Capitulo XII: Dónde Nadie Conoce tu Nombre

Sin dudas para Keith era una curiosidad ver a esa joven pareja en el bar sin tener que estar de incógnitos, ya como adultos ante la ley, pero por otro lado, no tardó demasiado en concluir que para su corta edad, esos dos chicos deben haber vivido una aventura, un problema, y demás experiencias que prefiere no imaginar.

Esas conclusiones no quitaban la incomodidad de tenerlos cerca como potenciales compañeros de borracheras.

—¿Así que...la señora de la casa lo dejó fuera? —bromeó Jake.

—Mas bien me dejé solo. Yo cerré, y me quedé en el exterior, sin lugar a dónde ir.

—Y nada más apropiado a un día de la boda que visitar una cantina barata —Allyson señaló.

—¡Toma ya! ¡Lo sé! ¡La recajeteé aquí! —gritó llevando sus palmas abiertas a su frente.

—Bueno compañero, ya sabes que las chicas son muy sentimentales y en ocasiones explotan sin querer —Jake dijo.

—Tú me estás dando una gran razón para explotar —la pelirroja advirtió con sus brazos cruzados.

—Ay, no tomas ni un chiste colorada, ¿qué no ves que nuestro amigo, tu padrastro aquí necesita apoyo?

—Ya, ya, no creas que lo tomé tan en serio. De todas formas, Keith, ¿por qué se metió en esto otra vez?

—Me metí en esto porque...olvidé un detalle importante —el puede-que-sea-novio-puede-que-no—, pero está relacionado con el primero de diciembre, en nuestro último año en Hopewell High.

—¿Un detalle importante? —la pareja preguntó.

—Aparentemente es algo vital, algo que hizo que todo este evento se planeara para el agradable y cálido clima del diciembre canadiense...

—¿Y ese detalle importante es..? —Allye cuestionó.

—¡Es qué no lo sé! —azotó la barra chocando su cabeza contra su superficie.

Era un atolladero emocional del que parecía no existir salida aparente, pero en instantes Keith confirmó una vez aquella verdad de la vida que cuándo una situación parece ser tan mala de la cuál no puede existir modo en que se caiga más bajo, de algún modo, se las arregla para encontrar forma de lograrlo.

—¿No lo recuerdas? —escucharon los tres de un hombre acercándose desde una esquina oscura del bar.

—No puede ser —Allye murmuró tras voltear.

—H-hola...hola pequeña...

—¿Padre?

—No sé que sea más incomodo: que me llames así, dado que no estoy acostumbrado a escuchar esa palabra, o el hecho de que no esté acostumbrado a escuchar esa palabra.

—¿Él es tú padre, rojilla?

—Sí Jake...él...bueno, ahora que él mismo lo menciona, no creo que “padre” sea un titulo que sea justamente merecido.

—Haz crecido mucho.

—¿Qué haces en la ciudad?

—Tenía un viaje de negocios, y...en realidad, técnicamente ya debí haber salido de Toronto, pero mi vuelo se retrasó y quise quedarme un par de días extras y...

—¿Te paseaste por la cantina?

—¿La cantina? ¿Pero tú no estás también aquí?

—¡Yo ya soy una mujer adulta! —Allyson subió el volumen de su voz —. ¿Y qué vas a hacer de todos modos? ¿Decirle a mi padre? ¡Lo más cercano que he tenido a un verdadero padre está en la barra!

Nadie podía creer lo Allyson acababa de gritar, ni siquiera ella misma. Se ruborizó al sentir el peso de sus palabras sobre sus hombros y su consciencia, pero de un modo diferente, sintió al mismo tiempo un extraño alivio.

—¿Allyson?

—Keith...señor McLane...mamá vale la pena —comentó, volteando una vez más hacia la barra —, no sé como, pero tiene que intentar recuperarla...y...

—Eso sin dudas no me lo esperaba...pero...gracias Allye.

—De nada —murmuró la pelirroja, con su voz quebrada, y un rostro con el tono de un tomate maduro.

—Esto...esto es extraño —Malcolm intentó ordenar sus ideas—. Pero...no creo que sea inmerecido de todo. ¿Verdad?

Ninguno de los tres respondió, ni hizo ruido alguno; únicamente mantuvieron una expresión fija y neutra hacia el padre desaparecido.

—¿Problemas con la mujer, Keith? —preguntó con arrogancia, casi queriendo forzar respuesta, aún si era con el mismo tono insultante.

—Al menos tengo una —contestó.

—Tiene sentido. ¿Colleen, no es así?

—¿Finalmente lo descubriste?

—No estoy tan tarado Keith...me tomó tiempo, pero a la distancia, tiene sentido. Siempre fueron tan unidos, y...creo que tiene más sentido de lo que alguna vez tuvimos ella y yo.

—¿No estás molesto?

—¿Molesto? Claro que sí. Pero no tanto contigo, ¿como podría? Ni con Colleen...sigue siendo una buena mujer después de todo. Con quién estoy molesto, es conmigo.

—Gracias...je, pero de poco me sirve; a menos que sepas...

—¿Lo qué sucedió el primero de diciembre? ¿En lo del festival del invierno?

Keith enmudeció, y de sus ojos brotó el brillo de un relámpago.

—¿El festival de invierno? —preguntó anonadado—. ¿Lo recuerdas?

—Tal vez no con todos los detalles, pero sin duda, más qué tú.

—¡Tienes que decirme qué pasó! —Keith se levantó y lo apretó de los antebrazos.

—¿Sabes que podría aparecer ante mi ex-esposa como un caballero en su blanca armadura y quizá tener la oportunidad de recobrarla mientras te hago lucir como el peor hombre del universo?

—¡PADRE, ACTUA COMO UNA PERSONA DECENTE UNA VEZ EN LA VIDA POR FAVOR! ¡O TE PATEÓ AHÍ HASTA QUE PAREZCA MÁS UNA VAGINA HINCHADA QUE UN PENE LESIONADO!

—Vale...lo haré —Malcolm comentó, no queriendo desatar la ira de una mujer Martin que, en su experiencia, no es poca —, pero creo que Keith tendría que comenzar, ¿no?

—Recuerdo lo que pasó antes del evento...tal vez si recorro eso, paso a paso...

—O sólo podrías decirle y ayudarlo con eso, papá —Allyson sugirió.

—Sí, ¿pero dónde está la diversión en eso? Además me trajeron a este libro bajo la promesa de qué pondrían una secuencia de recuerdo de los años 80, y no me iré hasta que me la den.

—¡Toma ya! ¡Si eso te hace desaparecer, perfecto!

Y Keith comenzó a recordar.

Finales de los 80. Una era de cambios que barrían al mundo: la Guerra Fría estaba dando un giro inesperado que eventualmente lo llevarían hacia su fin. Michael Jackson aún poseía una nariz distinguible, y los canales de videos musicales de verdad pasaban videos musicales. El futuro parecía tan lejano para una juventud que se rociaba la cabellera con tanta laca y spray que es un milagro que otro hoyo en la capa de ozono no se hubiera descubierto en Canadá.

Hopewell High era un lugar diferente: predominantemente blanca, dónde se anunciaba el club de computadoras como la última novedad a raíz del avance tecnológico. Las chicas querían parecerse a Madonna o Cindy Lauper, y los chicos usaban hombreras con algunos usando el cuello de sus camisas hasta las orejas pensando que lucían con estilo.

Pero al mismo tiempo, ciertos problemas indican que tienen una raíz muy profunda.

—¿Van a hacer el festival de invierno finalmente? —una muy joven Colleen con demasiado fijador en el peinado y con una camisa con el hombro izquierdo suelto preguntó al notar los carteles anunciando el evento en los pasillos del liceo—. ¿No recuerdan lo qué pasó el año pasado?

—Bueno, capturaron al oso —Keith contestó, recordando la noticia de que la fauna peligrosa que baja en este clima a la ciudad en búsqueda de alimentos parecía estar controlada por primera vez en años.

—¿Pero encontraron a la chica?

—Encontraron su sombrero...

En aquellos días, antes de que siquiera pensaran en establecer los cimientos de una relación como cuarentones con un poco de peso extra en la cintura y dolores de espalda si se exponían a vientos muy fríos, Colleen y Keith habían sido amigos muy cercanos a lo largo de su tiempo en el colegio.

Ninguno de los dos era particularmente destacado en área alguna: no eran estudiantes academicamente brillantes, no eran estrellas del deporte, y por supuesto, tampoco formaban parte de la élite de la “bella elita”, mas tampoco eras que les importara demasiado, y en tanto se tuvieran el uno al otro para aguantar y soportar cualquier reto que como adolescentes tuvieron que soportar.

Excepto uno que para Keith, quizá fue demasiado.

—Suena bastante tonto lo del festival, ¿no lo crees? —Colleen comentó, retomando el tema más tarde, ése mismo día a la salida de ambos estudiantes de la jornada escolar.

—Puede ser peor.

—¿Que el oso regrese a repetir? ¿O por un postre quizá?

—Sí, pero...quizá sea algo que valga la pena ver...

—¿En qué puede valer la pena? —Colleen preguntó, sonriente, tomando en gracia aquella oración de su compañero, casi como un chiste.

—B-bueno...

Después de algún tiempo de amistad, Keith sintió en su corazón emerger sentimientos más allá de una apreciación de amigo y amiga; Keith empezó a desear ser algo más, alguien más para ella.

Sentía amor, pero su amor no era correspondido, y en realidad, no era siquiera conocido.

Durante algún tiempo, Keith trató de soltar la verdad: había tanto que tenía que decirle o sino, sentía que iba a explotar, a por lo menos desarrollar algún tipo de cáncer. Hizo toda clase de actos motivado por sus sentimientos: había escrito toda clase de carta (que nunca envió), había compuesto canciones (nada sencillo si tomamos en cuenta que el muchacho no sabía tocar instrumento alguno, leer teoría musical, cantar o entonar), y hasta había dibujado uno que otro bosquejo del objeto de su afecto (que en realidad, no lo hacía tan mal, pero no era romántico mostrarle una ilustración de ella en un bikini de cuero con un par de melones por senos).

Y al escuchar sobre el festival de invierno, pensó que podría ser una posibilidad: una fecha romántica, con una nevada gentil cayendo, las luces que anunciaban el comienzo del último mes del año. La esperanza de que pudiera agarrar el valor de confesar lo que le había sido inconfesable en el pasado estaba latente, y siendo su último año en la escuela antes de que ambos partieran a la universidad, debía tomar acción lo más pronto posible.

—Creo que podría ser interesante —Keith declaró.

—¿En qué sentido?

—Puede ser divertido...s-si bien de un modo irónico y torcido.

—¿Qué? ¿Música cursi? ¿Las bobas del club de animadoras presumiendo que su hambre auto-infligida durante días sirvió de algo?

—El oso podría regresar; quizá se coma a alguien. Puede que uno de los maestros.

—Eso sería —Colleen volvió a sonreír—. Lo admito: eso sí sería algo que valiera la pena.

—Podríamos al menos...aparecernos.

—Vamos Keith, no bromees; sabes que únicamente van dos personas: los chicos bonitos que compiten en esa pasarela improvisada y los ñoños de la sociedad de alumnos que ponen algunos carteles y adornos de papel mache y piensan que organizaron los premios de la Academia.

—Hey, podemos causarles dolores de cabeza. ¿No odiabas a esa Cheryl Kershaw?

Cheryl Kershaw. El sólo escuchar ese nombre era como si golpearan la testa de Colleen con martillos de herrero. Hermosa, popular, y en general, ochentasticamente fabulosa.

—¿Qué clase de nombre es ése de todos modos? —la pelirroja cuestionó—. ¿Cheryl Kershaw? ¡Es como un jodido trabalenguas!

—Los he escuchado peor.

—Bueno, nuestro maestro de portugués la tiene más fea.

—Gonzalo Gonzalves de Gao Godines...o algo así.

—Pero...creo que no sería tan malo —Colleen continuó—. Al menos sería...sería mejor que estar en la casa sin hacer nada.

Vale la pena mencionar que esto fue en una época extraña y oscura, antes de que la televisión por cable estuviera ampliamente disponible al común de los bolsillos, antes de los teléfonos inteligentes, antes del porno por internet, o del propio internet. Cuándo tus opciones de entretenimiento en el hogar se limitan a dos canales de televisión (Canadá siempre ha sido un poco la “hermana lenta” de EEUU) y ver a su madre organizando y preparando panfletos para sacar a los refugiados nigerianos del barrio, uno quiere permanecer lo más lejos posible del hogar.

—¿Te gustaría? Podemos poner piquete al ponche.

—¿Piquete al ponche? —Allyson interrumpió la narración.

—¿Qué?

—Señor McLane, no quisiera ofender sus sensibilidades —Jake dijo—, pero ese truco es antiguo.

—¡Era nuevo en ese tiempo! ¡Los ochenta! ¿Qué? ¿Dime qué hubieran hecho ustedes?

—LSD.

—Laxante —Allye agregó.

—Cocaína.

—¡Papá!

—¡Oh, claro! ¡Cómo si no hubieras sido expuesta a cosas peores saliendo con ese Sid Vicious con el que estás!

—Me gusta más The Clash qué los Sex Pistols —aclaró Jake—, pero igual, no está mal.

—Después continuaremos repasando y debatiendo sobre el mejor modo de drogar y/o provocar diarrea a un grupo de adolescentes —dijo Keith—, es momento de regresar en el tiempo y narrar otra vez.

Ambos habían aceptado aparecerse en el evento: Colleen más motivada por un deseo de estropearle la diversión a algunas chicas con las que tenía problemas qué por un autentico deseo de disfrutar una velada romántica.

Keith, por supuesto, fue el que se tomó las cosas (más o menos) en serio, y tras pensar que tendría quizá la oportunidad de revelar sus sentimientos hacia Colleen, se comportó con gran porte y calma, todo un ejemplo de virilidad.

—¡Ohdiosohdiosohdios! —gritó sobre la cama de su cuarto —. ¡Ella dijo “sí”!

Todavía no había conseguido avance alguno en apariencia, pero sugerir que fueran al festival en primer lugar se sentía en su alma como el primer paso en la luna: una hazaña monumental e increíble que muchos dudan que sucedió de todo.

—Pon las cosas en su lugar Keith —se dijo frente al espejo del lavabo, en el cuarto de baños junto a su habitación—. Tienes que hacerlo...debes hacerlo...no queda mucho tiempo antes de que cada uno salga a buscar su propio destino...

Keith practicó durante horas y horas el cómo dejar ir esas palabras de una vez por todas, pero todo siempre lucía más fácil de hacer frente al reflejo propio que frente a la persona real.

Mientras, Colleen veía desde lejos, observaba, y más importante aún, planeaba.

—¿Has visto la película Carrie? —Colleen preguntó a Keith al día siguiente, mientras ambos comían en el receso de la cafetería.

—Hace mucho —respondió, desde el lado opuesto de la mesa—. ¿Por qué? ¿Es algo importante?

—Al final, a la protagonista, Carrie, la nombran reina del baile o algo así; cuándo la llaman al frente del salón de baile para recibir su honor, la bañan de sangre y tripas de una carnicería.

—¿Planeas recrear esa escena?

—Es sólo una idea.

—¿No es perder un poco el punto de esa historia? Carrie es una chica a la que atormentan todos los días y la llevan al borde de la locura. Y en especial, es atormentada por el tipo de chicas como Cheryl.

—¡Eso lo haría diferente! ¡Sería como una especie de venganza!

—No, espera, espera —Allyson volvió a interrumpir.

—¿Qué pasa?

—¿Es realmente necesario revivir el anuario de la preparatoria con eso de las chicas populares, los inadaptados y clichés varios de las historias juveniles, e ir al puñetero punto de una vez?

—Estás cosas tienen que irse construyendo.

—Voy a concordar aquí con la rojilla —Jake agregó—. Si quisiéramos escuchar una historia insulsa de adolescentes, iríamos a Wattpad.com.

—¡Bien, bien! —Keith exclamó—. ¡Vamos a la carne!

Keith prosiguió con su historia, saltando todos los detalles aburridos y repetitivos. Saltando todos los detalles aburridos y repetitivos.

La noche del festival de invierno había llegado, y Keith y Colleen habían acordado de hecho mantener las apariencias; él estaba vestido con el más elegante traje celeste que pudo encontrar en su armario (eran los 80 amigos y amigas) y ella con un vestido rosa palido y un chongo a lo Debbie Gibson (reitero: los 80).

—Guau —Keith suspiró al ver a Colleen a la entrada del colegio.

—¿Te gusta? —preguntó, dando una coqueta vuelta, si bien, en juego, no esperando realmente haber causado una impresión en su amigo —. ¿Puedes creer que lo hice con los retajos de dos vestidos? Uno que me dio mi padre y el otro me lo dio mi amiga de la tienda de discos en la que trabajo.

—¿En serio? ¿Tú hiciste eso?

—No Keith, es un chiste: sólo saqué eso de “La Chica de Rosa”.

—No son tan seguidor a las películas de John Hughes como tú, pero...en realidad te ves...te ves muy bien.

—¡Tú tampoco luces mal querido! —aseveró—. Luces muy elegante.

—El color no era tanto de mi gusto, pero no tengo tantos trajes realmente para ocasiones así. Todo se redujo a dos opciones: celeste, o uno con estampado de Miami Vice.

—¿Hicieron un traje con estampado de Miami Vice? ¿Y tú lo tienes? —Malcolm fue quién interrumpió en esa ocasión.

—¿Qué? ¡Estaba de moda!

—Nadie lo critica...en todo caso, ¿aún lo tendrás? Tengo un cliente japonés que es un gran fan de Miami Vice y pagaría buen dinero por mercancía original.

—¿De verdad?

—Allá le conocen como “Miyami Vizaru”, claro está, pero en general, es muy bien recordado entre los vivieron esa época.

—¡Niñas! ¿Podemos continuar! —Allyson pidió.

Keith quiso continuar.

Pero no pudo.

—¿Y bien? —Jake preguntó.

—Es que ahí está el problema; no recuerdo demasiado aparte de la llegada...

—¿No lo recuerda, joven McLane? —todos los involucrados escucharon de una voz masculina emergiendo del sanitario.

—¿Director...Director LaFontaine? —Allye notó.

—¡Hey! ¡Esto es increíble! ¡Dos generaciones de estudiantes de Hopewell High reunidos en una cantina barata del centro de la ciudad!

—Hay un significado simbólico en esa idea...estoy segura que sí.

—¿Qué hace aquí, director? —Jake preguntó.

—¿No puede un educador divertirse? ¡A mi también me gusta un trago de vez en cuándo! ¡Y con chicos como ustedes, uno eventualmente aprende a beber!

—No eramos tan malos estudiantes.

—¿No? ¿No señor Campbell? Drogas, sexo en lugares del terreno escolar, vandalismo, trata de blancas...ahora, díganme por favor si se sienten con el valor de decir con toda sinceridad que en sus tres años en Hopewell no estuvieron involucrada en una o más de esas actividades.

Los cuatro ex-alumnos permanecieron tan calmos como una iglesia vacía en noche de Copa Stanley.

—¿En serio? ¿Quién de nosotros estuvo en lo de “trata de blancas”? —Allyson murmuró.

—¿Ahora entienden? ¿El motivo por el cuál algunos de nosotros empezamos con la botella?

—Director LaFontaine, quizá nos pueda ayudar en algo —la pelirroja se le acercó.

—Claro, claro. ¿Allyson, no? ¡Vaya! ¡Casi pareces una mujer normal! ¡Con ese vestido y usando tacones! Siempre pensé...

—¡Santo cielo! ¡Ustedes hombres son unos cerdos! ¡Si no nos ponemos como muñecas de aparador de inmediato suponen que somos esto o aquello!

—...señorita Martin, lo que iba a decir es que siempre pensé que tenía cuerpo ideal para esa clase de vestidos, y no luce nada mal...no tengo idea de qué es lo que usted pensó.

—¿D-de verdad? —Allye se apenó—. ¿De verás lo piensa?

—Con un par de copas de más, y casi olvidaré que fue mi alumna para...quizá invitarla a algo.

—Pudiste haber dicho algo conmovedor y dulce director. En su lugar, ahora tomaré en cuenta permanecer a al menos diez metros de usted.

—Puede ir a su punto, por favor, director —Jake imploró—, y traté de hacerlo ofendiendo lo menos posible a mi novia. ¿De acuerdo?

—Ya, ya, miren: a pesar de que en ocasiones parezca lo contrario, mis neuronas aún sirven. Yo recuerdo bien esa noche, la del festival de invierno, y quizá pueda ofrecer otra perspectiva.

Esperando descubrir más detalles, dejaron al educador contar su versión de la historia.

En aquel entonces, el que eventualmente se convertiría en el director Jean Phillip LaFontaine apenas era un maestro, nuevo en la profesión educativa, y como todo joven, sentía que podía comerse al mundo, o al menos darle una buena mordida.

Pero como todo educador descubre con el tiempo, se necesitan más que simples ganas y voluntad para que el nivel mejore.

—Directora Lawson, ¿está segura que fue prudente hacer esto? —preguntó el joven profesor LaFontaine a la entonces directora del colegio, a la entrada del colegio, conforme los alumnos estaban entrando.

—Las decoraciones no fueron de todo de mi gusto, pero lo organizaron chicos, no profesionales; no podemos pedirles que hagan los premios de la Academia.

—No me refería a eso.

—¿La comida?

—No, tampoco directora. Pero creo que pudieron haber mejores maneras de invertir ese dinero.

—Los chicos merecen algo de diversión, y el diciembre se acerca, ¿no puede entrar un poco en el espíritu de la temporada?

—Aún así...

—¡No se ponga tan amargado! ¡Vamos, beba un poco de ponche! ¡Déjese tener un momento de diversión!

A pesar de sus reservas iniciales, el profesor LaFontaine empezó a ceder un poco, y dejó de lado por un momento sus sospechas para poder pasarla un poco bien. Seguro, no tanto como los estudiantes (tenían que ser vigilados, después de todo), pero al menos disfrutar el momento.

—Ahí están esos dos —pensó al notar entrando a la pareja de Colleen y Keith —. Creo que será prudente estar cerca del teléfono de emergencias.

—¡Profesor LaFontaine! —Colleen dijo al acercarsele—. ¿Vino también al festival, eh?

—¡No te hagas la lista Martin! ¡Los tendré bien vigilados! ¡A ti y a tu novio!

—¡Él no es mi novio!

—¿De verdad? Porque se la pasan tanto tiempo juntos que siempre supuse eso...a menos que sea...

—¡No soy gay, tampoco! —Keith se defendió.

—¿En serio? Vale...es que con ese trajecito azul celeste...pero en fin, ¡ya me oyeron! ¡No se pasen de listos!

Las confusiones de sexualidad eran comprensibles; esa fue la década en la que George Michael, el hombre que se paseaba con mini-shorts y blusas dónde mostraba el ombligo lograba de alguna manera pasar por heterosexual.

Cuándo entraron a la pista, sus ojos pudieron contemplar el salón de baile con tema de invierno de mayor mal gusto que pudieron encontrar: hombres de nieve, algunos recortes de seres que recordaban a Pie Grande, luces de colores de dudosa calidad que amenazaban con encenderse tarde o temprano, y música...en realidad, eso último no estuvo tan mal: una banda tocando covers de los éxitos de la década, con la esperanza casi necia de lograr ser firmados por una disquera grande gracias a un ejecutivo que seguramente no se encontraría en un baile de una preparatoria de los suburbios de Toronto.

—Ahí está —Colleen señaló a la mesa de las bebidas—. Cheryl...esa zorra.

Cheryl Kershaw era el tipo de chica que si no lo tenía todo, aparentaba tenerlo: belleza, fortuna, popularidad, y una cabeza que quizá no era suficiente para sortear todas las materias con calificación perfecta, pero si para hacerse de los servicios de aquellos que la podían ayudar a lograrlo. Y como si no fuera suficiente su vida privilegiada, gustaba de hacerle imposible aquellos que percibía que no estaban a su altura, Colleen Martin incluida.

—¿Vamos a volver a lo de esa “Reina Abeja”? —Allye interrumpió de nueva cuenta la historia.

—Lo sé, lo sé. Sé que es algo tan gastado como los zapatos de un maratonista, pero tiene relación con el resto, más o menos...

—Más vale que sí...

Y LaFontaine se alistó para retomar su versión de los hechos...pero no sabía mucho aparte de lo que siguió después.

—Vamos —Keith pidió—. ¿Qué pasó luego?

—Sólo recuerdo seguir vigilando la entrada, quizá ponerle el ojo a uno que otro alumno que se viera con malas intenciones, ir al baño tras una súbita diarrea por los buñuelos...y después, todo el salón de baile quedó encendido en llamas, y todos intentaron salir.

—Querrá decir salieron —Allyson sugirió.

—Sí...claro...TODOS salieron sin complicaciones, sin vidas perdidas y sin demandas de algunos padres de familia furiosos.

—¿Cómo coño dejó tu madre que fueran a esa escuela? —Malcolm preguntó.

—No lo sé; quizá si la pensión alimenticia de cierto padre irresponsable y desobligado hubieran llegado a tiempo, hubieran existido las opciones de optar por una escuela de calidad mejor. Una con maestros que hablen el idioma, o con drenaje.

—Va...eso sí lo merecía...en todo caso, creo que es mi turno de contar las cosas...

Y Malcolm comenzó.

Malcolm Campbell formaba parte de ese grupo élite de privilegiados, y sin algo mejor que hacer un viernes por la noche, decidió engalanar un evento de poca monta con su presencia.

Y tras saludar a la pandilla que incluía chicos con ropa de marca que costaba más qué los autos de algunos profesores y chicas que algún día formarían el club de degustación de vino blanco de la ciudad, sus ojos se posaron en esa hermosa criatura de cabellera como un fuego salvaje.

Colleen era su nombre, y Malcolm se había obsesionado un poco con ella: él, que podía tener a cualquier imitación de Barbie que quisiera, deseaba a esa pelirroja inadaptada y con tanto carácter como belleza natural.

Él, siendo el joven seguro de si mismo, no dudo en ir en búsqueda de su presa.

—Te he estado viendo, y...me da mucho gusto que estés aquí, no sabía si ibas a asistir a este baile, no es tu estilo...digo, no es como si crea que no puedes tener la oportunidad de arreglarte, y de hasta opacar a otras chicas, pero...ay...creo que me estoy yendo por las ramas: el caso es...Colleen, ¿me permitirías esta pieza?

—¿Muchacho, se encuentra bien? —preguntó la señora de la limpieza, notando al estudiante parlotear lo que a ella le parecían incoherencias frente al espejo de los sanitarios de los caballeros.

Y luego, notó humo entrando al cuarto.

—¡Fuego! —exclamó la intendente.

Y en efecto; al salir, Malcolm se percató de que el salón de baile se había cubierto de flamas.

—¡Ya lo tengo! —Keith exclamó, interrumpiendo la narración—. ¡Ya creo saber qué fue lo que ocurrió!

—¿Qué fue? —todos preguntaron al unisono.

—¡Yo rescaté a Colleen!

Y de pronto, los rincones más oscuros de la memoria de Keith parecieron iluminarse como las calles de la ciudad en temporada de Navidad.

—¿La salvaste? —Allye preguntó—. ¿Del fuego?

—No, del agua...¡CLARO QUE DEL FUEGO! Ella se desmayó por el miedo al verlo mientras yo fui afuera por algo de cerveza, al entrar, la vi en el piso, ¡y yo me abrí camino entre todos mis compañeros mientras corrían atemorizados del calor mortal! Tomé a Colleen, la cargue en mi espalda, ¡y la lleve hacia el exterior!

Keith dio algunos pequeños saltos de gusto, emocionando y sonriente por por fin recordar aparentemente aquel detalle tan especial que marcó el primero de diciembre como una fecha a tener en cuenta por sobre las demás. ¿Cómo iba a ser de otro modo? ¡Le había salvado la vida!

Pero los demás tenían algunas reservas.

—¿Estás seguro qué se trató de eso? —Allyson inquirió.

—¿Por qué lo dices?

—Se desmayó por el humo, ¿no? ¿No es eso lo que tiene más lógica?

—Siempre tuvo problemas respiratorios, así que claro: de seguro aspiró demasiado, le hizo daño, y cayó.

—¡Pero es que eso no tiene sentido!

—¿En qué?

—El que no recordaba el asunto eras tú; sería Colleen a la que le fallara la memoria si es que ella se desmayó.

—Oh...eso...eso tiene sentido.

—¡Están perdiendo el tiempo! —otra voz, otra persona ajena lista para unirse a la discusión exclamó desde la entrada del club—. ¡Las pistas que siguen son completamente incorrectas!

—¿Sarah? —Allye y Jake pronunciaron.

—¡Yo estuve ahí! ¡Yo me quedé atrapada unos días en esa era y les puedo decir exactamente lo que pasó! —exclamó conforme se iba perfilando al grupo en la barra.

Y narró su versión de la historia.

Una joven morena de la década de los 2010 había quedado atrapada en los 80 tras probar una maquina del tiempo hecha con un Prius que se le estropeó el capacitador de flujos en el viaje; tras haber separado de manera inadvertida a sus padres, ella tenía que lograr que su padre cortejara a su madre en el festival de invierno bajo el océano. Lamentablemente, uno de los miembros de la banda se lastimó la mano y no pudo tocar la guitarra, y si no tocaban sus padres no bailarían, y si no bailaban no se enamorarían, y si no se enamoraban ella desaparecería.

Así que, sin más opciones, ella tomó el lugar de la guitarrista.

—Esta canción es antigua —Sarah le dijo a la ochentera audiencia frente a ella—. Bueno...es antigua del lugar de dónde yo vengo —se dirigió a la banda —. Muy bien, está canción tiene ritmo de punk, observen los cambios, traten de seguirme. ¿De acuerdo?

Y de la guitarra de la jovencita comenzaron a salir acordes graves, extraños, fuertes y poderosos; tan poderosos como no habían sido oídos por esos oídos adolescentes y desprevenidos.

—¡Eddie! ¡Eddie! —llamó por teléfono el guitarrista herido mientras esa chica interpretaba esa melodía —. Soy tu primo...Tu primo Marvin Vedder. ¿Recuerdas ese sonido sucio y duro que estabas buscando? ¡Bueno, escucha esto!

—¡Y entonces ella cantó “Jeremy spoken in class today!” —Sarah explicó, subida a la barra del establecimiento.

—Sarah —Allyson intentó llamar su atención.

—“Jeremy spoken in class today”!

—Sarah.

—“JEREMY SPOKEN / SPOKEN / JEREMY SPOKEN / SPOKEN!”

—¡SARAH!

—¿Si, Allye? —preguntó, batiendo sus pestañas coquetamente.

—¿Realmente viajaste por el tiempo a los 80, separaste a tus padres e inventaste el sonido grunge de paso?

—Pude haberme tomado algunas libertades creativas...eso o me quedé dormida viendo un maratón de “Volver al Futuro” —explicó conforme se bajó de la barra.

—¡Eso no me ayudó en nada! —Keith exclamó—. ¡Fue peor que lo del “Percebe Feo”!

—¿El que era tan feo que todos se murieron?

—¿En serio, que le sucede a tu amiga la morena? —le susurró a Allye.

—En realidad, Keith...casi logras descifrarlo —escucharon de una nueva invitada tras haber entrado al bar.

—Yo sé que Toronto es una ciudad relativamente pequeña, ¿pero es el único bar de la ciudad esta noche o qué? —Jake se preguntó.

Era Colleen, aún en su vestido de noche, con una expresión sobria, pero menos fría y severa que hace unas horas atrás.

—¿Q-qué haces aquí, querida? —Keith preguntó.

—Supongo que lo mismo que tú; tratar de olvidarme de las penas con una o dos cervezas —su prometida dijo aproximándose.

—¿Llevas escuchando mucho?

—Sólo lo que tu concluiste...y ese resumen rápido del clásico de Robert Zemeckis por parte de Sarah.

—¡Sabía que a alguien le iba a gustar! —Sarah exclamó con gusto.

—Entonces...¿Estoy en lo correcto? ¿Realmente te salve del fuego después de que te desmayaste?

—Casi Keith, casi, pero no hay cigarro para ti; alguien sí salvó a alguien, y en efecto, hubo un incendió y una persona se desmayó, pero lo dijiste en el orden incorrecto.

—¿Orden?

—Tú te desmayaste cariño...

Y de nueva cuenta, la memoria de Keith se iluminó, en esta ocasión con alumbrado de mayor calidad que permitían ver mejor los recuerdos: hubo un fuego causado por las cursis y baratas luces navideñas del festival cerca de la decoración de papel mache, pero la que fue al exterior por una cerveza de contrabando fue Colleen, y el que se quedó, y eventualmente se desmayó, fue Keith.

—...entonces te puse sobre mi espalda —Colleen dio los detalles finales—, y te cargue hacia el exterior. ¿No recuerdas que inclusive llegaste a parar al hospital?

—Me envenené con dióxido de carbono, creo que mi memoria merece un pelin de tolerancia y comprensión.

—En realidad...sí.

—¿No jodas, en serio?

—Algo, por lo menos; creo que debí ser más comprensible, después de todo, tardaste tres días en recordar que George Michael no era una mujer.

—¡Oh! ¡Ya me acordé! —exclamó—. Dejé de masturbarme cinco meses tras ese trauma...

—¡Dios, ojala fuera menor otra vez para poder denunciarlos por decir eso frente a mi! —Allyson comentó.

—El caso es que, Colleen...lamento mucho no recordar eso, pero por sobre todas las cosas: lamento mucho no haber sido honesto contigo; fui un cobarde, y lo siento. Pero he esperado tanto para estar contigo, que no quería que algo, cualquier cosa arruiné nuestro momento especial.

—Yo lo sé Keith —posó sus manos sobre sus hombros—. No podemos perder más tiempo, no después de tantos años, ya te lo había dicho. Yo te amo, yo quiero que estemos juntos, quiero que seas el último hombre de mi vida, y quiero ser la última mujer para ti.

—Yo comprendo, créeme que nada me hará más feliz...porque esto va todavía en rumbo, ¿no?

—Claro que si —Colleen besó su mejilla brevemente.

—Curioso querida...me salvaste antes, y esta noche, me vuelves a salvar.

—¡AY, PERO QUE PAR DE CURSIS! —el bar entero, incluyendo parroquianos habituales que no formaban parte del club pero se habían quedado prendados de la narración exclamó en un coro enorme de ebrios y semi-ebrios.

Pero a pesar de ese comentario, Colleen y Keith no le dieron importancia alguna, y se unieron en un apasionado y tierno beso; el grupo apreció más los hechos qué las palabras, y aplaudió por la no-tan-joven pareja.

—Sigo prefiriendo a tu familia —Jake le murmuró a Allyson.

—Sí...creo por esta vez, yo también.

N/A: Gracias por su paciencia...en todo sentido.

Pero aunque un cuello de botella se alivió...aún queda trecho; creanme que aún hay cosas que contar en "Casarse en Diciembre", incluyendo una que ni esperan.

Shalom camaradas.

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