Capítulo IX

Para ser un terrible monstruo, Adriano no pesaba tanto. Casper entró a la pequeña cabaña con él en brazos y lo dejó sobre la cama de hierro. Yuyis había dejado de cacarear, dio un salto, subió al colchón y se acomodó a un lado del licántropo.

—¿Debería irme? —Casper lanzó la pregunta para nadie—. ¿Y si está de esa forma porque va a convertirse?

Bajó la mirada hasta la figura inconsciente en el lecho. Adriano apretaba los ojos, continuaba sudando y hacía muecas como si un intenso dolor lo aquejara. No parecía una amenaza, al contrario, lucía enfermo y vulnerable. Lo que fuera esa barrera lo había afectado en gran medida. Le tocó la frente y ya no estaba fría, sino muy caliente .

No podía irse y dejarlo a su suerte, así se equivocara y terminara convirtiéndose en un gran ser peludo dispuesto a hincarle los colmillos. Aquellas gruesas cadenas que vio la primera vez enganchadas a la cama, y que hubiera querido usar para sujetar al joven por si acaso decidía transformarse, ya no estaban. Suspiró resignado a correr el riesgo. 

—Hum... ah, ah... —Adriano continuó quejándose.

—Bien —dijo Casper y se levantó sin darle más vueltas al asunto—. Creo que debería bajar su temperatura. Agua fresca debería servir.

Cerca del fogón encontró un balde con agua limpia y fría. Tomó un poco, también un paño y regresó hasta la cama. Humedeció el paño y lo colocó en su frente, repitió el proceso varias veces. Le limpió con él las manos en caso de que hubieran quedado en ellas residuos de las flores azules que, al parecer, eran tóxicas para Adriano. Después de un buen rato el joven dejó de quejarse, sus ojos ya no se apretaban y la respiración se volvió pausada y rítmica. Casper, que se había sentado al lado de la cama en una de las dos únicas sillas de la casita, se dedicó a observarlo . El cabello cobrizo, humedecido a causa del agua, ya no le cubría la frente, despejada y lisa. Los risos caían hacia atrás suavemente. Detalló la curva de la nariz, que se levantaba en la punta y le daba un aspecto un poco infantil; las mejillas lisas como las de una doncella, pero con pómulos altos y aristocráticos. La boca, de labios bien perfilados, tenía una apariencia sonrosada. El inferior era un poco más abultado que el superior y Casper cedió al impulso de tocarlos. «Una manzana madura» pensó. Muy lentamente acercó el índice; casi sin respirar, lo deslizó por la superficie suave de sus labios. Eran como la seda y además se sentían tibios. Se mordió el propio.

A pesar de lo que acababa de descubrir y al peligro que ello entrañaba, continuaba sintiéndose atraído por Adriano. Sintió las mejillas calientes, comenzó a imaginar otro tipo de fantasías, muy distintas a las habituales. 

Un Adriano grande y peludo, lo besaba. Los colmillos afilados le rasgaban la piel, así como las garras se clavaban en su carne, arrebatado por la pasión. De pronto, no era tan horrible que fuera un hombre lobo.

Las largas pestañas oscuras temblaron y Adriano abrió los ojos. Casper lo observó con la sangre latiéndole rápido tanto por el miedo, como por la emoción.

—¿Co, cómo te sientes?

—¡Tú! —Adriano giró sorprendido de verlo—. ¿Qué pasó? Me duele la cabeza.

—No lo entiendo muy bien. Te acercaste a las flores y de pronto empezaste a convulsionar. Luego te desmayaste y te traje hasta aquí. Tenías mucha fiebre.

Adriano se incorporó e hizo otra mueca de dolor.

—Con calma, creo que aún no te recuperas. —Casper se acercó y lo sostuvo de los hombros para ayudarlo a recostarse del espaldar de la cama. Luego dijo con voz apenada—: Oye, siento mucho lo que te pasó, es mi culpa. No debí... pero tampoco creí que...

—¿Por qué sigues aquí? —preguntó Adriano, mirándolo fríamente.

—No podía dejarte —contestó un poco desconcertado y subió los hombros—, temblabas de fiebre, te quejabas. Parecidas bastante adolorido.

Adriano apartó los ojos de los suyos, luego preguntó en voz baja:

—¿No sientes miedo de mí?

Casper lo miró, lo que sentía no era exactamente miedo.

—Un poquito —dijo sintiendo que de nuevo las mejillas se le calentaban.

—Pero a pesar de ello te quedaste. —Adriano súbitamente arrugó el rostro y se llevó la mano al pecho.

—¡Te has puesto mal de nuevo! —Casper se levantó de un salto—. Te traeré agua para beber.

Como un rayo fue hasta el balde que contenía el agua limpia y tomó un poco en una pequeña vasija de porcelana. De regreso encontró a Adriano algo más calmado. El joven bebió el agua y poco a poco fue recuperando el color.

—Sí que es horrible esa barrera. 

—Pero a ti no te hizo nada.

—¿Debió hacerme algo?

Yuyis saltó al regazo de Adriano, el joven, distraído, comenzó a acariciarle las plumas mientras miraba al frente.

—Sí. Mi abuela me aseguró que es una planta tóxica. Eso no permitiría que nadie llegara hasta mí. Pero no sé por qué a ti no te afectó.

—Tal vez no funciona en personas que no quieren dañarte. —Casper sonrió. 

Adriano lo miró fijamente y por un instante Casper volvió a sentir miedo, hasta que el joven pestañeó y su expresión pasó a suavizarse.

—Gracias por quedarte y ayudarme. —El joven bajó los ojos—. Siento haber sido grosero contigo antes. También me disculpo por amenazarte con el cuchillo.

Algo se removió en el pecho de Casper al verlo cabizbajo y disculpándose con él con una timidez inesperada. Incluso, le pareció notar un ligero sonrojo. 

—Bueno, los amigos hacen eso, se ayudan. Y por lo del cuchillo, no te preocupes, te perdono. Y como prueba de ello...

Adriano continuaba acariciando a Yuyis, con la vista fija en ella. No se percató cuando Casper se acercó y lo besó suavemente en la mejilla. Pero al contacto de sus labios, giró bruscamente.

—¡Tranquilo! —Casper alzó las manos—. Los besos son muestras de amistad, ¿recuerdas? Creo que ya te demostré que soy tu amigo.

Pensó que lo golpearía, pero el ceño fruncido de Adriano se alisó, luego se rascó la cabeza.

—Sí, tienes razón, ya me lo habías dicho —accedió Adriano—. Disculpa, no estoy familiarizado con las costumbres de allá afuera.

—Yo puedo enseñártelas, si me lo permites.

Pero antes de que Adriano contestara, la casa comenzó a llenarse de humo y de un sonido de chisporroteo.

—¿Qué pasa? ¡Algo se quema! —exclamó Casper.

Adriano se levantó de un salto, cuando lo hizo se tambaleó. Casper, rápidamente, lo sujetó para evitar que cayera. Sus manos los sostuvieron por la cintura estrecha, la tibia firmeza de su cuerpo, inesperadamente cerca, le aceleró el corazón. El rostro quedó tan próximo al suyo que al mirar esos ojos verdosos, rasgados, se le secó la boca.

—¡La comida! —exclamó Adriano, sin prestar atención a la cercanía que compartían, ni al efecto que está provocaba en Casper—. ¡Se quema la comida!

El licántropo se soltó de su agarre y corrió hacia el fogón, para Casper fue como dejar correr el agua entre los dedos, se sintió extrañamente vacío. 

Adriano removía la olla con un gran cucharón de metal.

—Se quemó todo el almuerzo —se quejó Adriano con un suspiro.

Casper recordó la bolsa con los víveres que había traído para compartir.

—No te preocupes —dijo sonriente—, comeremos lo que traje.

Adriano se volvió hacia él, continuaba un poco pálido, sin esa expresión a la defensiva que solía tener. 

—Estoy algo mareado—dijo y su cuerpo volvió a tambalearse.

Casper llegó justo a tiempo para sostenerlo y no dejarlo caer. Un aroma dulce y fresco lo envolvió. Adriano no solo era atractivo, también olía delicioso. 

—Te tengo —dijo y lo llevó hasta la silla donde lo sentó—. Tal vez un poco de vino te haga bien.

Casper sacó la botella y dos copas de la cesta, sirvió un poco y se lo ofreció al joven. Adriano lo bebió y arrugó un poco el ceño.

—Ten. —Le dió una hogaza de pan untado con queso—. Comer te hará bien. También tengo frutas. —Sacó un racimo de uvas—, más pan, queso y chocolates.

Lo dejó todo sobre la mesa. Adriano, poco a poco, iba recuperando el color mientras masticaba con lentitud. Parecía otro, su expresión suave y tranquila, los ojos grandes y pacíficos. 

—Gracias por todo lo que estás haciendo. Antes me pareciste un idiota, pero creo que me equivoqué. 

En el rostro de Casper apareció una expresión indefinida, no tenía claro si debía enojarse o sentirse halagado. Se decidió por lo segundo.

—Me quedaré contigo está noche, no puedo dejarte así. 

 —No creo que sea necesario, no deseo molestarte. Ya me siento mejor.

—No es ninguna molestia —Casper sonrió ampliamente mientras untaba más pan con el queso. 

—Verdaderamente eres alguien extraño —dijo Adriano—. Deberías sentir miedo o repulsión, soy lo que ustedes llamarían un monstruo. Sin embargo quieres quedarte a cuidarme. 

—Hum —Casper subió los hombros—. No soy alguien común. 

—Ya veo. —Adriano sonrió—. Me alegra que seas mi amigo. 

Casper abrió los ojos y lo contempló sorprendido. Si ya le parecía atractivo antes, verlo sonreír fue otro nivel. Adriano era sublime. Sí, definitivamente se quedaría esa noche con él. Y si resultaba que en medio de la oscuridad el monstruo aparecía y se lo comía, estaba seguro de que disfrutaría intensamente de esos dientes desgarrando su piel. 

***En este capítulo 1533 palabras. 13794 palabras en total.

Caspercito nos salió con tendencias masoquistas 😅 y Adriano se ablandó. ¿Que creen que pase con esos dos durmiendo en la misma casita? 


Nos leemos el próximo sábado, muac.


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