Capítulo 4. Marcus

Willy había dado en el clavo. Uno de los socios estaba desviando dinero a otra de sus empresas y había maquillado las cuentas.

—¿Qué tal, Winnie-Pooh?

Marcus sonrió y pasó a su lado sin molestarse en sacar las manos de los bolsillos. Llamarla así le divertía. Era tan mona y tan inocente cómo el puñetero osito de su infancia. Disimulaba muy bien su exasperación, no conseguía engañarlo.

No era muy dado a chinchar de manera gratuita a los novatos, se limitaba a exigirles y apretarles como habían hecho con él. No era nada personal y el sadismo que demostraban otros miembros sénior no iba con él.

Willy había estado increíble en las diferentes reuniones y declaraciones previas. Esa noche daban carpetazo por fin tras tres semanas muy intensas de trabajo, a falta de algunos flecos de los que se ocuparían los subordinados como ella.

Era una mujer menuda, apenas alzaba la voz, se vestía de manera sencilla, casi pasaba desapercibida salvo por sus altísimos tacones, que cumplían el cometido de disimular su escasa estatura. Lo cierto era que Willy era la artífice del acuerdo y Marcus había disfrutado trabajando con ella —aunque entre todas las razones había un par de ellas nada loables—. Hasta el gran jefe estaba impresionado.

«No parece un tiburón y eso casi da más miedo, es perfecta Marcus, perfecta».

«Sí, perfecta, qué ironía», pensó al salir de su despacho.

El bufete se debía a la junta directiva del cliente. Tras descubrir el desfalco y las actividades ilícitas del socio en cuestión, Marcus se había ocupado de gestionar personalmente su destitución. Luego habían entregado las pruebas halladas por Willy a la Fiscalía y Marcus había negociado un acuerdo por el que exonerarían a la empresa.

Y allí estaban, brindando con champán —Marcus con whisky— con sus clientes en The Capital, uno de los restaurantes preferidos de Marcus, no muy lejos del bufete.

Willy llevaba una sobria camisa negra de seda y una falda gris de tubo, uno de sus stilettos negros y el pelo recogido. Sonreía a Edward Rivington, el nuevo presidente de Hereford Dynamics. Marcus reparó en cómo el carmín de sus labios había dejado una pequeña marca en la copa. El tipo la miraba embelesado mientras ella hablaba en voz baja, de manera pausada, como siempre hacía.

«Rivington, menudo gilipollas».

Comenzó a sentir algo parecido al día en que tuvo que apretarle las clavijas a Willy para que hiciera su trabajo. Parecía familiarizada con el acoso. Le costó un esfuerzo no sacarle los nombres de todos los que alguna vez la habían molestado y destrozarles la vida.

Había sentido la necesidad de saber más para protegerla. ¡Él, que se había criado con cuatro hermanas! Que nunca las había defendido ¡se defendían solas! Que siempre había considerado la inteligencia y no el género como rasgo diferenciador.

Rivington se inclinó sobre Willy para hacerle una confidencia y ella rio complacida. Quiso borrarlo de la faz de la tierra de un puñetazo, y a ella...

¿A qué venía mostrarse posesivo con una mujer? Siempre había pensado que los hombres celosos, posesivos o controladores eran un reducto del mundo machista del siglo pasado, algo en vías de desaparición.

Estaba claro que la insulsa Winnie-Pooh le despertaba instintos primitivos que tendría que obviar.

Vació la copa de un trago y llamó al camarero que, tras carraspear, le entregó un papel doblado y señaló a una mujer sentada en uno de los taburetes altos de la barra y que le sonreía con intención.

En ese momento supo que llevarse a una mujer a su casa era la solución a sus problemas.

Pero no fue lo que hizo.

—Disculpa, Rivington, tengo que hablar un segundo con mi asociada.

La agarró del brazo y de un tirón la alejó unos metros, Willy lo miraba entre el desconcierto y la consternación.

—O te vienes conmigo ahora mismo o me llevo a la chica de la barra.

Elevó la copa en su dirección para probar el interés de la chica, que, obediente, le devolvió el brindis con una enorme sonrisa.

—Tú eliges.

Continuará...

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