Capítulo XXI

¡Era sorprendente!

Adriano rompió las cadenas y los barrotes de la jaula como si fueran simples varitas de madera, saltó en medio de la multitud y con sus impresionantes garras, no solo cortó las cuerdas que lo ataban, si no que destrozó el poste. Y ahora Casper viajaba en su hombro, cuál costal de papas, adentrándose en el bosque que cada vez se tornaba más espeso.

—Oye, Adriano —lo llamó Casper—, no es que no me guste que me abraces de esta forma tan varonil, pero, ¿podrías bajarme?

Adriano gruñó en respuesta y Casper se preguntó si es que acaso lo entendía, después de todo, media más de dos metros y era una gigantesca masa de músculos y pelos. Tal vez su conciencia también había cambiado volviéndose más salvaje.

El hombre lobo se detuvo en un claro y delicadamente lo bajó al suelo. Lo observó un instante con esos grandes ojos rasgados y acto seguido apartó la vista de él y le aulló a la luna. A Casper se le pusieron los pelos de punta y más cuando otros aullidos llenaron la oscuridad del bosque en respuesta.

—¡Ay, Adriano! —Casper empezó a temblar—. ¡Creo que los lobos de esa manada están cerca!

Un barullo de cascos y voces se escuchó a lo lejos.

—¡¿Oyeron eso?! —La voz de Sebastián se alzó por encima de las otras, a pocos metros de distancia—. ¡Está por allá! ¡Mi padre ofrece 500 monedas al que lo atrapé con vida, 300 por su cadáver! ¡Pero seré yo el ganador!

¡Un concurso! ¡Sebastián había organizado un maldito concurso para atrapar a Adriano! Debió suponer que solo exhibirlo no sería suficiente para alguien que amaba la caza. De pronto comprendió por qué fue tan fácil entrar en el molino y por qué las llaves que encontró "por casualidad" no abrieron la jaula. Sebastián lo usó como señuelo. La idea nunca fue exponer a Adriano, sino que escapara y poder tener una excusa para cazarlo.

—Adriano, escucha. —Casper se puso de puntillas hasta alcanzar sus hombros y tratar de que dejara de aullarle a la luna y lo mirara—. Tenemos que seguir huyendo y encontrar un lugar para escondernos.

El licántropo fijó en él los orbes gris verdosos. En el fondo de esos ojos, Casper halló los rastros del hombre, más la fiereza del animal.

Adriano volvió a cargarlo en el hombro y arrancó a correr entre los árboles.

La luna brillaba en lo alto del cielo y cada vez que atravesaban un claro, Adriano le aullaba revelando la ubicación de ambos. Casper estaba desesperado, sentía los caballos de sus perseguidores encima, hasta que lo inevitable sucedió. Les empezaron a disparar.

Las balas zumbaban en el aire muy cerca y venían de diferentes sitios. Adriano lo bajó del hombro y lo cargó en sus brazos, continuaron corriendo evitando los disparos.

—¡Adriano, no podemos seguir huyendo!

Adriano se detuvo y Casper se maldijo a sí mismo en silencio. Debió pensar mejor sus palabras, al parecer había entendido que tenía que desistir del escape.

El licántropo volvió a aullar y luego se escondió con él en brazos detrás de un gran árbol. Tal vez sí lo comprendía. Lo puso en el suelo y lo miró con esa mirada inocente y dulce que lo había conquistado. Deslizó la mano monstruosa por su mejilla y luego la lengua rugosa, llenándolo de saliva. Casper se estremeció de pies a cabeza.

—Adriano...

De nuevo se escuchó el galope de los caballos.

—¡Por ahí sonó el aullido!

Adriano gruñó y enseñó los colmillos, el pelo de su lomo se erizó y sus orejas puntiagudas se alzaron. Se puso en cuatro patas, al acecho, y Casper sintió el miedo helarle las venas.

—Oye, Adriano —suplicó desesperado, colocándose frente a él para que lo mirara—. Cuando dije que no podíamos seguir huyendo, no quise decir que tenías que enfrentarte a ellos, solo quería que nos escondiéramos.

Adriano lo contempló dulcemente y volvió a lamerlo, después lo empujó detrás del árbol y saltó al claro, a donde había llegado uno de los cazadores.

En lugar de atacar al hombre, hincó los colmillos en las patas del caballo y este corcoveó inquieto, al punto de derribar a su jinete. El caballo emprendió la huida y Adriano, a cuatro patas, se abalanzó sobre el hombre. No lo dejó cargar el fusil, el cual de un solo manotazo despedazó. Luego le estrelló la cabeza contra el suelo, sacándolo de combate.

No pasó mucho tiempo cuando aparecieron tres cazadores más. Casper observó con inquietud como Adriano no era suficiente para librarse de ellos, a pesar de que los caballos relinchaban y corcoveaban a punto de tirarlos al suelo, los hombres lo apuntaron con sus armas. Por último, Sebastián llegó al trote con una gran red.

—¡Ahora, sí! —dijo triunfal—. ¡Eres mío!

Y lanzó la red atrapando a Adriano en ella.

El licántropo volvió a aullar, pero ya no a la luna, sino enloquecido, tratando de quitarse la malla de encima.

—¡Sebastián! —gritó Casper saliendo de su escondite—. ¡Déjalo en paz! ¡Él no es uno de tus malditos trofeos!

—¡¿Y como podría serlo?! —Sebastián rio complacido—. ¡Él será el mejor de todos ellos!

Tiró de la cuerda que amarraba la red y arrastró a Adriano. Cuando de la profunda oscuridad del bosque saltaron varios lobos adultos e inmensos y atacaron a los cazadores y a sus monturas. Adriano gruñó y Casper usó la sorpresa que ocasionó la manada para romper con su daga la red que aprisionaba al licántropo.

Sebastián se dio cuenta y apuntó el arma contra Casper. En el mismo instante en el que disparó, Adriano lo apartó y recibió el balazo en su lugar. El aullido, potente y escalofriante, alertó a cada criatura en el bosque, incluso Sebastián se paralizó unos segundos, asustado. Los cazadores que todavía montaban a caballo fueron derribados por estos, cuando huyeron despavoridos.

Adriano se enderezó en toda su impresionante altura y miró furioso al cazador. Gruñó mostrando los grandes colmillos y de un solo manotazo lo sujetó del cuello y lo alzó del caballo. Sebastián intentó apuntarlo con el rifle, pero Adriano se lo quitó y lo arrojó al suelo.

Los ojos de Adriano ya no eran grises, sino amarillos, y miraba con tanto odio a Sebastián, que parecía contener las llamas del infierno en ellos.

—Su, suéltame... por... favor —farfulló Sebastián, golpeando la poderosa garra que le oprimía el cuello, mientras su cara pasaba del rojo al azul.

Los cazadores alrededor, al ser superados por los lobos, abandonaron sus armas y corrieron más adentro en el bosque. Solo quedaron Sebastián, Casper y Adriano.

Sebastián giró los ojos hacia adentro a punto de desmayarse, si Adriano apretaba un poco más le rompería el cuello, no obstante lo soltó y el hombre cayó al suelo.

—¿Estás bien? —Casper corrió hacia Adriano, cuyo hombro sangraba profusamente.

El hombro lobo suavizó su expresión al verlo, de nuevo sus ojos recuperaron el color gris verdoso y el dulce brillo de la inocencia. Asintió y lo lamió, Casper lo abrazó lleno de saliva. El pelo de su cuerpo se sentía cálido y suave contra su mejilla. Se sentía dichoso de que la herida no fuera grave, ahora salo debían esconderse en algún lugar hasta el amanecer y escapar, tal vez a París, donde nadie los conociera.

Pero de pronto, Adriano se tensó. Casper se separó y lo observó, asustado: sus ojos se achicaron, al igual que sus orejas volvieron a estar hacia atrás, atentas. Hasta que él también lo escuchó, varios caballos se acercaban galopando.

Su abuela y toda una delegación de gendarmes llegaron con fusiles al hombro.

Casper se adelantó y alzó los brazos en señal de rendición.

—¡Abuela, espera!

Pero Esmeralda le quitó el fusil a uno de los oficiales y apuntó al frente.

—¡Quieto ahí! ¡Ni se te ocurra!

—¡Abuelita! —gritó Casper, asustado, y se puso delante de Adriano.

Pero luego notó que en realidad Esmeralda no le apuntaba a ninguno de los dos, los ojos de ella estaban fijos en punto detrás de ellos. Casper se volvió y se dio cuenta de que Sebastián había vuelto a tomar el fusil y apuntaba con él la espalda de Adriano. Lentamente, bajó el arma ante la insistencia de Esmeralda y el resto de los gendarmes que lo apuntaban.

—¿Que crees, querido Caspercito? —dijo la abuela sin bajar el arma y sin dejar de sonreír—. Cuando fui a la policía internacional, porque la del pueblo pertenece al papá de este sujeto, me dijeron que el joven Sebastián Hunter estaba siendo investigado por cacería ilegal. Solo necesitaban las pruebas. ¿Sabías que está prohibido cazar lobos en estos bosques porque están protegidos?

Casper la miró perplejo. Lo que sabía era que su abuela Esmeralda era una mujer sorprendente, pero no tenía idea de cuanto. Dos oficiales procedieron a arrestar a Sebastián y el resto partió en busca de los otros cazadores.

Luego presenció otro acto asombroso.

Los lobos de la manada rodearon a Adriano. El lobo gris, que era el más grande y aquel que casi mató a Casper al estrellarlo contra la roca la noche del festival, se colocó frente a Adriano y juntos le aullaron a la luna, a ese aullido se sumó el del resto de la manada. Casper supuso que era la forma en que lo reconocían como su nuevo alfa.

Los aullidos se prolongaron por varios minutos, hasta que en un instante de silencio, Esmeralda habló:

—Bien, bien, bien. Si ya terminaron de aullarle a la luna, me gustaría tener unas palabras contigo, señorito —dijo la mujer en un tono severo. Adriano pareció encogerse intimidado por la señora, metió la cola entre las piernas y agachó las orejas—. No contigo. Adriano. Contigo —Y señaló a Casper—. Ni se te ocurra lastimarlo o jugar con sus sentimientos, ¿entendido? Le prometí a mi amiga Belinda que cuidaría de su nieto y pienso hacerlo.

—¡Abuela! —protestó Casper—. Amo a Adriano y jamás lo lastimaría. Cuidaré de él siempre, ¿acaso no quedó claro?

Esmeralda asintió con una dulce sonrisa, como si no acabara de amenazarlo. Luego miró a Adriano.

—En cuanto a ti, jovencito. —Ella habló y el licántropo gimió asustado —. ¡Ni se te ocurra comértelo! —dijo refiriéndose a Casper

—Abuelita, ya casi amanece, je,je,je, no es necesario...

—Claro que sí, ¿qué hay de las próximas lunas llenas? Bien, confío en ti, Adriano y en ti, Casper. No vayan a lastimarse. —La mujer se abanicó con las manos—. Me marcho, estoy agotada.

Y hecha las advertencias, Esmeralda dio vuelta a su caballo y se devolvió por el camino por el cual había llegado. Casper suspiró y observó a Adriano. El licántropo continuaba cabizbajo.

—Oye, ¿qué ocurre?

Adriano volvió a gemir con las orejas gachas y el rabo entre las piernas.

—¿Crees que podrías lastimarme? — Adivinó Casper y Adriano asintió—. Estoy seguro de que no lo harás. Y si lo hicieras, moriré feliz. —Adriano gimió más alto y Casper rio—. ¡Es broma, hombre, es broma! Mira, estamos aquí solos y no me has hecho nada, estoy seguro de no lo harás más adelante. Tu corazón es noble, lo sé, si no fuera así, Yuyis y el resto de tus animales no te querrían tanto.

El licántropo sonrió y su sonrisa llena de dientes fue espeluznante. Casper rio quedo,

—¿Qué te parece si? —susurró y lo miró con ojos seductores—, ¿Si vuelves a cargarme en tu hombro de esa forma ruda y salvaje y me llevas de regreso a tu cabaña?

Adriano parpadeó. Tal vez todavía no estaba listo para el siguiente nivel de su relación. Sin embargo, el licántropo volvió a aullarle a la luna y acto seguido lo cargó como le había pedido, en el hombro. Dando saltos sorprendentes se adentró en el bosque rumbo a la casa cerca del río y el sauce llorón.

FIN...

 jajaja, noooo, mentira. Todavia queda otro capítulo, el de el nopor furro.

Nos leemos el próximo fin con el final, pero antes de que se vayan, sean sinceros, porfa.

¿Qué les pareció la novela? 

¿Demasiado cursi?

 ¿El humor no tiene gracia?

 ¿Qué le cambiarían?

Tengo pensado mejorar algunas cosas y reescribir los primeros capítulos que no me gustan mucho. Ahora sí, besitos en la frentita.

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