Capítulo XI

Una vez que Casper volvió a la casa de la abuela Esmeralda, el mayordomo Oscar lo recibió con amabilidad y le entregó la correspondencia que había llegado para él. Había una carta de su madre preguntándole cómo se encontraba y si acaso el aire fresco del campo lo había reconfortado. Casper le escribió de vuelta, diciéndole que se sentía tan a gusto que pensaba prolongar su estadía unas semanas más.

También había otra carta, una de su mejor amigo Sebastián. Le decía que iría la semana siguiente para hospedarse con él en casa de la abuela, tal y como se lo había propuesto días atrás.

El joven resopló contrariado, había olvidado por completo la invitación y realmente en ese momento en el que comenzaba a ganarse la confianza de Adriano, Sebastián sería un estorbo para sus lujuriosos planes.

Le escribió de vuelta inventando una excusa absurda sobre una epidemia que se esparcía entre los animales y los hacía especialmente agresivos con los extraños. Esperaba disuadir con eso a su amigo de ir a visitarlo.

La tarde soleada la pasó en la piscina, disfrutando de las atenciones de Eugenio, el lindo y joven sirviente de su querida abuelita. El muchacho se sonrojaba cada vez que le sonreía o lo veía a los ojos, incluso llegó a gemir bajito cuando, al ofrecerle una limonada, Casper intencionalmente le rozó los dedos.

Sería tan fácil hacer que la tarde cálida aumentara su temperatura, llevar al chico a un lugar más privado y gozar de otro tipo de atención. Casper lo observó mientras se alejaba, tenía largas piernas y un trasero redondo, justo como le gustaba. Sin embargo, no se levantó de la tumbona ni hizo nada para evitar que el joven se alejara. Francis era incluso más hermoso y no logró satisfacerlo, tenía el presentimiento de que acostarse con Eugenio sería igual de aburrido.

En cambio, echó la cabeza hacia atrás y miró las nubes algodonosas en el cielo. Una le pareció que tenía la forma de un lobo aullándole a la luna. Cerró los ojos y a su mente acudió el encantador rostro de Adriano sonriendo. Suspiró y creyó oler los aromas a comida deliciosa, flores y rocío que siempre impregnaban la pequeña choza. Se lamentó un poco al sospechar que ninguna conquista lo llenaría como el hecho de tener al fin a Adriano en sus brazos.

Terminó de beberse la limonada y se levantó de golpe. No podía seguir perdiendo el tiempo, iría al pueblo y buscaría algo lindo para llevarle al día siguiente.

Adriano terminó de barrer la pequeña salita y miró hacia la puerta, Yuyis se encontraba echada sobre la alfombra de la entrada.

—No debe tardar en llegar —le dijo dulcemente—. No te inquietes.

La gallina no le prestó atención, continuó con la mirada fija en el exterior, Adriano también echó un vistazo. Era poco más de mediodía y Casper no aparecía. En los últimos días, siempre llegaba para el almuerzo, cruzaba la puerta y no tardaba en decir lo bien que olía y el apetito que traía. Adriano lo reñía, le decía que no cocinaba para él y que no había suficiente, pero en secreto le encantaba que le gustara su comida. Le servía un gran plato y lo observaba de reojo relamerse y elogiar en voz baja cada platillo que se comía.

Luego suspiraba satisfecho, se levantaba, recogía los platos sucios y los lavaba, siempre conversando. Adriano lo escuchaba en silencio, la mayoría de las veces no tenía nada que decir, más bien preguntaba, sobres todo cuando Casper le contaba de los lugares en los que había estado o las personas interesantes que conocía.

Casper siempre reía y bromeaba, era como el sol que en ese mismo instante brillaba afuera con tanta fuerza, que calentaba e iluminaba todo lo que sus rayos tocaban. Era imposible no terminar riendo con sus ocurrencias, como la vez que trajo cintas de colores y les hizo moños a todas las ovejas. O esa tarde en que llovió y ambos salieron corriendo de la casa para recoger las sábanas que se secaban afuera. Casper resbaló y cayó en el lodo, Adriano no pudo evitar reírse y por pura venganza, Casper lo hizo caer también. Terminaron ambos revolcándose en un charco, riendo y mojándose con la lluvia.

Luego tuvieron que ir a lavarse al lago.

Adriano se mordió el labio y como en aquella oportunidad, el corazón volvió a latirle con fuerza al recordar el momento.

Ambos estaban cubiertos de lodo, pensó que entrarían al agua con la ropa puesta, pero no, Casper empezó a quitársela con toda naturalidad. Jamás había visto a otra persona sin ropa, tal vez había sido por eso que se sintió repentinamente caliente mientras lo observaba. Tenía hombros anchos, caderas estrechas, una piel lisa y bronceada y músculos firmes que se tensaban cada vez que se movía. Se zambulló y cuando salió de nuevo lo miró de frente. Con una radiante sonrisa le hizo señas para que también se metiera al agua. Adriano tragó con el rostro ardiendo. Se sentía nervioso y extrañamente abochornado.

No quiso quitarse la ropa, tampoco se acercó mucho a Casper. Algo le decía que era mejor no hacerlo, como si un peligro lo acechara en secreto o cosas terribles estuvieran a punto de pasar si lo tocaba. «¿No vas a quitarte la ropa?», le preguntó Casper risueño. Él solo negó y se sumergió, esperando que el agua fría aquietara lo que fuera que le sucedía. Pero para su desgracia, cuando salió, lo hizo muy cerca de Casper.

Los ojos castaños de él se clavaron en los suyos con esa mirada tan rara que siempre lo inquietaba. Para colmo, al tratar de alejarse, pisó una piedra y resbaló. Casper alargó el brazo y lo tomó de la cintura evitando que cayera.

«Cuidado» le dijo bajito. Adriano tragó, asustado. Definitivamente, algo sucedía, algo que no terminaba de entender. Casper era inofensivo, ya se lo había demostrado, no le haría daño. Entonces, ¿por qué su corazón estaba desbocado de esa forma? ¿Por qué sentía esas ganas de salir corriendo y al mismo tiempo de quedarse? Y lo que era peor y en extremo vergonzoso, ¿por qué una parte de él se había despertado? Era absurdo. ¿Era acaso por el miedo? A menudo le sucedía sin ningún motivo por las mañanas, al igual que en ese instante en que no había razón para que aquello pasara.

Casper apretó más fuerte su cintura, su aliento le acarició el rostro, el temor se hizo mayor. «Estás temblando» susurró. Adriano no hallaba qué hacer, tenía que escapar y, sin embargo, su cuerpo se había quedado congelado en el sitio, enganchados sus ojos en los otros castaños y esa parte de su cuerpo enervándose sin pudor alguno. Se desesperó. Se zafó del agarre y casi gritó un «tengo frío». Volvió a sumergirse y nadó de vuelta a la orilla. No esperó por Casper, salió del lago y regresó a la casa.

Se cambió de ropa rápidamente antes de que él volviera y cuando lo hizo se refugió en la cocina, fingió que nada había sucedido y se puso a preparar la comida.

Entre ellos no había vuelto a pasar nada extraño como eso, principalmente porque Adriano evitaba estar muy cerca de Casper. Temía que fuera la proximidad con él lo que lo ponía tan nervioso. Y aunque no entendiera muy bien a qué se debía, sospechaba que no era algo bueno. No podía serlo si lo dejaba en tal estado de azoramiento. Realmente, no quería que nada malo pasara entre ellos, pues aunque al principio quiso alejarlo, lo cierto era que Adriano llevaba mucho tiempo solo y tener alguien con quien conversar y compartir se sentía increíblemente bien.

Pero ya era más de mediodía, Casper no aparecía y Adriano empezaba a inquietarse. Caminó hasta la pequeña cocina y revolvió una vez más las setas. Tal vez había vuelto a su casa en Villa Hermosa y él volvería a sus insulsos y solitarios días. Bueno, no podía quejarse, esa era su vida, de nada valía que a esas alturas se lamentara por ella. Con Casper o sin Casper debía vivirla.

El cacareo de Yuyis lo sacó de sus tristes pensamientos. Volteó en el justo momento de escuchar la carcajada conocida y en secreto anhelada, Casper había llegado.

—¡Ah! —exclamó Casper. Olfateó profundamente con Yuyis en los brazos y dijo—: ¡Qué delicioso huele! ¿Qué preparaste esta vez?

—Para ti, nada —respondió Adriano con fingida indiferencia, revolviendo las setas en la sartén—. ¿Es que acaso en casa de tu abuela no hay comida que tienes que venir a comerte la mía?

—Si hay —dijo Casper abrazándolo por detrás para mirar por encima de su hombro la sartén. De inmediato, a Adriano se le desbocó el corazón al sentir el pecho pegado a su espalda, las manos rodearle la cintura y el aliento cálido en su cuello—, pero tu comida es más deliciosa.

Adriano le metió un codazo para que se alejara.

—¡Auch! Tra, traje una botella de vino para acompañar tu exquisita comida —dijo Casper lagrimeando—. Y a ti te traje esto.

El joven sacó de la cesta de mimbre la botella de vino y una bolsita con maíz, el cual colocó en el plato de Yuyis. La gallina, feliz, comenzó a picotear y tragar. Adriano sonrió al verla tan contenta antes de empezar a servir la comida.

—No es necesario que vengas a ayudarme —dijo desde la cocina, no quería que Casper volviera a acercársele y desatara en él esa reacción tan inquietante.

Llevó los dos platos a la mesa y se sentó mientras Casper servía el vino en copas de cristal traídas de la casa de su abuela. Dio la primera probada y Adriano sonrió al ver su expresión de placer.

—Creí que no fuera posible, pero estas setas salteadas están todavía más deliciosas que el brócoli en salsa agridulce que preparaste ayer. ¡Benditas sean esas manos, que además de hermosas, son talentosas! —dijo y volvió a engullir otra generosa porción.

—Creí que no vendrías hoy —dijo Adriano mientras pinchaba una seta con el tenedor.

—Lamento mucho haberte hecho esperar —se disculpó Casper—. Es que tuve que pasar antes por el pueblo a hacerle un encargo a mi abuela. Te quedarás asombrado de lo bien que lo han adornado para el festival. Todo el mundo está ansioso por él, en las calles es de lo único que se habla.

—Estoy seguro de que es así. —Adriano sonrió. Realmente imaginaba a las personas muy felices esperando ansiosas el festival y las calles luciendo radiantes con farolitos de colores.

—Me gustaría que fuéramos juntos —dijo de pronto Casper y Adriano lo miró con las cejas enarcadas—. No me mires así, ya sé lo de la barrera, pero resulta que será en luna nueva, así que podrás salir de aquí.

Adriano apartó la vista. Ir al pueblo a un festival no era tan fácil como Casper creía. Nunca se encontraba rodeado de muchas personas. ¿Y si sucediera algo malo?

—No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué no? Verás que será genial. Te prometo que te divertirás.

—No es por eso.

—¿Entonces, qué es?

—Algo malo podría pasar. Nunca estoy en el pueblo para el anochecer. ¿Y si... y si termino transformándome?

Casper lo miró unos segundos, luego le acarició el dorso de la mano sobre la mesa y otra vez su pecho se calentó.

—No va a pasar nada de eso. Los hombres lobo solo se transforman en luna llena. Y si sientes miedo de las personas, descuida, voy a protegerte, no dejaré que nada malo te suceda.

De nuevo se sintió inquieto. No había proximidad, pero Casper lo miraba de una forma que también le hacía latir muy rápido el corazón. Le sonrió y entonces Adriano ya no pudo resistirse.

—Está bien —cedió al deseo de Casper.

—Maravilloso. —La sonrisa continuaba en sus labios y en sus ojos, una mirada dulce—. Verás que te agradará.

Adriano suspiró. Solo esperaba que ese día las extrañas emociones y sensaciones que Casper desataba en él se aquietaran.

***Hola, mis amores. ¿Creyeron que hoy no habría capítulo? Porque yo sí lo pensé jajaja. Les cuento que esto acaba de salir del horno, así que si está muy incoherente o con muchos errores me avisan, ¿sí? 

¿Qué les pareció la inocencia de Adriano? ¿Quién le dice que es eso que Casper le hace sentir? jijiji

Y... ¡TENDREMOS CITA! MUAJAJAJA. Me encanta cuando los protas se van de paseo y ocurren cosas divertidas y tiernas. Así como cuando Karel y Lys  pasearon por aquel festival en el extra de  El amante del príncipe. ¡Ay!, ¡amo esas escenas! Espero poder traerles cosas dulces, tiernas y románticas. Hasta el próximo finde. 

Besitos en la frentita.

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