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Dedicado a: Sofía Conte, amo tus edits, la manera en la que amas a este par (sobre todo a él, seamos sinceras XD) Desde que la dejé, sentí tu apoyo y cómo de alguna manera siempre supiste que la retomaría. ¡Gracias!
Alesso ft Liam Payne - Midnight
Anduvo por ahí aun con su sabor sobre los labios, se llevó la mano hasta ellos tocándolos con una ansiedad que no comprendía. Se había comportado como una niña, pero algo le decía que cuando se tratara de él correr podría ser lo adecuado. Era aventurera, sí, sin embargo, no a tal grado.
Maximiliano no parecía tener mucho espacio para sentimientos tiernos, o dulces, mucho menos tiempo para algo más que su carrera; en todo momento hablaba por el celular, con una gorra y lentes de sol se camuflaba. Vivir así no debía ser sencillo y, además, no era tonta, qué podía buscar en ella: ¿un reto, algo diferente, un pasatiempo mientras estaba fuera de su entorno aquellas semanas?
Compró un barquillo de limón necesitando aliviar el ardor que aún la recorría. Se lo comió pensativa. Podría simplemente ver qué sucedía, experimentar, después de todo él se iría y los dos podrían fingir que jamás ocurrió... algo. Imaginaba que tal vez a ella le costaría más trabajo, pero en una cosa Maximiliano tenía razón: si no lo enfrentaba esa atracción crecería y la duda del «si hubiera» quedaría suspendida en su interior mucho tiempo y eso también era otra promesa que se hizo: nunca quedarse con esa peligrosa pregunta rodando en la cabeza.
¡Dios!, se sentía perdida, excitada también, ansiosa por conocer más de él.
Llegó al punto de reunión, atribulada y expectante. Maximiliano no apareció, unos minutos después se enteró de que había avisado a su padre que regresaría más tarde. Se sentía muy nerviosa, sus palmas sudaban. No sabía qué esperar, cómo reaccionar, pero la verdad es que le hubiese gustado verlo para intentar, por lo menos, descifrarlo.
Se fue a la cama mucho más tarde siendo consciente de que aún no regresaba, ya todos dormían, pero ella no lo lograba. Dudaba en ser la responsable de su ausencia, aunque de algún modo así lo sentía. De todas formas buscaba sosegar a su mente asegurándole que, siendo quien era, habría encontrado algo más interesante donde gastar el tiempo.
Tomó su libro decidida a no pensar más, algo se arremolinaba en su estómago al evocarlo, algo cálido que se expandía por todas las extremidades embragándola, era extraño pero ardiente a la vez. Dos besos compartidos y de solo recordarlos hacía combustión, la temperatura subía y esa sensación vertiginosa se extendía en su vientre.
Varias horas pasó perdida en las páginas hasta que lo terminó. Era la madrugada. Permaneció suspendida, embelesada con ese bello final, suspirando. Se sentó sonriendo como una boba sobre la cama y es que un libro tenía la capacidad de transportarla más allá incluso que la realidad, la mejor o peor que fantaseara. Experimentar en la piel de otras personas, desde otras perspectivas, todo eso era alucinante y ella una adicta a sentir.
Lo dejó sobre su buró, aún envuelta en esa burbuja perfecta. Tenía sed y ganas de seguir inmersa en ese mundo delicioso. En silencio salió de su habitación para tomar un poco de agua, sabía que no despertaría a nadie, Jessica solía dormir con música y la habitación de Marcia y Silvano era la última del pasillo, aun así, solía ser respetuosa con el sueño ajeno. Mientras andaba, sonreía como una boba. Esos protagonistas y sus aventuras se habían robado su corazón, uniéndose así a una lista larga de libros favoritos. ¿Dónde colocaría el libro? En sus estantes ya no cabía. Ese era un problema mayor, divagó. Desde el comedor notó que en la cocina las luces estaban prendidas. Sus sentidos de inmediato se espabilaron, una marea de expectación creció y se enredó en su cuerpo. Entró con cautela, aunque todavía inmersa en esa maravillosa ensoñación.
Todo se desquebrajó de golpe y su atención de pronto tuvo solo un sentido, un rostro y un motivo: Él.
Se detuvo en seco respirando con fuerza. Maximiliano tomaba agua, pensativo, recargado en un muro, con esa postura tan masculina, irradiando seguridad. Sus miradas chocaron al segundo siguiente y el ambiente de inmediato cambió.
—No te morderé —musitó el hombre con voz ronca. Parecía algo desliñado, aunque asombroso, como siempre, solamente con un aire más... peligroso. Lo observó sin moverse.
—Vine por agua —le informó cohibida de repente. La hacía sentir una niña, corroboró. Con un ademán el hombre le invitó a entrar. Mariené se acercó al frigorífico, tomó una botella bien fría, tensa, y al cerrarlo ya lo tenía frente a sí.
Soltó un respingo. Maximiliano tenía su cabeza gacha ridículamente cerca de la suya. Todo a su alrededor se desvaneció, solo fue consciente de esa mirada que la absorbía.
—No te resistas, sabes que lo empeora cada segundo —rogó él, torturado.
Su aliento acariciaba su rostro. Olía a alcohol. Por instinto lo hizo a un lado para salir de ahí, rápido. Maximiliano, harto de todo aquello y después de buscar infructuosa distracción, la tomó por la cintura y la acercó a su pecho. Ya no soportaba ni un maldito segundo sin sentirla, probarla, respirarla. No quería nada de nadie más, quería todo de ella y comprenderlo horas atrás le provocó tomarse un par de copas al hilo. Cuando iba a pedir la tercera decidió enfrentar de una vez el problema, lo cierto es que nunca imaginó encontrársela ahí, con su cara fresca, con ese piyama inocente que lo enardecía, con su cabello hecho una maraña.
¡Dios!, lo enloquecía a un punto que ya no podía definirlo.
—Tomaste —susurró la joven sin soltar sus ojos, colocando ambas manos sobre su firme pecho, sin emplear fuerza para alejarlo, aunque era lo que sabía debía hacer.
—Un par de tragos, no soy de los que le gustan los espectáculos, ni tampoco el tipo de hombre que deseas creer —aseguró molesto porque notaba, todo el tiempo, como ella ya había formado su propia opinión de lo que estaba segura era él y eso también lo irritaba y atraía.
La chica intentó poner distancia de nuevo, de forma infructuosa. Maximiliano, adorando la suavidad de su cintura bajo su palma, con delicadeza la detuvo, negando con firmeza.
—Podemos pasar en este juego las dos semanas que nos quedan aquí, o enfrentarlo... ¿Qué es lo que prefieres? —preguntó ansioso, fuera de sí. Se sentía un jodido adolescente, alguien ajeno a sí, pero no lograba llegar a su supuesta madurez cuando esa pecosa estaba siquiera a la vista.
Ella dejó de moverse, aturdida, con miedo, pero deseosa. Su respiración iba a toda velocidad y la realidad era que sus manos ansiaban tocarlo. Pasó saliva.
—¿Me lastimarás? —preguntó casi afirmándolo. El hombre ocultó el impactó que sus palabras encerraban y acarició esos labios con su pulgar, sin dejar de verla a los ojos.
—No si puedo evitarlo y no lo permitas, Mariené, solo termina con esto —suplicó bajando su boca hasta llegar a su cuello.
Jadeó sin poder mantener la reacción dentro de su piel. Sus piernas temblaron, se aferró a sus hombros, cerrando los ojos. ¡Dios, qué era eso!
Esa férrea mano aferraba su cintura con una posesividad primitiva que la hacía desear ir más allá. De pronto fue consciente de que él lamía su lóbulo. Jadeó de nuevo. Algo quería explotar dentro de su ser. Sus vellos se erizaron y entreabrió la boca alzando la barbilla. Un segundo después ya lo tenía sobre sus labios devorándola ansioso. Su roce no era brusco, sino exigente, era como si quisiera tomar todo lo que pudiese de ella, no dudó, rodeó su cuello correspondiendo, ardiendo.
De forma abrupta él se separó solo un poco, acalorado, respirando agitado.
—¿Vamos? —preguntó cauto, a la expectativa, quemándose por dentro, entrelazando los dedos con los suyos para que lo siguiera si es que decidía avanzar.
Mariené, pasando duro, envuelta en una bruma delicada que cubría sus pensamientos para trastornarlos en algo que no lograba reconocer, asintió silenciosa. Maximiliano besó con sensualidad sus dedos y la guio. Él tenía razón y ella ya no quería pensar más, simplemente ya no se lo permitiría.
Como dos personas que actuaban de manera clandestina, acabaron en la habitación de él que era la más alejada, con las respiraciones disparadas. Maximiliano cerró la puerta con seguro y la apresó contra el muro, pegándose a su esbelto cuerpo. Se miraron fijamente por varios segundos, atentos a sus facciones, a sus pechos subiendo y bajando, a sus ojos que se comunicaban de infinitas maneras, tantas que no podían controlarlas.
—Decide, por favor —rogó a un par de centímetros de esos labios que lo tenían en un límite desconocido.
La piel de Mariené y cada una de sus terminaciones nerviosas cosquilleaban a tal punto que no pudo hacer nada salvo tomarlo por el cuello y terminar con la distancia que los separaba.
No viviría con el «si hubiera», no lo haría, esa era su promesa.
Lo escuchó gemir sobre su boca y eso la instó a no detenerse, a probarlo con mayor vehemencia. Las manos de ese hombre que la enardecía comenzaron a viajar por su cintura buscando el pliegue de su blusa, lo encontró y se la pasó por encima de la cabeza. En un suspiro sintió ahora sus palmas sobre la piel, quemándola, torturando su pecho por encima del sostén. Gimió ante aquello que la sorprendió pero que descubrió deseaba con desesperación.
Maximiliano, envuelto en una bruma que le era absolutamente ajena, pero de la que sentía dependía su vida, se detuvo. Acalorado, buscando en ella algún atisbo de duda, de miedo, de reticencia. Lo que encontró a cambio fue unos labios hinchados debido a su roce, unos ojos dormilones expectantes y un gesto que no lograba describir pero que rogaba no parara. Desquiciado por esa marea de sensaciones, esa chispa de vida latió con mayor fuerza. Ella lo lograba como nadie nunca.
—Sea lo que sea que no te guste, debes decirme —pidió con suavidad arrastrando su aliento sobre esa deliciosa piel, nuevamente. En respuesta ella apoyó sus delgados dedos sobre sus hombros, jadeando al sentirlo descender sobre su clavícula lentamente.
No importaba lo que ahí sucedía, no si se trataba de él, comprendió con lo poco que conservaba de cordura.
El hombre, excitado, extasiado por la forma en la que esa dulce mujer le correspondía, la hizo girar para que su pequeño trasero quedara justo donde su deseo ya no podía más. Tocándola, bebiendo de su ser, tatuando su tacto por ahí, por lugares delicados, suaves. La chica se abandonó asombrada por el cúmulo de sensaciones que despertaba. Con cuidado, pero sin perder el tiempo, la recostó sobre el colchón.
Sonrió al verla al fin ahí, en ese sitio que tanto fantaseó. La luz de la lámpara la iluminaba lo justo en aquella oscuridad que los rodeaba. Clavó sus ojos en los suyos, Mariené pasó saliva, aunque lucía decidida y no supo qué lo encendió más; si su dulce ingenuidad o la firmeza de su decisión a pesar de su evidente miedo. Sonrió a medias. Sin detenerse la recorrió como si le perteneciera, como si planeara que jamás fuera de otra manera.
La joven, acalorada, presa absoluta de su deseo, le subió la camiseta necesitando tenerlo cada vez más cerca, sintiendo como un líquido cálido la sometía y hacía rugir su interior. Maximiliano de un movimiento la complació y la aventó a los pies de la cama.
—Pareces irreal —murmuró ella pasando un dedo por su tenso abdomen, sintiendo los pulmones demasiado angostos como para que entrara todo el aire que necesitaba. Él ladeó la comisura de sus labios, complacido, devorándosela con la mirada.
—Y tú tan real que me asusta, vita —susurró despacio. Mariené sonrió sin detener su exploración, lo cierto es que ese acento italiano se introdujo en su sistema como una oleada cálida, seductora. Sin pensarlo, lo acercó de nuevo a su boca y la avalancha de lujuria retornó como si un tsunami hubiese decido arremeter en ese momento sobre ambos.
Ahí, en aquella habitación, en medio de aquel lugar silencioso donde todos a su alrededor dormían, dieron rienda a eso que tanto luchaban por controlar y que iba más allá de su entendimiento, abrigados por su ansiedad, necesitados de su tacto, se permitieron experimentar sin pensar en nada más.
Con manos hábiles él bajó su short acariciando a su paso esa larga pierna, con maestría, pero con suavidad. Cuando al fin se deshizo de la prenda, se enderezó frente a ella, tomó su pie sano, sonriendo de forma torcida, clavando sus ojos azules en los suyos, revueltos, y comenzó a desperdigar besos por su pantorrilla para luego ir subiendo por sus muslos. Mariené respiró con fuerza, aferrando las sábanas. Se sentía nerviosa, deseosa, más mujer que nunca y a la vez, una niña. ¿Cómo lograba todo aquello?
—En toda mi vida no me he topado con alguien como tú, nunca —aseguró él con voz ronca, con la pupila dilatada. Mariené se humedeció los labios, deleitada.
Lo deseaba pegado a su piel y no podía ni quería esperar. Maximiliano, atento a cada una de sus reacciones, logró interpretar eso y ascendió hasta sus labios para saborearlos con ímpetu. Qué podría negarle a esa mujer que lo derretía con solo respirar.
La joven tocó su espalda, estudió cada músculo y pudo sentir donde comenzaba su pantalón. Él sonrió contra su boca, encantado por todo lo que iba pasando, y cómo. Se los desabrochó sin dejar de torturar ese delgado y hermoso cuello. Pronto se encontraban solo en ropa interior, absortos en las sensaciones, rodaron por la cama sin detenerse, besándose, tocándose, conociéndose.
Él con paciencia y firmeza, reclamándola en cada roce. Ella con ansiedad y la certeza, necesitando descubrir por qué con él ansiaba ir mucho más allá.
Sin que lo pudiera registrar, y con esa manera sensual que tenía de moverse, Maximiliano se deshizo de ese pequeño sostén blanco que ya estorbaba. La respiración de ella se disparó aún más, si eso era posible. Lo notó, pero perdido en lo que sus ojos absorbían, en esos senos pequeños y delicados, no le dio tiempo de nada y los probó.
Ese cuerpo que tenía bajo el suyo y que decididamente era inexperto, se tensó, sin embargo, no hubo resistencia y con los sentidos en plena explosión jugueteó con sus montículos, degustándolos, sintiéndolos de una manera enigmática, delirante. La joven se arqueó encajando los dedos en su espalda, dejando salir un gemido contenido pues sabía que no podía dejarse llevar, no en aquel lugar.
—Perfetta. —Sólo escuchó.
Sus labios descendieron hasta su ombligo al distraerse. De inmediato se puso nerviosa, pero fuera de seguir, decidió arremeter de nuevo contra su boca moviéndose sobre su cuerpo como un felino. Sabía que debía ir despacio, aunque le estaba costando todo ese autocontrol que con ella se iba al drenaje con tan solo un movimiento de su cabello. No obstante, la necesitaba de todas las formas posibles y con suavidad su mano viajó por su vientre de manera pecaminosa hasta llegar a los bordes de su braga. Mariené lo observó con los pulmones colapsados. La sujetó en sus ojos y avanzó a pesar de la prenda. Con mayor fuerza aferró su espalda al sentir como sus dedos la exploraban disparando con ello un cúmulo de terminaciones que la desmoronaron, tomando el aire a bocanadas.
—No has estado con nadie —susurró él, rozando su dulce rostro con sensualidad. Negó jadeando al notar como uno de sus dedos se adentraba en su ser, logrando que se tensara—. Solo respira. Será como tú quieras, vita —murmuró con ternura, devastado por lo que ella le despertaba.
Obediente, asintió con los labios secos. Si iba a hacerlo, quería que fuera con él, necesitaba que fuera con él, se repitió en medio de aquella locura.
De nuevo volvió a besarla al notarla desconcertada, nerviosa, pero lista para recibirlo. En ese juego pecaminoso la mantuvo por un tiempo. Necesitaba que se relajara, que se acostumbrara a su intrusión aquél estrecho sitio donde rogaba por perderse hasta olvidar su nombre.
Tragarse los gemidos, la ansiedad, estaba resultándole imposible y eso lo encendió aún más. Al grado del dolor. Se quejaba lagrimosa, perdida en lo que le generaba.
Mariené lo sentía clavado en su interior, cuidadoso, suave, pero sin retractarse. Explotaría, lo sabía, de un momento a otro sucedería. Nunca había tenido un orgasmo, pero comprendió en ese momento que estaba a punto de tener uno de proporciones apocalípticas y es que lo cierto es que jamás creyó posible poder sentir tanto.
Sin ser muy consciente de cómo de pronto ya se encontraba completamente desnuda. Lo estudió apretujando ahora la sábana, esa que estaba bajo su espalda, que evitaba que no cayera de lleno en donde fuera. Maximiliano, sin poder ya contenerse, consciente de que tendría que hacerlo con suavidad a pesar de desear todo lo contrario, la posicionó sobre las almohadas para que se encontrara cómoda, se quitó el bóxer dejando expuesto su impresionante cuerpo y solo la notó removerse. Sonrió ante su reacción. Se protegió apenas si en un segundo y como un lobo experimentado volvió a acercarse hasta su rostro con el cabello despeinado, con sus ojos perforando los suyos. Mariené, al sentir su pecho contra el suyo, su aliento sobre su rostro abrió las piernas por instinto, como presa de un trance.
Él sonrió maravillado ante su manera de reaccionar en cada paso dado a lo largo de esos minutos y la besó de nuevo, necesitando ese sabor que le era ya inconfundible, único.
Despacio se fue adentrando en ese angosto cuerpo. Al sentirlo entrar tan lentamente, se tensó y le clavó las yemas de los dedos en su espalda, arqueándose, gimiendo ante la invasión.
—No te dañaré, déjame guiarte, pasará —rogó él al notarla tan turbada, poniendo todo de su parte para no dejarse llevar. Era su momento, no el suyo y solo deseaba hacerla sentir bien.
Aun tensa abrió los ojos. Intentó sonreír, pero la sensación era algo incómoda, aunque a su lado, con la delicadeza que estaba empleando de alguna manera notó que lo estaba disfrutando. Asintió respirando profundo cuando lo sintió adentrarse un poco más. Lo observó fijamente. Maximiliano parecía contenido, midiendo sus reacciones, sus manos acariciaban su cuello de manera sugerente y de pronto lamió nuevamente su piel, al distraerla, fue más allá sin frenarse. Ella se quejó en su boca pues la besaba con devoción.
—Ya pasó lo peor, minha vida. —Lo escuchó entre beso y beso.
Por un tiempo se dedicó a mordisquear con lujuria su boca, marcando un ritmo cruel y sensual con su lengua que de inmediato ansió seguir. Miradas cargadas de electricidad, besos ardientes, caricias más que sugerentes y entonces, cuando la supo abandonada, comenzó a moverse. Mariené soltó un suspiro largo al percibirlo. Era una liga que se estiraba, que quemaba y a la vez derramaba placer en cada movimiento. Era consciente de que lo hacía despacio, con mesura y eso la instó a dejarse comandar por él, por su manera, por esa mano que a la par de su invasión cautelosa, la acariciaba acalorándola más.
—Ma—Maximiliano —se quejó muy bajito al sentir que un calor aún más potente viajaba desde el centro de su piel arrasando con sus terminaciones nerviosas, logrando que, sin poder contenerlo, se contrajera y echara su cabeza hacia atrás, ansiosa, asustada, envuelta en esa ola increíblemente abrazadora que tensó y relajó a la vez todo su cuerpo. Aquello era indescriptible. Él no se detuvo, y con mayor ahincó se enterró en sus entrañas, reclamándola. Pero Mariené ya solo podía escuchar su pesada respiración sobre su rostro.
—Abre los ojos —le pidió él, jadeante, yendo y viniendo mientras ella sentía que explotaría gracias a aquella inaudita caída de placer. Lo hizo y de inmediato su mirada azul la cautivó con celo, sus pupilas bien dilatadas la desarmaron y su mano ahora enroscada en su cintura la hicieron sentir suya, suyo. Jadeó nuevamente sin poder frenarlo, un tanto asombrada por todo lo que experimentaba, que él le daba.
Agobiada por lo que su cuerpo sentía volvió a arquearse, ya no podía enjaular eso que crecía. Perdido por lo que ella estaba haciendo con él, la besó con mayor exigencia.
Sus gemidos silenciosos se entremezclaron y cuando su unión fue más profunda que en todo el encuentro, ella quiso gritar pues nadie le avisó que ese maremoto pretendería barrer con todo. Maximiliano, rugiendo ante la posesividad que se estaba desatando con mayor fuerza gracias a sentirla apretada y alrededor de él, absorbió su ansiedad, dejando salir de su pecho un sonido gutural y primitivo que nunca había experimentado. ¿Qué carajos había sido todo eso?
Un segundo después todo descendió vertiginosamente en aquella habitación que había estado a punto de un incendio.
Él permaneció sobre esa dulce joven que le había brindado algo que ni idea tenía que existiera, con la frente pegada a la suya, con los párpados cerrados, buscando de alguna forma acomodar todo eso que había ocurrido. Fue consciente de que esas delicadas manos resbalaron laxas a los lados de su cadera, donde las mantuvo la última parte de ese impresionante encuentro.
El sudor, la neblina y todo ahí aún continuaba entre ambos.
Mariené sentía la piel irritada, el corazón latiendo a un ritmo insano dentro de su pecho, a él, aún en su interior. Se humedeció los labios, sin abrir los ojos. En su vida creyó posible poder sentir tanto. De pronto sintió esos labios besándola con suavidad y un segundo después ya no estaba sobre ella. Con los pulmones aun atrofiados, lo observó sentarse en la orilla de la cama, con la cabeza entre las manos, respirando de forma irregular.
Nerviosa cruzó los brazos sobre su pecho y es que sus pensamientos retornaban y ya era consciente de lo ocurrido, pero, sobre todo, de lo que interpretó por su postura. Temió de inmediato, sintiéndose insegura pese a haber hecho lo que le dictaba su necesidad, sus ganas de experimentar. Se mordió el labio, irguiéndose por reflejo, alejándose de un movimiento.
—Esto fue un error —susurró asustada por las consecuencias de su impulsividad, por su manera a veces intempestiva de vivir que, muy pocas ocasiones le había dejado un mal sabor de boca. La realidad era que no lo creía, sin embargo, algo le dijo que era mejor protegerse antes de salir herida. La espalda que hacía unos momentos la sostuvo, se tensó. Su corazón dio un vuelco. No sabía qué sentir, cómo acomodar todo aquello y es que era ridículo, pero después de algo como lo que habían compartido, no se atrevía siquiera tocarlo.
No, así no debía ser.
Maximiliano, tardó un segundo en entender lo que acababa de escuchar, no podía creer que hubiese dicho aquello, era como haberle tirado encima millones de hielos. Tenso resistió el impulso de voltear y enfrentarla. Mentía, lo sabía, pero sus palabras lo enojaron sin remedio.
—Lo querías tanto como yo —soltó con voz ronca, sin moverse. Mariené, descompuesta, buscó su ropa con la mirada. Se sentía, sin saber por qué, ridícula. No, eso no debió suceder, no lo debió permitir, se recriminó al ser consciente de como crecía un enorme nudo en la garganta.
—Yo... —logró decir sin poder hilar otra palabra congruente. El hombre la observó sobre su hombro, más serio que nunca, super tenso. Pasó saliva con fuerza.
—Es mejor que te vayas, no sería bueno que te vieran aquí —farfulló con frialdad, con rabia disfrazada, levantándose.
Ella se aferró a las sábanas, sintiéndose absolutamente expuesta, vulnerable, mirándolo con asombro, sin saber qué decir.
¡Era una idiota! ¿Qué esperaba de él?
Con todo en su interior hecho un caos, se bajó de la cama, tomó sus cosas y se vistió como pudo.
Maximiliano se limitó a observarla, con la quijada apretada y los brazos cruzados sobre su pecho, ya en bóxer desde la entrada del baño. Si ella quería defenderse, protegerse de él, bien, de todas formas no permitiría que le durara mucho la intención, ya no.
—No vuelvas a acercarte a mí —la escuchó decir, lucía alterada.
Mariené solo deseaba alejarse. Se sentía humillada. La realidad es que deseaba golpearlo, gritarle, pero no la había obligado, al contrario, eso logró que deseara llorar y ella no era de lágrimas fáciles.
De todas esas reacciones fue consciente Maximiliano y, por un minuto, solo por un maldito segundo estuvo a punto de acercarse y besarla de nuevo, y es que su cuerpo ya la reclamaba otra vez. Lo cierto es que ella se protegía y de alguna manera la entendía, aunque eso no le arrancaba el enojo, aun así, debía dejarle claro algo, así que antes de que saliera la tomó por el codo, acercándola nuevamente a su pecho despacio, pero con firmeza.
Su mirada irreal la paralizó.
—Bórralo de tu cabeza, Mariené, eso ya no es posible —y la soltó metiéndose al baño, cerrando la puerta.
La joven experimentó una furia desconocida correr por las venas. ¡Imbécil!
*HASTA AQUÍ LOS CAPÍTULOS DISPONIBLES, ESPEREN PRONTO NOTICIAS SOBRE LA HISTORIA*
Bueno, estuvo largo aunque espero tuvieran hielo a un lado, si no, pues ni modo. Son un manojo de confusión y palabras no dichas, pero esto... ya se prendió. Punto. Ahora veremos qué hacen con ello.
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