Capítulo IV

Casper, más aburrido que nunca, miraba a través de la ventanilla del carruaje. Habían dejado atrás Villa Hermosa hacía unas horas y lo único que veía era diferentes tonos de verde. Cada vez se arrepentía más de su decisión. Debió viajar a París en lugar de al campo.

De pronto, el carruaje se estremeció con un fuerte sonido, Casper saltó en el asiento y su cabeza dio contra el techo.

—¡Auch! —se quejó.

Sobándose la cabeza, se acercó hasta la ventanilla que comunicaba con los cocheros y descorrió el cristal.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—Se rompió una rueda, señor. Tendremos que parar para repararla.

El joven bufó, echó un vistazo fuera del carruaje. El sol brillaba en lo alto, debía ser alrededor de mediodía y estaban varados en un claro, en el medio de la nada verde que llevaban recorriendo durante horas. Salir del coche implicaba que los rayos del sol le tostarían su hermosa piel clara. La sola idea le crispó el vello de la nuca.

—¡Maldita sea!

Resignado, bajó del carruaje. Colocó una mano sobre su cabeza a modo de visera cuando el sol casi lo dejó ciego. Parapadeó varias veces hasta acostumbrarse a la incandescencia de la luz, entonces, miró el desastre en el que se había convertido su carruaje. A la rueda derecha delantera se le había roto uno de los rayos internos y los dos cocheros examinaban el daño con rostros sombríos.

—Señor Rojo —dijo uno de ellos—. Tardaremos aproximadamente una hora. Debemos buscar un madero adecuado para sustituir la pieza que se rompió.

—De acuerdo. Tomen el tiempo que necesiten. Estaré por allá. —Casper señaló una tupida arboleda a un lado del camino.

—Está bien, señor —dijo el otro hombre—, pero no se aleje, estamos cerca de Luparia.

«Luparia». Otro que creía en esos cuentos de niños.

—Solo dormiré un rato a la sombra de algún árbol.

Casper caminó hasta la arboleda sintiendo como el sol le achicharraba el cogote. Por un momento pensó en lo que tal vez le esperaba en casa de la abuela: trabajar bajo el sol cuidando los animales o arreglando algún ruinoso granero. Un escalofrío lo recorrió. Aunque tal vez su abuelita tuviera empleados. Unos jóvenes apuestos que también trabajaran bajo ese mismo sol, sin camisa, sudorosos, con la piel tostada y cálida, con brazos fuertes y torsos demarcados debido al trabajo duro.

Duro empezó a ponérsele una parte de su cuerpo. Hacía calor.

O tal vez hubiera algún jovencito delicado que atendiera la finca adentro. Se imaginó así mismo recostado perezosamente en una poltrona cerca de la piscina, mientras un muchacho delgado, con rostro tallado por los ángeles, vistiendo pantaloncillos y camiseta debido al calor, le traía una limonada.

Porque la abuela tenía piscina, ¿verdad? No recordaba una. De nuevo se afligió, sus altas expectativas explotaron como pompas de jabón.

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que se había adentrado mucho en la arboleda por estar fantaseando. En esa parte del bosque los árboles eran inmensos, con troncos gruesos y arrojaban tanta sombra que ya no parecía pleno día, sino de tarde. No se quejaría, al menos estaba fresco. En lugar de volver al claro, Casper continuó avanzando. Más adelante, unos árboles que jamás en su vida había visto le llamaron la atención: las ramas, en lugar de extenderse hacia arriba, caían como cascada, salpicadas de florecillas blancas. A medida que avanzaba, el suelo se tornaba húmedo; las piedras, cubiertas de un moho verdoso, tenían una apariencia aterciopelada. Algunas libélulas revoloteaban, sus alas tornasoladas reflejaban los rayos que lograban colarse a través de la tupida bóveda arbórea. De pronto, tuvo la impresión de estar inmerso en un cuento de hadas, le parecía que en cualquier momento una ninfa o algún ser extraordinario se materializaría en medio de la vegetación.

Se acercó hasta aquel árbol enorme, cuyas ramas se extendían hasta el suelo como si fueran lágrimas, y se maravilló todavía más al observar un cinturón de arbustos con florecillas azules, que custodiaban un pequeño arroyo y su cascada.

Atravesó la barrera floral con unas inmensas ganas de sumergirse en esas aguas. Pero antes de que pudiera hacerlo, estás se agitaron. Casper saltó y se escondió rápidamente detrás del árbol. Tal vez tendría la suerte de ver la aparición de un hada del bosque. Decían que se les podía pedir deseos. Si fuera así, le suplicaría que le concediera el privilegio de volver a emocionarse y poder disfrutar de la vida como hacía antes, así ya no tendría que ir a la casa de la abuela.

Observó atento la vibración del agua y la espuma blanca que se formaba en su superficie. Una figura emergió de lo profundo. Desde donde estaba solo podía verle la espalda morena y estrecha, por cuya curva se deslizaban las gotas cristalinas; cabellos oscuros, con puntas que goteaban un poco más abajo de la nuca. Hubiera esperado que la etérea figura saliera del agua de forma delicada, pero en lugar de eso se sacudió en la orilla como lo haría un perro. El cabello se esponjó de inmediato y Casper se fijó en que no era oscuro, sino castaño rojizo. Luego se pasó las manos alisándolo y dándole forma.

¿Tenía que apresar al hada? ¿De que otra forma lograría que le cumpliera su deseo? Iba a salir de su escondite y a saltar sobre él, cuando el ser se volteó. Casper quedó congelado debido a su belleza.

Los rasgos de su cara eran delicados, con una boca pequeña de labios regordetes y ojos rasgados, que no estaba seguro si eran verdes o grises. El ser caminó fuera del agua y Casper se escondió de nuevo, nervioso. ¿Qué debía hacer? ¿Salir, presentarse y contarle su penosa situación? ¿Apelar a su lástima hasta que el hada le cumpliera el deseo? Sí, haría eso.

—¡Hola! —Casper salió de su escondite.

—¡¿Qué mierdas?! —El hada saltó hacia atrás, sorprendido.

En la mano tenía una camisa de lino crudo, solo había alcanzado a ponerse el pantalón. Le dirigió una mirada entre furiosa y perpleja. Tal vez Casper no debió ser tan efusivo en su aparición. Por otro lado, ¿las hadas se expresaban de esa forma, como albañiles o taberneros? En realidad no podía saberlo, él no era un experto en seres mágicos, este era el primero que veía en su vida.

—¡Soy Casper! —Sonrió con ojos entrecerrados y un rápido levantamiento de cejas. Era su sonrisa favorita, la que usaba cuando quería impresionar y seducir. Y necesitaba encantarla si quería que el hada le concediera un deseo.

El hada lo miró con el ceño levemente fruncido y luego a la mano que le había ofrecido. Parecía desconcertada. Casper pensó que siendo un hada tal vez no conocía las costumbres de los humanos. Carraspeó y volvió a tenderle la mano antes de hablar.

—Debes estrecharla —indicó sin perder la sonrisa. El hada miró de nuevo la mano y luego a él. En sus ojos verdosos continuaba la duda—. Vamos, no muerdo.

Después de un instante de indecisión, por fin extendió su propia mano y sujetó la de Casper con torpeza. A pesar de que todavía estaba húmeda, se sentía cálida, pero un poco áspera. Casper agitó la mano mientras se la estrechaba. Los bonitos ojos rasgados del hada se abrieron un poco más, sorprendidos.

—Ahora debes decir tu nombre.

—¿Para qué? —preguntó con voz grave, masculina, y volvió a fruncir el ceño, todavía con la mano entre la suya.

—Pues para conocernos, para que seamos amigos, ¿para qué más? —respondió Casper con obviedad.

—¿Para qué quieres conocerme o que seamos amigos?

Casper detalló al ser sin soltar su mano. No tenía pechos, así que era un hombre, uno joven y hermoso, sin duda. Con la piel tostada y brillante a causa de la humedad; tersa, que invitaba a ser acariciada. Labios sonrosados y voluptuosos, como una fruta madura lista para ser mordida. Lo más bello que había visto jamás y también parecía carecer por completo del conocimiento de las costumbres humanas. Tuvo una loca idea y un leve cosquilleo se extendió por todo su cuerpo al pensar en lo que eso podría significar. Aquel entusiasmo que creyó perdido, de pronto resurgió con fuerza. Sintió curiosidad por el hada frente a él. Por descubrir qué más desconocía y por sobre todo, por qué cosas podría enseñarle.

—Para divertirnos juntos. —Casper alzó los hombros con naturalidad, ocultando las perversas fantasías que se le habían ocurrido—. Tener amigos es divertido.

—No me hace falta tener un amigo. —El hada jaló su mano.

—Pero a mí sí —dijo Casper con un fingido tono lastimero—. En este momento me encuentro en una difícil situación. Voy a casa de mi abuela y el carruaje donde viajaba se averió. Estaba muy aburrido hasta que te encontré. —Casper usó de nuevo su sonrisa seductora—. Y hacerlo me alegró el momento. ¿No te sientes también contento de conocerme?

El hada arrugó el ceño e hizo un mohín. Desconcertado, lucía todavía más atractivo.

—Me alojaré muy cerca de aquí. ¿Qué te parece si vuelvo a visitarte mañana? —Los ojos de Casper miraron en la lejanía. Más allá del arroyo había una pequeña cabaña casi oculta entre los árboles—. Esa es tu casa, ¿verdad?

El hada giró sobre su hombro hacia donde Casper señalaba y luego volvió a mirarlo.

—No me gustan las personas —dijo con voz áspera.

Casper miró su ceño fruncido y recordó el motivo de su viaje. A él, últimamente, tampoco le gustaban.

—Tienes razón —contestó sonriente—, pueden llegar a ser molestas. Regresaré mañana. Debo irme, seguro ya han terminado de reparar la rueda de mi carruaje.

Caminó en dirección al árbol llorón y cerca se giró de nuevo. Contempló al hermoso ser de pie, vistiendo solo el pantalón y todavía sujetando la camisa de lino, y una loca alegría le inundó el pecho. Agitó la mano y se despidió con un «hasta pronto».

Casper se dio la vuelta y atravesó el cordón de arbustos de flores azules. Se encaminó por el sendero por el cual había llegado hasta regresar a su carruaje, sintiéndose vivo después de mucho tiempo.

*** 3825 PALABRAS 

Hola, mis amores. Casper está entusiasmado por haber conocido un hada ¿? jajajajaja ¿Y ustedes? ¿Qué les pareció el misterioso ser?

Nos leemos la proxima semana, no puedo decirles cuando, porque dependerá de qué tanto avance con esta historia, pero estén pendientes. Besitos en rojo, se les quiere.

Fotito hecha con bing del misterioso ser.



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