Capitulo IV: A Tres, y Nada
Sarah, a diferencia de su amiga y compañera de cuarto, tenía un andar más sencillo en su estancia universitaria; no es que no pusiera esfuerzo o dedicación, pero las cosas se vuelven llevaderas cuándo dependes de un familiar acomodado para recurrir a tus gastos.
La abuela de Sarah, Ruth, era una mujer de recursos: había juntado a lo largo de los años, y a través de una serie de trabajos (en ocasiones legítimos, en otras no) una fortuna de considerable tamaño como para poder llevar una vida de lujos y sin preocupaciones más allá de cuidar su salud. Y en parte porque ese aspecto de su vida estaba menguando, comenzó a pensar en qué iba a dejar como legado para la que era la única parte de su familia que parecía poseer algo de esperanza en ser una ciudadana decente y de bien: una hija que se unió al movimiento hippie como 25 años tarde, sobrinos que sólo la reconocen cuándo necesitan algo de la chequera, y un par de ex-esposos demasiado muertos para poder reclamar un centavo.
Como pueden ver, con todo y defectos, Sarah era la única de su linea sanguínea que parecía aún poseer futuro y esperanza; así pues, decidió que sus recursos se enfocarían a ayudar a Sarah a salir adelante y hacer que ella termine una carrera profesional, cuál sea, sólo que llegue al final de la meta.
Era una inversión, por decirlo así; era el mejor modo en que una hábil dama de negocios podía verlo, pero como todo proyecto dónde hay una gran suma de dinero y recursos en juego, había que tener ocasionales reuniones con las partes involucradas para comprobar que el movimiento era uno que valía la pena.
Su abuela vivía fuera de la ciudad, pero estaba presente en esos días para un compromiso con unas viejas amigas, así que aprovecharon el tiempo para reunirse en un café del centro de la ciudad para desayunar y conversar un poco.
—Me impresionaste, querida —Ruth señaló, al tiempo que la mesera les trajo sus tazas de café; ella se limitaba a tomar esa simple bebida, sin acompañamientos y variaciones, mientras que su nieta había ordenado un plato de waffles belgas, la especialidad del lugar, o eso promocionaban —. Vi las calificaciones que me enviaste, y estoy muy contenta con tu desempeño.
—¡Gracias! ¡He puesto mucho esfuerzo! Aunque me molesta que parezcas tan sorprendida.
—No quise sonar grosera, o escéptica. Pero ya tuve una mala experiencia al pagarle a alguien la escuela, y no quisiera que terminaras igual que esa persona.
—¿Quieres decir, mi madre?
Aún era un tópico difícil de tratar; la relación que Ruth tenía con su única hija, Jordan, era tan agradable como dar a luz sin anestesia mientras tratas de pasar una piedra renal, y es que aunque no es nada nuevo el eterno concepto de que los hijos siempre se rebelan contra todo lo que son sus padres, en el caso de estas dos mujeres había llegado a un punto extremo.
—Jordan...sobre ella —Ruth trató tímidamente de hablar del tema después de un sorbo a su taza—. ¿Qué has sabido?
—Me envió una postal desde Costa Rica; parece que está en algo de salvar los bosques tropicales, pero creo que en realidad todo lo que hace es vender cuentas de vidrio y huir de los cargos que le presentaron en Nicaragua.
—¿Va irse todo el camino hasta el hemisferio sur creando nuevos expedientes criminales a su paso?
—Tiene consciencia ecológica; eso es algo.
—Dudo mucho que le quede seso tras años de esas porquerías que siempre intentaba hacer pasar por especias finas de italiana.
—Mas bien de Colombia, ¿no es así?
—Mi niña, de todos modos, lo que importa es que vas...vas bien; creí por un momento que tal vez sería mucho para ti, pero creo que una vez más, me compruebas que eres más fuerte y determinada de lo que creí.
—Lo agradezco, abuela, pero recuerda: apenas son una novata, con un semestre recorrido. Queda bastante tracto de...tractorar.
—En especial en el vocabulario...
Pero inclusive con esa pequeña falla lingüística, Ruth no podía negar el gusto que sentía al ver de tal modo a su nieta: alegre, dichosa; parecía que llevaba buen camino, y que en unos años sería una mujer profesional, preparada y lista para comerse al mundo, y aún así, mantenía esa luz infantil; una eterna curiosidad por sus alrededores y una fuerza que la impulsaba a continuar.
Ruth sintió entonces, por un instante, una paz completa y profunda como nunca la había sentido antes; en una fracción de segundo, pasó de una ansiedad, casi temor, a sentir que una misión estaba en marcha y que se completaría pronto.
—¿Sucede algo, abue? —Sarah preguntó, con sus labios manchados por el azúcar glas, el maple y el jugo de las zarzamoras de su desayuno
—Quizá deberían enseñar en esas escuelas a usar las servilletas, querida.
—¡Oh, lo lamento! —la nieta se apresuró a limpiarse la boca—. Tenía muchísima hambre, ¡y esto esta delicioso!
Y Ruth, sonrió.
—A pesar que ya eres una mujer adulta por la ley...aún puedo ver a la niña ahí adentro.
—Pero me superé y salí adelante, ¿no es así?
—Sólo sé que creo...creo que podría morir mañana, y estaría en paz.
—¿De verdad? ¿No crees que es algo extremo?
—Sí...pero es sólo un decir.
—¿Cuánto tiempo te quedarás, abuela?
—Un par de días.
—Podríamos pasar algo de tiempo juntas; ir al cine, a algún parque, no sé...algo. Celebrar el Hanukkah juntas, ¿o eso lo hacemos en tu casa?
Ruth volvió a sonreír, juntando sus palmas y posando su mirada a la mesa por un momento.
—Ya se me estaba olvidando que esa época del año esta cerca.
—Las desventajas inherentes de un calendario lunar.
—¿Entonces abuela? ¿Iré contigo? ¿O te quedaras el suficiente tiempo aquí?
Desde hace un par de años, cuándo Ruth buscó a su nieta para retomar el contacto perdido desde su infancia (no en menor medida por conflictos y choques con con Jordan), tenían la costumbre de celebrar la festival de las luces en el hogar de la mujer mayor, en Calgary. No había muchos motivos, al menos no aparentemente para suponer que la joven tradición debía romperse.
—Mira, hija...creo que lo mejor sería primero ver que tantos pendientes voy a tener, y después de eso...te contesto. No pasa nada si me tardó; me quedaré aquí contigo. Y si tengo que regresar, bueno, podemos irnos juntas al oeste. En cualquier caso, festejaremos.
Ninguna gustaba tocar a profundidad una verdad amarga: Ruth se veía cada vez más frágil, y aunque su mirada intentaba reflejar los destellos de energía de otra época, inclusive de no hace tantos años, las marcas de una salud menguante se hacían más obvias. Y Sarah intentaba preparar su corazón a lo que sabía sería una perdida próxima; tal vez no el día siguiente, tal vez no el mes siguiente, pero el pensamiento navegaba en las aguas de su mente.
Había pasado todo el día esperando una respuesta: un saludo, un emoticon, un “deja de joder”, ¡cualquier cosa! Alguna pista que diera el indicio de que Jessica se encontraba bien y que su consciencia pudiera reposar un poco.
Su rutina fue ordinaria, casi como si lo hiciera en un modo automático: se levantó, se bañó, se vistió, se fue a al trabajo, y tras las horas de la jornada laboral, a punto de salir de su labor, volteó una vez más hacia su teléfono
—Nada —suspiró tras seguir sin ver replica alguna.
¿Y qué estaba pasando? No deseaba dejar que su mente marchara por rincones oscuros sin razón, pero la idea era poderosa: su propia hermana, una mujer a punto de ser madre soltera al despachar al único hombre que parecía querer estar con ella (y sin necesidad de estafas con pruebas de embarazo adulteradas), en una ciudad desconocida y fría en la cuál el empleo que pudo tener puede haberse acabado. ¿Estaría en la calle? ¿Estaría sobreviviendo con ayuda de la beneficencia publica? ¿Estaría mendigando? ¿Intercambiando unas cuantas lineas de una obra de Tennesse Williams a cambio de un par de monedas? ¿Estaría viva, incluso? Podría ser que no respondiera, ¡porque de verdad alguien le arrebato...!
—¿Quién puede ser? —murmuró tras escuchar su teléfono sonar, mientras se ponía un enorme saco color miel antes de salir a la calle.
Y paradojicamente, aunque esperaba que Jessica se comunicara, al mismo tiempo no esperaba que eso ocurriera, tras haber hilado una trama forense en su mente como sospecha del paradero de su hermana.
“Hey, k pasa” rezaba el mensaje de replica en la pantalla de su móvil.
Al instante, Allye se percató que si bien la ortografía de su hermana mayor no estaba mejorando y no parecía mostrar interés alguno en corregirla siquiera, que si seguía, allá afuera, latiendo, viviendo y con el mínimo de poder adquisitivo para mantener un celular operando.
Allyson no tardó a su vez en contestar.
—¿Y qué haces? ¿Cómo estás?
Y parecía que encontró a Jessica libre para responder, porque sus respuestas se daban casi al momento conforme esperaba en la estación de autobús.
—Salí de ver un agente...¡Ah, sí! Ahora tengo uno aquí.
—¿Tiene un agente? —se dijo en un breve susurro tras tomar asiento en el colectivo de vuelta a casa —. Super, ¿entonces, supongo qué te va bien, no?
—No tanto; pero es una necesidad. Podría conseguir algunos papeles, pero por ahora no es tanto mi prioridad.
—Puedo suponerlo...y...¿cómo está lo del...niño?
Allyson notó cómo Jessica parecía tomarse su tiempo al escribir; era una conexión, supuso, pero sin duda sentía que ella tenía mucho que decir, y tal vez no encontraba el modo.
Finalmente, contestó.
—Todo parece marchar correctamente. Deberías verme ahora, ya tengo la “panzita”. ¿Desde cuándo no nos vemos? ¿Desde antes qué salieras del bachillerato, verdad? En fin...al menos...ya sabes, tendremos una excusa para vernos pronto en unos días.
—¿Unos días? ¿Vas a venir por la boda de mamá, no es así?
—Es nuestra madre...tenemos qué. ¿No?
No era fácil para Jessica; sentía que deseaba acercarse, limar asperezas, pero no caían de todo las fichas en su lugar: por el modo en que se expresaba, era como si diera a entender que lo hacía por obligación. ¿Realmente resentía algunas cosas que se dijeron?
—¿Pero entonces, todo bien lo del embarazo? ¿Sin complicaciones?
—Perfecta salud. Lo único que resiento es eso lo de no beber; por fin me medio cae dinero en la chequera y no puedo gastarlo, pero supongo que eso es bueno, dado que me da un margen para poder ahorrar.
—¿Y cuándo podremos ver lo del show? ¿O sólo lo pasarán en Quebec?
—Te enviaré el enlace después si quieres...y no te burles de mi francés, que no fue sencillo entender a estos Monterealitas. ¡Hablan como leñadores ebrios con papas en las mejillas! Por ahora, voy de salida.
—Comprendo; yo también. Espero verte pronto...y...no sé si “Monterealitas” sea el gentílico correcto de esa ciudad.
—Eso lo dejaremos para otro momento. Cuidate Allye.
—Adiós Jess.
Quizá debió haber presionado respecto al tema de Ryan, pero por otro lado, puede ser que no era el tiempo indicado, o inclusive, la persona indicada para hablar sobre esto. Necesitaba oír la verdad, y si Jessica no se la iba a decir, aún existía otra alternativa.
—¿Aló?
—Ryan, eres un imbécil —la pelirroja aseveró tan pronto como el muchacho le contestó—. Te dije que me hablarás para discutir lo de Jessica, ¡y no lo hiciste!
—Lo lamento, sé que sí, pero tenía estudios con unos amigos y se me olvidaron.
—¿Eran estudios de verdad o terminaron comiendo brownies que sabían raro y les daban más hambre de la que parecían saciar?
—Ya no le meto a eso —Ryan señaló—. Además, sé con quienes te juntabas en el colegio: si hay alguien aquí con un historial de substancias...
—Vale, sólo una mala broma, pero...¿es lo suficientemente corto como para poder decírmelo en teléfono o hay detalles dramáticos e incómodos que quizá deba oir en vivo y a todo color?
—En realidad...no lo creo Allye.
—¿No lo crees?
—Me incomoda hablar de eso...no sé si siquiera deba estar hablando contigo en realidad.
Las separaciones son siempre duras; para su fortuna, Allyson no había experimentado una todavía (sólo dos decepciones amorosas: la primera respecto a el propio Ryan, en tiempos cuándo ella era la que tenía un enamoramiento quasi-infantil con él, y la segunda a los seis años al finalmente comprender que el príncipe Eric de “La Sirenita” no era una persona real), pero debía meterse en zapatos ajenos. Sea lo que sea que haya pasado, la pelirroja casi podía señalar con seguridad que no fue bonito.
—Perdón por sonar tan insensible...pero debes entender también que dejar a una mujer embarazada...no está bien hombre; no está bien en absoluto.
—Y tienes razón, pero el problema es que eso no fue así aquí: fue ella...fue ella la que quiso terminar con la relación.
Y la pelirroja se preguntó si había escuchado mal...porque no había considerado esa opción como posibilidad.
—¿Allyson? ¿Allyson, sigues ahí? —Ryan decía, perturbado por la ausencia en la comunicación de la joven por un breve pero notable momento.
—S-sí...sí, aquí estoy —confirmó nerviosa—. Y...no te preocupes...em...oye, lo lamento mucho.
—Está bien...pero como ves, no me gusta, y a nadie en realidad, hablar de cosas así.
—Bueno...entonces...nos vemos, ¿luego? —escupió Allyson como un intento de despedida, dandose cuenta que no tenía idea de cómo acabar con la conversación—. Y suerte con...c-con todo lo que tengas que hacer y todo eso, y d-de verdad, no sabes como lamento que lo de mi hermana y tú no haya funcionado...y...
—Adiós Allye —cortantemente Ryan dijo, como si estuviera matando por compasión a un animal herido.
—Adiós.
Al menos algo era claro: ella y Jessica tenían mucho en qué ponerse al día.
Visitar a los padres después de un semestre difícil no era una tradición extraña para muchos universitarios: dejar atrás por unas semanas la dureza de la temporada fría y volar a tierras más cálidas como los hogares de la familia cuál si fueran gansos volando al sur por el invierno. Descansar un poco de las presiones, comer algo más de sopas instantáneas y chicharrones de cerdo para de hecho consumir algo con un mínimo de valor nutritivo.
Lo que no es tan ordinario es hacer esas visitas a un centro de re-adaptación social, o una cárcel, para decirlo sin eufemismos.
—¡Mi Jake! ¡Estás tan grande! —escuchó aquel muchacho del otro lado de la linea, protegida por un grueso cristal templado, en el cuarto de visitas familiares de la penitenciaría de mujeres del sur de Ontario en voz de su madre.
—Hola.
—¿Sólo un “hola”? ¿Qué maneras son esas de saludar?
—Perdón mamá, estoy algo...la cárcel aún me intimida.
—Lo siento Jake, pero...creo que eso es mi culpa. ¿No? Desde tan niño y teniendo que venir aquí, en este ambiente tan hostil y agresivo...
—¡Hey Nadia! —una de las compañeras de celda de la madre de Jake exclamó mientras pasaba custodiada por una de las guardias—. ¡No me dijiste que tu muchacho iba a visitarte!
—Hola Katrina la destaza-esposos —Jake ondeó su mano al otro lado del vidrio, sonriendo a una de las viejas conocidas de sus visitas al lugar.
—¡Tú niño se ha vuelto un hombre joven muy tan apuesto!
—Dile a Katrina que espero verla pronto...si es que no han re-programado su ejecución.
—Como sea, me sorprende que hayas logrado...tanto.
—Apenas es mi primer semestre en la universidad mamá.
—¡Sí! ¡Pero no estás en la cárcel! ¡Ni en protección a testigos! —Nadia exclamó casi levantándose del asiento.
—Tenemos que empezar a levantar los estándares familiares.
—Eso espero, pero una cosa a la vez querido. ¿Tú padre está aquí?
—No tengo idea de dónde pueda estar. O más bien: puede que tenga una idea, pero no es algo que le pueda contar a alguien por miedo a ponerlo en peligro.
—Sí...lo que menos necesito en éste lugar son más años para mi condena.
—Mamá...quizá hay algo de lo que tengo que hablarte y no sé si seas la persona indicada.
—¿Qué? ¿No tienes a esa novia tuya? ¿La pelirroja nerviosa?
—Se llama Allyson.
—¿Aún sales con ella?
Jake dudo un momento antes de responder.
—Sí; aún estamos juntos.
—¿No me digas que le eres infiel? ¿Conociste a alguien en la universidad?
Jake volvió a meditar más de lo esperado su contestación.
N/A: Hora de algo de tensión dramatica...o algo así XD
Shalom camaradas y gracias a tod@s por leer.
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