Capitulo III: The Martinocas
A pesar de que mentalmente pataleaba y se quejaba, Allyson se mostró calmada y fría: sería una labor dura, dolorosa, como un parto (con suerte, menos sangriento), pero al igual que un parto, valor, madurez y un poco de sedante (algo que un trago o dos de cerveza no se pudiera obtener), estaba lista para enfrentar a sus demonios.
—¡Linda! ¡Qué gusto verte! —dijo Colleen con un chillido inicial digno de un cetáceo, al ver en la puerta de su hogar a su hija, esa tarde—. ¿Cómo estás?
—Hola mamá; genial de verte otra vez, y...de estar en casa de nuevo.
Allyson se detuvo un momento, y observo a su alrededor: ese lugar que, no hace más de algunos meses, era su hogar. Claro, ella regresaría para navidad, quizá para año nuevo, y después de graduarse de la escuela porque es incapaz de encontrar tanto un buen empleo por el mercado laboral moderno tan pobre así como un hogar asequible con los precios de los bienes raíces, pero por lo pronto, parecía existir una contradicción: era un lugar familiar, y al mismo tiempo, uno extranjero.
—Estoy muy orgullosa de ti querida—Colleen le llamó la atención—. Te fue bastante bien en el primer semestre; yo misma batallé un poco, ¡pero sabía que tú eras muy buena estudiante!
Halagos. Y sonrisas. Bien, oficialmente Allyson se percató en aquel momento que de verdad había algo diferente en su madre. Felicidad.
Le era difícil pensar que nunca la vio así conforme iba creciendo, más por el hecho y el pensamiento de todas esas ocasiones en las que quizá fue demasiado dura y terca de tratar, pero era innegable; hasta el caminar de Colleen parecía evocar ligereza, libertad. Por más que en ocasiones sospechara (y quisiera creer) lo contrario, la evidencia siempre decía otra cosa.
Madre e hija se dirigieron a una galería comercial en el distrito del North York; el centro comercial de Yorkdale, el más grande de la ciudad, y el más impresionante y opulento también: Tiffany's, Hugo Boss, Mulberry, Louis Vuitton, entre otras, ofrecían un lujo ostentoso que poco tenía que ver con las tiendas de clasemediera calidad a la que Allyson y Colleen se habían habituado.
Pero para fortuna de la futura esposa, el hombre con el que estaba a punto de unirse no era un mal partido: dueño de su propio negocio (un taller mecánico exitoso que estaba a punto de abrir su tercera sucursal), se encontraba en una posición de, si bien no de la de un multimillonario, sí para que las cuestiones económicas nunca parecieran representar mayor problema que ceder la tarjeta correcta en el momento indicado.
Colleen no lo notaba demasiado, pero Allyson se sentía fuera de ambiente; a dónde quiera que volteaba, veía la aristocracia de la ciudad, en ropas costosas, teléfonos de última generación y expresiones en sus rostros que parecían esconder un desprecio y/o indiferencia innatas a cualquier persona o evento que no los involucrara a ellos. La joven pelirroja sabía que no podía ser el caso, que era una exageración, una caricaturización enlazada a sus propios problemas de auto-estima, pero esto no era un dictamen de su mente, sino de su corazón.
—¿Qué te parece este? —Colleen preguntó mientras sostenía sobre su cuerpo uno de los vestidos que tenía en consideración.
—¿Es creíble que una cuarentona con dos hijas mayores de edad se vista de blanco? ¿Eso no es para, ya sabes, las vírgenes?
—¿Cómo tú cuándo tengas mi edad?
Dura respuesta, pero Allye sabia que no fue de a gratis; ella misma se arrepintió de su sarcasmo, y tontamente pensó que sólo porque su madre se encontraba caminando en un valle imaginario de felicidad depondría las armas de defensa en caso de ser agredida. Siempre fue una mujer dura, y una boda no iba a cambiar eso.
—No te queda mal de hecho, mamá.
—¿Estás segura? ¿No te gustó más el otro? ¿Sería demasiado ridículo el rosa claro? ¿Muy femenino y juvenil quizá?
—Eso depende: ¿los “jovencitos” usaran de primer baile a Bryan Adams o Phil Collins?
—Sabes que a Bryan Adams...siempre he tenido algo por los hombres de voz áspera y rasposa...lo cuál puede explicar porque mi única cita después del divorcio y antes de Keith fue ese fumador que le faltaba un 75% del pulmón derecho.
—¡Oh, Phil! ¡Tienes que admitir que sabía hacer un truco genial! ¡Eso de tocar la flauta con el agujero que tiene en la laringe es bastante impresionante!
—Querida, no me deprimas con eso por favor.
—Sólo bromeo, madre...y...de verdad creo que luciría bien el que tienes...creo que sería fantástico.
—Sabes que no tengo muy buen gusto; estoy acostumbrada a trabajar, a la ropa utilitaría, esto de la ropa formal es algo extraño, casi alienigena para mi, pero...si una debe lucir hermosa un día, debe ser en el día de su boda.
—Su segunda boda.
—Su segunda boda; así es, Allye cariño...pero tú...por otro lado.
—¿Qué tengo yo?
—Se acerca el evento y ahora que lo pienso, no tienes nada para el día, ¿o sí? —Colleen comentó tras un vistazo de abajo a arriba a su hija, en sus clásicos jeans deslavados, tenis converse, playera de una banda de rock de la cual ella nunca ha escuchado hablar y una franela larga y algo descuidada pero útil para cubrir del frío de la temporada.
—¿Tiene algo de malo lo de mi guardarropa? ¡Tengo vestidos para ocasiones así!
—Yo sé linda, yo sé, pero...es una ocasión muy especial que pasa...pues...dos o tres veces en la vida de una mujer, y quisiera que mi hija se mostrara tan hermosa como sé que es en realidad.
—¿Estás apelando a mi vanidad con tal de que me ponga como una de esas muñecas de aparador? ¡Es TÚ boda! ¡No la mía! No debo robar atención a la novia, y eso de los halagos baratos no me hará cambiar de opinión en lo más mínimo.
—Nunca se lo digas a tu hermana porque lo negare si lo haces y luego ella viene a reclamar, pero tu tono del cabello siempre me pareció más hermoso de las dos.
Sonrojada, y saltando de alegría infantil e inmadura por dentro por ser considerada más hermosa en al menos una categoría qué su hermana por una maldita vez en la vida, aceptó a probarse algunas de esas telas, sólo dos o tres máximo.
E irremediablemente terminó aceptando la presión de probarse al menos docena y media.
—No tienes nada que avergonzarte, cariño —Colleen buscaba consolar a su hija mientras ella seguía en uno de los vestidores—. El cuerpo de cada jovencita cambia a su propio ritmo, no hay nada por lo que...
—Mamá: esas palabras sirven con las niñas de trece años, ¡no con una mujer de 18! —replicó apenada tras darse cuenta que pocos eran los diseños que lograban hacerle lucir bien su figura (o la falta de ella).
—Hey, no pasa nada; si es que no creas que yo tenía el super cuerpo cuándo yo tenía tu edad. Tenía una prima, por otro lado, que podía salir de la cama directo al colegio así, despeinada, en pijama y pantuflas y aún así recibiría invitaciones para todo de parte de todos, ¿sabes lo que es crecer con eso? ¡Al menos tú y Jessica se sacaban varios años de diferencia y no les tocaba estar en los mismos grados!
—¿Qué acaso todas las mujeres de nuestra familia vienen en paquetes de dos? —Allye pensó conforme se iba poniendo el siguiente atuendo.
—¿Has oído algo de Jess, por cierto?
Jessica Gwendolynn Martin; la gran hermana, y Allyson lo pensaba en todo sentido: no sólo por ser ella la mayor, sino por el enorme historial de rivalidad a lo largo de los años. Jessica siempre fue la hermosa, la popular, la que tenía las mejores calificaciones, la eventual líder del club de animadoras y reina del baile de graduación. Ella era uno de los nombres más destacados y recordados por más de uno en su comunidad.
Y Allyson, no.
—¿Qué tiene ella? —la hija inquirió.
—No lo sé; ella sabe lo de la boda, ¿no? ¿Le habrá llegado la invitación?
—Estoy segura que hay servicio de correos en el exótico y lejano Montreal.
—Bueno, he oído historias de esos burócratas quebequeses enojados, y...vale, yo sé, pero a lo que me refiero es...si has oído si ella está bien.
—¿Hay algún motivo para qué no lo esté?
—Allye...
La joven no podía culpar a su madre por mostrar preocupación por su hija mayor, y es que a pesar de que ella parecía no cometer error en muchas cosas, sí lo cometió:Las decisiones de carrera (y en realidad, de vida en general) de Jessica en el último par de años fueron giros que ni su madre ni Allye vieron venir: dejar la carrera universitaria que estaba estudiando hasta ese momento para estudiar drama y actuación, lograr de hecho conseguir un par de papeles de perfil decente para un histrión que apenas está empezando; casi parecía que el loco camino que la mayor de las hijas Martin había escogido para recorrer tenía algo de sentido.
Y luego, hace unos pocos meses, surgió una noticia que parecía amenazar lo poco que Jessica había construido: un embarazo inesperado.
—Sólo sé que siguió en ese papel que le dieron, aunque todavía no sé cuándo se va a transmitir...o si se va a transmitir de todo.
Colleen gritó, y reprendió, y amenazó con no volver a dirigirle la palabra jamás en la vida; pero era la ira del momento, del choque de emociones. Una vez que las pasiones se habían calmado, se encontró ahí para su hija, dispuesta, con los brazos abiertos para recibirla y ayudarla en todo lo que se necesitara, aunque ella, por su cuenta, no parecía tan voluntariosa a retomar la relación.
—¿Crees que esté molesta, Allye?
—A algunas personas les puede parecer poco agradable que les digas “puta barata sin futuro”, ¿pero qué sé yo?
Jessica había tenido una oferta de trabajo; tras un par de anuncios comerciales que alta rotación en los medios, ejecutivos de una televisora en Montreal mostraron interés en sus servicios para unos cuantos episodios de una novela franco-parlante. Para su fortuna, logró grabar los capítulos antes que se notara su estado, pero desde entonces, no había vuelto a la ciudad, y no se había comunicado con el resto de su familia.
—Sí...me temía eso —la madre suspiró.
—No, mamá —Allyson intentó mostrarse más consoladora y afable—. Mira, no era una situación sencilla y en ocasiones una habla sin realmente pensar: tú estabas enojada, ella estaba enojada, pero al final, bueno...son familia, no deberían de dejar que una dificultad se interponga.
—He intentado llamarla, le he enviado mensajes...pero ha sido un buen desde la última vez que hablamos y...creo que exageré.
—Jessica estará bien, y van ustedes dos a llevarse como solían hacerlo...
—¿Te refieres a cuándo le grité por su cambio de carrera?
—Vale, con suerte..algo mejor —Allye corrigió su aseveración —. Pero quizá pueda hablar con ella, digo: aún si está enojada contigo, no necesariamente lo debe estar conmigo, algo le podré sacar.
—Sería...sería maravilloso. Gracias Allyson.
—No está sola de todas maneras...tiene a Ryan.
—Es un buen chico...ojala esté funcionando lo que los dos tienen.
Jessica no se encontraba por su cuenta y en solitario precisamente; Ryan, un joven del vecindario, un par de años menor qué ella, pero un par de años mayor que Allyson, la acompañaba. Ryan resultó tener sentimientos hacia la mayor de las hermanas Martin, y Jessica a su vez decidió darle una oportunidad: no muchos hombres se meterían en una relación con una mujer esperando un niño, y aunque no deseaba verlo en el sentido de “estaba conformándose” y bajando los estándares de lo que deseaba en la vida, fue alguien que estuvo dispuesto a tenderle la mano, y el corazón, en un momento difícil.
Allyson finalmente salió del vestidor; ella usaba un vestido de un color verde bandera, tono extraño e inusual para una boda pero en el cuerpo de una pelirroja la hacían resaltar y enmarcaban su larga cabellera suelta, como si fuera una amazona que a pesar de ser dura y luchadora podía mostrar una raíz de femineidad muy particular.
—¿Te cuesta tanto, querida? —la madre preguntó—. ¿Realmente es tan difícil escoger algo que casi te haga lucir civilizada?
—Verde es algo...
—Te queda increíble linda, de verdad.
—Y...esto...pues, ¿caería en mi cuenta, en tu cuenta o en la cuenta del futuro señor Martin?
—¿El señor Martin? —Colleen cuestionó sonriendo.
—¿No vas a tomar su apellido, verdad?
—¡Claro que no!
—¿Y él no tiene problemas con ello?
—¿Por qué habría de? No son los años 50 querida; Keith no es uno de esos hombres machos que insistan que deje de trabajar, me quede en casa y le de niños...en especial porque eso último a mi edad para que funcioné tendría que partirme en dos como un pavo de navidad.
—Me da gusto que él piense así.
—Dale más crédito, ¿qué crees que yo me uniría con un chuminista? Además...
—¿Qué? —cuestionó la joven, notando que su madre casi se le salió algo que al final no deseaba revelar.
—¿Aún sigues viendo a ese chico Zabrocki, no? ¿Jake?
—Pues...algo...
—¿Lo conoces desde hace mucho, no? ¿Desde cuándo? ¿Los seis años?
—Los cinco...creo que desde los cinco.
Sin dudas había sido un gran tiempo; la mayor parte de su vida, si hacía las cuentas.
—Te sorprenderías hija —Colleen comentó mientras se veía en un espejo—, que en ocasiones crees que conoces a alguien sólo por cuestión de años, pero una cosa muy diferente y que lo cambia todo es el compromiso, y la convivencia.
—¿Qué quieres decir?
—Que las cosas románticas...pueden funcionar, cuándo eres joven, y te siguen ilusionando cuándo eres adulta, no te mentiré y te diré lo contrario, mas sin embargo, detalles, cosas pequeñas, pueden hacer que te vuelvas loca...eso fue lo que lo arruinó todo entre tu padre y yo.
—¿No fue más bien eso de que la cachaste con la secretaria de su oficina?
—Bueno...eso fue como el remate...
Las palabras de su madre resonaron como un grito con eco; por lo que escuchó, Allyson podía deducir dos cosas: Que no culpaba de todo a Jessica si no quería ver de nuevo a Colleen porque a pesar de que intentaba mostrar suavidad de carácter, seguía sonando tan suave como un martillo golpeando a un yunque; y que, en realidad, no mostraba malos puntos después de todo.
Madre e hija siguieron con sus vueltas en diferentes tiendas y diferentes negocios, pero para Allye, el tiempo se pasó volando más rápido de la jornada lenta y dolorosa que esperaba; su mente se había casi obsesionado con esas ideas.
En efecto, Jake era un conocido desde años, habían compartido de todo, ¿había algo que la podía sorprender todavía? ¿Sus conexiones con matones rusos? ¿El cumpleaños en que le regaló un liguero? Cualquier cosa que podía decir o hacer la conocía desde hace tiempo. ¿Qué más quedaba?
—Fue divertido, ¿no es así, Allye? —Colleen preguntó, ya de salida del centro comercial, caminando en el estacionamiento buscando su vehículo.
—Sí; probarse ropa, accesorios, ver cosas caras que no podemos comprar...nada más faltó que alguien pusiera “Vogue” de Madonna y hubiéramos tenido una buena escena de montaje.
—Sí, yo también lleve “Teoría Critica” en la escuela...
—Estoy empezando a creer que la gente usa esa clase para justificar cualquier locura...
El estacionamiento era enorme, al grado que sentían perdidas como ratas en algún tipo de experimento de laberinto. Pasaron así algunos minutos, tratando de encontrar el camino correcto al queso, pero sin resultados.
—¿Por qué no preguntas a ése empleado? —Colleen preguntó, al ver a un trabajador de la tienda a las cercanías.
Allyson obedeció, y se fue acercando en búsqueda de guía.
—Disculpe —pidió la atención del hombre joven, quien le daba la espalda—. Mi madre y yo estamos perdidas y quería saber si nos pudiera ayudar.
—Claro que sí, ¿en qué necesita..?
El empleado no completó su frase ante la sorpresa, y Allyson a su vez, también la sintió al ver con más claridad que no era un rostro desconocido o anónimo.
—¿Ryan?
—¿A-Allyson?
—¿¡Qué estás haciendo en la ciudad!? ¿No deberías..?
—¡Hija! ¿Sucede algo? —Colleen preguntó tras notar el hablar alterado de Allye.
—¡No es nada! —replicó a su madre—. ¡Tú no voltees! ¡No digas nada! ¡Y baja la voz!
—Si yo todavía no he dicho nada...
—¡Pues como sea! ¡Algo no está nada bien aquí! ¿No deberías estar con Jessica?
—¿Jessica?
—Sí, creo que la conoces: cabello rojo, parecido al mio, pero en un tono más claro; ojos azules, y que según yo entendía, ambos estaban juntos en una relación sentimental o algo parecido.
—Bueno...sí...sobre eso...
—¡Coño que mi madre se acerca! —Allyson advirtió con urgencia—. ¡Sólo dime dónde está la zona amarilla G-14! ¡Ya sabes mi número de celular! ¡Y también sabes mi correo electrónico! ¡Hablaremos de esto que me lo tienes que responder y pronto!
—Sí, vale...que está derecho pasando dos zonas más, y...
—¡Sí, ya comprendí! —gritó para después empujar al muchacho lejos de la presencia de su madre.
Y entre tanto que Allyson trataba de armar un rompecabezas que no sabía que necesitaba armarse en primer lugar, Jake volvía al viejo hogar que conoció desde su infancia hasta el bachiller, y que, a pesar de su humildad, sus violaciones a los códigos de construcción municipales y a que quizá ponga huellas digitales innecesariamente en lo que podría algún día ser una escena del crimen en potencia, casi sintió nostalgia y añoranza por el pasado.
Aún estaban las manchas de aceite en el piso (tanto de piezas de vehículos con los que su padre traficaba ocasionalmente, como los de comida rápida que su padre traía diariamente como substituto a una dieta balanceada), aún estaban los afiches en los muros de mujeres en poca ropa más digno de la habitación de un marinero que ha pasado demasiado tiempo en alta mar, y también un viejo sillón que era el único mueble del hogar por el que alguien llegó a pagar algo en una transacción legitima.
El padre de Jake no se encontraba, lo cual tampoco era una novedad o una noticia que le impactara; cuándo no intentaba defraudar a la seguridad social, tomaba sus ingresos de la seguridad para apostarlos en algún evento deportivo cercano o beber hasta desconocerse en un espejo. No es que lo extraña ni mucho menos, y en realidad, le era más bien conveniente: podría descansar y meditar sin interrupciones y en paz.
—Sigue siendo mejor que el cuarto cerca de la universidad —pensó tras recostarse en el sillón.
Deseaba liberar un poco su mente, pero casi siempre, entre menos deseas darle atención a los problemas y las preocupaciones, están parecen acentuarse, aumentar de tamaño incluso, y aunque Jake logró sobrevivir su primer semestre en la universidad, no fue como un paseo por el parque, o una constante fiesta como en algún filme de fraternidades. No era ingenuo: sabía que había esfuerzo involucrado, pero no pensó el grado de éste con mucha profundidad.
Por el momento, su cuerpo le pedía tanto el sueño que ni siquiera él supuso que se quedaría dormido al par de minutos tras posarse sobre el mueble.
—¿Qué tal el día con tu mamá? —Sarah preguntó a su compañera de hogar, ella disfrutando de un tazón de rosetas de maíz en el sofá de su escasa sala mientras veía la televisión
—Lo usual; vimos muchas cosas, algunas de hecho bonitas, pero casi siempre eclipsadas por el desdén silencioso de las clases sociales más altas...me he dado cuenta que mi hermana puede estar en más problemas de lo que espere y que en realidad no tengo idea de cómo la esté pasando...
—¿Casi nada, eh?
—¡Hablo en serio! ¿Sabes a quién vi hoy, en el estacionamiento de Yorkdale?
—¿Una langosta arco-iris vestida con un kimono?
—¿Q-qué?
—Tuve un sueño con eso hace algunas noches; me dijo que el único modo de hacer que el Príncipe Pichón reclame el trono que le arrebataron era buscando a la bruja de Lapponia y que le pida el anillo bermellón.
—¿De verdad crees que existe la probabilidad de qué algo de eso sea remotamente posible?
—Nunca se sabe.
—Oh, claro, “nunca se sabe”...pero no; me temo que fuera las que llevaban a los restaurantes, no había muchas langostas, y menos vestidas de indumentarias orientales.
—Entonces, no tengo idea. ¿A quién viste?
—Ryan.
—¿Ryan? ¿No era ése el chico que..?
—¡Sí! ¡El chico que se supone estaba con mi hermana!
—Iba a decir que era el chico que te gustaba en el primer grado.
—¡Eso no cuenta ya!
Allyson aún sentía pena ocasional al recordar que, en sus días de colegiala de secundaria y bachiller, sintió una infatuación con Ryan; era en esa edad extraña e ingenua en la que el que un chico tenga un poco de bello facial y que estuviera en una banda era atractivo y se idealizaba en lugar de pensar que son sólo señales de un hombre que no parece tener un futuro muy prometedor. Como muchas cosas, y como a muchas personas, la sensación quedó atrás, pero seguía siendo un capitulo vergonzoso que los que supieron de él gustaban traer de vuelta a cualquier conversación posible (por lo menos, así lo sentía la pelirroja).
—¿Pero qué hace entonces en la ciudad? —Sarah preguntó—. Yo creí que Jessica y él llegaron a algo.
—Yo también —replicó Allyson mientras caminaba en círculos.
—Hey, no te alteres, todavía no sabes bien las cosas y ya andas dejando volar tu imaginación.
—¿Yo? ¿Dejando volar? ¡Tú eres la que habló hace nada sobre una lobina arco-iris!
—Langosta.
—Langosta, lobina, cangrejo herradura, ¡lo qué sea!
—¿Cómo te lo encontraste?
—Trabajando como empleado del centro comercial.
—¿Qué no hacen pruebas de drogas ahí?
—Pues espero que no porque si es así, puede ser el único lugar dónde tú, Jake y yo podríamos ir a pedir empleo.
—Y por algo hay que tener un buen plan de respaldo.
—¡Comprar un billete de lotería cada mes no cuenta como plan de respaldo!
—¡Vale, pero no tienes que gritar! —Sarah se defendió encogida de hombros—. Vamos por partes, ¿qué te dijo él?
—Todavía nada —Allyson se detuvo un momento, de brazos cruzados—. No tuve tiempo; recuerda que mi madre venía conmigo y no sé si era correcto si supiera que su hija embarazada está sola en una ciudad desconocida y extranjera...
—En primera, querida —Sarah se levantó—. ¿No es tu hermana mayor una mujer adulta joven y responsable? ¿Y además no tiene un trabajo de actriz? ¿O...algo así?
—Sé que sí pero, ¿no debería tener a alguien al menos para estar al pendiente? ¿Qué tal si hay problemas con lo del embarazo? ¡Esas cosas son bizarras y nunca se sabe lo que puede pasar!
—¿No se supone que lo que pasa es que tras nueve meses...sale un niño o una niña? ¿Qué más podría salir? ¿Un híbrido de humano con mosca?
—Y eso me recuerda a no volver a ver “La Mosca” contigo después de las nueve.
—Mira, en realidad Allye, sí...comprendo lo que dices, ¿por qué no hablas con Jessica? ¿Sabes cómo contactarla, no?
Allyson entonces corrió hacia el dormitorio en búsqueda de su laptop; la encendió y en breve se encontró en internet. Tenía el número de su hermana en la memoria de su teléfono pero por si acaso, recordó todas esas veces que le llegaban mensajes y advertencias para aceptarla en Facebook. Quizá eso podría servir de indicio.
—¿No aceptaste a Jessica en tus amistades y ahora finalmente lo vas a hacer, no?
—¡Callate!
Tras aceptar una de muchas peticiones algo añejas de la cuenta de su hermana, pudo ver finalmente su perfil.
—No parece tener mucha actividad —Allye murmuró conforme revisaba la pagina.
—¿Algo qué no sepas?
—Que al parecer, a ella también le gusta The Veronicas...que te parece, de haber sabido quizá hubiéramos tenido algo más en común.
—¿Te gusta The Veronicas?
—¿A ti no?
—Comme ci, comme ca.
—Luego te tengo que presentar dos horas y media de su discografía, pero por ahora...no, no parece haber mucho; cosas que ya sé, y su última actividad es de meses atrás.
—Puede que esté ocupada; tú misma no tienes mucho tiempo para aceptar mis invitaciones de Candy Crush cuándo estás en clases...
—Sí Sarah...es...falta de tiempo —la pelirroja aseveró con cierta reserva.
—Bueno, ¿por qué no le hablas? ¿O le envías un mensaje? Puede ignorar las redes sociales pero no creo que pueda ignorar su teléfono.
—Eso tiene lógica, ¿verdad? —Allyson tomó su celular y escribió un mensaje; no quería sonar muy sospechosa, ni demasiado preocupada, así que envió un saludo esencial: un sencillo “¡Hola hermanita!” que llame la atención, pero que no suene sospechoso.
La pelota estaba en el terreno de ella; faltaba ver si responde el servicio.
NOTA: Gracias de nuevo por su incondicional (espero) apoyo. Y de igual manera, espero sus comentarios e impresiones con mucha ansía.
Shalom camaradas.
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