CAPITULO VII

La luz se filtraba a través de sus párpados, Casper abrió los ojos y se encontró con un espectáculo hermoso: su nueva habitación era inundada por el dorado del sol matutino, como si este se hubiese convertido en una radiante cascada de oro y bañara las paredes crema haciéndolas brillar. La suave brisa proveniente del jardín mecía las cortinas blancas y le acariciaba la piel. El joven cerró los ojos con una sonrisa y respiró hondo, empapándose de la luz y el aire puro del campo.

Apartó las colchas y se levantó de un salto, lleno de energía. Se sentía alborozado. Caminó hasta el balcón y abrió las puertas de par en par. Más luz lo recibió, así como también un pequeño ruiseñor que trinaba en las ramas del árbol frente a su ventana. De pronto sintió deseos de cantar y acompañar la dulce melodía del pajarito con su preciosa voz. Casper se dejó llevar y abrió la boca, dejando salir en forma de notas toda su felicidad.

Cinco minutos después tocaron a la puerta, interrumpiendo su canto. El joven se dio la vuelta.

—¡Hijo, ¿estás bien?! —La abuela Esmeralda se acercó a este él con las cejas enarcadas, mirándolo, dubitativa—. Escuché gritos y alaridos de dolor desde abajo.

—¿Gritos? —se extrañó, Casper—. Oh, no, abuelita. ¡Yo cantaba!

El joven la tomó de las manos y giró junto con ella en medio de la habitación, De nuevo, las notas de su canción resonaron. El ruiseñor en la balconada trinó fuerte, antes de perderse entre los árboles. De inmediato, Esmeralda arrugó el rostro como si un inmenso dolor la aquejara.

—¡Ya veo, Ya veo! —dijo, soltándose del agarre—.¡Qué bueno que te sientas a gusto aquí! Temí que un chico de ciudad como tú, encontrara aburrido un campo como este.

—¡Oh, no, abu! Me ha sentado estupendamente el cambio. He encontrado cosas muy interesantes, sobre todo en el bosque.

—¡¿Ah sí?! —preguntó un poco extrañada la abuela. Luego su semblante risueño se ensombreció un poco—. Recuerda lo que te dije de no alejarte mucho. No todo en el bosque es bonito, Casper.

—¡Oh, sí, lo recuerdo! —Casper se sentó junto con ella en la orilla de la cama. Un haz de luz se reflejó en el cabello castaño de la mujer, sacándole reflejos rojizos e iluminando una parte de su rostro y dejando la otra mitad en la sombra. El joven entrecerró los ojos para protegerse de la incandescente luz antes de hablar de nuevo—: Mamá dijo algo de una antigua leyenda de hombres lobos. ¿Es eso real? ¿Había lobos en Luparia?

Qué hubiera monstruos en ese bosque lo preocupaba, dado que Adriano vivía completamente solo en mitad de los árboles. Tal vez el joven se había mudado recientemente y no era consciente de las leyendas que se contaban.

La abuela resopló por la nariz y agachó la cabeza un instante. Cuando alzó el rostro, sus ojos castaños se fijaron en él, ocasionándole un poco de temor debido a la intensa mirada.

—Es muy real, Casper. Escúchame bien, jamás, jamás debes adentrarte en el bosque de Luparia. Hace mucho tiempo un hombre lobo ocasionó una gran tragedia en el pueblo de Valle Alto. Los ciudadanos atemorizados buscaron a una poderosa bruja que lograra confinar al monstruo. Esta lanzó un hechizo y consiguió encerrarlo en ese bosque. Pero ese es su bosque, Casper, y si alguien entra en él y se encuentra con el licántropo, este no dudará en devorarlo. Lo entiendes, ¿verdad?

Algo en la voz y la mirada de su abuela lo asustó, tal vez era la vehemencia con la que relataba la historia. Volvió a pensar en Adriano, solo en ese bosque, a merced de un monstruo.

—¿Y si hubiera alguien que viviera en ese bosque, abuela?

—Nadie vive en ese bosque —dijo tajante.

—¿Pero y si hubiera alguien que lo hiciera?

Esmeralda entrecerró los ojos y lo observó con detenimiento.

—Si eso ocurriera, estaría en un grave peligro. La luna llena acaba de pasar, pero pronto volverá y entonces ...

—¿La luna llena? —la interrumpió Casper.

—Sí. —La abuela suspiró y relajó el semblante—. Los hombres lobo siguen un ciclo. Viven como humanos mientras la luna no complete su forma en el cielo, pero cuando llega la luna llena, su verdadera forma aparece, se transforman en monstruos horripilantes sedientos de sangre y carne humana. Salen a cazar, devoran el ganado y si se topan con personas, también se las comen.

—¿Y eso va a ocurrir en la próxima luna llena?

—En cada luna llena —contestó Esmeralda con voz lúgubre.

A Casper le costaba mucho aceptar que un monstruo como aquel viviera tan cerca y jamás hubiera escuchado nada relacionado con él antes. Si era tan peligroso, al menos ya había tenido que atacar a algún incauto que no supiera de esa leyenda. Volvió a pensar en Adriano y el vello de la nuca se le erizó.

—¿Abuela, y si el monstruo ya no existe? —preguntó con la esperanza de que la amenaza no fuera tan real como parecía—. ¿Y si se murió o se mudó de bosque? Nadie lo ha visto, no hay ataques recientes de su parte.

—Eso es porque está confinado —dijo ella palmeándole la rodilla—. Un poderoso hechizo lo mantiene allí dentro, no puede salir.

—¿Y si alguien se lo encontrara? Dijiste que en ese caso, el licántropo lo devoraría y eso no ha pasado.

—¡Por fortuna no ha pasado! Tampoco queremos que ocurra, ¿verdad?

—Pero lo que me pregunto es, ¿por qué no ha pasado?

—Dios es bueno y nos cuida. No queremos que pase. —La abuela sonrió y volvió a planearle la rodilla—. En realidad viene porque quería decirte algo. Viajaré a valle Alto con mi amiga Hortensia, en unos días será el festival y debo vender algunos de mis productos, estaré fuera varios días. Realmente me apena dejarte ahora que estás aquí, así que pensé si tal vez querías venir nosotras, para que no te aburras solo en esta finca.

—No te preocupes por mí, abuelita, encontraré qué hacer. Me gusta mucho tu finca. He pensado en invitar a Sebastián acá y organizar una expedición al bosque del Ocaso a cazar, ¿qué dices?

Ella sonrió y sus ojos brillaron debido al reflejo de la luz.

—El bosque del Ocaso está bien, pero recuerda, no te acerques a Luparia. —Su abuela le sonrió afable—. Mientras no esté, si necesitas algo puedes pedírselo a Oscar, el mayordomo.

—Gracias, Abu. —Casper se inclinó sobre ella y le besó la mejilla—. Que tengas un buen viaje.

Una vez que la abuela salió de la habitación, Casper se estremeció al pensar en el misterioso monstruo. No estaba del todo convencido de que todavía existiera, pero ante la certeza con la que había hablado su abuela, prefirió darle una duda razonable. Decidió que por la tarde, cuando fuera con Adriano, le contaría sobre esa leyenda y le advertiría que podía estar en peligro.

Luego una idea maravillosa se le ocurrió: Tal vez podía convencerlo de quedarse en la finca de la abuela Esmeralda mientras conseguía otra vivienda.

Haciendo planes en su mente, que involucraban a Adriano con pantaloncillos y camiseta junto a él en la piscina tomando limonada, Casper bajó a desayunar. El resto de la mañana la pasó recorriendo los alrededores de la finca y recolectando todo lo necesario para la visita vespertina a su nuevo «amigo».

Adriano se limpió el sudor de la frente, la mañana había estado ajetreada, demasiado calor, demasiado sol, debía regar el huerto dos veces y eso implicaba realizar varios viajes al arroyo a cargar agua. Yuyis también estaba agotada, incluso el lazo que le había puesto el idiota de Casper se le había torcido. Adriano se inclinó y lo arregló.

—Imbécil —susurró al recordarlo. Luego se tocó los labios—. Las veces que he ido al pueblo, no he visto a las personas saludarse de ese modo. Aunque él dijo que solo los amigos lo hacían y yo solo he visto a compradores y comerciantes. Es lógico que entre ellos no se saluden así, ¿verdad?

Yuyis cacareó dándole la razón. Adriano vertió el agua en la regadera y procedió a terminar de rociar el huerto. Volvió a limpiarse el sudor.

—¿Qué debo hacer de almuerzo? —le preguntó a Yuyis, pero esta no atendía, ya ella se despachaba su comida entre la tierra—. Algo fresco. Sobró un poco de queso de esta mañana.

Adriano recolectó algunos calabacines y tomates y se devolvió a la vivienda. Mientras caminaba pensó que pronto tendría que trasquilar a sus ovejas y vender la lana en el pueblo en la próxima luna nueva, si no deseaba que sus pobres animales sucumbieran al calor.

Empujó la puerta y...

—¡Sorpresa!

La cesta con los víveres se le resbaló de las manos. Casper lo esperaba dentro de su sala con una radiante sonrisa en los labios y la capa roja abrochada en uno de sus hombros.

—¡¿Qué carajo estás haciendo aquí?! —exclamó disgustado, no así Yuyis, quien corrió con las alas abiertas para darle la bienvenida al molesto intruso.

Casper se agachó y palmeó la cabeza de la gallina sin perder la sonrisa, luego alzó el rostro y lo miró desde abajo con las cejas negras y largas enarcadas.

—Oye, al menos podrías ser un poco más como Yuyis y abrazarme.

El joven se levantó y caminó hacia él con los brazos abiertos, Adriano gruñó y alzó el puño. A Casper no le quedó más opción que detenerse en seco.

—¿Siempre eres así de agresivo? —se quejó Casper con voz lastimera.

—¿Y tú siempre eres así de molesto? —Adriano se agachó y recogió los víveres.

—¡Oh! ¿Es para el almuerzo? —preguntó Casper observando el interior de la cesta—. Estoy ansioso por probar que delicioso platillo prepararás hoy.

—¿Quién te dijo que cocinaré para ti?

—Pues en eso quedamos ayer, ¿recuerdas?

Adriano frunció el ceño. De todas las tonterías que hizo y dijo Casper no recordaba haber quedado para almorzar.

—Te dije que vendría hoy y traería un espejo y otras cosas para compartir.

A Adriano le apareció un tic en el ojo en lo que vio la cesta sobre la mesa que señalaba Casper. El molesto invitado sacó un primoroso espejo de nácar, una botella de lo que parecía ser vino, dos copas y una caja amarrada con un moño rojo. ¿Qué tenía que hacer para que ese imbécil desapareciera de su vida?

Casper tomó el espejo y volvió a agacharse a la altura de Yuyis. La gallina se reflejó en la superficie y quedó mirándose un largo rato, mientras él con esa sonrisa que parecía tener grabada en los labios le susurraba cosas que no alcanzaba a escuchar. Luego se levantó y le extendió el espejo.

—Ten. Es para ti, dijiste que no tenías.

—Dije que no lo necesitaba.

Adriano se dio la vuelta, decidido a ignorar a Casper, y caminó hasta el fogón. Arrojó los maderos y lo encendió con la lámpara de aceite.

—Oye, oye, oye, no tienes que molestarte. Si no lo quieres, me lo llevaré de vuelta.

Yuyis cacareó con las alas abiertas a los pies de Adriano, era evidente que ella sí quería el regalo. El joven la miró un poco decepcionado y suspiró.

—Está bien, déjalo. Gracias.

—Déjame ayudarte a cocinar, ¿sí? — pidió Casper luego de dejar el espejo en la mesa.

La petición lo descolocó un poco y volteó a observarlo.

—¿Sabes cocinar?

—No, pero me gustaría aprender de alguien que lo hace tan bien como tú.

El halago lo sorprendió e inesperadamente volvió a agradarle que lo dijera; sin embargo, disimuló la pequeña satisfacción y mirándolo de reojo, se negó.

—No necesito ayuda.

—¡Oh, vamos! ¡Quiero aprender! ¿No te enseñaron a ser buen samaritano? ¿A siempre hacer el bien? Este será tu buen acto del día, ayudar a un alma en desgracia como yo.

Adriano resopló por la nariz, Casper lo miraba con un puchero y ojos entornados. Algo tenía esa maldita expresión que cada vez que la hacía terminaba cediendo.

—De acuerdo, pero luego te irás.

Casper asintió emocionado. Se quitó la capa y se sentó a la mesa aguardando las instrucciones de Adriano. Este le dio los tomates y le explicó como debía pelarlos y cortarlos. El joven visitante asintió y comenzó a cortar. Adriano se sentó a su lado con los calabacines.

—¿Oye, desde cuando vives aquí? —preguntó Casper.

—Llevo toda mi vida viviendo aquí. Nací en este lugar —contestó con voz cancina, Adriano.

—Y... —dijo Casper sin atreverse a preguntar lo que deseaba.

—¿Y qué?

—¿Qué hay con tu familia?

—No tengo.

—¡¿No tienes padres?! ¡¿Pero cómo ...?!

Adriano dejó el cuchillo y miró el asombro en su rostro.

—Obviamente, sí tuve familia —contestó exasperado—, Mamá murió al darme a luz, Viví toda mi vida con mi abuela hasta hace poco, cuando ella también falleció.

—Lo siento. —La voz de Casper había dejado el usual tono risueño y sonaba baja y grave—. Por eso vives aquí solo.

Adriano asintió incómodo. Nunca había hablado con nadie sobre su familia, hacerlo se sentía raro. Miró de soslayo a Casper, que parecía ensimismado, con el cuchillo en la mano, apoyado en la tabla de cortar.

—¿Has escuchado sobre la leyenda? —preguntó Casper, de pronto, subiendo el rostro para observarlo.

—¿Cuál leyenda? —Adriano fijó los ojos grisverdosos en él.

Casper tragó antes de hablar. Su rostro, siempre risueño, continuaba serio.

—La leyenda del hombre lobo —dijo.

Adriano se sintió palidecer. No creyó que ese idiota supiera de la leyenda. Recordó las advertencias de su abuela: «No hables con extraños, no dejes que se acerquen a ti». Era un poco tarde para hacerle caso. Casper continuaba aferrando el cuchillo en la mano, él sostenía otro.

—¿Qué quieres? —preguntó Adriano con todos los músculos de su cuerpo en tensión, listo para saltar sobre él si fuera necesario.

—Advertirte —respondió Casper mirándolo a los ojos—. Dicen que hay un monstruo encerrado en alguna parte de este bosque y que se come a las personas que se cruzan en su camino. No quisiera que algo malo pudiera pasarte.

—¡¿Qué?! —preguntó Adriano, desconcertado.

—Lo que escuchaste. Al parecer un licántropo horrible vive en los alrededores. Me lo dijo mi abuela. Una bruja lo encerró para que no pueda salir de este bosque, pero él sí puede atacar a los que entren aquí.

—¿Está encerrado para que no pueda salir? —preguntó. Esa versión de la historia no era la que él conocía.

—Así es. Por eso no hay ataques de licántropos en Valle Alto o Villa Hermosa. Pero tú estás aquí solo... —Los ojos de Casper se fijaron en el cuchillo que Adriano sostenía entre los dedos, algo en su mirada cambió, se llenó de miedo—. Confinado en este bosque... de Luparia. —El joven volteó hacia la cama y continuó hablando, pero su voz se había vuelto temblorosa—... Con ... con esas cadenas y gruesos candados en tu cama... como si... ¡Ay!

Adriano se relamió los labios intentando guardar la calma. Pasó un mechón de cabello castaño detrás de la oreja y aferró con más fuerza el cuchillo sin apartar los ojos de Casper. El joven frente a él comenzó a temblar.

—¿Po, por qué tienes esas orejas tan grandes?

Adriano, que usaba el cabello un poco largo para ocultar sus orejas puntiagudas, se dio cuenta tarde del error que había cometido. De cualquier forma, Casper ya parecía haber descubierto su secreto.

—¿Para escuchar mejor?

Los iris castaños del joven se fijaron en el cuchillo que Adriano sostenía, luego volvió a mirarlo a los ojos.

—¿Y... y esas uñas tan largas que parecen garras?

Casper aferró el cuchillo con más fuerza, tanto que sus nudillos palidecieron. Yuyis cacareó inquieta y el tenso silencio entre ambos se rompió. Ambos se levantaron, cuchillos en mano.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Casper a punto de llorar—. ¡Tú eres el lobo de la leyenda!

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***Hola, mis amores. Perdón por el retraso, pero mi trabajo me absorbe y cuando tengo tiempo libre estoy tan cansada que solo quiero dormir. Peeero, aquí está el capítulo, por suerto es muy facil escribir esta historia. 

Casper finalmente se dio cuenta de quién es en realidad Adriano. ¿Qué creen que suceda ahora?

Nos leemos próximamente, espero que la semana que viene logre actualizar a tiempo.

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