CAPITULO II

Realmente quiso dar rienda suelta a sus extravagantes fantasías, pero en el momento decisivo, perdió el interés. Y no se debió a Francis. El joven resultó todo lo que había imaginado y más. Desvestirlo fue como descubrir una deliciosa golosina largamente anhelada: Piel canela, suave y fragante, que envolvía un cuerpo delgado y tibio, el cual se estremecía cada vez que lo acariciaba. Pudo ser una noche gloriosa, pero quedaría en una más del montón.

Acostado sobre las sábanas finas de su cama, intentaba hallar el motivo de su falta de entusiasmo. ¿Por qué después de meses de esfuerzo tratando de conquistar a Francis no pudo sentirse satisfecho, sino más bien, decepcionado?

Casper suspiró. Una araña correteó por una de las vigas de madera del techo. Él la siguió con la mirada. En la esquina había un pequeño bulto envuelto en seda, la comida del insecto. Parecía feliz con su cena, no como él, que había comido bien y aun así continuaba insatisfecho. No había nada de malo en Francis, el problema tenía que ser él.

Si lo pensaba con detenimiento, el hastío que sentía no era algo nuevo. De hecho, si tenía que ser sincero consigo mismo, Francis ni siquiera le gustaba tanto. Era joven, atractivo y el rico heredero de uno de los molinos más grandes del pueblo, por eso se obligó a conquistarlo. En ese instante lo vio con claridad, lo hizo porque era lo que se espera de él.

Un golpe suave a la puerta de su habitación lo hizo abandonar sus reflexiones.

—Adelante.

—Me dijo Libia que no has comido nada en todo el día. —Su madre se sentó a su lado en la orilla de la cama—. ¿Te sientes mal, hijo?

Casper tenía una buena relación con su madre Sofía, solía contarle siempre que algún problema lo agobiaba. Ella no aprobaba su forma disipada de vivir, pero tampoco lo criticaba todo el día. Era de las que pensaba que la juventud era para agotarla y que poco a poco Casper sentaría cabeza cuando el momento llegara. Tal vez era lo que sucedía, empezaba a volverse viejo y desabrido.

—Algo así —Se sentó en la cama y fijó en los ojos castaños de su madre, los suyos de idéntico color—. Creo que estoy aburrido.

—¡Qué tragedia! —bromeó ella—. Pensé que anoche habías ido a una fiesta en casa de Sebastián.

—Sí, fui. Creo que ese es justamente el problema, he ido a demasiadas fiestas. —Peinó hacia atrás los mechones castaños que le caían en la frente—. Todas son iguales, mamá.

—Creí que te gustaban los hombres —dijo ella con el ceño fruncido.

—¡Hablo de las fiestas! —Casper gesticulaba efusivamente a medida que hablaba—. Estoy cansado de que sea siempre lo mismo. Es la misma gente, la misma música, la misma charla. ¡No lo soporto más, siento que muero en vida!

Podía parecer que exageraba, pero era realmente como se sentía. Sin embargo, su madre no lo desestimó. Ella lo abrazó y lo acunó contra su pecho.

—Mi pequeño. ¡No sabes cuan feliz me haces!

Casper se separó de ella y la miró consternado.

—¡¿Estás feliz de que esté sufriendo?!

—¡Claro que no, tonto! —Le propinó un coscorrón—. Es solo que me complace que por fin te cansaras de esa vida díscola.

—Pero es la única vida que conozco. ¿Qué haré ahora?

—Pues vivir de verdad.

—¡Mamá! —se quejó Casper.

Su madre rio de esa forma fresca y franca que a él tanto le gustaba. Sin poderlo evitar, también sonrió.

—Casper, tienes veintiún años, es hora de que pienses en hacer algo con tu vida, ¿no crees?

Casper miró a su madre con algo de miedo. Por lo general le daba buenos consejos, pero ahora dudaba de que lo que ella creyera que era «hacer algo con su vida» fuera lo que él necesitaba. Tenía la impresión de que lo mandaría a trabajar. Se arrepintió de inmediato de contarle sus problemas existenciales.

—¿Qué llamas tú «hacer algo con mi vida»? —preguntó temeroso.

—Tu abuelita envió una carta que llegó justo esta mañana. Dice que tiene algunos problemas en su casa.

Su abuela Esmeralda era una mujer de unos sesenta años que vivía sola en una finca en las afueras de Villa Hermosa, en los linderos del bosque del Crepúsculo. Casper llevaba desde la adolescencia sin visitarla. Recordaba que de niño le gustaba mucho ir hasta allá y bañarse en el arroyo que estaba cerca, también jugar con los animales que ella tenía en el corral, y cabalgar hasta que se le adormecían los muslos. Pero eso era el pasado, ahora él era un hombre con otros intereses, ¿qué podía haber en esa finca para él?

—Mamá, no creo que...

—Shh —lo interrumpió ella—. Sé lo qué dirás. Y mira, justamente, te estás quejando de que estás aburrido de tu actual estilo de vida. Pues, creo que un cambio te hará bien y ¿qué mejor que una temporada en la finca de la abuela? ¡No tuerzas los ojos de esa forma, mira que no me importa que seas más alto, te daré un coscorrón! Si no te gusta estar allá, no pasa nada, te regresas y listo. Solo inténtalo, ¿de acuerdo? No tienes nada que perder.

Casper exhaló. Sintió miedo de cambiar tan drásticamente su estilo de vida. Sí, estaba aburrido de las fiestas y la misma gente de siempre, pero eso no quería decir que deseaba pasar de morirse de aburrimiento en las fiestas a morirse de aburrimiento en una finca perdida en el bosque.

Miró a su madre, quien lo observaba con una sonrisa. Estaba seguro de que si se negaba, ella no lo obligaría. Pensó en lo que se había convertido la vida en Villa Hermosa últimamente y sintió un nudo en la garganta. Quizás sí le haría bien el cambio de aire.

—Está bien, mamá. Iré.

—¡Genial! —contestó ella y le besó la frente—. Le escribiré a tu abuela dándole la noticia.

—¡Pero si no me gusta me regreso, ¿de acuerdo?!

—De acuerdo. —Ella lo abrazó y besó su coronilla—. De acuerdo. Verás que te gustará.

Suspiró. De nuevo le dio miedo estar equivocándose. Él también tendría que escribirle a Sebastián y decirle que se marcharía unos días. Seguramente, a su compañero de fechorías no le haría gracias que lo abandonara.



***1571 PALABRAS


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