Pastillas para dormir.
La voz ronca resonó en mis oídos, era como que si estuviera a mi lado.
Empecé a jugar con mis dedos más rápidos, doblándolos o apretándolos para que volvieran a tronar, cosa que no hacían.
Miré la ventanita, y sentí curiosidad, pero a la vez un poco de miedo.
Me acerqué a ella, posé mi palma en la tapa que la cubría, quería deslizarla. Sin embargo, no lo hice, solo me quedé parada pensando si era Cass o había un fantasma en la mansión que pretendía asustarme, aunque claro, no creía mucho en eso.
Entonces, volví a escuchar esa temerosa y varonil voz.
—¿Qué esperas en deslizar la ventana, pequeña?—su voz me daba cierta curiosidad, era atrayente, temerosa y a la vez sexi; como la tendría un chico apuesto de una prestigiosa escuela, que se acuesta con todas las chicas del lugar.
Helada y atemorizada, con la garganta apretada, quise responderle, pero en cuanto estaba a punto de soltar las palabras que se deslizaban en mi lengua para salir de mi boca, la vocecita en mi cabeza se apresuró:
No Alex.
Recordé las caricaturas de mi infancia, aquellas partes en las que salía un diablo en el hombro de un personaje, y en el otro hombro un ángel, y eso era el escenario perfecto para lo que ocurría en ese momento. Cass era el diablo en uno de mis hombros, y la vocecita en mi cabeza era el ángel que se posaba en el otro hombro.
Uno insistía con que abriera la ventana, y otro me detenía diciéndome que eso era muy arriesgado, era como una guerra de decisiones. Finalmente tomé una decisión, la de la vocecita de mi cabeza, y retrocedí alejándome lo más lejos posible de la puerta.
Aún seguía jugando con mis dedos debido a los nervios, bajaba la mirada hacia los zapatos, mientras seguía recostada de la pared, y de vez en cuando la volvía a subir, como una niña pequeña que espera a su papá o a su mamá, recostada en la pared, mientras chequea unos papeles en el banco, o mientras hace una diligencia importante.
Ya se me estaba haciendo un poco extraño que el señor Faddei tardara en regresar, así que sin pensarlo tanto, decidí bajar, para ver qué sucedía. Me di vuelta y me encaminé por el mismo pasillo de luces en mal estado, por el pasillo donde se dirigía a las escaleras para bajar a la cocina. Pero entonces dejé de avanzar con lo que vi.
En el pasillo cerca a la escalera, donde las luces fallaban, había una sombra alta, y parecía imitarme. Estaba parada en el medio de todo el pasillo, justamente por donde tenía que pasar, sin moverse, como una estatua, solo observando. Mis cejas se hundieron, y una alerta de riesgo empezó a adentrarse en mis venas. De la nada empecé sospechar en los fantasmas. Siempre había tenido la idea de que los fantasmas eran irreales; pero eso... no se veía nada irreal.
Entonces soltando aire por la boca, y haciendo una cuenta regresiva en mi mente del diez hasta el uno, decidí retroceder un paso. Lenta, a paso de tortuga. Pero en aquel momento, ocurrió algo que me dejo tiesa, obligándome a representar el papel de estatua.
La sombra se movió también, aunque no fue un movimiento de copia, si no uno normal, como el que daría cualquier persona, de mucha confianza y seguridad.
Retrocedí otro paso lenta y pausadamente, y al instante que hice eso, la sombra o lo que sea que era esa cosa, avanzó otro paso.
Mire fijamente; aunque la sombra estaba rodeada de oscuridad, se podía ver, era la silueta de una persona, y poco después avanzó.
No supe qué estaba haciendo yo en ese momento, mi instinto había sido: correr. Sin embargo, mis piernas estaban inmóvil al igual que mi cuerpo, como si una fuerza superior impidiera moverme. Solo esperé las peores ideas que se me pasaron por la mente en ese momento, y que podía pretender esa figura conmigo.
Aunque luego me calmé con lo que pasó. La sombra avanzó por las lámparas que no eran tan defectuosas, y la iluminación débil logró esclarecer el cuerpo de la figura, mostrándome al señor Faddei con un vaso de agua en las manos y una sonrisa, viniendo hacia mí.
¡DIOS, CASI MUERO DE UN INFARTO!
Le di una mirada pesada, pero creo que no pudo verla, por la distancia en la que estaba. Finalmente se acercó a mí con la sonrisa aún en sus labios, no entendía que le daba gracia.
—Tardé un poco porque no encontraba la jarra de agua. Pero no hubo problema—movió el vaso de agua en su mano, como si hubiera echado antes un poco de azúcar, y lo estuviera revolviendo para que se disolviera perfectamente.
—Oh—fue lo único que alcance a decir, ya que realmente lo quería matar.
—¿Sucede algo, señorita Alex?
Lo miré una vez más, aunque no le puse una mala cara, y solté las palabras de mi boca. Quería decirle: ¡CLARO QUE SUCEDE, ESTOY RECUPERÁNDOME DEL SUSTO QUE ME DIO, QUE CASI IBA A CONVERTIRSE EN UN INFARTO!... Sin embargo, las palabras que salieron de mi boca fueron:
—No señor Faddei, no pasó nada.
—Bien. Entonces acompáñeme. Le mostrare como darle las pastillas a Cass, será rápido, ya tengo que irme—sonrió y siguió caminando hasta la puerta; yo lo seguí.
Las palaras en mi boca estaban desesperadas por salir para ir contra los oídos del señor Faddei. Eran como la fuerza de un hombre rudo y musculoso que se aferra contra una puerta, queriendo entrar a una habitación, y en la habitación pegado a la puerta esta otro tipo de una mediana estatura, aferrando sus manos en la misma para no dejarlo pasar.
Las palabras en mi boca eran el hombre fuerte, y la vocecita que estaba en mi cabeza era el hombre de brazos flacuchentos y estatura mínima. Aunque por más forcejeo que hizo el tipo rudo, el hombre de brazos de espagueti ganó.
La vocecita en la parte oscura de mi cabeza me hacía recordar que, el señor Faddei era mi jefe, y que no podía tomar esas acciones con él. Y tenía razón, así que lo mejor fue seguir el consejo de mi subconsciente, colocar un cierre en mi boca y seguir avanzando hasta donde estaba él.
—¿Señorita Alex, tiene la llave aquí? —preguntó cuando estaba a su lado.
¡Diablos, la llave del cuarto de Cass!, una ola inmensa de preocupación y excitabilidad empezó a invadirme, parecía la misma sensación que siente un alumno cuando el profesor le pide la tarea y el joven no la hizo, así que inventa un comentario como: El perro se comió mi tarea. Mientras controla su ataque de nerviosismo y preocupación porque cree que le bajaran la nota.
Palmeé unas tres veces los bolsillos de mi pantalón, intentando encontrar la llave, por cada palmada que daba creía que iba a sentir el objeto debajo de alguno de los bolsillos, aunque el resultado fue inútil porque no hallaba nada. Entonces aún con el desespero extendiéndose por mis manos, decidí meterlas en los bolsillos.
Comencé con el primero. Hundí mi mano en la tela lisa del pantalón. Nada, no tocaba nada frío, ni rígido, solo la tela suave del pantalón. El señor Faddei seguía mirándome hitamente, con una ceja enarcada, generándome una fuerte intimidación, tal vez sospechando que había perdido la llave.
Me canalicé hacia el otro bolsillo, adentré mi mano y entonces sonreí cuando lo primero que tocaron las puntas de mis dedos fue algo riguroso, gélido y de forma ovalada, era el mango de la llave.
Sonreí aún más, y en un acto de confianza, como si ya sabía que la llave estaba metida en el bolsillo derecho de mi pantalón, se la entregué en la mano.
Él prosiguió en abrir la puerta, yo estaba su lado esperando a que la puerta estuviera finalmente abierta revelando a Cass. Esperé a que, como había pasado antes al llevarle el desayuno, Cass estuviera sentado en la cama o aunque sea despierto. Pero no fue así, y eso me dejó mucho que pensar.
Las luces de la habitación permanecían apagadas, lo único que se podía percibir eran unos fuertes ronquidos que parecían hechos por un actor de Hollywood, que ha ganado muchos premios Óscar. El señor Faddei no lo dudó por un segundo, y rápidamente pulso el interruptor haciendo que una fuerte luz iluminara el lugar. La luz reveló que estaba todo ordenado, aunque no solo reveló eso, la impetuosa luz se hizo responsable de mostrarnos la cómoda, y allí descansaba Cass.
El cuerpo de Cass yacía en la cama, del lado izquierdo, casi pegado a la pared, las sábanas blancas formaban arrugas y hacían una forma de montaña al estar cubriendo el cuerpo, el matorral negro de cabello era lo único que no estaba encapotado, y los fuertes ronquidos del chico parecían cada vez más forzados.
El señor Faddei arrugó levemente la frente—Que raro, está dormido.
Eso debía ser una maldita broma, hace rato me hablaba detrás de su puerta y ahora permanecía dormido en su cama, o quizás solamente actuaba.
Eso fue lo que pensé, que actuaba y las probabilidades eran muy altas. No creía que podía conciliar un sueño tan rápido, y además con ronquidos.
Así que solo miré al señor Faddei y solté lo que pensaba.
—O tal vez solo finge estar dormido—hice hincapié al decir finge.
Él me volvió a observar con una mirada de, no creer que estaba haciendo eso. Empero lo que ocurrió nos dejó totalmente boquiabiertos.
El cuerpo debajo de la sabana se empezó a mover, y junto al movimiento volví a escuchar esa ronca voz.
—Que astuta eres, niña—su cuerpo se dio vuelta lentamente, posó una mano en el colchón, y uso toda la fuerza en ella para asentarse en la cama, noté el reflejo de metal que la atrapaba—. Haces muy bien tu trabajo—se acomodó en la cómoda tomando una postura recta y sentándose de frente mientras nos veía; su mano izquierda seguía oculta entre las sábanas, como si estuviera escondiendo algo. La cadena de las esposas parecía ser larga.
Estaba impresionada, en ningún momento me había esperado eso, la película que había realizado en mi cabeza no era nada similar a lo que estaba pasando.
El señor Faddei me examinó con su mirada por un momento aún con el ceño fruncido, y luego desvió la mirada hacia Cass, se cruzó de brazos y soltó la pregunta que seguramente recorría su lengua.
—¿Por qué se estaba haciendo el dormido, señor Cass? —reclamó en un tono de potestad, como si dormir no estuviera permitido.
—Solo estaba tratando de dormir, señor Faddei—bufó sin quitarle la mirada de encima—¿O acaso tampoco tengo permitido dormir?
Hubo un silencio incómodo.
—No, señor Cass, no me refería a eso. Solo que sabe que siempre a esta hora tiene que tomar sus pastillas.
—Ah, si—Cass bajó la mirada al mismo tiempo que soltó un resoplido—. No quiero tomar esas malditas pastillas.
—Pues,—el señor Faddei avanzó unos pasos aún con el vaso en la mano hasta estar al frente de Cass, yo no lo seguí, solamente estaba parada observando todo el escenario que era como una película—no es que no quiera. Debe tomarlas.
Cass alzó la vista, arrugó las cejas y en un tono imponente soltó:
—No quiero sus malditas pastillas.
Otro silencio más.
—Señor Cass, deje de actuar como un niño—el señor Faddei habló con cansancio y se pasó la mano que tenía desocupada por la cara con frustración, luego agarró el vaso que sostenía su otra mano y metió el mismo en el medio de su brazo izquierdo y su pecho, sujetándolo para evitar que se cayera al suelo e hiciera un terrible desastre—. Debe tomar las pastillas antes de dormir, como siempre lo ha hecho—metió la misma mano en su bolsillo y saco el tubito de pastillas, luego depositó una pastilla azul en su mano izquierda que ya se encontraba libre, guardó el tubo otra vez en el bolsillo, y la mano derecha que antes estaba vacía la ocupó con el vaso—. Abra la boca, señor Cass.
—No—su respuesta fue rápida y sencilla.
—Señor Cass—el tono de voz del señor Faddei tenía una miga de advertencia. Aunque la de Cass también.
—Ya dije que no tomaré sus asquerosas pastillas—frunció más el ceño, usó un tono de voz muy fuerte, como si fuera un regaño.
La mini discusión que tenían Cass y el señor Faddei, parecía a la de un adolescente amargado que lleva la mayoría de las materias reprobadas en la escuela, y a un padre estricto que no permite ni los cigarros, ni los tatuajes.
Básicamente eran como las peleas que Ellen y yo acostumbrábamos a tener con Frank cuando tenía hasta la nariz metida en alcohol.
Faddei resopló fuertemente y luego hizo algo que no debió hacer.
Llevó la mano con la pastilla hasta la boca de Cass. Y luego la tragedia ocurrió en unos simples quince segundos.
Observé como la manta de la cama se empezó a mover lentamente, justamente donde estaba oculta la mano de Cass.
Todo fue muy rápido
Primero el grito de Cass.
—¡LE DIJE QUE NO QUERÍA SUS MALDITAS PASTILLAS! —su instinto fue agresivo, se lanzó hacia él y a la vez sacó la mano que estaba cubierta por la manta. Divisé el metal de las esposas, y también el reflejo brillante que provocaba la luz contra esa larga y puntiaguda hoja plateada.
Quería hacer algo, pero cuando traté de moverme para evitar que hiriera al señor Faddei, ya era muy tarde. La hojilla de la navaja de Cass se enterró en el estómago del señor Faddei, se veía como cuando hundes la punta afilada del cuchillo en un pedazo de pastel. Acto seguido la sangre empezó a salir en delgadas líneas desde la herida, cómo pequeñas gotas de agua deslizándose en un vidrio, solo que en lo que se deslizaban estas eran en una tela negra, y las gotas no eran de agua.
Todo era como una película a cámara lenta.
La mano del señor Faddei se abrió soltando la pequeña pastillita azul que voló en el aire hasta caer en el suelo, casi cerca de la punta de mis zapatos. La otra mano la imitó, soltó el vaso de vidrio haciendo que este cayera al suelo, separando sus piezas en pequeños pedazos por el impacto.
Estaba estupefacta, las lágrimas querían salir de mis ojos, pero en cambio lo que hicieron fue cristalizarlos.
No me moví, no hablé, solo vi la escena detalladamente.
El señor Faddei movió su brazo como si fuera a agarrarse la barriga, aunque no lo hizo, ya que Cass sacó la lámina de la cuchilla y sin pensarlo la volvió a clavar en su estómago haciendo que el líquido fuera más abundante. En un instante el cuerpo del señor Faddei cayó al piso, como la pastilla y el vaso.
La mirada fría de Cass observaba detalladamente el cuerpo de su nueva víctima, con la sonrisa aún en sus labios. Cass se levantó de la cómoda y se postró a un lado del cuerpo débil del señor Faddei, su mano derecha sostenía el mango de la navaja que estaba manchada por la sangre de la figura que reposaba en el suelo, y seguía sonriendo como si le hubieran dado la mejor noticia de su vida.
—Le dije que no quería sus malditas pastillas, señor Faddei—susurró el chico en una leve sonrisa, para luego volver a hundir la hoja en la herida. El señor Faddei emitía gritos de suplicas y perdón mientras se retorcía en el suelo como una lombriz.
Un perfecto sendero rojo empezó a crearse desde el cuerpo ya en mal estado, haciendo un camino curvado por el mármol blanco. Las manos de Cass estaban rojas, parecía que las hubiera metido hasta el fondo en un envase de pintura del mismo color.
Horrorizada miré el escenario que se encontraba enfrente de mí. Las manos me empezaban a temblar al igual que mis piernas, mi respiración era tenue y lenta. Las lágrimas también empezaron a descender por mis mejillas, aunque rápidamente las limpie con mi mano mientras trataba de controlar mi respiración, soltando una delgada línea de aire por la boca.
Aunque había una cosa que me aterraba aún más, y era que a pesar de que me negaba, ese chico se veía jodidamente sexi mientras sacaba una y otra vez la navaja del cuerpo del señor Faddei. Era algo increíblemente loco, cualquier persona me hubiera llamado demente si hubiera sabido que pensaba eso, pero así lo veía.
Creo que mi mirada fue tan increíblemente sólida, que el pelinegro la sintió en cuestión de segundos. Alzó la mirada, y las olas oscuras de sus ojos tuvieron la capacidad de sumergirme en una gran inconsistencia.
Una lágrima volvió a rodar por mi mejilla hasta la comisura de mi labio, dejándome saber el gusto salado que tenía.
Me estremecí por completo cuando él se levantó. Todo iba a un paso tan tardo, era como si el tiempo siguiera el ejemplo del recorrido de un caracol. Vi como destino la tela de su media blanca en el suelo de idéntico color, apoyando su pierna para poder levantarse. Y entonces en aquel flemático momento sus piernas se encaminaron con rapidez hacia mí.
Caminó rápidamente a donde yo estaba, mientras sujetaba el mango de la navaja con su mano izquierda.
Lo próximo que ocurrió fue sentir como sus largos dedos pálidos que ahora estaban manchados de rojo, estrechaban mis mejillas; mis fosas nasales distinguieron el olor de la fragancia que emanaba de su pecho, pero también el olor metálico que poseían sus manos.
Su óptimo semblante—que parecía esculpido por la persona que había creado las hermosas estatuas del jardín—, estaba salpicado en el líquido rojo, como si alguien hubiera agarrado un cepillo sumergido en tinte rojo, y hubiera pasado su dedo de forma vertical por el mismo, haciendo que salpicara y cayeran las pequeñas gotas en su cara.
El rastro húmedo de mis lágrimas fue remplazado por la acuosidad viscosa cuando las limpió con su dedo pulgar. Sentía miedo y repugnancia, podía ver la maldad en sus ojos azules.
—¿Por qué lloras?—dirigió la navaja a mi cara, sentí el frio de la hoja de metal deslizarse por mi mejilla, hasta rosar mis labios.
No respondí su pregunta.
La punta de la hojilla exploró desde el carrillo, hasta mi cuello. Tragué grueso y en el momento en que otra lágrima estaba a punto de crear un camino húmedo por mi pómulo, Cass volvió a interrogarme.
—¿Por qué mierdas lloras? ¿eh?—entonó en un carácter violento
Yo lo miré. Las lágrimas que empapaban mi rostro, eran difíciles de detener.
—Maldita sea, deja de llorar—frunció el ceño y los ojos, como si mis llantos lo atormentaran. La sangre en su pijama de ositos, debajo de sus ojos azules, en las esposas que atrapaban sus manos y en sus medias blancas, todos esos factores daban un toque siniestro al suceso.
Cass sostuvo su cabeza entre ambas manos mientras suplicaba en gritos que dejara de llorar. Yo aproveché rápido en volver a secarme las lágrimas con el dorso de la mano.
¿En serio ese era Cass?, no se veía así no lo conocía muy bien, pero nunca llegué a pensar que sería un monstruo.
Rogué porque todo parara, aunque eso no sirvió para nada. La sangre en sus manos, en su rostro, todo era tan real, mi miedo era tan real, y por ende, las lágrimas se escapaban de mis ojos.
Cass volvió a gritar, sentí que por cada instante de su grito su garganta se desgarraba.
—¡ALEX DIJE QUE TE CALLARAS!—se volvió hacia mí, y todo pasó en simples segundos, simplemente lo último que pensé ver eran sus ojos azules colmados de locura y su sonrisa siniestra de oreja a oreja.
Cass alzó la mano donde tenía empuñada la navaja, como la sombra de un asesino serial en una película de los 80. La punta delgada y afilada fue en dirección hacía mi ojo; observé la muerte rozarme las puntas de los dedos, y entonces pasó.
Los chasquidos se escucharon más fuertes, seguidos de un:
—¿Señorita Alex, se encuentra bien?
Quedé paralizada, era la voz del señor Faddei. Parpadeé y observé el lugar, mis manos aún temblequeaban.
Todo estaba en orden. El señor Faddei se encontraba a mi lado con el vaso de agua en las manos. Aún estaba vivo, ¡No sangraba!
No había sangre, no había navaja; y Cass se ubicaba sentado con las piernas cruzadas en la orilla de la cómoda.
El señor Faddei me volvió a interrogar:
—¿Se encuentra bien?
No lo miré, solo me concentré en ver el suelo, era blanco, no había ninguna gota roja que arruinaba su color, ni ningún pedazo de vidrio que te impidiera caminar, ni la pastillita azul cerca de mi zapato.
¿Qué carajos pasaba? ¿Por qué todo estaba tan normal? ¿Acaso estaba enloqueciendo?
Traté de darle una respuesta al señor Faddei, hice todo lo que pude, mi lengua también ayudo en empujar para sacarla afuera de mi boca. Pero por más que intentaba se me hacía muy difícil. Mi cabeza empezó a cumplir su función de carrusel, pero parpadeé y en un balbuceo con un gran esfuerzo le respondí al señor Faddei.
—S-si. Todo está bien—mentí. En realidad había entrado en estado catatónico, pero no quería que supiera eso, aunque creo que era muy obvio—. Solo pensaba, algunas cosas—dirigí la mirada a la mano de Cass una estaba sobre su regazo aún esposada, seguí la cadena de las esposas y un temor inexplicable recorrió desde el dedo chiquito de mi pie hasta el último pelito de mi cabello, cuando descubrí que su otra mano estaba oculta debajo de la sábana. Justamente como había pasado en el sueño, visión o lo que sea que había tenido.
Me empecé a sentir nerviosa, insegura, no sabía si era buena idea hacer lo que tanto estaba pensando: decirle que me mostrara su mano para ver si tenía una navaja en ella.
Aunque aún así lo hice.
—¿Por qué estás escondiendo tu mano?—no le quité la mirada de encima, él tampoco lo hizo—destapa tu mano. Quiero verla—me atreví a hablarle en un tono más claro, alto y con autoridad.
—¿Qué pasa, señorita Alex?—me interrumpió otra vez el señor Faddei.
—Nada, solamente quiero saber si tiene algo en la mano, señor Faddei.
El señor Faddei frunció el ceño y frunció los labios al mismo tiempo, creó una pequeña o con los labios, seguramente estaba pensando que estaba loca, pero no dijo nada y solamente asintió luego de esa expresión.
—Así que, Cass—lo miré fijamente. Sus ojos azules eran unas jodidas perlas hipnóticas, unas jodidas perlas que me hacían sentir insegura e intimidada.
Bajé un poco mi mirada, pero rápidamente la volví a restablecer en sus ojos. El chico bajó la mirada a sus manos, siguió las cadenas de las esposas, y observó la mano que tenía cubierta; él sonrío y destapó la misma.
Mi corazón se aceleró, estaba segura de que mis ojos iban a descubrir esa hoja plateada en la palma de sus manos, pero cuando quitó la cubierta blanca que se posaba en su mano izquierda, las ideas que recorrían mi mente fueron totalmente erróneas no tenía una navaja.
Entreabrí mis labios, pero no hablé, aún no podía creer lo que pasaba.
—Señorita Alex, ¿Puede explicarme qué pasa?—el señor Faddei volvió a interrumpirme, y antes de poder darle mi explicación salpicada en mentiras Cass habló haciendo que toda mi concentración se posara en él.
—Señor Faddei, en serio va a dejarme al cargo de esta,—su mirada se deslizó desde mis pantalones hasta mis ojos—¿Niña freaky?—habló con el mismo tono de voz que lo haría un chico popular a una chica que saca buenas notas en todas las materias, en especial en matemáticas.
—Señor Cass, respeté por favor a su...
Cass lo volvió a interrumpir.
—¿Niñera?
—Cuidadora—rectificó el señor Faddei.
El soltó una risa—Señor Faddei, es mejor que se calle y me de las pastillas. Necesito recuperar el sueño que mi niñera freaky logró hacer que perdiera—hizo un poco de fuerza al entonar niñera freaky.
Giré mis ojos y miré al señor Faddei, el cual se dirigió rápidamente a Cass.
—No la llame así—me miró rápidamente y prosiguió a caminar hasta donde estaba Cass, supuse que su mirada había sido una señal para que lo siguiera así que lo hice.
El señor Faddei se detuvo a una distancia que era de unos tres pasos, y luego avanzó hasta estar solo un poco despegado de la cama, dejando un pequeño espacio en la separación. Yo lo imité y apenas hice eso el pelinegro sonrió. El señor Faddei me entregó el vaso en las manos, y saco de su bolsillo el pequeño tubo para luego depositar una pastilla azul en la palma de su mano.
—Abra la boca, señor Cass—ordenó sin quitar la mirada de sus ojos.
El chico obedeció, abrió la boca como un paciente sentado que espera a que el doctor revise su boca porque le duele la garganta, sacó solo un poco la lengua y el señor Faddei dejó descansar la pastilla en ella; mientras ocurría eso hubo un momento donde su mirada se deslizó hacia la mía y ahí permaneció, en la cómoda, con las piernas cruzadas, la boca abierta, una pastilla en su lengua y sus ojos direccionados hacia los míos, sin pestañear solo observándome fijamente.
—El agua, señorita Alex—habló un poco fuerte el señor Faddei, como si ya me había hablado tres veces antes.
—Ah, si,—parpadeé y le entregué el vaso de agua—tenga. El chico seguía sin quitarme la mirada de encima.
El señor Faddei le entregó el vaso a Cass y este enseguida se lo llevó a la boca, humedeció sus labios rápidamente con un solo trago de agua y sacó la lengua como para que el señor Faddei viera que sí se la tomó.
—Muy bien, señor Cass—el señor Faddei respondió a la acción del chico.
El sonrió sin soltar una palabra, y solo en ese acto pude notar algo. En su labio, debajo de la parte más arriba de su labio ubicado en el tejido gingival, se formaba una pequeña montañita, como si la misma estuviera tapando algo. Me quedé viendo fijamente a ese punto y recordé algo.
De pequeña hubo un lapso donde me enfermaba todo el tiempo y todas las mañanas amanecía con alergia, mi padre me daba algunos medicamentos que eran recetados por el doctor. Cuando era alguna clase de jarabe lo tomaba sin ningún problema ya que no lo podía escupir, pero cuando era alguna pastilla solamente fingía haberla tomado y luego la escupía.
Las pastillas eran insoportables, difícil de digerir y con un sabor asqueroso. Lo más irritable era sentir como la pastilla se deshacía poco a poco en mi lengua, ya que el trago de agua que llenaba mi boca y se dirigía a mi garganta no era lo suficientemente hábil para llevar la píldora hasta el sitio donde se orientaba. Así que hacía como que si me la había tomado y luego la escupía.
¿Y cómo lo hacía?, pues En un método hábil y sencillo. Como los alumnos al comer goma de mascar en el salón, para que no lo descubran pegan la misma con ayuda de la lengua en el techo de la boca, o simplemente la escoden en la encía, así el profesor no te descubre y no te saca del aula de clases. Yo hacía lo mismo con las pastillas; la tomaba con ayuda de la lengua y la conducía hasta el tejido gingival y cuando mi padre me pedía que abriera la boca para revisar si me había tomado la misma, se lo creía al no encontrar nada. Luego cuando se iba, la sacaba del escondite detrás de mi labio y la escupía.
Sin darle muchas vueltas al asunto inmediatamente supe que lo que Cass ocultaba y tapaba con el surco subnasal era eso la pequeña pastilla; esa montañita que se formaba era por solo una cosa: La pastilla.
Cass había fingido tomar la pastilla y seguramente planeaba escupirla cuando el señor Faddei y yo saliéramos de la habitación. Pero no iba a permitir que eso ocurriera y sin planearlo un par de veces, hablé.
—No se tomó la pastilla—tragué grueso y cuando los ojos azules decidieron prestar atención en mí, la desvié al rostro del señor Faddei.
—¿Qué dice, señorita Alex?
—Que no se la tomó, mírelo—miré al señor Faddei y luego observé a Cass directamente hacia el punto que tapaba la pastilla—. La ocultó en su encía.
—¿Eso es cierto, señor Cass?—el señor Faddei lo miró fijamente y avanzó un paso.
—¿Qué?—el chico sonrió, frunció los labios y luego dejó escapar una carcajada—. No, señor Faddei, ya le dije que está loca—me señaló con la palma de la mano abierta.
—¿Loca?—fruncí el ceño y avance hacia él, como el señor Faddei lo había hecho—¿Me estás diciendo loca?—me detuve en cuando vi que estaba muy cerca de las piernas del pelinegro.
—Si, loca—me miró con la sonrisa aún plasmada en su rostro.
—A ver si estoy tan loca como dices, muestra tu encía—dije con mucha seguridad, sin que la voz me temblara—. Porque si estoy mintiendo y diciendo locuras entonces no debes tener ninguna pastilla ahí.
Casi muero de la risa cuando el señor Faddei abrió los ojos poniéndolos muy grandes por lo que había dicho—¿Señorita Alex, qué le sucede?
—Él miente, señor Faddei y se lo voy a demostrar—miré a Cass, el cual no apartaba su mirada de la mía—. Muéstrame tu encía.
El señor Faddei hizo un gesto de no entender que pasaba, seguramente pensaba en que estaba loca. Tuve que pensar en otra cosa para no reírme.
—¿Cómo?
—Así—agarré con el dedo pulgar y el índice una parte del labio y la subí hasta mostrar la encía, luego cuando observó mi acción lo solté—. Ahora es tu turno, Cass.
—No.
—¿Qué?—me sorprendí, aunque lo que más me había sorprendido era que el señor Faddei no le había dicho nada.
—Como escuchaste, no lo haré,—vio al señor Faddei—no hasta que él decida si lo hago o no.
—Señor Faddei—entoné y lo miré en busca de una defensa.
—Ah si si—el señor Faddei reaccionó—. Señor Cass, la señorita Alex es su cuidadora, así que apartir de ahora tiene que hacer lo que ella diga.
Pensé que su reacción sería agresiva y que terminaríamos en una tonta guerra de niños de kínder, diciendo él: NO, y yo: SÍ. Pero en realidad fue todo lo contrario.
El chico solo sacó la pastilla que estaba detrás del surco subnasal. Ya se deshacía en sus dedos, tal vez por la saliva acumulada en la encía, la acercó un poco hacia nosotros y luego la llevó a su boca; esta vez supe que sí se la había tomado ya que su nuez subió y bajó cuando el borde del vaso estaba en sus labios y el agua que estaba en el mismo lo abandonaba para dirigirse a la garganta del chico.
Aunque eso no me daba mucha seguridad, aún no sabía si la había escondido en otra parte de su boca, lo mejor era hacer el trabajo bien y la idea de revisar no estaba mal planteada.
Saqué el móvil, activé la opción de la linterna y sin preguntarle al señor Faddei me acerqué a Cass, por un momento pensé que el señor Faddei me detendría pero no lo hizo y yo proseguí con lo que tenía planeado en mente.
Miré a Cass, él no me quitaba la mirada de encima, me incliné frente a él y como si Cass supiera lo que iba a hacer separó sus labios lentamente y abrió la boca. Dirigí la delgada línea que se desprendía del celular adentro de la boca de Cass, y por un momento recordé los juegos de los niños donde revisan una boca de plástico y buscan caries o cualquier cosa.
No encontré ningún pedazo azul escondido detrás de su perfecta dentadura o escondido otra vez en su encía, así que supuse que si se la había tomado, y apagué la linterna del celular para retomar mi posición.
—Sí se la tomó.
—Excelente, señor Cass—lo miró por un momento y luego deslizó la mirada hacia mí—. Y muy buen trabajo, señorita Alex.
—Si—Cass sonrió—. Sabes hacer muy bien tu trabajo, eres muy astuta, niña.
Faddei sonrió un poco sorprendido, pues como yo, nunca esperó a que Cass dijera eso.
—Bien, señorita Alex, ha hecho un muy buen trabajo con, Cass, le mostró que la cuidadora es usted y debe seguir sus órdenes—el señor Faddei iba con la sonrisa marcada en el rostro mientras nos dirigíamos a las escaleras.
—¿Si cree eso?
—Claro que sí, ¿Acaso no vio como la trató?—pisó el primer escalón y continuó bajando.
—Si, pero...
—Pero nada, señorita Alex—me interrumpió—. Lo tienen a sus pies, en el sentido de que sabe quién domina a quién.
Sus palabras me parecieron muy extrañas, mis pensamientos se tornaron en otro objetivo obsceno, así que lo que hice fue sonreír y seguir caminando, aunque él prosiguió hablando:
—Siga así y será muy buena en este trabajo, siguiendo todas las reglas.
—Hasta ahora ha seguido todas—mentí.
—Lo sé, aunque aún hay más—pisó el segundo escalón de descanso y yo lo imité.
—¿Más?—me detuve en el siguiente escalón, él siguió caminando pero al darse cuenta que no lo seguía se giró levemente.
—Si, señorita Alex, hay más reglas pero estás son simples y sencillas.
¿Cómo qué más reglas?, no entendía nada, se suponía que solo eran siete reglas para cuidar a Cass. Sin pensar mucho solté la pregunta que merodeaba por mi lengua:
—¿Cuáles son las otras reglas?
—Bueno son varías en realidad, una de ellas es que, Cass puede salir de la habitación solo por cuatro días que usted elija; puede durar cinco horas afuera. Eso si, con las esposas puestas y usted también las tiene que escoger.
—¿Eso es todo?
—No.
—¿Y qué es lo otro?—no tenía ni la mayor idea de por qué, pero empecé a sentir como mis latidos se aceleraban.
—Cass tiene permitido quitarse las esposas solo para bañarse, ya que usted no lo va a bañar—hizo una breve pausa—. Y para nadar en la piscina, sólo en la que está adentro.
—Ok, ¿Hay días específicos para bañarlo?
—No, señorita Alex, Cass no es un perro para que se bañe por días o por semanas. Él es un ser humano y se tiene que bañar todo los días, como usted.
No entendía por qué había dicho eso, no había mencionado que iba a hacer que se bañara por días o semanas, solamente había preguntando, que si se tenía que bañar todos los días.
—Entiendo—forcé una sonrisa, aunque su comentario me había parecido gracioso, también me resultaba un poco ofensivo.
—Otra cosa muy importante, Cass no puede estar en el baño solo cuando se este bañando, usted debe estar acompañándolo,—se apresuró a seguir hablando cuando vio la expresión mis ojos—fuera de la ducha. Y tranquila, la ducha tiene unas puertas espejo que no harán ver a Cass desnudo.
Otra sonrisa pequeña y forzada, su comentario ahora me había incomodado un poco gracias a esas dos palabras, "Cass desnudo", esas palabras eran un sube y baja en mi cabeza, y ese sube y baja me hacía pensar cosas que no tenía que pensar.
—Ok—aún tenía una duda en mi cabeza y era, "¿Por qué lo tenía que acompañar a bañarse?", aunque nunca la dije.
—Ahora dos cosas sumamente importantes que tengo que decirle antes de irme—siguió caminando, se dirigía a la puerta de salida—. La primera es que Cass cumple años en nueve días. Ese día tiene que hacerle un pastel y cantar su cumpleaños.
Eso si que no lo esperaba, Cass iba a cumplir años y tenía que hacer un pastel. Por suerte yo hacía unos deliciosos pasteles. Aunque lo que no entendía era por qué lo trataban como un niño pequeño y a la vez como una persona que cumple una penitencia por hacer algo terrible, eso se me hacía un poco extraño.
Solo asentí y él prosiguió:
—La segunda, es que en la pequeña sala abierta que está de este lado,—pisó el ultimo escalón de descanso y con su brazo izquierdo señaló el pasillo que daba hacia el salón de baile—instalé un celular para que esté comunicada conmigo, la señal no es muy buena en esta zona.
Iba a hablar, pero el agregó otras apalabras enseguida.
—Y la tercera, es que en la oficina del señor Malcolm hay un aparato parecido a un mégafono. Tómelo por precaución.
—¿Por precaución?—fruncí el ceño—¿Por qué por precaución?
—Cass tuvo hace mucho un accidente de tránsito y se lastimó el oído interno, así que los ruidos fuertes lo alteran y le hacen daño, ya que lastiman su oído. Entonces si Cass llega a atacarla usted solo utilice eso como defensa, ¿De acuerdo?
Eso me había hecho sentir muy desazonada, ya que la visión o lo que sea que había tenido, cuando vi como Cass asesinaba al señor Faddei, había sido como una advertencia.
—De acuerdo—fue lo último que le dije.
El señor Faddei asintió y se dirigió a la puerta de salida.
—Bueno, señorita Alex,—agarró el pomo de la puerta y lo giró para abrir la puerta—ya es hora de irme. Ya le di las indicaciones, y si tiene alguna duda simplemente llámeme. Dejé mi teléfono en una etiqueta pegada al celular que instalé.
—Vale, señor Faddei.
—Mucha suerte, y hasta luego—sonrió y finalmente salió de la mansión.
—Hasta luego, señor Faddei—me quedé un rato reclinada del la puerta esperando a que el señor señor Faddei entrara en el auto y se fuera, y cuando lo hizo cerré la puerta y entré de nuevo.
Ahora el ambiente se sentía diferente, desolado, triste de alguna manera e inseguro. Vi las escaleras frente a mí, y una sensación de miedo me invadió, un calor se empezó a posar sobre mí, como si me estuviera rodeando. Por un momento sentí que estaba justamente debajo de las llamas del sol.
Tenía que cuidar a esa chico sola, sin nadie presente y tenía que lograr hacer un buen trabajo, así que lo mejor era apartar ese miedo en el que me ahogaba. Y eso me ponía tensa, inestable. Por mi mente pasaba la idea de tomar mi teléfono marcar el número del señor Faddei y renunciar al trabajo.
Me di cuenta que aún seguía parada viendo la escalera, sacudí la cabeza, respiré y procedí a buscar el teléfono que había instalado el señor Faddei en la pequeña sala de estar.
Lo único que pensaba era: renunciar, renunciar, renunciar, renunciar.
Apenas entré en la sala mis ojos se enfocaron en la mesita del medio y ahí estaba el celular, sobre una cajita blanca que parecía hacerle compañía al aparato, por un cable ondulado que se conectaba a la misma. De un lado de la pequeña caja podía ver una etiqueta amarilla pegada y al tomarla para leer lo que tenía escrito me di cuenta que era el número telefónico del señor Faddei.
Acerqué mi mano el celular pero no lo tomé, pues cuando estaba apunto de hacerlo, esos ojos azules hicieron eco en mi mente, y como antes... pasó. El miedo se fue, ese calor que sentía que bordeaba mi cuerpo, desapareció, era como si sus ojos tuvieran un poder sobre mí. Como si los mismos tomaran decisión propia de lo que podía hacer y de lo que no.
—Maldito chico de ojos azules—suspiré y me di vuelta para volver a las escaleras, y subir a lo que se había convertido en mi nueva habitación.
Fui hasta el cuarto por el pasillo derecho, el perteneciente a las pinturas que eran mayormente hechas por la señora Malcolm y entré en la habitación.
Acto seguido descansé mi cuerpo sobre la gran cómoda, pensé en anotar todo lo que había dicho el señor Faddei en alguna hoja de papel, pero mis ojos se empezaron a cerrar por su propia cuenta y al cabo de unos segundos ya me encontraba en un sueño profundo.
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Nota de autor: ¡Holaaaa!, ¿Qué tal?, se vienen cositas como...
¡EL CUMPLE DE CASS!
Mi bebé ya va a cumplir 22 añitos, está grande, y Alex le hará un pastel y cantará su cumpleaños, pero alto... no todo es perfecto por aquí.
Una persona muy interesante se tropieza con Alex, y algo pasa con Ellen... ¿Estará viva?
Y claro Cass le confiesa algo a Alex, algo que puede hacer que Alex renuncie.
Hoy les di dos capítulos espero les haya gustado, siempre trato de dar lo mejor de mí.
Pronto editaré loa capítulos más bonito, con sus imágenes o canciones, como siempre.
¡Feliz noche!
𝑍𝐴𝑉𝐼𝐷13✍︎.
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