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Dedicado a: A Mony Bony, qué decir sobre ella, siempre atenta, siempre creyendo y siempre apoyándome. ¡Gracias, mi bella!
5 SOS ft. Julia Michaels - Lie to me
Una hora después de caminar por la playa, sus pensamientos ya estaban en otra cosa, como por ejemplo el libro que leyó durante el vuelo; encontró varios detalles que a la escritora se le escaparon. Por otro lado, rogaba que aquel trabajo que tenía en la mira lograra obtenerlo; le pagarían lo suficiente y por hacer lo que más le gustaba. Ir por las tardes a la librería le encantaba, pero siempre tuvo claro que era transitorio y sentía como su tiempo ahí estaba por agotarse.
Se encontraba entusiasmada y ansiosa; un par de semanas atrás uno de sus profesores la buscó, trabajaba en una editorial, y le dijo que estaban evaluando un lugar para ella ahí. Saltar de la emoción no fue suficiente en aquel momento, corrió por el jardín y luego gritó feliz. Lo cierto es que aún no le resolvían y eso la tenía en vilo. Sin embargo, hizo caso a su premisa de vida; iría paso a la vez, sin agobiarse, pero sin detenerse.
De pronto volteó a su alrededor, había caminado muchísimo, comprendió. Sonrió serena. Dejó la botella vacía sobre la arena y metió sus pies en el mar. Su piel se erizó con el contacto del agua. Gimió riendo. Alegre, como solía estar, agarró arena y luego la aventó. Rio cubriéndose la boca al notar que espantaba con aquello a un pájaro que iba en busca de comida.
Se adentró hasta que acabó empapada, se dejaba llevar por la marea y nadaba con el oleaje. Observando como el sol pese a la hora, aún refulgía, pensó que nada podía ser más hermoso. Si tan solo de la vida se apreciaran más aquellos destellos donde nada es mejor que el momento que se siente, el instante.
Cuando sintió que ya había pasado mucho tiempo ahí, asumió que ya iba tarde para la cena, así que corrió. A lo lejos notó que su madre se encontraba al pie de aquel camino observando la playa. ¡Maldición! Se detuvo a unos metros de ella, mostrando los dientes.
Marcia la estudió frotándose la frente. Con su hija menor ya debía estar acostumbrada a tener el Jesús en la boca, lo cierto es que no lo estaba. Mariené era la polaridad andando: podía pasar horas, o días, inmersas en los libros, escribiendo y demás, o de pronto desaparecer porque algo le había llamado la atención y simplemente no reparaba en nada, sólo se dejaba llevar para ver hasta dónde la arrastraba su descubrimiento. Su hija tomaba de la vida lo que le daba y, además, lo disfrutaba con todo su ser. Era muy fuerte, eso lo sabía, pero con una personalidad forjada en la ingenuidad y dulces ideas, aunque la vida ya le había mostrado lo que era el miedo y dolor, jamás le había presentado la cara oscura de las personas.
—Mariené, debemos irnos en diez minutos... —se quejó arqueando una ceja, examinándola. Ni bolso llevaba consigo, solo esa botella de agua vacía y el bañador, eso sin contar con la arena que tenía por todos lados. No tenía remedio—. ¿Dónde estabas, qué te pasó? —quiso saber.
—Nada, lo lamento, ahora me cambio, te juro que no tardo —se disculpó pasando frente a ella, deprisa.
—Venimos juntos, jovencita —le recordó cuando entraban a la casa.
—Lo sé, te juro que no tardo.
El interior estaba finamente iluminado. Silvano veía algo en la Tablet, con Maximiliano a su lado, éste la observó serio al notar que entraba. Mariené se percató de ello, sus ojos se cruzaron apenas unos segundos que para los presentes pasó desapercibidos pero para ambos, gracias a la potencia de lo que emanaban, no. Nerviosa de pronto no se detuvo, rompió el contacto y avanzó si notar como él apretaba los puños bajo la mesa.
—No tienes remedio... —se quejó Jessica, su hermana. Mariené, con frío, le lanzó un beso importándole poco su molestia.
—Si ya lo sabes, no rezongues.
Se duchó y vistió en tiempo récord.
En la puerta de la casa su madre la esperaba. Ya todos estaban en el auto, comprendió un poco avergonzada. La mujer rio al verla sin maquillar, el cabello húmedo, suelto, enfundada en esa minifalda clara y blusa de tirantes gris, junto con esas sandalias cualquiera. Era evidente que tomó lo primero que vio.
—Listo.
—¿Quieres un poco de bálsamo para tus labios? —le preguntó cerrando la puerta. Y le tendió un tubo. Su hija, risueña, lo tomó y se lo aplicó.
—Lamento haberme tardado... —se disculpó mostrando los dientes. Su madre rio rodando los ojos. Qué caso tenía discutir con ella.
—No salgas sin el celular, nada más, ¿de acuerdo? —le pidió relajada. Iba rumbo a la camioneta que rentaron cuando su madre la detuvo y señaló con la cabeza un auto que estaba detrás, apagado. Mariené lo observó intrigada—. Lo alquiló para su uso —le informó. Maximiliano estaba arriba, notó. Casi rueda los ojos; era un modelo deportivo algo ostentoso desde su opinión. Arqueó las cejas mirando a su mamá.
—Vete con él, anda —le pidió como un favor. La joven hizo un leve puchero, pero no pudo negarse. ¡Agh!
Se encaminó torciendo los labios molesta por la situación. Prefería mantenerlo lejos, algo le decía que eso era lo ideal. Abrió la puerta y él ni siquiera dio acuse de percatarse, hablaba por el celular en un perfecto inglés. Se sentó con desgano y cerró resignada.
De pronto la llamada terminó y el ambiente se tensó. Volteó con cautela, nerviosa, él la observaba fríamente. Su piel se erizó y fue consciente de cada poro existente. Por un momento se quedó en silencio, pero al notar que no dejaba de verla con esos ojos asombrosamente potentes, habló:
—Mi madre me pidió que viniera contigo. Digo, obviamente deseabas soledad, así que lo lamento, no tuve remedio —se excusó soltándose de su escrutinio y perdiendo su atención en la ventana, el motor ya avanzaba.
No hubo respuesta, cosa que la relajó y molestó en la misma medida. Quería salir de ahí, pero a la vez deseaba perderse en ese olor de su colonia que viajaba por todo el auto, ese aroma masculino que se clavó con rapidez en su nariz y viajó hasta sus pulmones. No lo pudo evitar y respiró con mayor fuerza. Era delicioso y... peligrosamente embriagante.
Desconcertada cruzó los brazos sobre su abdomen. Las palmas le sudaban y sentía las terminaciones nerviosas disparadas. ¿Por qué su sola presencia la ponía de esa manera? No era normal, lo sabía.
Durante el trayecto no cruzaron palabra, el silencio pesado los acompañó y, de alguna manera, pensaban que eso era lo mejor.
—¿Podrías bajar un poco el aire acondicionado?, tengo frío —susurró de repente Mariené tomándolo por sorpresa y es que iba absolutamente concentrado en la carretera. Ese maldito olor que había llevado consigo al entrar a su auto no lograba ahuyentarlo, era dulce y delicado, como ella, así que había decidido enfriar el ambiente o giraría y estamparía sus labios sobre esos que lo tenían en vilo. La miró de reojo, se abrazaba buscando así atrapar el calor, llevaba el cabello húmedo y lucía incómoda.
Sin remedio y sintiendo una extraña punzada de culpabilidad, lo apagó con un gesto aterradoramente masculino.
—No trajiste un suéter —preguntó con voz grave y ronca. La joven negó sonriendo, conciliadora.
—No creí que me fuese a topar con el Polo Norte —bromeó ligera. Maximiliano casi sonrió ante sus palabras. Molesto por la situación, giró en su asiento, agarró una chaqueta y se la tendió. De alguna forma que no estuviera bien lo irritaba más que la atracción que sentía por ella. La joven tomó la prenda, pestañeando, desconcertada.
—Es solo un saco, póntelo encima. No creí que fueras tan susceptible al frío —se justificó con arrogancia, abriendo un poco la ventana para que el aire del exterior entrara y no sintiera con mayor potencia ese aroma delicado viajando por su sistema, incitándolo.
Con suaves movimientos ella se lo puso por encima. Casi suelta un suspiro ante la calidez, pero se tensó al notar que así su olor llegaba con mayor intensidad. ¡Dios!
—Ni yo que tú al calor —se defendió sin mirarlo, irritada por la ridícula situación.
—No tienes idea... —reviró él riendo al fin, pero de una forma perversa, algo extraña. Lo observó arrugando la frente, intrigada.
—¿Te divierto? —indagó. Negó con gracia.
—En lo absoluto. —Pudo responder ansioso por llegar y es que si no aparecía ese bendito lugar ya, pararía el auto y la besaría de una jodida vez.
Su padre se detuvo unos metros adelante. Sonrió aliviado. Aparcó el auto y en cuanto lo hizo, Mariené, huyendo, salió dejando el saco ahí. La observó alejarse tensa. Apretó el volante. Ella sentía lo mismo y luchaba al igual que él. Negó bajando. De alguna manera intuía que acercarse no era lo mejor y tenía razón, lo sabía.
Jessica no perdió el tiempo, se acercó a Mariené y colgándose de su brazo le advirtió:
—De regreso voy yo.
La menor rodó los ojos dándole una palmadita en la mano.
—Es todo tuyo... —refutó relajada. Su hermana, complacida, sonrió. Ese hombre era un superbombón, no asimilaba tanta masculinidad junta y lo cierto es que si podía ir más allá de platicar, lo haría. Eso debía ser toda una experiencia.
La cena transcurrió de forma amable. La charla rondó torno a películas, el clima, la historia del lugar. Mariené escuchaba a Silvano hablar embelesada y es que solía tener una pasión asombrosa para contar lo que fuera. Ella y su mejor amigo solían conversar con él durante horas después de alguna comida, o al toparse en la cena si coincidían. Le caía realmente bien y para ese momento incluso le tenía mucho cariño, el cual era bien correspondido pues al esposo de su madre le encantaba esa manera de ser tan peculiar, su forma de escuchar y su independencia a pesar de las preocupaciones de Marcia por ella.
Lo cierto es que mientras lo escuchaba notó como Jessica, sin perder el tiempo, se había sentado al lado de Maximiliano e importándole poco todos los presentes, le coqueteó con soltura, como sabía hacer. Era hermosa, lo tenía claro, además, una chica que sabía cómo manejar a los hombres, bueno, a casi todos, porque el chico de aquella boda aún no cedía y Mariené estaba segura de que no lo haría hasta que la viese realmente comprometida. Lo cierto es que para que eso ocurriera faltaba mucho; a su hermana le gustaba probar, experimentar, era experta para relacionarse con las personas, motivo por el cual tenía un trabajo en el que viajaba todo el tiempo para crear campañas de mercadeo y publicidad para diferentes empresas.
A los 25 años, era una lumbrera, pero tal como percibía a Maximiliano; demasiado pagada de sí, por lo que no tenían tanto en común, aunque la amaba sin importar esas diferencias.
Durante la cena, los padres de ambos notaron lo que ocurría, o por lo menos lo que pretendía Jessica, pero no se mostraron molestos ni incómodos.
De reojo veía como Maximiliano respondía sus preguntas, pero tenso, siempre distante, frío. Era evidente que no se abría, aunque dudaba que alguna vez lo hiciera. Se adivinaba un hombre de mundo, calculador y que difícilmente se exponía más de la cuenta. ¿Cómo sería su vida? Se encontró deseando saber, pero enseguida hizo a un lado ese pensamiento. A ella qué más le daba e intencionalmente se perdió en la conversación de los más adultos, riendo como solía, por algo que Silvano dijo.
Lo cierto es que en un par de ocasiones fue consciente de ese cosquilleo que genera el saberse observada y, peor aún, sabía que era él el dueño de aquella molesta sensación. Intentó ignorarlo, restándole importancia, pese a que sentía esa fiera atracción que la arrastraba una y otra vez a sus ojos, esos que la asustaban en la misma medida que fascinaban. Sin embargo, su vida tal cual era le gustaba y pretendía mantenerla así, por lo que evadir aquello que percibía como peligroso, era lo mejor, aunque debía aceptar que estaba costando muchísimo.
Al llegar a la casa, Jessica mantuvo una sonrisa boba en sus labios. Sin saber qué sentir notó que al fin se había roto el hielo entre ello. Al bajar los dos reían con soltura. Sin previo aviso sintió una molestia generalizada, una punzada incómoda justo en el centro del estómago. Arrugando la frente la acalló. A ella qué más le daba, se repitió. Si algo surgía ahí nadie podría reprocharlo, ni criticarlo, es más, era lo lógico si lo pensaba con frialdad. Ambos seguros de sí, guapísimos, listos para comerse el mundo, con esas vidas alocadas. Eran tal para cual, eso no lo podía cuestionar.
Resopló buscando en qué ocupar su tiempo y dejar esos absurdos del lado. Se dirigió a la cocina en busca de agua, el vino le había dejado la boca seca.
—¿Podrías darme una? —escuchó tras ella, era él y enseguida sus terminaciones nerviosas se dispararon, pero no deseó averiguar más. Estaba molesta así que sin girar tomó una botella, cerró el frigorífico, se la dio y salió logrando con aquello evadir su mirada azulada.
Maximiliano la observó desaparecer, irritado. La había seguido hasta ahí presa de un maldito impulso. La noche había transcurrido agradable, pero ella se había mantenido absolutamente indiferente a él. Eso lo crispó, así que la miraba cada tanto, Mariené lo notaba, pero parecía darle lo mismo porque jamás lo encaró, vaya, ni siquiera dio acuse de percibirlo. Sentir esa jodida atracción que lo hacía sentir maniático ya era molesto, pero que se resistiera, que lo tratara como si le diera lo mismo, lo embravecía y algo bestial similar a la posesividad primitiva se abrió paso en su interior, algo que nunca había experimentado.
Le dio un largo trago a la botella buscando enfriar su interior. Debía buscar en qué ocuparse y distraerse esos días o llevaría las cosas por un rumbo que le era, incluso a él, prohibido. Algo que no tuviera esos ojos dulces, ni esas gesticulaciones suaves, mucho menos esos labios rosados, tiernos, no con ese cuerpo escueto que le urgía poseer de muchas maneras.
***
—Vamos a dar un paseo por las calles del pueblo —les informó Marcia a las 9.30, agarrada de la mano de Silvano. El sol apenas media hora atrás se había metido—. ¿Vienen? —preguntó sonriente.
Mariené con libro en mano, declinó. Maximiliano estaba en su habitación. Así que Jessica, hastiada y sin remedio, se unió a ellos.
Una vez sola, soltando un suspiro de alivio, Mariené se echó en el sillón; ese era el mejor momento para continuar. Absorta en las hojas, olvidó donde se encontraba, su imaginación viajó hasta algún punto de Brasil, donde se desarrollaba la historia.
—¿Te gustaría nadar un poco? —escuchó de pronto. Pestañeó desconcertada, alzando la vista sin poder creer que fuese él quien le hablara.
—¿A esta hora? —logró preguntar, cerrando el libro con el separador justo en donde se había quedado. Maximiliano la estudió de una manera que no debía ser permitida. Torció los labios mostrando una sonrisa a medias, asintiendo despacio—. Preferiría seguir leyendo —atinó a decir y volvió a su quehacer.
—Me tienes miedo —aseguró molesto, pero ocultándolo y es que luego de terminar la llamada con su mánager, había decidido aplicar otra estrategia: acercarse quizá bajaba la tensión e, incluso, le quitaba esa idealización que estaba creciendo en su cabeza. Quizá descubría que era absolutamente infantil, absurda, o algo que lo ayudara a terminar con esa necesidad de tenerla bajo su cuerpo, probándola, adentrándose en esos ojos cargados de inocencia.
***
Quieren, pero no... De que la atracción está, pues es indudable. ¿Será buena idea la de Maximiliano? Creen que Mariené irá o no, a nadar. Los leo ;) Team Max, o Team Ané.
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