Capítulo XX
—¿Qué ocurre, Casper?
Le dio el folleto a su abuela sin hablar, abrió la portezuela y bajó del carruaje. ¿Cómo era posible que Sebastián estuviera planeando hacerle algo tan horrible a Adriano?
La plaza central estaba atiborrada de personas expectantes, deseosas de ver el «gran espectáculo». Cinco trabajadores montaban una plataforma de madera. Observó las argollas de hierro en el suelo y las cadenas sujetas a ellas. Cadenas gruesas como aquellas que había visto en la cama de Adriano. De pronto se dio cuenta para qué eran las cadenas. Un inmenso dolor lo embargó, ¿cuánto había sufrido Adriano cada luna llena de su vida, encadenado a esa cama? Ahora lo sería frente a decenas de personas que solo verían a un monstruo delante de ellos.
Otros hombres colocaban sillas apartadas para las personas más importantes de la ciudad. También llegaban vendedores ambulantes. Aquello se convertía rápidamente en una feria y todo para ver al hombre lobo. Casper sintió asco. Si no lo hubiera conocido, tal vez él también formaría parte de esas horribles e insensibles personas. ¿Cómo era posible que el mundo fuera un lugar así? ¿No sé daban cuenta de que ese hombre lobo al que deseaban ver, también era un ser viviente?
Toda su vida fue amigo de Sebastián, ¿acaso no notó nunca su crueldad? Sí, lo hizo y hasta la celebró en aquellos cotos de caza exclusivos que frecuentaban. ¿No fue despiadado también? Incluso cuando conoció a Adriano y nada más quiso jugar. Al principio lo consideró un ser exótico al cual poseer. Una nueva experiencia, una conquista asombrosa que después le presumiría en alguna velada a Sebastián y otros amigos tan insensibles y vacuos como había sido él.
Cerró los ojos arrepentido por la vida que llevó hasta ese momento. De alguna forma era responsable de lo que sucedía, como si él con sus acciones hubiera llevado a Adriano a esa horrible situación. Tenía que hallar la manera de salvarlo, pero para eso debía encontrarlo.
Decidido, se acercó a los trabajadores que montaban la plataforma.
—Disculpen, ¿saben dónde puedo conseguir al hijo del gobernador?
Uno de los hombres levantó el rostro y lo miró, confundido.
—Ya sabe, a Sebastián Hunter —aclaró Casper—. Es quien está preparando este... evento.
El hombre frunció el ceño, negó con la cabeza y volvió a lo suyo. Casper exhaló frustrado y probó con otro de los trabajadores, sin embargo, obtuvo con el mismo resultado, parecían no saber siquiera quien los había contratado. Por último miró a su alrededor, un hombre daba las órdenes más allá.
—¿Qué tal? —Forzó una sonrisa encantadora, de aquellas antiguas con las que solía engatusar a sus presas, y le dio la mano al hombre—. Soy Casper Rojo, hijo de Ezequiel Rojo, dueño del viñedo Rojo y el mejor amigo de Sebastián. No lo encuentro por ninguna parte, ¿sabe usted dónde está?
Cuando pronunció el nombre de su padre seguido de la palabra viñedo, el hombre abrió los ojos y lo observó con una actitud entre sorprendida y respetuosa. Casper rogó en sus adentros que funcionara y le dijera por fin dónde encontrar a Sebastián.
—¡Oh, sí! ¡El señorito Rojo! El señorito Hunter me habló de usted. Le dejó dicho que lo espera en el viejo molino de su padre.
«Me espera» pensó Casper con algo de desasosiego. «Sabía que vendría por él. Debe ser una trampa, pero no puedo dejar a Adriano solo y tampoco hay tiempo para buscar ayuda». Alzó la cabeza y miró al cielo que se cubría rápidamente de rosa y dorado. «Está por anochecer, no tardará en traerlo si quiere mostrar su transformación. Tengo que darme prisa».
Pero antes, Casper fue con Esmeralda.
—¡Abuela, ya sé donde está Adriano! Iré a buscarlo.
Esmeralda se giró y lo miró con sus ojos claros, sorprendidos.
—¡Pero no puedes ir solo, cariño! Mira todo lo que ha preparado Sebastián, lo más seguro es que Adriano esté muy vigilado.
—No tengo a nadie a quien pedirle ayuda, tampoco hay tiempo para eso. Adriano está en el molino abandonado de los Hunter. Iré allá y lo salvaré.
—Buscaré ayuda. —Ella acunó una de sus mejillas y lo miró con aflicción—. No te preocupes, cariño—. Luego rebuscó en su bolsa de mano y para asombro de Casper sacó una daga—. Ten. Espero que no tengas que usarla.
Casper también lo esperaba. Abrazó a su abuela y se dirigió al viejo molino.
A través de la pequeña ventana, Adriano observaba como la luz afuera cada vez era más exigua, la noche se aproximaba y con ella la luna llena.
Cerró los ojos y las lágrimas que llevaba conteniendo cayeron al suelo de la jaula, en la cual estaba prisionero desde hacía varios días. Fue un tonto al creer en Casper. Olvidó las advertencias de su abuela y ahora pagaba las consecuencias.
La mañana después del festival, luego de que Casper salió de su casa, él debió irse también, en cambio, decidió creer en sus mentiras y esperarlo.
PCasper lo traicionó, le dijo a su amigo Sebastián donde vivía. Tal como le advirtió su abuela siempre, consiguió lo que quería y después se fue.
El tal Sebastián lo sorprendió mientras cocinaba, le roció algo que lo hizo desmayar sin que apenas él se diera cuenta. Despertó dentro de esa jodida jaula.
Gritó y gritó sin saber qué sucedía, hasta que el hombre que lo secuestró apareció frente a él.
—¡Maldito estirado! —gruñó—. ¿Qué quieres conmigo? ¿Acaso estás deseoso de morir?
A Sebastián, que había llegado serio, le brillaron los ojos; sonrió al escucharlo y se relamió los labios. Adriano lo observó confundido, parecía disfrutar de su enojo.
—¡Maldito imbécil, suéltame! ¡No sabes quién soy!
—Claro que lo sé. —Otra sonrisa complacida—. Justo por eso estás aquí. ¡He cazado a un hombre lobo!
Adriano tragó, sintió miedo de su expresión, aunque la disimuló. No dejaría que él se diera cuenta de su temor.
—¡Cuando la luna salga, nada me detendrá, al primero que despedazaré será a ti!
—Cuento con eso —le contestó con voz aterciopelada.
Adriano frunció el ceño, ese tipo era más raro que el propio Casper. ¿Es que ya nadie le temía a los hombres lobos? Bien decía su abuela, que las personas eran malas y tratarían de destruirlo.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —preguntó entre dientes con una voz que se asemejaba a un gruñido—. ¿Por qué estoy aquí?
El maldito amigo de Casper volvió a sonreír y se llevó un mechón de cabello oscuro que le caía en la frente hacia atrás, mientras lo observaba.
—Calma. Lo sabrás a su debido tiempo. Por lo pronto te traje agua—. Un hombre abrió una pequeña portezuela en la jaula y dejó en el suelo una palangana con agua. —Perdona si no te ofrezco un alojamiento más decente, como entenderás eres un monstruo y los monstruos no necesitan comodidades.
Sebastián se despidió agitando la mano enguantada y se alejó con pasos elegantes. Adriano observó el cuenco con el agua, estaba sediento. Se acercó y bebió todo de un trago. Su estómago gruñó, también tenía hambre. Le habían traído agua, pero no comida, parte del plan de su captor debía ser mantenerlo famélico para que no pudiera escapar.
Sebastián no volvió a visitarlo en los días que siguieron, solo un hombre aparecía una vez al día y le dejaba agua, la cual Adriano administraba para que le rindiera. Con el hambre era otra historia, estaba mareado, débil y comenzaba a alucinar, pues Casper se hallaba del otro lado de la jaula, mirándolo afligido.
—Voy a sacarte de aquí —dijo en voz baja la alucinación que se parecía a Casper.
Por causa de la debilidad, Adriano lo miró como si estuviera envuelto en neblina, la jaula se movía ligeramente. Hubiera querido gritarle, golpearlo por traidor y mentiroso, no obstante, no tenía fuerzas para hacerlo.
—No te preocupes, todo estará bien —continuó la alucinación mientras se sacaba de la levita una llave de cobre—. Tenemos que apurarnos. Es muy extraño que nadie estuviera vigilando la entrada y que esta llave la encontrara guindada en la pared. Casi pienso que Sebastián quería que te rescatara.
—Eres un maldito mentiroso —le reclamó Adriano en un susurro ronco—. Planeaste esto con tu amigo. —No quería, pero no pudo evitar que un par de lágrimas se derramaran por sus mejillas—. Realmente te creí cuando dijiste que eras mi amigo y me querías. Confié en ti, pero tú le dijiste a ese hombre sobre mí, ¡le contaste como encontrarme!
—¡No! —Casper abrió muy grande los ojos y lo miró como si lo que decía Adriano fuera alguna locura—. ¡No es así! No sé como Sebastián te encontró, tal vez me siguió cuando fui a buscarte luego del festival. De verdad, no lo sé. Nunca le conté nada de ti, ni a él ni a nadie. ¡Adriano, tienes que creerme! ¡Jamás podría hacerte daño! ¡Voy a sacarte de aquí!
Adriano no supo qué decir, quería creerle con todo su corazón, pero esa maldita vocecita en su cabeza no paraba de susurrarle que Casper era un mentiroso, y por sobre todo, un hombre igual y tan malo como el resto.
—¡Maldita sea! —exclamó Casper desesperado, con la llave en la cerradura—. ¡Esta llave no abre!
El ruido de pasos aproximándose les llegó desde el otro lado del pasillo oscuro, para sorpresa de Adriano, Casper sacó de sus ropas una daga.
—¡Ah! ¡Si es mi querido amigo, Casper! —dijo Sebastián con su voz aterciopelada, acercándose a ellos y rodeado de varios hombres armados—. Veo que recibiste mi mensaje. Solo quería decirte que tu amiguito licántropo me hará compañía unos días, espero que no te moleste.
—¡Maldito desgraciado, suéltalo ya! —gritó Casper blandiendo su arma.
—¿Soltarlo? —Sebastián enarcó las cejas—, ¡pero si el espectáculo todavía no comienza!
Sebastián dio la orden y los hombres armados se abalanzaron sobre Casper. A pesar de que lo intentó, una daga no era enemigo que venciera a pistolas y floretes. Adriano observó desesperado como reducían a Casper, agarró los barrotes de la jaula y los estremeció como si así pudiera romperlos, pero cualquier intento fue inútil. Los hombres armados pusieron a Casper de rodillas y le ataron las manos a la espalda.
—¿Recuerdas lo mucho que disfrutábamos cazar? —Sebastián hablaba como si se tratara de una charla amena entre amigos, mientras Casper continuaba revolviéndose para que lo soltaran—. Es una pena que te enamoraras de la presa.
—¡Eres un enfermo! —gritó Casper, en tanto los hombres armados lo levantaban—. ¡Debí verlo antes!
¡Llévenselo! —ordenó Sebastián. Los hombres arrastraron a Casper por el pasillo y él se volteó hacia Adriano—. En cuanto a ti, pequeño lobito, tengo grandes planes.
Los hombres de Sebastián cubrieron la jaula con una lona oscura. No se dió cuenta, sino hasta que sintió el movimiento: la estructura reposaba sobre una plataforma con ruedas, lo arrastraban.
De un momento a otro escuchó mucho ruido: voces, risas, música y algarabía, Adriano entendió que lo llevaban afuera y el estómago se le apretó debido al miedo. ¿Qué le esperaba? ¿Qué le harían esas personas?
Además, no dejaba de pensar en Casper. Fue a rescatarlo a pesar de que solo contaba con un miserable cuchillito. Le dijo que él jamás lo lastimaría y el malnacido de Sebastián se lo llevó quién sabía a dónde. Lo cierto era que estaba tan preocupado por Casper como por él mismo.
El movimiento se detuvo y también las voces que reían y hablaban. Estaba debilitado por la falta de alimento, no obstante, cada uno de sus músculos se tensaron, listos para lo que viniera.
—¡Señores y señores! —La voz entusiasmada de un hombre sonaba magnificada —¡¿Están listos para contemplar un hecho asombroso?! —La multitud que debía haber afuera levantó la voz, decenas de exclamaciones se mezclaron: «sí», «sí queremos», «estamos listos».
El nudo que tenía en el estómago se apretó más, el corazón le latía desbocado en el pecho. Cerró los ojos y a su mente llegó el rostro risueño de Casper, sintió sobre los labios el calor de los suyos, rememoró sus ojos cuando le dijo que jamás le haría daño.
¡Tenía que salir de ahí y buscarlo, debía rescatarlo!
—¡Contemplen el horror! —dijo la voz y arrancaron la lona.
Era de noche. Decenas de personas lo rodeaban y lo observaban asombrados en esa maldita jaula. Miró el cielo negro a través de los barrotes y se encontró con ese perfecto círculo plateado que desde niño llenó sus noches de terror. La piel empezó a hormiguearle, el corazón se le aceleró y un dolor espantoso se apoderó de cada centímetro de su cuerpo. Sin poderlo evitar, Adriano le aulló a la luna y empezó a cambiar.
El pelo castaño cobrizo lo cubrió por completo, sus extremidades se alargaron al igual que su boca y orejas. Del final de su espalda brotó la cola. Los dientes crecieron y se convirtieron en filosos colmillos, las garras en sus pies destrozaron sus zapatos. Volvió a aullar y se sintió pleno cuando el dolor se fue. Estaba lleno de vitalidad, deseaba correr desenfrenado por el bosque y enamorar a la maldita luna con sus aullidos.
Pero esa jaula lo contenía, cientos de ojos lo miraban entre fascinados y aterrorizados. Las personas aguantaban la respiración y él podía oler el miedo en ellos, extendiéndose por la plaza como un perfume. Ni siquiera eran capaces de hablar.
Una voz temblorosa se alzó por encima de los murmullos de asombro, una que él reconoció en el acto.
—¡Adriano!
Casper, amarrado a un poste, lo contemplaba con el rostro cubierto de lágrimas desde el otro extremo de la plaza.
—¡Nuestro gran Sebastián Hunter atrapó a este maléfico monstruo! —dijo el hombre que hablaba a través de un megáfono—. Ha salvado Villa Hermosa y los pueblos cercanos de esta bestia, después de que Casper Rojo la liberara del hechizo que la apresaba.
—¿Qué Casper Rojo hizo qué?
—¡No me extraña! ¡Es un bueno para nada!
—¡Es un niño rico mimado por sus padres! —¡Qué puede importarle la seguridad del pueblo!
Los murmullos se tornaron más altos y enojados, los espectadores criticaban a Casper.
—¡Deberían castigar a Casper Rojo! —gritó alguien—. ¡Nos puso a todos en riesgo si rompió el hechizo!
Más personas se sumaron a la petición de castigar a Casper, algunos comenzaron a acercársele, amenazantes.
—¡Detengan esto! —exclamó una mujer mayor—. ¡¿Acaso se han vuelto locos?! ¡Sebastián, te exijo que le pongas fin a este circo!
Sebastián en lugar de acatar la petición se echó a reír, luego su ceño se frunció y habló con voz potente, para que todos los escucharán.
—Este monstruo nunca más nos amenazará y Casper Rojo será entregado a la justicia para ser juzgado por poner en riesgo al pueblo.
Las personas lo vitorearon, enloquecían cada vez más. Alguien le arrojó una fruta podrida a Casper, a ese le siguió otro y otro. ¿Cómo era posible que esas personas estuvieran dirigiendo su furia contra Casper y no contra él, que era un monstruo?
Daba igual, no dejaría que lo siguieran lastimando. Adriano volvió a aullar y se acercó a los barrotes de la jaula, asombrosamente, cuando los forzó, estos se doblaron como si fueran varitas de madera. Saltó afuera mientras el pánico se apoderaba del pueblo.
Hombres y mujeres chillaban enloquecidos, se apartaban de él temiendo que les hiciera daño, pero Adriano ni siquiera los miraba. De salto en salto llegó al poste donde se hallaba amarrado Casper. De un manotazo rompió las cuerdas, se echó el joven al hombro y emprendió la huida.
***Hola bebesos!!! que les pareció esa imagen de Adriano cargando a su hombre mientras Casper lo mira con cierta fascinación? la IA nunca se habia portado tan bien jajaja.
Espero que les haya gustado el capitulo, calculo que quedan uno o dos para el final (Sí, es que todavía no lo escribo jeje)
Beistos en la frentita, lo quiero mucho.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top