Capitulo XXII
Cerca de la cabaña del bosque, Casper recordó la barrera de flores de Luparia. Era luna llena, por lo tanto, estás debían estar en todo su esplendor y Adriano no podría atravesarla.
—Adriano, bájame.
El licántropo obedeció y suavemente lo depositó en el suelo. Casper sacó la daga del bolsillo interno de la levita y con ella comenzó a cortar los arbustos, haciendo una abertura en la barrera que Adriano pudiera atravesar sin sufrir el envenenamiento de las flores azules. Rápidamente, cruzaron al otro lado.
Por pura curiosidad, Casper giró sobre su hombro y observó cómo las ramas que había cortado volvían a crecer; también las flores, que abrían sus pétalos a la noche. En menos de un minuto los arbustos lucían como si nadie los hubiera podado.
—Tanto mejor —dijo para sí—. Nadie podrá venir a hacerte daño.
Y con una gran sonrisa en el rostro, volvió junto al enorme hombre lobo.
Se sentía raro regresar a la pequeña casita. No solo eran los muchos días que habían transcurrido desde la última vez que estuvo allí, sino la cantidad de cosas que sucedieron e hicieron que el Casper que volvía ya no fuera el mismo.
Adriano empujó la puerta y tuvo que agacharse para poder entrar por el umbral; de inmediato, el cacareo de Yuyis les dio la bienvenida. El hombre lobo gruñó en dirección a la gallina como si le estuviera diciendo algo, pues Yuyis aleteó y se apartó dándoles paso.
—¡Yuyis, querida mía! —Casper la alzó en brazos y le besó el cogote—. ¡También te extrañamos! ¿Qué hiciste en nuestra ausencia? ¿No me dirás que te dedicaste a tener pollitos con ese gallo de voz potente?
Casper rio de su ocurrencia, no obstante, el ruido de trastes cerca de la cama de hierro lo hizo callar. Adriano rebuscaba en el arcón de madera, desordenaba las pocas prendas de ropa, hasta que sacó aquella cadena de hierro que vio la primera vez que estuvo en su casa.
—¡Oye, oye, oye! ¡Espera! ¡No, no es necesario..!
Pero Adriano no le hizo caso, se encadenó a los barrotes de hierro de la cama y desde ahí lanzó un triste aullido.
Casper dejó la gallina en el suelo y fue hasta él. Las cadenas eran de hierro sólido con eslabones gruesos, de un extremo se encontraba enganchada a los barrotes de la cama y del otro había un grillete que aprisionaba cada muñeca de Adriano.
—¿Por qué hiciste esto?
Adriano gimió y apartó el rostro a un lado, esquivando su mirada.
—¡Oye! —Casper se acercó y tomó su barbilla para que lo mirara—. ¿Tienes miedo de hacerme daño? ¿Es por eso que te encadenaste? —Adriano volvió a gemir y trató de apartar la cara, pero Casper lo sujetó más fuerte y continuó mirando sus ojos grises—. Acabas de salvarme, recibiste un tiro por eso. No serías capaz de lastimarme, lo sé. Ahora dime, ¿dónde están las llaves?
Adriano gruñó de nuevo y se negó a responder.
—¡Ay, Adriano, por favor! —Casper se impacientó ante su negativa— ¡No voy a dejarte encadenado a esa cama!
De pronto, se dio cuenta de sus palabras. Observó al enorme licántropo encadenado a los barrotes de la cabecera, con la camisa desgarrada, esas musculosas piernas que casi no cabían en el pantalón y se mordió el labio inferior. Parpadeó un par de veces, tragó con la garganta seca y las mejillas ardiendo. En su mente habían cobrado forma miles de fantasías.
—¡Diosito! ¡Voy a arrepentirme de esto, lo sé! —susurró para sí. Sacudió la cabeza un par de veces para deshacerse de la calentura que se había apoderado de él y habló en voz más alta—. No quiero que pienses en ti mismo como un monstruo que podría dañarme, así que déjame desatarte, ¿de acuerdo?
Adriano volvió a gruñir y negó con la cabeza.
—¡Ay, qué terco eres! —Casper, enojado, taconeó el suelo con fuerza una vez—. Pues bien, no voy a apartarme de ti.
Y dicho eso, se quitó la levita, las botas y se metió en la cama. Se recostó del enorme y peludo cuerpo del licántropo como si fuera una mullida manta o una almohada cálida y al cabo de unos minutos se quedó dormido, escuchando el golpeteo rítmico de su corazón.
—¡Kikirikiiiii, Kikirikiiii!
—Me, me estás a..plastan...do.
Casper bostezó y se removió en la cama, abrazó más fuerte la almohada calentita y suave a su lado.
—¡Idiota! ¡Me estás aplastando!
La cómoda almohada se sacudió y Casper abrió los ojos. Bajo su cuerpo tenía el de Adriano.
—¡Ay, disculpa!
Casper se apartó de su lado y lo observó. Había cambiado, ya no era la enorme masa de músculos y pelos rojizos, sino el joven esbelto, de facciones delicadas, que lo enamoró desde la primera vez que lo vio saliendo del lago. Que continuara encadenado a la cama en su forma humana, frágil y sensual, lo hacía todavía más tentador que la noche anterior.
Se aclaró la garganta y se remojó los labios.
—¿Ahora si quieres que te libere, o... deseas seguir encadenado?
—Ya puedes soltarme —respondió Adriano con un mohín.
—¿Dónde están las llaves?
—Aquí, en el bolsillo del pantalón.
Casper miró dónde Adriano señalaba. El pantalón se ceñía a sus caderas. Tragó y asintió. De pronto se sentía nervioso por tocarlo. Con suma delicadeza y temblando ligeramente, metió la mano en ese sitio estrecho y palpó buscando la llave. La carne de Adriano se sentía a través de la tela delgada, cálida y firme. El corazón se le desbocó en el pecho.
«Mierda, ¿qué me pasa?»
—¿La encontraste?
—A, aún no —tartamudeó con un hilo de voz.
—Mete la mano más adentro.
—¿Ah? —La cabeza empezó a darle vueltas, si seguía tocando no podría contenerse—. ¿Más adentro? —Tragó con desazón—. E, está bien.
Adriano movió la pierna para facilitarle el trabajo, finalmente encontró la llave y sacó la mano.
—¿Y bien? ¿Qué sucede? —preguntó Adriano. Casper se había quedado paralizado mirándolo.
—¿Qué sucede de qué? —Casper se remojó los labios.
—No sé. Estás viéndome de una forma extraña.
—¡Ah! —Casper rio de forma nerviosa y apartó los ojos del apetecible y seductor cuerpo semidesnudo sobre la cama—. Es que me dio hambre—. Se inclinó y abrió las cadenas—. ¿Tú no tienes hambre?
—De hecho, sí.
Adriano se sentó y sobó sus muñecas adoloridas debido a las cadenas.
—Bueno, pues cocinaré algo.
—No.
—¿Por qué no? ¿Temes que queme la comida otra vez? No lo haré, seré cuidadoso
—No es por eso. —Adriano se tambaleó al levantarse y tuvo que sujetarse de la pared para no caer—. Siempre estoy muy débil luego de la luna llena. Verduras no será suficiente. Vamos al lago.
—¿Al lago? Bueno, de hecho, creo que un baño con agua fría no estaría mal.
—¡Para bañarnos no, para pescar! Necesito comer carne.
—¡Ah, claro, claro! —dijo riendo—. ¡Lo supuse!
La mañana era luminosa y cálida, el sol brillaba en lo alto y se reflejaba en las aguas del lago que destellaban de un azul profundo. Adriano caminaba apoyado en Casper. La cabeza le daba vueltas y sentía que las piernas le temblaban a causa de la debilidad. Siempre se negaba a comer carne, pero luego de la luna llena no podía hacer nada contra su naturaleza.
Adriano le dio los implementos con los que solía pescar: hilo y anzuelo. Casper subió a una roca grande, mientras él se quedó en la orilla observando.
—¿Sí sabes pescar, verdad?
Casper rio. Ató el hilo al anzuelo y en este enganchó la carnada: una lombriz gorda que amablemente le regaló Yuyis.
—¡Por supuesto! —Lanzó en anzuelo a la mitad del lago—. ¡Nací pescando! Ya verás, comerás un delicioso pez asado hoy.
Adriano achicó los ojos, observándolo, y rezó porque fuera cierto. No creía tener la fuerza suficiente para hacerlo él.
Para su sorpresa, a los pocos minutos, Casper jaló el hilo, un pez gordo colgaba del anzuelo. A ese siguieron otros más, al cabo de una hora ya había pescado cuatro peces grandes.
Casper se acercó a él con los cuatro pescados.
—¿Qué te dije, señorito? —dijo sonriendo— ¡Hoy comerás pescado asado!
Adriano sonrió, agradecido y tomó los pescados para limpiarlos. Yuyis también cacareó feliz por el próximo festín que se daría. Sin embargo, cuando volteó a ver a Casper, se dio cuenta de que este se adentraba entre los árboles que rodeaban el lugar.
—¿A dónde habrá ido? Y sin decirme nada. ¿Se habrá marchado? —preguntó el joven para sí mismo mientras abría el pescado y le sacaba las tripas. Yuyis las atrapaba al vuelo con el pico, la gallina tragó y miró a Adriano en espera de más bocadillos—. Bueno, supongo que debió ir a su casa, su mamá y su abuela estarán preocupadas por él—. Yuyis cacareó de acuerdo haciendo una pausa en su festín—. Aunque me hubiera gustado que se quedara un rato más y comiera, después de todo, fue él quien pescó la comida.
Unos minutos después, ya Adriano había terminado de limpiar los pescados y los recogía para entrar a la casa y cocinarlos, entonces vio a Casper que regresaba.
—¿Qué traes allí? —preguntó observando que Casper se había quitado la camisa y en esta cargaba algo.
Casper dejó caer su carga al suelo, la cual no eran más que maderos secos.
—¿Para qué es eso? Puedo cocinar los pescados adentro.
—De ninguna manera —respondió Casper, colocando la yesca para hacer una fogata—. Hace un día espléndido. Sería maravilloso comer aquí afuera y disfrutar de esta brisa fresca. Siéntate y descansa, yo asaré la comida.
De nuevo, Adriano dudó, pero la sonrisa radiante de Casper y su entusiasmo lo desarmaron e hizo como él le pedía. Poco tiempo después, los maderos ardían y los peces se asaban ensartados en una vara, mientras ellos reían y charlaban amenamente. Rememoraron los eventos de la noche anterior, como Adriano lo había rescatado y luego a los lobos de la manada aullando con él y reconociendolo como su alfa.
Adriano, hambriento y débil, se comió tres de los cuatro peces y le pareció la comida mas deliciosa que había probado jamás.
—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó Casper, mientras lo veía con esa mirada extraña que le hacía latir el corazón.
—Ujum —contestó. Casper se inclinó sobre él y le limpió con el dedo la comisura de la boca.
La cercanía de Casper, el dedo suave que le acariciaba la boca y los orbes castaños que lo miraban de esa forma tan intensa lo hicieron temblar. Asíntió torpemente.
—¿Te gustaría ir a nadar? —le preguntó con voz ronca y los ojos fijos en los suyos. De nuevo, él asintió.
Casper lo tomó de la mano y juntos entraron al lago. No supo bien por qué, pero pensó que tal vez él pudiera besarlo de esa forma intensa y húmeda que lo inquietaba profundamente y le hacía experimentar sensaciones desconocidas. Esa idea lo estremeció y su corazón se aceleró.
—¿Está muy fría? —preguntó Casper sosteniendo su mano—. Estás temblando.
Adriano no respondió, intentaba controlar el temblor de su cuerpo, no entendía por qué estaba tan nervioso o por qué pensaba en besos. Entraron hasta que el lago los cubrió un poco por encima de la cintura. No quería volterase y encontrarse con esa mirada castaña que lo ponía tan inquieto, así que se dedicó a juguetear con el agua. Sin embargo, Casper lo tomó suavemente por el codo y lo giró para que lo viera a la cara.
No decía nada, simplemente sonreía y lo miraba. Lentamente, se acercó y lo que había imaginado sucedió: lo besó en los labios. Al principio fue como esos primeros besos que le daba cuando le decía que solo eran de amistad. Pero luego, él mismo abrió la boca y Casper coló la lengua. Fue semejante a aquel beso que lo desconcertó: mojado y lo quemaba. No, ese beso estaba resultando mejor que todos los anteriores.
Casper lo sujetó de la cintura y lo pegó tanto a su cuerpo que sintió la piel cálida de su pecho contra el suyo. Los dedos suaves le acariciaban la espalda, desataban mil escalofríos y todos se estaban concentrando en esa zona de su cuerpo, que inesperadamente cobraba vida y se alzaba. La lengua de Casper, le recorría la boca, le succionaba los labios, se los mordía y su cuerpo continuaba poniéndose cada vez más extraño. No podía respirar, se ahogaba, así que empezó a jadear.
Casper pasó de besarlo en la boca a besarle el cuello. Si creyó que las sensaciones hasta ese momento habían sido extraordinarias, se equivocó. Tenía todos los vellos del cuerpo erizados, la piel le ardía y cada vez que Casper pasaba los labios o la lengua por su cuello se estremecía. Para mayor horror, ya no cabía duda, tenía una erección.
Como pudo, le colocó las manos en el pecho y lo empujó un poco. Estaba sin aliento y muy avergonzado.
—¿Qué ocurre? —preguntó Casper desconcertado—. ¿No quieres que te siga besando? ¿No te gusta?
Adriano no sabía que responder, sentía las mejillas calientes y un miedo atroz de mirarlo a la cara. Con la cabeza gacha le contestó:
—No. Es decir, sí me gusta, pero... —No hallaba como decirle que estaba muy avergonzado—. ¡No sé como decirlo! Yo... mi cuerpo... ¡Lo siento mucho, debes creer que soy un pervertido!
Adriano se cubrió el rostro con las manos, Con delicadeza, Casper sujetó sus muñecas y las apartó de su cara.
—Está bien —susurró mirándolo comprensivo—, lo que sientes es normal. También yo me siento así, es porque nos gustamos. Te mostraré.
Casper llevó una de las manos de Adriano hasta su pecho y la presionó contra él. El corazón le latía desenfrenado, tan rápido como el suyo. Luego salió un poco del agua y le mostró el enorme bulto en sus pantalones. Adriano abrió muy grande los ojos, asombrado.
—¿Ves? —preguntó volviendo acercársele—. Estoy igual y es muy normal que estemos así.
Otra vez no sabía qué decir, por alguna extraña razón tenía ganas de llorar.
—Ven acá —Casper lo abrazó ceñido y empezó a acariciarle el pelo. Adriano dejó escapar algunos sollozos—. Tranquilo, iremos con calma. ¿Qué te parece si nadamos un rato? Te mostraré porque me dicen el tiburón de Villa Hermosa.
Adriano se separó de su abrazo y miró su rostro sonriente. Ya se sentía algo más tranquilo
—Pero en Villa Hermosa no hay mar, por lo tanto, tampoco tiburones.
—Bueno, bueno, es un decir. —Se echó a reír—. Lancémonos en clavados desde esa roca, será divertido.
Adriano asintió. El resto del día estuvieron nadando y jugando en el agua, hasta que llegó el crepúsculo y Casper se despidió con la promesa de regresar por la mañana.
****Aaaaahhhh!!! Ya se que dije que este sería el capítulo del nopor furro, pero no me sale *llora desconsolada*
No puedo apurar las cosas con bebé Adriano, creo que hacerlo no será natural y quedará horrible y forzado, espero que me entiendan.
Lo bueno es que todavia esto no se acaba, jajaja. La semana proxima nos leemos. Quien sabe, tal vez Adriano ya esté preparado para conocer la Casperconda jajajaj.
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