» I «

Dedicado a: Daniela Abello, tú sabes por qué ;) ¡gracias!



Post Malone, Swae Lee - Sunflower

DOS AÑOS DESPUÉS


El vuelo fue agradable, Mariené no podía creer que estuviera en Alghero, una provincia al norte de Cerdeña, Italia.

Silvano deseaba descansar ahí unos días pues le traía muchos recuerdos. Él le contó, en unas de sus interminables charlas, que cuando era pequeño solía pasar allí las vacaciones. Por lo mismo insistió en viajar para allá y festejar su segundo aniversario de bodas con Marcia, su madre. Por otro lado, era ideal para que su hijo no fuese acosado, como escuchó le ocurría con frecuencia, por la prensa, o paparazis, como se les suele decir a esos reporteros que viven de las personas públicas.

Durante todo ese tiempo no se habían vuelto a topar y ella prefirió no averiguar nada sobre su vida, ni siquiera por curiosidad; ya bastante le había costado olvidar aquel momento en el jardín donde se celebró la boda de su mamá hacía poco más de dos años. Sin embargo, debía aceptar que aún en ocasiones lo evocaba y es que su cercanía había despertado algo que ni siquiera sabía que existía y que no le había vuelto a generar nadie.

Mariené estaba por comenzar el último semestre de su licenciatura en Literatura y Letras. Tenía muchos planes, anhelos y sueños en torno a ello. Amaba todo lo relacionado a escribir y leer. Pasaba horas inmersa en su habitación sentada frente a su computadora o con un libro en la mano, alejada del mundo, perdida en las líneas, en su imaginación. Aunque también era inquieta, de forma paradójica, así que solía escabullirse por todos lados solo para conocer, observar, aprender.

Por lo mismo estaba decidida a ser independiente lo más pronto posible. Su hermana se había salido de casa un año atrás, pero ella quería hacerlo antes si le era posible. Su madre estaba de acuerdo, aunque como siempre, cauta ante sus determinaciones. Le había propuesto ayudarle al inicio, pero se negó, quería hacerlo sola, lograrlo sola. No le importaba alojarse en un lugar diminuto donde solo cupiera una cama y lo necesario para preparar sus alimentos ya que era muy estricta en cuanto a ello, y un espacio para su laptop. Pero para que eso ocurriera debía lograr ese trabajo que, aunque sabía sería extenuante, era su gran meta en ese momento.

De pie frente al paisaje que se extendía frente a sus ojos grises revolcados con verde, respiró fuerte. El aire ahí era tan agradable, podría decirse que caluroso, aun así, delicioso. Sonrió animada y se dirigió a la playa. Un camino adoquinado guiaba hasta ahí. Impaciente, se adelantó como siempre que se trataba de lugares similares; vegetación escoltaba el camino y la brisa marítima despeinaba su cabello castaño. Suspiró plácida al sentir el aire salino sobre su rostro.

Tres semanas de todo aquello, después todas las metas y montañas de lecturas, tesis y seis meses de sumergirse en libros, tareas, trabajos. No le molestaba, pero era consciente de que ese tiempo debía aprovecharlo al máximo.

Al llegar a la arena se quitó de inmediato las sandalias y anduvo hasta el oleaje arrastrando los pies como una pequeña. En cuanto el agua tocó su piel ésta se erizó y comenzó a aventarla presa de un juego sin sentido, como tanto le gustaba. El sol calentaba su cuerpo, el líquido salado la enfriaba y la ropa húmeda se le adhería a su cuerpo cosa que no le importó porque nada era mejor que sentir todo aquello entrar por sus poros para luego llenar su mente y pensamientos.

—Ven a acomodar tus cosas, Ané —gritó Marcia desde la mitad del camino. Giró al tiempo que una ola humedecía su rostro con el agua salada. Soltó la carcajada, escurriendo.

—Sí, voy en cinco minutos. No importa donde me toque dormir —repuso en voz alta. Su madre sacudió su cabeza, sonriendo. Esa niña no tenía remedio, pero le encantaba que fuera así.

—Bien, jovencita.

Salpicando agua, riendo y chapoteando, pasó ahí algunos minutos más. Contemplando la cristalinidad del mar, los pececillos que nadaban valientes alrededor de sus pies, intentando atraparlos o averiguar a donde se dirigían.

Entró a la casa hecha un lío; arena por doquier, mojada, con la ropa adherida al cuerpo. Un espejo en el recibidor le hizo ver que sí, lucía desliñada. Se encogió de hombros con las sandalias en la mano, eran vacaciones.

Estudió el lugar, atenta. Era rústico, grande y sobrio. Le gustó, aunque le hubiese puesto más plantas. Recorrió la gran estancia con desgarbo, distraída. Una risa gruesa que desconoció la detuvo, con la sien palpitando más de la cuenta, su pulso se disparó al comprender quién era.

Era él, podía asegurarlo.

Pasó saliva, pestañeando, dejando de jugar con su calzado como venía haciendo. Sabía que le iba de maravilla, contaba con su propia marca de ropa, algunas tiendas de cadena y un par de restaurantes, asombroso. Ese hombre, desde su perspectiva, era alguien de 29 años que se comió el mundo en tiempo récord. Eso no tenía nada de malo, pero la desconcertada de solo escucharlo mentar. Por lo que notaba, mantenía una buena relación con su padre e incluso los invitó a la inauguración de sus negocios un año atrás.

Avanzó por el pasillo atenta a las voces. En la segunda puerta del lado derecho estaban todos justo frente a una cama de matrimonio, platicando. Se armó de valor y entró.

—¿Cuál será mi habitación, mamá? —Los interrumpió con su manera intempestiva y poco convencional.

Maximiliano le daba la espalda, su corazón emitió un latido fuerte. De nuevo buscó que su compostura no se viera afectada. No pudo evitarlo y lo repasó de forma discreta; llevaba puesta una bermuda blanca que dejaba ver sin problemas sus muslos marcados y una camiseta clara que torneaba sus brazos. Dejó salir un suspiro y desvió la vista, no era sano verlo más de un segundo, para nadie.

De pronto, con movimientos absolutamente masculinos y lobunos, giró. Los pulmones de Mariené trabajaron a toda velocidad. No estaba preparada para la fuerza de esa potente mirada azul. La recordaba, tanto como había intentado ignorarla durante ese par de años.

—Hola, Mariené —solo dijo, estudiándola. Imaginaba que después de todo ese tiempo hubiese remetido aquella atracción, o por lo menos aquellos rasgos inigualables. No fue así. Sus pecas dulces continuaban, su mirada tierna y perspicaz también y lo peor, se veía más mujer, más apetecible y más enigmática.

Todo ese tiempo buscó alejarse de ahí debido a eso; dos años creía que habían sido más que suficientes. Algo en esa chica lo jalaba, lo inquietaba, lo hacía desear como nunca nada. Lo cierto es que sabía que era la antítesis de su vida. Había escuchado sobre su carácter cuando su padre hablaba de ella, o de Jessica, por teléfono, o en sus visitas, pero estaba seguro de que era mucho más que eso. Una necesidad de adentrarse, de corromper y de aliviar sus ansias apareció justo al mirarla de nuevo, ahí, de pie a un par metros, húmeda, con el cabello castaño escurriendo por sus hombros, por sus pequeños pechos, sin una gota de maquillaje, con esa blusa clara adherida y sus shorts mostrando esas largas piernas, descalza, como la evocaba. Se endureció, no lo pudo evitar pese a saber controlarse siempre sin problema.

—Hola, bienvenido —solo dijo con esa linda voz. Asintió con frialdad, girándose para no seguir con esa visión sobre sus ojos.

La joven, descolocada por aquel instante que la hizo sentir de nuevo una niña, paseó la atención por el lugar, buscando recomponerse. Sabía que Maximiliano iría, pero no qué día, eso la había tomado por sorpresa.

—Tu habitación es la siguiente, nosotros quedamos al fondo y la de Jess es la primera —informó su madre sin percatarse de nada, feliz por verlos ahí reunidos—. ¿Les parece si nos acomodamos y nos vemos para le cena? Me recomendaron un sitio al que debemos ir. Dicen que es delicioso, está a unos minutos de aquí.

Un segundo después los tres jóvenes quedaron ahí, solos. Un momento incómodo se dejó sentir. Torciendo los labios de lado a lado, Mariené observó a Jessica que parecía no tener la menor intención de salir, así que, dándole lo mismo, se dio la media vuelta decidida a investigar su habitación. Una vez sola cerró tras de sí y soltó el aire que no sabía había contenido. Dejó las sandalias en el suelo y se llevó las manos a las mejillas, sabía que debían estar calientes. Rodó los ojos.

—Cálmate, serán solo tres semanas, nada más. Seguro ni te recordaba —murmuró.

Con aquella convicción, subió su equipaje a la cama y comenzó a deshacerlo con los audífonos puestos, costumbre muy suya. Amaba el silencio tanto como la música inundando su interior.

Al finalizar se colocó un bañador completo con aperturas a los lados, se recogió el cabello en un moño alto y salió. Tenía unas horas aún y definitivamente no las gastaría dentro de esa bonita casa. Con prisa tomó una botella de agua del frigorífico y recorrió de nuevo el camino que llevaba a la playa. La salinidad se coló por sus pulmones, sonrió satisfecha. Aventó sus sandalias a la arena y presa de un arrebato corrió hasta el mar. Si hubiese podido elegir donde vivir, un lugar con playa hubiese sido lo que le habría gustado.

Se sentó en la orilla, tomó un puño de arena húmeda y lo aventó hasta el mar que lo devolvía con las olas. El aire era delicioso, algunos de sus cabellos salían de su peinado improvisado, así que con la mano los hacía para atrás una y otra vez. Palmeras, algunas personas pasaban por ahí y el sonido hipnotizaste del agua yendo y viniendo. Le dio un gran trago a su agua, relajada.

—Sigues sin usar zapatos —escuchó su voz, volteó nerviosa, irguiéndose. Estaba a un metro de ella, de pie, con un bañador de short, el cabello húmedo y el torso desnudo. ¡Madre mía! Acababa de salir del agua. ¿Cómo se respira después de tremendo espectáculo? No tenía idea de su expresión, pero seguramente era una a la que él debía estar acostumbrado con ese físico. ¡Ay, Dios!

Se levantó turbada.

Maximiliano recorrió su cuerpo con lentitud deliberada, eso la puso peor. ¡Ay, Dios! Por mil.

—Te dije que me relaja —le recordó colocándose un cabello tras la oreja.

—Lo sé —susurró tomando una toalla que se encontraba ahí, en la arena. Lo observó de reojo, fingiendo desinterés. ¿A quién engañaba? Era imposible lograrlo del todo, así que decidió que era mejor alejarse, olvidarlo a él y a ese cuerpo, sobre todo sus ojos y pensar en lo que sí le importaba; en sus proyectos, en sus metas, en lo que fuera menos su perfecto rostro, muy perfecto, por cierto.

—Iré a dar un paseo, te veo luego —dijo Mariené con tono fresco.

Maximiliano, con la toalla en la mano, asintió atento a cada uno de sus movimientos mientras se marchaba. Ella tenía un cuerpo delgado, con pocas curvas y poco voluptuoso, pero definitivamente hermoso, algo que iba a la perfección con su rostro y esa manera de ser. La joven se alejó, jugueteando con las olas al tiempo que bebía agua con desenfado.

No la quería cerca, no debía, pero de alguna manera no lograba alejarla. Había decidido salir a refrescarse y lo primero que vio a lo lejos después de sumergirse fue a ese ser enigmático sonriendo, satisfecha. Observó cómo se sentaba casi en el oleaje y comenzaba a jugar con la arena, divertida. Era como si pudiese ver más allá que los demás, fijarse en los detalles, como si su paz relajara a ese huracán que sentía constantemente en su ser.

Esas semanas no serían fáciles y más valía hacer algo para mantenerla fuera de su radar, aunque sospechaba que sería imposible.

Molesto por haberse dejado arrastrar hasta ese sitio, por haber accedido a pesar de haberse negado en un inicio precisamente debido a ella, se dejó caer en la arena sin apartar la vista de su dirección, ya estaba muy lejos. Se pasó una mano por el cabello sacudiendo la cabeza y perdió la vista en el horizonte.

Conocía a decenas de mujeres, había mantenido relaciones con algunas, con otras solo se dejaba llevar por la atracción sin buscar ir más allá. Estaba rodeado de personas, de luces, de atención, de individuos decididos a complacerlo, a satisfacerlo incluso. Jamás, en todo ese tiempo, había rogado por la atención de nadie, mucho menos se había sentido posesivo y turbado por la atracción que alguien pudiese ejercer sobre él. Y esa joven con tan solo estar cerca lo alteraba.

No, no le gustaba en lo absoluto.

Su mundo y el suyo eran opuestos, y era consciente de que si se dejaba llevar las cosas podrían en algún momento lastimarla.

Cerró los ojos agachando la cabeza, permitiendo que el sol tostara un poco su espalda. Ya vería qué hacer al respecto. Se lo debía a su padre, no podía simplemente desaparecer de ahí.


***

Quiero saber qué les pareció. La situación se está conformándose y se caldea. ¡Ay, Dios! 



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top