Capítulo 15. Willy

Willy llevaba toda la mañana dándole vueltas a su encuentro con Marcus.

Llegó enfadadísima a casa y tras rumiarlo un rato obtuvo múltiples conclusiones.

La primera y más importante: había disfrutado.

La cosa empezó bien, fue de más a menos, pero la despedida le había sentado como una patada, y eso que estaba consiguiendo tomárselo con bastante deportividad.

En realidad, había decidido comportarse como lo haría una mujer madura. Como es natural, ella se consideraba muy madura incluso para su edad. De modo que nada de ir a cantarle las cuarenta a Marcus a su despacho como una loca histérica (le hormigueaba un lugar entre el esternón y el estómago de las ganas que tenía de hacerlo).

Iba a contenerse.

Esperaría a su siguiente cita y le propondría los puntos que según ella debía mejorar o cambiar. Para eso estaba el periodo de prueba. Esa era la segunda conclusión: debían ceñirse al acuerdo, para algo estaban los acuerdos.

No lograba concentrarse en nada. No podía dejar de enumerar razones, objeciones, lo bueno, lo malo, lo que debería haberle contestado, lo que le diría cuando volvieran a verse...

No dejaba de repetirse que no había estado tan mal. Analizando el encuentro de manera objetiva, haciendo un esfuerzo (y bajando su estándar de exigencia un par de puntos) había estado bien. Estaba segura de que si hubiera trascurrido de otra manera habría disfrutado más. En el fondo esperaba otra cosa; después de lo ocurrido en su despacho días atrás, había imaginado a Marcus como un amante entregado.

«¡Si solo le faltó un "ábrete de piernas, nena, y mira a otra parte mientras te follo"! ¡Un poco de dignidad, chica»!

Por otro lado, Marcus sabía hacer cosas con la lengua que escandalizarían a una actriz de cine para adultos. Precisamente de eso no tenía ninguna queja, para qué engañarse.

Pero al terminar... Eso lo había cambiado todo, la había tratado de manera un tanto despectiva; sobre el papel no había sido incorrecto, pero sí un borde. Despacharla como la había despachado al terminar había rayado en la humillación.

Ni esperaba ni quería algo así, para eso ya estaban los ligues de una noche.

«O mejor dicho, los ligues de una noche que te follan sin mirarte y además son unos antipáticos», se dijo.

No es que Willy estuviera familiarizada con ese tipo de interacciones. Había tenido un par de ligues puntuales en la Universidad y alguno más desde que vivía en Nueva York. El resto habían sido relaciones serias. Dos, para ser más exactos. La primera fue la típica relación adolescente en el instituto que se rompió el verano en que ambos se fueron a distintas universidades y otra el último año en la facultad y que igualmente se rompió cuando fijaron lugares de residencia distintos a causa de sus trabajos.

Y desde luego nunca se había acostado con alguien como Marcus. Alguien que presuponía más maduro y sofisticado que ella. Alguien que parecía inalcanzable. Alguien que era grosero, brusco y falto de toda consideración. Alguien incapaz de enamorarse de ella.

Esa era la tercera conclusión: ¿De verdad quería tener algo, aunque fuera solo físico, con alguien así?

—Willy, Marcus necesita que vayas a su despacho —anunció Harold empujando la puerta—, algo de un caso en el que nadie se aclara con unos balances.

—Dime que estás de broma —sollozó.

Adiós a su intención de evitarlo todo lo que fuera posible.

—No, me ha dicho que quiere verte. Ahora.

De camino hacia el despacho de Marcus, Willy pensó por un momento que iba a disculparse con ella. Pero le duró poco. Alguien como Marcus nunca se disculpaba.

No tenía muchas ganas de verlo. No sabía si iba a poder contenerse si él se comportaba como si nada hubiera ocurrido; y sospechaba que iba a ser así.

Era el hombre más irritante y más despótico que había conocido.

La semana anterior estaba convencida de que se había enamorado de él y que ella, al menos, le atraía. Entonces le planteó que se acostaran. Y le pareció bien. Pensó que iba a disfrutar de unos encuentros maravillosamente románticos y de alto voltaje que terminarían con él comiendo de su mano como una especie de corderito domesticado. Luego lo analizó mejor y rebajó las expectativas. Supuso que se guardaría el mal humor, pero no tenía idea de que iba a ser algo tan... impersonal.

De camino a su despacho las emociones negativas se arremolinaron en su interior. Debía sentirse ofendida. Necesitaba sentirse ofendida. Tenía derecho a sentirse ofendida. Por muchas razones. Esperaba de todo, menos que la tratase como un trozo de carne. Y era lo que había hecho. Casi gruñó de impotencia cuando llamó a su puerta. Era una olla exprés repleta de ira y frustración a punto de explotar.

Solo necesitó entrar y verlo, serio, trajeado y repeinado, sentado tras su mesa, para que su enfado mermara. Y de paso su mente traidora se encargó de rememorar cómo y dónde la había tocado. Aquel hombre iba a ser su debilidad. Lo supo desde que la entrevistó meses atrás.

Un pensamiento perturbador la asaltó de repente: aquel espécimen masculino (magnífico, por cierto) la había besado, tocado y había estado dentro de ella solo unas horas atrás.

—Dime qué ves aquí.

Tragó saliva, se recompuso y se acercó, él no había levantado la vista salvo un momento.

«Empezamos bien».

—¿Qué es? —preguntó tomando la carpeta que le tendía.

Marcus no dijo nada.

—¿Es un...? —la pregunta de Willy quedó inacabada.

Hojeó los papeles que contenía la carpeta durante unos minutos. Había tachaduras que cubrían nombres, logos y cualquier cosa que hiciera referencia a algo conocido.

—¿Qué empresa es?

—¿Importa?

—Supongo que no.

—¿Qué ves, Willy?

Levantó la vista de los papeles de golpe. Por un momento que la llamara por su nombre la confundió, llevaba semanas llamándola Winnie-Pooh, incluso delante de sus compañeros.

—Es obvio: hay desvíos de dinero, cantidades pequeñas, pero muy numerosas y no se han molestado en ocultarlo. Alguien está robando a la empresa.

—Y ahora cuéntame qué ves que no vea yo.

—Señala a un trabajador, hay que afinar porque los apuntes no coinciden si miras sin fijarte bien. Pero no es él, sería absurdo. Es un cabeza de turco. Son pistas dejadas para tontos.

—Para un abogado con conocimientos simples de empresa.

—Sí, supongo que para un abogado que sabe interpretar un balance, pero no es experto en contabilidad.

Marcus asintió y comenzó a escribir con su bolígrafo negro Montblanc, Willy no pudo evitar fijarse en la serpiente plateada que se enroscaba alrededor de la parte superior.

«Muy apropiado —pensó— una serpiente para una serpiente».

—Yo apostaría por alguien de arriba: un directivo o quizás uno de los socios —añadió.

Marcus volvió a asentir sin levantar la vista de sus papeles.

—Gracias, puedes irte.

Willy intentó contenerse, era posible que hubiera necesitado corroborar lo que había visto en aquellos papeles o no. Cabía la posibilidad de que la hubiera llamado para provocar un enfrentamiento y romper el acuerdo. Pero no podía callar más.

—Necesito hablar un momento contigo.

—¿Sobre algún caso?

—Eeem... —dudó.

—La respuesta es no.

—No voy a pedirte nada ni a reprocharte tu comport...

—¿Estás segura? —la interrumpió retrepado en la silla. Le faltaba ponerse las manos detrás de la cabeza para parecer un completo chulo de playa— ¿Vas a incumplir el acuerdo el primer día? Quedamos en que no haríamos esto.

—Eres odioso. Y sí, te mereces una bronca, porque ¡sorpresa! me has tratado como un trozo de carne.

—Tenemos un acuerdo, no ha pasado nada que no estuviera incluido en...

—Eso no te da derecho a tratarme como si yo fuera un conjunto de agujeros donde meterla —replicó Willy sin controlar su enfado.

—No te tenía como alguien tan vulgar —la provocó.

—Ni yo como un gilipollas presuntuoso. Oh, perdona, resulta que sí que te tengo por un gilipollas presuntuoso. Pero ese no es el tema. No es eso de lo que quiero hablarte. De modo que no me provoques.

Marcus se incorporó de golpe claramente sorprendido por su atrevimiento.

—Dime lo que tengas que decirme en treinta segundos, que es el tiempo que voy a tardar en levantarme, abrirte la puerta y echarte de aquí a patadas.

Willy volvió a encontrarlo exasperante y odioso. Tuvo que contenerse muchísimo para no volver a sacar las uñas. Respiró hondo un par de veces antes de decir:

—Para que esto funcione da igual cómo nos veamos o lo que pensemos del otro, ni siquiera tenemos que caernos bien.

—Por fin algo de sensatez.

—Pero eso no significa que tengamos que humillar o menospreciarnos el uno al otro. Ser neutro no es ser ofensivo.

—No fui ofensivo, tal vez algo... aséptico. No esperes otra cosa de mí.

—No va a funcionar, Marcus, de este modo no. Debemos ser personas por encima de los acuerdos, incluso de los desacuerdos. Si lo que te preocupa es que me enamore de ti ya es tarde para eso. Y si lo que te preocupa es enamorarte de mí no vas a poder evitarlo tratándome mal.

Por su gesto supo que había dado en el clavo.

—No te traté mal, de hecho te dejé dormir en mi casa para no echarte en mitad de la noche. Pero si te hace sentir mejor: siento haber sido contigo un poco... ¿desconsiderado?

Willy quiso gruñir de frustración.

—No busco una disculpa. No has entendido nada, solo quiero modificar el acuerdo. Y si no te parece bien, romperlo. En este punto debo ser inflexible.

Marcus la miró con una media sonrisa condescendiente, Willy dedujo que creía que iba de farol. Se cruzó de brazos dejándole claro que no iba a ceder y Marcus demudó su semblante. Vio preocupación en sus ojos, aunque supo disimularlo con rapidez.

—Está bien, habla —concedió en tono indulgente.

—Este acuerdo va de nuestras necesidades físicas no de nuestras necesidades emocionales. Pero yo necesito que la interacción transcurra de una manera más... personal para poder alcanzar mis objetivos físicos.

—Sé más clara.

—Si quisiera un polvo en el baño de un club, buscaría un polvo en el baño de un club.

Marcus no fue capaz de ocultar su sorpresa.

—Quizás tengas razón y debamos romper el acuerdo, te dejé claro que no deseaba implicarme, sospecho que vas a pasarlo mal tanto si me implico como si no lo hago —protestó airado—. Winnie-Pooh —dijo en un tono mucho más suave—, no voy a encajar en tus expectativas románticas o lo que sea que esperes de mí.

—Todos tenemos siempre expectativas, aunque no las contemplemos. He aceptado el acuerdo ¿no es prueba suficiente? Y si sufro o no con ello es cosa mía, quizás solo estoy encaprichada y una vez obtenga lo que quiero soy yo la que le pone fecha de caducidad al acuerdo. No seas tan creído.

Marcus se permitió un par de risotadas antes de levantarse y acompañarla a la puerta.

—Te lo concedo. Intentaré ser menos impersonal. Pero no te montes películas. Y si estoy de mal humor, estoy de mal humor, no voy a cambiar eso. Si quisiera dramas y estuviera dispuesto a estar pendiente de las necesidades de una mujer tendría una relación.

Ya estaban casi en la puerta cuando Willy sintió su cercanía, olía de maravilla: una mezcla entre loción de afeitado y colonia masculina cara. Tuvo que hacer un esfuerzo para volverse y encararlo sin lanzarse a sus brazos y suplicar que hiciera con ella lo que quisiera.

Para rematar se inclinó sobre ella, como si fuera a decirle algo. Demasiado cerca para su bien. Inevitablemente su ímpetu se desinfló varios enteros.

—No... no me... yo... yo no me monto películas —balbució insegura, sus ojos fijos en los de él.

—Lo que tú digas, y ahora vuelve al trabajo —murmuró todavía inclinado sobre ella con su sonrisa de suficiencia.

Willy apretó los puños y estuvo tentada de estamparle uno de ellos en la cara.

—Adiós. Y no hace falta que te despidas, no sea que tengas que cambiar una de tus odiosas y groseras costumbres.

Continuará...

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