Capítulo XIX

Adriano se había ido, al menos eso era lo que decía la nota. Casper exhaló y de pronto le faltó el aire, no podía ser cierto, todo marchaba de maravilla entre ellos, se habían confesado mutuamente el amor que sentían, ¿cómo podía destrozarle de esa forma el corazón?. El cacareó de Yuyis a sus pies lo hizo volver en sí.

—Yuyis. —El joven se inclinó y la tomó en sus manos—. ¿Cómo es posible que se hubiera ido? ¿Que nos dejara? —Las lágrimas se agolparon en sus ojos mientras estrujaba al ave contra su pecho. De pronto fue como si un rayo repentino iluminara su entendimiento, separó a la gallina y la miró a los ojos—. ¡Adriano jamás se hubiera ido sin ti! ¿Yuyis, qué le pasó a Adriano?

La gallina movió a uno y otro lado la cabeza y se soltó a cacarear, desesperada. ¡Tenía que ser eso, algo le había sucedido a Adriano! Se levantó de un salto y empezó a revisar cada rincón de la pequeña choza. Cada vez se convencía más de que Adriano no se había marchado voluntariamente. El fogón estaba apagado, pero en la mesa había verduras picadas, como si él hubiera estado cocinando. En el arcón donde guardaba la ropa, las piezas se hallaban dobladas pulcramente, incluso, en el fondo continuaban aquellas cadenas misteriosas que vio en una ocasión atadas a los barrotes de su cama. No, Adriano no se marchó por cuenta propia, algo le sucedió.

—¡Yuyis, espérame aquí! ¡Voy a buscarlo y regresaré con él!

Casper colocó a la gallina en el suelo y salió de la cabaña a toda prisa.

Atravesó la barrera.

—Todavía no hay flores, apenas pequeños botones. —Casper miró los arbustos que rodeaban el terreno—. ¿Y si alguien entró y se lo llevó? Adriano dijo que nadie podía atravesar la barrera de flores, pero, en primer lugar, yo lo hago todo el tiempo. Y en el caso de que solo yo fuera inmune al veneno de estas flores, en este momento no hay ninguna de ellas. Alguien pudo haber entrado.

En el suelo vio un trozo de tela, era un pañuelo de seda negra, como esos que él mismo usaba en sus corbatas.

—¿Será de Adriano?

Miró la tela con extrañeza, no recordaba haberlo visto usar algo tan fino alguna vez. Lo guardó en el bolsillo de su levita y terminó de atravesar la arboleda.

Casper exploró un gran trayecto de bosque llamando a Adriano a voz en grito, no obstante, lo único que consiguió fue espantar a las aves y las liebres. Nunca vio ninguna casa ni a otro ser humano en las ocasiones en las que visitó a Adriano, y en ese momento en el que lo buscaba desesperado, no fue diferente. No había rastros de persona alguna por ninguna parte.

Ya oscurecía y la búsqueda se hacía más difícil, así que decidió volver a casa de su abuela, contarle todo y pedirle ayuda, ella, sin duda, sabría qué hacer.

—¡Abuela! —llamó Casper, desesperado, en cuanto cruzó el umbral de la finca—. ¡Abuela, abuelita!

Doña Esmeralda apareció todavía usando un elegante vestido azul rey con cuello alto de encaje oscuro, mangas largas, falda con polizón y guantes de piel de cervatillo, seguramente acababa de llegar del pueblo. Casper la abrazó con algunas lagrimillas en los ojos.

—¿Pero qué te sucede, hijo? —preguntó ella alarmada.

—Le pasó algo abuelita, fui a su casa y ya no está ahí. ¡Desapareció!

—¿Quién desapareció, Casper? —Esmeralda se separó de su nieto y lo miró a los ojos.

—Adriano. ¡Tienes que ayudarme a encontrarlo!

—¡¿Quién es Adriano?! —A Casper le pareció que el rostro de su abuela palidecía, asustado—. ¡Contesta, Casper!, ¿quién es Adriano?

Casper tragó, la expresión inesperadamente severa de su abuela lo intimidaba.

—Es... la persona de la que estoy enamorado y desapareció de su casa sin más. Abuela, sé que algo malo le pasó, tienes que ayudarme a encontrarlo.

Esmeralda se separó del todo de él, se llevó la mano al pecho y, consternada, se sentó en el sillón forrado de terciopelo del salón. Casper corrió hasta ella, se arrodilló a sus pies y la miró a los ojos.

—Por favor. Él es tan inocente, si algo malo le pasara...

—¿Cómo lo conociste? —lo interrumpió ella.

Casper la miró, dubitativo. Si le decía que había estado incumpliendo la prohibición de no ir a Luparia, se enfadaría. No obstante, estaba desesperado por conseguir su ayuda.

—Lo conocí el día que viaje para acá. ¿Recuerdas que te dije que a la berlina se le averió una rueda? Pues bien, sucedió cerca de Luparia. Ya sé que tú y mi mamá fueran muy enfáticas con eso de que no me adentrara en ese bosque, pero no sabía que era Luparia, estaba aburrido. Él se bañaba en un arroyo... Nos conocimos y nos hicimos amigos —Casper subió la cabeza y observó a su abuela, ella lo miraba con sus ojos claros entre horrorizados y sorprendidos—. Lo he visitado cada día desde entonces.

—¡Por Dios! —Esmeralda se recostó del espaldar del sillón, por un momento Casper creyó que se había desmayado, pero volvió a hablar en un susurro—: ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudiste eludir la barrera de flores?

—No lo sé. Adriano también se sorprendió de que lo hiciera, dijo que ningún humano podía. —De pronto Casper frunció el ceño y miró a su abuela—: ¿Cómo sabes de la barrera de flores? ¡Sabes quién es Adriano! ¡¿Por qué lo sabes, abuela?!

—¡Claro que lo sé! Fui yo quien le dio la idea a Belinda de colocarla para proteger al chico.

—¿Qué? —Mientras más hablaba, menos entendía—. ¿Protegerlo?

Casper recordó la historia que le había contado Adriano. Una amiga de su abuela que era bruja lanzó un hechizo para apartarlo del mundo y de esa forma evitar que alguien lo descubriera y lastimara. ¿Acaso su abuela era esa amiga?

—Se lo prometí a Belinda —dijo Esmeralda casi sin aliento—. Era mi amiga. Su hija única se enamoró de un licántropo. Belinda le advirtió que lo dejara, que se alejara. Era un amor condenado a la tragedia, pero ella estaba muy enamorada, no escuchó razones. —Su abuela cada segundo hablaba con más tristeza empañando su voz—. La gente de Villa Hermosa descubrió la relación de ellos y cazaron al muchacho. La hija de Belinda pudo escapar, pero estaba embarazada. ¡Pobre muchacha! No volvió a ser la misma nunca más, murió en el parto. —Esmeralda quedó en silencio unos minutos con el rostro infinitamente triste, parecía sumergida en los recuerdos—. Belinda crio sola al niño en una cabaña en el bosque. Se exilió con él para protegerlo. De vez en cuando venía al pueblo o yo iba a visitarla a su casa, hasta que enfermó. Cuando se enteró se deprimió mucho, no sabía qué hacer, ¿Quién cuidaría de Adriano cuando ella ya no estuviera? Le ofrecí hacerme cargo del niño, pero ella se opuso. El niño cada luna llena se convertía en un lobo, temía que corriera la suerte de su padre si lo descubrían.

»Busqué una forma de ayudar a mi amiga, viajé muy lejos intentando encontrar una manera hasta que conocí en un país distante a un hombre muy peculiar con conocimientos de brujería. Él sembró alrededor de la casa la barrera de flores de Luparia, tóxicas para cualquier persona y más para los licántropos. De esa forma nadie entraría a hacerle daño a Adriano y él tampoco saldría. Belinda podía morir en paz sabiendo que su amado nieto viviría seguro.

»Después de que ella murió, yo me encargué de esparcir los rumores de que había hombres lobos en Luparia, de que era un bosque muy peligros en el que nadie debía adentrarse.

Casper estaba asombrado con la historia, sin embargo, algo no le cuadraba.

—Abuela, yo atravesé la barrera. Adriano me dijo que solo en Luna Nueva se podía hacer, pero yo la he cruzado cada día desde hace casi un mes.

Esmeralda lo miró con los ojos anegados en llanto.

—¡No es posible! —Dos gruesas lágrimas cayeron de sus ojos—. Mi Casper, ¿quién diría que serías tú?

—No entiendo, abuela, ¿a qué te refieres?

—Me parecía un destino muy triste para Adriano, que viviera por el resto de su vida solo en esa cabaña, así que le pedí al brujo que pusiera otro hechizo en la barrera. Que esta pudiera abrirse delante de la persona destinada para él, aquella que lo amara con sinceridad y que estuviera dispuesta a protegerlo de los peligros del mundo. ¡Jamás imaginé que esa persona sería mi nieto!

—¿Es como, como esa leyenda de las almas gemelas que me contaste? —preguntó tremendamente conmovido.

Esmeralda sonrió con tristeza.

—Así es. En el fondo soy una romántica, me daba mucha pena que ese niño estuviera destinado a la soledad.

—¡Abuelita!

Casper se abrazó en su regazo y lloró en él mientras sentía la caricia de Esmeralda en su pelo.

—¡Ayúdame a encontrarlo, abuela!

Esmeralda se limpió las lágrimas del rostro.

—Explícame qué sucedió.

Casper le contó sobre la cita, que habían ido al pueblo donde se encontraron con Sebastián y Francis. Le habló de la actitud de ellos con Adriano y de como Casper decidió escogerlo a él en lugar de sus amigos. Le habló de la declaración de amor y de que pasaron juntos la noche en la pequeña cabaña del bosque.

—Pensé que todo estaba bien entre él y yo, abuela. Le dije que regresaría por la tarde porque deseaba venir aquí y hablar con Sebastián, pero cuando llegué me dijiste que él se había marchado ya. Regresé con Adriano y él ya no estaba. Encontré esta nota en su casa. Abuela, sé que no es cierto, él jamás dejaría a sus animales, no se iría así. —Casper le entregó el papel a Esmeralda y esta lo leyó con atención—. También encontré este pañuelo en los alrededores de la casa.

Esmeralda examinó el pañuelo con el ceño fruncido. De pronto, se levantó bruscamente.

—¡Es de Sebastián!

La declaración tan contundente lo sorprendió.

—¡¿Cómo estás tan segura?!

—Estuvimos hablando un rato antes de que se marchara, halagué la finura de su corbata y el alfiler de diamantes que la sostenía. Esta era su corbata, lo sé. Mira.

Esmeralda le mostró las iniciales diminutas SH bordadas en una esquina de la tela negra. Casper no podía creerlo, ¿por qué su amigo iba a querer secuestrar a Adriano? ¡Era absurdo! ¿Acaso era algún plan fraguado con Francis? En el festival, su ex amante estaba muy molesto, habló feo de Adriano, era evidente que lo odiaba. ¿Lo hicieron para vengarse de Adriano? Y si era así, ¿adónde lo habían llevado?

—Abuela, debo ir a Villa Hermosa a rescatar a Adriano.

—Iré contigo —dijo Esmeralda, decidida—. Se lo debo a Belinda.

Y de inmediato, Esmeralda se perdió dentro de la casa dando órdenes a sus sirvientes. Casper apretó la seda negra en sus manos. Si Sebastián se atrevía a lastimar a Adriano, no tendría compasión de él.


***Caspercito y su abuela, listos para salvar al lobito de manos del cazador. 

Es posible que el capítulo esté lleno de repeticiones de palabras y acentos ausentes o mal puestos, pido disculpas, esto acaba de salir de mis dedos. Nos leemos el proximo fin. 

¿Qué creen que planee Sebastián con Adriano?

Nos leemos el próximo fin. Besitos en la frentita.


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