una broma, ¿verdad? —dijo ella, tratando de mantener la compostura, aunque sentía que el suelo se deslizaba bajo sus pies —. No recuerdo haber hecho nada de eso.
Tony la observó con una mirada calculadora, su expresión se suavizó un poco al percatarse del desconcierto en los ojos de Cassandra.
—Tampoco fue una noche normal para mí, si eso te sirve de consuelo —admitió, encogiéndose de hombros —. La ciudad del pecado tiende a sacar lo peor, o lo mejor, de nosotros, según se mire.
Cassandra frunció el ceño, resistiendo el impulso de echarse a reír por la absurda ironía de la situación. La ira comenzaba a disiparse, reemplazada por una curiosidad casi peligrosa. Algo en la manera en que Tony hablaba, en la forma en que sus ojos chispeaban con esa mezcla de travesura y algo más profundo, la hacía sentir incómodamente expuesta. Como si él pudiera ver más de lo que ella estaba dispuesta a mostrar.
—Escucha, Stark... —empezó, intentando sonar autoritaria —. No sé qué pasó anoche, pero quiero dejar claro que esto... —hizo un gesto con la mano, señalando la cama y la habitación —. No volverá a ocurrir.
Tony la miró con una sonrisa pícara, claramente disfrutando de la incomodidad de Cassandra.
—Entendido, encanto. Aunque debo decir que has sido una compañía bastante entretenida, no es fácil encontrar a alguien que pueda seguirme el ritmo, y menos aún con la misma despreocupación y soltura de la que siempre hago gala, modestia aparte.
Ella lo miró con incredulidad ¿despreocupación? ¿Soltura? ¿Estaba bromeando? Pero algo en su tono, en su expresión desenfadada, como el que no espera nada de nadie, hizo que se replanteara su reacción inicial. Tal vez, solo tal vez, había una pizca de verdad en sus palabras.
Tony se levantó de la cama, despojándose de las sábanas con un gesto elegante y comenzó a vestirse con la misma naturalidad que si estuviera en la privacidad de su propia casa.
Cassandra, aún sintiéndose atrapada en la confusión de la situación, no pudo evitar notar la seguridad en cada uno de los movimientos del multimillonario, como si estuviera perfectamente cómodo en cualquier lugar, en cualquier situación. Ese nivel de confianza en sí mismo de Stark la impresionó e irritó a partes iguales.
—De todos modos, tengo que salir de aquí —dijo él, mientras se abotonaba la camisa con una destreza casi mecánica —. Mi jet privado está en el aeropuerto y tengo una reunión en Nueva York a la que no puedo faltar —se giró hacia ella, con una sonrisa que podría haber derretido hielo—. Pero si alguna vez decides retomar nuestra conversación, toma, aquí tienes mi número —le entregó una tarjeta en la que Cassandra vio un número de teléfono —. Dile a mi secretaría que eres la pelirroja de Las Vegas y ella pasará tu llamada directamente a mi despacho.
Cassandra lo miró con una mezcla de irritación y curiosidad, aquellas palabras que en boca de otro hubieran resultado repulsivas, en Stark resultaban casi divertidas y desafiantes. Había algo en él que la desconcertaba, algo que no podía ignorar, aunque sabía que para ella era mejor hacerlo.
—¿En serio crees que nos volveremos a ver? —preguntó, cruzando los brazos y levantando una ceja en un gesto de respuesta al desafío que el industrial le había lanzado.
Tony se detuvo en seco, su expresión se volvió más seria por un instante. La miró directamente a los ojos, y por un momento, la chispa de arrogancia en sus ojos se desvaneció, reemplazada por algo más profundo.
—Las personas como nosotros, encanto, siempre nos encontramos de nuevo. Es la parte del juego más divertida.
Y con eso, salió de la habitación, dejándola sola con sus pensamientos y un torbellino de emociones que no podía explicar. Cassandra se quedó quieta, escuchando el eco de sus palabras mientras intentaba reconstruir lo que había pasado. ¿Personas como nosotros? ¿A qué se refería? La frase resonaba en su mente, dándole vueltas como una espiral.
Ella no era del tipo que se dejaba impresionar fácilmente, y menos aún por alguien tan descarado y pagado de sí mismo como Tony Stark, pero había algo en él, en su manera de hablar, en la forma en que la miraba, que la hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, increíblemente viva.
Se dejó caer en la cama, mirando el techo mientras intentaba ordenar sus pensamientos.
Había venido a Las Vegas porque su hermano había insistido, "Las Vegas es la ciudad del pecado, debemos ir, Cass" "Será divertido, y tal vez hasta ganemos más dinero del que tenemos". ¿Cómo iba a saber que todo esto iba a suceder? Generalmente no solía ocultarle cosas a Alex, pero algo en su interior le decía que era necesario que esta vez si lo hiciera.
Tras una reparadora ducha, Cassandra decidió vestir sus mejores galas, coger un poco de dinero y bajar al casino del hotel donde se hospedaba, pues tras el inesperado incidente con Tony Stark, la mayor de los Blood necesitaba ocupar la mente en otras cosas.
La razón de la pequeña fortuna que poseía Cassandra Blood y por extensión, su hermano Alex, era bastante sencilla: simplemente se había dedicado a ahorrar e invertir en pequeños negocios y en la bolsa a lo largo de muchísimas décadas, nunca arriesgaba excesivas sumas de dinero y en raras ocasiones se permitía despilfarrar; por otro lado, la pelirroja poseía, gracia al poder mutante de control sanguíneo, la curiosa habilidad de envejecer y rejuvenecer a conveniencia, por lo que en ocasiones y cuando así lo estimaba oportuno, se hacía pasar por una afligida madre anciana que veía pronta la hora de su muerte y que mediante un testamento legaba toda su fortuna a su única hija de mismo nombre, luego se limitaba a rejuvenecer al aspecto de veinteañera; con ese sencillo truco Cassandra jamás tuvo que sufrir ningún tipo de problemas económicos y financieros.
El poder de envejecimiento y rejuvenecimiento de Cassandra se debía a muchos factores de su sorprendente habilidad mutante de control sanguíneo, entre ellos la manipulación celular a nivel microvascular, que incluía a las células madre y los procesos de renovación celular, utilizando su habilidad para manipular la sangre, podría dirigir su flujo hacia zonas específicas, incrementando la producción de células madre y promoviendo la regeneración de tejidos. Además, eliminaba toxinas y radicales libres del sistema sanguíneo, factores que aceleran el envejecimiento. Al mantener la vitalidad de sus células y tejidos, podría revertir los signos de envejecimiento. Por otro lado, para envejecer, podría ralentizar o incluso detener los procesos de regeneración celular, permitiendo que el desgaste natural de los tejidos se manifestase, disminuyendo el flujo sanguíneo a ciertas áreas, reduciendo el suministro de oxígeno y nutrientes, lo que aceleraba el proceso de envejecimiento en esas zonas.
Además, Cassandra utilizaba sus poderes para influir en la enzima telomerasa, que ayuda a mantener la longitud de los telómeros. Aumentando la actividad de esta enzima, prevenía, e incluso revertía el acortamiento de los telómeros, contribuyendo a su rejuvenecimiento y para acelerar el envejecimiento, Cassandra inhibía la actividad de la telomerasa, permitiendo que los telómeros se acortasen más rápidamente, lo que llevaba a un envejecimiento celular acelerado.
Cassandra Blood había oído hablar del bullicio y el brillo incandescente de Las Vegas, pero nada la había preparado para la deslumbrante experiencia de caminar por los pasillos del casino del hotel en el que se hospedaba. Las luces de neón pulsaban con un ritmo casi hipnótico, reflejándose en los innumerables espejos y superficies pulidas que adornaban el lugar.
El ambiente estaba cargado de una energía eléctrica, una combinación de expectativa y desesperación que se palpaba en el aire, salpicado de sonidos metálicos de monedas cayendo en bandejas de metal y el murmullo constante de la multitud, que se mezclaban con risas, conversaciones susurradas y el tintineo de los vasos de cócteles.
Elaborados motivos intrincados alfombraban el suelo del casino en un rojo intenso que recordaba al color de la sangre, un tono que a Cassandra le resultaba extrañamente reconfortante por obvios motivos.
La sala principal se extendía en todas direcciones en un laberinto de mesas de juego, máquinas tragamonedas y rincones privados donde las apuestas se hacían con cantidades de dinero que la mayoría de las personas solo podría imaginar en sueños. Las paredes estaban decoradas con elaborados frescos que representaban escenas de decadencia y exceso, un reflejo del estilo de vida que la ciudad promovía con tanta intensidad.
Cassandra caminaba con paso firme, contoneando de forma inconsciente su figura esbelta y segura atrayendo algunas miradas curiosas, pero la mayoría de los presentes estaban demasiado inmersos en sus propios vicios para prestar atención a una sola mujer, por espectacular que esta fuera, en medio de tanto ajetreo.
El vestido de Blood, un diseño elegante de seda negra que acentuaba sus curvas y caía hasta el suelo, era un contraste fascinante con las luces brillantes, los colores vibrantes que la rodeaban y con su cabello, de un rojo intenso, que caía en cascada sobre sus hombros, capturando la luz de una manera que parecía hacerla brillar con un resplandor propio.
Mientras avanzaba, observaba con atención el entorno. Los crupieres en las mesas de juego manejaban las cartas con destreza, amparados en la inescrutabilidad de sus rostros, tan indiferentes al caótico entorno como las fichas que se apilaban frente a los jugadores.
Hombres y mujeres de diferentes edades y nacionalidades se congregaban alrededor de las mesas de ruleta y blackjack, algunos con sonrisas de confianza, otros con miradas de intensa concentración; por otra parte un ejército de solícitos camareros, impecablemente vestidos, se deslizaban entre las mesas con bandejas llenas de copas y vasos, ofreciendo una variedad de bebidas a los jugadores.
Cassandra se dirigió hacia una de las mesas de blackjack, sintiéndose atraída por la tensión que emanaba del grupo de personas que apostaban allí.
Los jugadores observaban cada carta con una mezcla de esperanza y desesperación, y por un momento, sintió el impulso de unirse a ellos, de sumergirse en la adrenalina de la apuesta, pero algo la detuvo, una incómoda sensación en la nuca, como si alguien la estuviera observando.
Giró la cabeza y allí, en la penumbra, vio a una mujer alta, elegante y rubia, que destacaba entre la multitud. De pie junto a una de las columnas de mármol, una figura femenina irradiaba un aire de sofisticación y control absoluto; su cabello, de un rubio platinado casi blanco, caía en ondas perfectas hasta sus hombros; el vestido que la cubría, un conjunto blanco inmaculado que abrazaba su esbelta figura, resaltaba su piel pálida y sus ojos fríos como el hielo.
Blood vislumbró en la mujer de cabellos rubios una belleza indudable en su apariencia, pero también una sensación de peligro, de poder latente y oculto que esperaba agazapado para desatarse en cualquier momento.
La mujer la observaba con una media sonrisa, sus ojos azules fijos en los de Cassandra como si pudiera ver a través de ella, escudriñando sus pensamientos más profundos.
"La Ama de la Sangre" tal y como la denominaba Alex cuando quería molestarla, sintió una leve presión en su mente, una intrusión sutil pero inconfundible.
Años de experiencia con su propio poder le hicieron reconocer de inmediato lo que estaba sucediendo: la mujer estaba tratando de leer su mente.
Cassandra frunció el ceño, levantando mentalmente sus defensas para bloquear el acceso. La mujer, vestida de impecable blanco nuclear, pareció notar la resistencia y su sonrisa se amplió, una expresión que combinaba diversión y respeto.
Sin perder más tiempo, la mujer de blanco comenzó a caminar hacia ella, con paso medido y elegante.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió una mano enguantada, también de blanco, en un gesto amistoso.
—Emma Frost —dijo con una voz suave, pero que llevaba consigo un tono de autoridad —. Aunque quizás ya hayas oído hablar de mí.
Cassandra estrechó la mano de la mujer, notando la firmeza en su agarre.
—Cassandra Blood —respondió con un tono neutro, aunque sabía que no era necesario presentarse. Emma Frost no era el tipo de persona que se acercaba a alguien sin saber exactamente con quién estaba tratando.
Emma asintió ligeramente, como si la confirmación de su identidad fuera solo una formalidad protocolaria que ambas tuvieran que cumplimentar.
—He oído algunas cosas interesantes sobre ti, Cassandra ¿puedo llamarte Cassandra? —continuó Emma, con una voz que a su interlocutora sonó tan sedosa como peligrosa — como que eres una mujer con talentos... excepcionales.
Cassandra se cruzó de brazos, manteniendo una postura relajada, pero con la mente muy alerta, ya que sabía que Emma Frost no era alguien que se acercara a nadie sin una razón clara y específica.
—Puedo decir lo mismo de ti, Emma ¿puedo llamarte Emma? —replicó, con tono igualmente calculado —. Pero dudo que estés aquí para intercambiar cumplidos ¿no es así...?
Emma rio suavemente, de forma tan fría como el mármol que las rodeaba.
—Directa. Me gusta eso —los ojos de la rubia platino brillaron con una especie de malicia contenida —. En efecto, no estoy aquí por una charla trivial. Quiero hablarte de una oportunidad, Cassandra... una oportunidad para alguien como tú de alcanzar su verdadero potencial.
Cassandra alzó una ceja, sin mostrar demasiado interés, aunque, en realidad la curiosidad comenzaba a picarle.
—¿Y qué tipo de oportunidad sería esa?
Emma se inclinó un poco más cerca, bajando su voz a un susurro que apenas podía oírse sobre el ruido del casino.
—El Club Fuego Infernal —dijo, dejando por un momento que las palabras se asentaran en el aire antes de continuar —. Una sociedad exclusiva donde aquellos con verdadera visión y poder pueden prosperar, sin las restricciones y limitaciones que el mundo común impone al resto de los mortales.
Cassandra había oído rumores sobre el Club Fuego Infernal. Se decía que era un grupo de la élite, donde las figuras más influyentes de la sociedad se reunían para decidir el destino del mundo en la sombra. Pero también sabía que tenía un lado oscuro, un lugar donde el poder y la ambición a menudo se mezclaban con la traición y la decadencia.
—Suena... tentador —respondió Cassandra, midiendo sus palabras —. Pero también peligroso.
—El peligro es solo para aquellos que no saben cómo jugar sus cartas —replicó Frost con una sonrisa encantadora —. Y tú, Cassandra, pareces ser una mujer que sabe cómo manejarse en cualquier situación.
Cassandra mantuvo su mirada fija en los ojos de Emma, buscando cualquier signo de engaño, pero solo encontró confianza y control.
—¿Por qué yo? —preguntó finalmente —. ¿Por qué te interesaría reclutarme para tu club?
Emma hizo una pausa, como si estuviera considerando cuánto debía revelar.
—Porque, Cassandra, veo en ti un potencial que pocos tienen. Un potencial que, bajo la guía adecuada, podría florecer en algo verdaderamente extraordinario. El Club Fuego Infernal necesita personas como tú, fuertes, inteligentes y con la capacidad de cambiar el mundo.
Cassandra sintió una mezcla de emociones. Por un lado, la oferta era intrigante, pero por otro, sabía, por ciertos conocidos comunes, que Emma Frost no hacía nada sin un propósito oculto.
—No soy del tipo que se une a clubes —respondió la pelirroja con tono ligero, pero dando a entrever claramente en sus palabras que no bromeaba en absoluto.
Emma rio suavemente.
—Tal vez no lo seas aún. Pero piénsalo... Las Vegas es un lugar donde las apuestas son altas, y tú, querida, podrías estar apostando por algo mucho más grande que una mano de blackjack.
Cassandra se quedó en silencio, considerando sus opciones. Emma Frost era una mujer peligrosa, y aliarse con ella podría tener consecuencias imprevistas, pero también sabía que en el mundo en el que vivían, el poder era la moneda más valiosa, y el Club Fuego Infernal podría ofrecerle oportunidades que de otro modo serían inaccesibles.
—No tengo prisa —dijo finalmente Emma, dando un paso atrás —. Tómate tu tiempo para pensar en lo que te he propuesto. Cuando estés lista, sabrás dónde encontrarme —dijo, entregando a la pelirroja su segunda tarjeta del día.
Con esas palabras, Emma Frost se giró grácilmente y comenzó a alejarse, desapareciendo su elegante figura, como si fuera un fantasma, entre la multitud del casino.
Blood observó su partida, más convencida que nunca que no debía acercarse o relacionarse con personas como Emma Frost o el Club Fuego Infernal.
—¡Cass! —la joven reconoció de inmediato el siempre pizpireto tono de voz de su querido y único hermano — ¡He ganado en la ruleta diez mil dólares! ¿No es genial? ¡Voy a comprarme un montón de cosas! —exclamó eufórico, agarrando con ambas manos los hombros de su hermana — ¡Y a ti voy a comprarte un vestido precioso! No, uno no, ¡tres vestidos!
—Alex...relájate un poco ¿quieres...?
—¿Qué me relaje? ¡Hacía décadas que no ganaba en un juego al azar! Por cierto...¿quién era la rubia impresionante con la que hablabas antes? Preséntamela.
—Créeme, esa chica impresionante no te conviene nada.
—¿Una rubia peligrosa? Ese es exactamente mi tipo de chica.
—Rubia, peligrosa...y mutante.
—¿Cómo sabes eso, Cass? —preguntó Alex con los ojos muy abiertos por la sorpresa y bajando el tono de voz por primera vez en toda la conversación — ¿Te lo ha dicho ella?
—No, no me lo ha dicho, pero confía en mí...lo es.
—¿Amiga o enemiga...?
—Aún no lo sé, pero no me quiero quedar para descubrirlo.
—No me digas que ya nos toca irnos; no hay manera de divertirse más de dos días seguidos en el mismo sitio —se quejó Alex haciendo una serie de graciosos y teatrales pucheritos.
—Lo sé...¿a dónde quieres ir esta vez? —preguntó con una sonrisa juguetona — Te toca elegir a ti.
—¿Qué te parece Nueva York...?
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