Capitulo II: Canuckpolis
Tras una dormitada que duró hasta el día siguiente, Allyson se percató que necesitaba aclarar unos detalles respecto al evento, ¿y qué mejor qué la fuente principal de información, traumas, desconfianza y la actitud pasiva-agresiva con la que se enfrenta al día a día?
—¡Allye! ¡Hace semanas que no hablamos! —escuchó la hija al otro lado de la linea, tras marcar el número de Colleen esa noche.
—Hola mamá.
—¿Qué tal la escuela? ¿Todo bien?
—Sí; pasé todas mis materias. Apenas pude con un par, pero ya sabía que algunas iban a ser más difíciles qué otras, y pude lograr superar todo eso sin necesidad de sobornos y/o ofrecimientos de sexo.
—Así nos pasa a muchas cielo...excepto por eso último de...no, no; en realidad creo que también llegamos a pensar eso en los viejos días. Cuándo yo estuve en la universidad por primera vez, también fue muy duro, pero siempre encontraba algo que me daba fuerzas para continuar.
Colleen Martin era quizás el epitome de la mujer independiente del día de hoy, pero no fue sencillo mostrarse casi como un ejemplo a seguir para millones de jovencitas allá afuera: un puesto en una de las pocas compañías de manufactura que no había sido tentada con la idea de cerrar todo y re-abrir la planta en algún país del tercer mundo (en parte porque, desesperados por empleo, muchos aceptan sueldos dignos del tercer mundo) como negrera (aunque creo que el termino oficial es “supervisora de personal”) y un sueldo más o menos digno. Pero todo eso no vino con facilidad; le costó tiempo, le costó dinero, le costó casi su dignidad tras un matrimonio fallido.
El que siguiera adelante, fue algo de Allyson admiraba con profundidad, si bien no lo hacía notar a menudo.
—¿Fuerza para continuar, mamá? ¿Así le llamaban al crack en aquellos días?
—No todo era malo, cariño: había algunas ventajas.
—¿El hecho que al menos vivir en el campus te daba la oportunidad de alejarte de la abuela?
—Sabes que una persona está mal cuándo le rechazan su solicitud de entrada al Ku Kux Klan porque la consideran “demasiado extremista”...Hitler estaría orgulloso que su legado viva...
—Oye...mamá —Allyson suspiró brevemente—. Creo que no hemos hablado de lo de...ya sabes...lo que ocurrirá pronto.
—Hija, es una boda: puedes decirlo con todas sus letras, no es como si se tratara de una orgía satánica dónde van a sacrificar gatos negros.
—¿Me creerías si te dijera que esa combinación se escucha más en el campus de lo qué esperaría?
—¿Oh, de verdad? ¡Veo que algunas cosas nunca cambian!
—Oye, en todo caso, volviendo a lo de...em...lo de la boda. ¿Todo bien con eso? ¿La planeación está..?
—Se pone complejo, pero no es nada del otro mundo linda; tampoco es la Boda Real. Sólo...dos cuarentones que se reencontraron.
—¿No querrás que te vaya ayudar con algo? Ya salí de clases, y el trabajo no me está quitando tanto tiempo ahora, así que podría pasarme por la casa y...no sé, hacer algo.
—Todo está bajo control cariño, gracias —Colleen replicó con un tono suave y conciliador—. Pero...creo que quizá si hay algo que podamos hacer.
—¿De verdad? ¿Qué cosa?
—Si puedes venir, sería maravilloso.
—Claro, no te preocupes; me pasaré mañana, al salir del trabajo, ¿vale?
—Vale.
—Y mamá...f-felicidades.
—¡Gracias cielo!
Y colgó. Allyson aún sentía inquietudes, pero al menos sintió también alegría al escuchar la voz de su madre: no había amargura, ni sentido de ironía o sarcasmo; todo lo que decía, lo cursi y lo meloso era genuino, y aunque para un agente externo sonaba en ocasiones insoportable, ella sabía que era una buena señal, porque después de todo, también se encontró en los zapatos de ella.
Y tal revelación se confirmaría al escuchar el sonar del teléfono.
—¿Jake? —preguntó de inmediato—. ¿Eres tú?
—Abre la puerta, te tengo una sorpresa.
Allyson corrió a la puerta de su apartamento, sabiendo de antemano que sólo podía esperar una sorpresa de parte de Jake (no en pequeña parte porque él estaba tan quebrado como ella).
—¡JAKE! —gritó, dejando caer su celular al piso al verlo frente a ella.
—Oye rojilla, ¿has dormido bien últimamente? Porque esas ojeras tuyas te hacen ver como el compañero de cuarto que se la pasaba descargando dramas coreanos hasta las 4 de la madrugada, y...
Allye no dejó completar la analogía; se lanzó como una mujer-araña a los brazos de Jake y lo abrazó con toda la fuerza que sus delgados brazos le permitían.
—Jake...
—¿Casi no me extrañaste, verdad?
Ella no pudo evitarlo; su dicha explotó y casi rozó el cielo como el chorro de un poderoso geiser. Después de encuentros esporádicos, por fin tenía a Jake Zabrocki junto a su persona.
Ambos se conocían desde el jardín de niños: él siempre fue una persona que marcaba su propio rumbo, y marchaba a ritmo propio a cualquier ruta que la vida lo llevara (y si había carteras y billeteras llevadas por personas anchos en dinero pero escasos en sentido común, mejor). Eso, sin lugar a dudas, fue aquello que le llamó la atención, primero para establecer una amistad en primer lugar, y luego para llevarla un paso más allá en la preparatoria, el momento y el lugar en el que ambos se convirtieron en pareja.
—¿Ya saliste de vacaciones?
—Sí, y pensé en darme una vuelta por la ciudad...ya sabes: tengo que verme con unos clientes y sacar algo de dinero antes del próximo año, sobre todo por eso de que es la temporada fuerte, y...
Las presentaciones y explicaciones podían esperar; había extrañado tanto su presencia, el hecho de verlo a diario. La lejanía, las circunstancias, por más que intentaban ser peleadas, y por más que se le trataba de ignorar, sólo parecían reforzar la sensación de fragilidad ante un mundo nuevo, y en más de una ocasión, aterrador.
—¡Uy, muchachos! ¡Consigan una habitación ustedes dos! —Sarah exclamó al acercarse a la pareja —. A menos que quieran invitar, ¡en ese caso iré a reservar la habitación!
—Lo siento —Allye declaró tras finalmente soltarse de Jake—. Creo que no puedo fingir ser fría cuándo de hecho creo que te mordisqué una parte del cuello...
—Generalmente es el apuesto chico misterioso que llega súbitamente a la chica inocente e inadaptada el que muerde el cuello de la muchacha, la convierte en vampiro o variaciones y empieza una aventura romántica medio sosa, pero...
—¿No eres tan apuesto ni misterioso?
—¡Le estoy preguntando a la rojilla, Sarah no interrumpas!
—Vale, no importa —dijo Allyson—; Sé lo que quisiste decir, veo que todavía eres un poco sabelotodo
—¿Y muchachas...aquí, viven? —Jake preguntó al asomarse al hogar de ambas estudiantes.
La joven pelirroja casi sintió el juicio a todo volumen a pesar del silencio del chico; las bolsas de papas fritas y botellas de cerveza en el piso, algunas manchas de una pizza que nadie tuvo la decencia de levantar, y varios bocetos que Sarah había dibujado que ilustraban el enorme detalle con el que podía hacer escenas de parejas homosexuales masculinas en medio de actividades de gran intimidad. En resumen, algo que avergonzaría si viniera una madre o una abuela.
Pero Allyson conocía el hogar en el que Jake creció, y exceptuando por los dibujos (dado que Jake prefería la pornografía de mujeres y porque dada su nula habilidad para la ilustración, prefería descargar las imágenes de chicas desnudas de la internet), era una escena demasiado familiar como para sentir repulsión.
—¿De cuándo es esa pizza?
—Jake, no —Allyson advirtió, alertada por el interés con la que él miraba ese pedazo de comida de varios días—. ¿Acaso no has comido? ¿No tienes dinero o..?
—El dinero es lo de menos; el tiempo, por otro lado...
—¡Jake! —la pelirroja gritó conforme su novio pareció acercarse por la rebanada de pizza.
—¡Hey, tranquilos niños! —Sarah intervino—. ¿Por qué no salimos a comer afuera? ¡Yo invito! ¡Nos ponemos al día, hablamos de los viejos tiempos, de como nos ha ido hasta ahora y de..!
—¡Apresurate! —Allyson exclamó, habiendo llegado a paso apresurado a la puerta de entrada.
—¿Mucha hambre?
—Más bien creo que es el hecho que nunca dejaría pasar la oportunidad tras escuchar “yo invito” —comentó Jake.
—Nuestra pequeña rojilla haría una muy buena judía.
—De no ser porque tu lo eres, te acusaría de antisemita.
Con acusaciones de prejuicios etno-religiosos hechas a lado por un momento, los tres se dirigieron al antiguo lugar de reuniones del bachillerato; como se dieron cuenta a medio camino que no estaban seguros que autobuses o metros tomar para llegar ahí, cambiaron el plan y se conformaron con un Burguer Joint genérico (a menos que alguna franquicia de comida rápida decida comprar publicidad en este espacio...yo sólo digo).
—Te ves muy bonita —Jake mencionó a Allyson, ambos frente a frente en la mesa mientras Sarah estaba en el sanitario, esperando el llamado de su orden.
—G-gracias —Allye se sonrojó, pero le fue imposible fingir no sentir alegría tras verlo y escucharlo en vivo, y al momento.
—Te extrañé mucho, de verdad.
—Yo...y-yo también.
Allyson encontraba incomodas algunos aspectos de su relación: por un lado, ella era una persona emotiva, y aún los gestos y detalles más básicos podían marcar la diferencia en su día, y darle un color casi rosa a los lentes con los que ve la vida. Pero al mismo tiempo, ella misma se consideraba una intelectual, y una mujer libre, ilustrada, que desdeñaba en ocasiones la manera en la que la sociedad esperaba que una novia actué frente a su novio. Inclusive algunas veces sentía que una relación romántica entre un hombre y una mujer parecía solicitar sumisión de modo intrínseco.
—Allye...¡Allye! ¡Rojilla, despierta!
—¿Q-qué? ¿Pasa algo?
—¿Estás teniendo tus soliloquios internos sobre si las relaciones de noviazgo hombre y mujer implican una sumisión intrínseca del género femenino respecto a su contra-parte masculina?
—¿Soy tan..?
—¿...predecible? —Jake completó la oración de la pelirroja.
—Eso es algo...aterrador...tierno, pero aterrador.
—No hay tanta diferencia entre la ternura y el terror si te lo pones a pensar; es como un muñeco que haces tan tierno que llega el punto en que más que lucir lindo luce extraño, perturbador, y puede traumatizar a uno que otro niño sensiblero en una tienda de juguetes.
—Jake...
—Oh, va, lo siento; es que ando de compañero de cuarto de un loco que vende cosas por la internet y trajó el muñeco más espantoso que Chucky luce como una estrella de Disney Channel a su lado.
—No importa —Allyson tomó las manos de Jake —. Es sólo...que creo que sólo cuándo estamos juntos me doy cuenta...
—¿Darte cuenta de..?
—¡En sus marcas, listos, a tragar! —Sarah exclamó súbitamente, con la charola de la orden en sus manos. La morena se sentó y cada uno tomó sus alimentos.
—¿De dónde sacaste dinero para esto, por cierto? ¿Te está yendo bien acaso? —Jake cuestionó.
—Mi abuela me ayuda, pero además...ya sabes, a veces surge algo.
—¿Algo?
—Jake; Sarah, aquí, nuestra amiga ha hecho pequeños trabajitos de modelo.
—¿Modelo? ¿De verdad? —Jake replicó con sorpresa—. Y...esos trabajitos de modelo, ¿son de, digamos, cosas como, no sé, podría ser..?
—¡No es lencería! —Allyson aclaró.
—Oh...¿Entonces pueden ser de..?
—Tampoco desnudos, cariño.
—Es algo pequeño; catálogos de supermercado, o alguna tienda en linea —explicó Sarah—. Pero ayudan a poner algo de parné extra en el bolsillo.
—He oído que de hecho pagan más si una chica se quita la ropa en lugar de probársela y...
—¡Jake, basta ya!
—¡Yo no juzgo a nadie Allye!
—Y en realidad, Jake no está tan equivocado —Sarah interrumpió—. No ha faltado gente que me ha ofrecido buenos billetes por, no sé, “bailar”; al menos así le llaman a eso, pero no soy idiota, ¡como si no supiera de que hablan!
—¡Eso es horrible!
—Oh, conozco eso —Jake dijo y asintió.
—¿Cómo qué lo conoces?
—¿Qué? ¡Lo creas o no a mi de pronto alguno que otro tipo me dice que no me iría mal en ciertos clubes!
Allyson sintió indignación en dos partes: la primera por la potencial explotación sexual y objetificación por la que sus dos amigos más cercanos eran vistos, y la segunda porque en su tiempo como una chica mayor de edad, ninguna persona le había hecho semejante ofrecimiento.
—¿Qué tengo de malo? —suspiró.
—¿Cómo dices, rojilla?
—Se lamenta porque a nosotros dos nos han faltado el respeto pero a ella no —Sarah teorizó.
—Estoy algo delgaducha y mi piel quizá necesite algo de color pero...pero tengo lindo cabello, ¿verdad? Y, y...cuando me arreglo no luzco mal, y tengo algunos jeans que casi me hacen lucir con caderas, y es decir: no soy una Emma Stone, pero...
—¡Allye, deja de cuestionar por qué la gente te trata con el respeto que siempre has demandado tú y generaciones de mujeres educadas y sólo suelta el tema!
—¡Caramba! ¡Realmente has aleccionado a Jackie! ¿No es así?
—Y bueno, Jackie querido...y por cierto Sarah: únicamente yo puedo decirle así —Allyson señaló—. ¿Por qué no nos hablas sobre cómo te ha ido? Ya sabes: la universidad, los amigas, las amigas...
—Ustedes son mis únicas amigas, y lo saben...
—Sólo me aseguraba...
—Estaba esa mujer de Azerbaiyán, pero resultó que sólo era una refugiada que buscaba asilo en el país huyendo de la familia de Odessa...y luego me usó como escudo humano cuándo fueron a revisar esos matones rusos en el vecindario.
—¡Cómo odio cuándo eso pasa! —concordó Sarah.
—Por lo que veo entonces —Allye aseguró—, es que es una de esas situaciones de “diferente lugar, mismos problemas”.
—Como dicen los Zabrocki: nada te hace sentir como en el hogar como los sonidos de disparo de una Kalashnikov en el edificio de junto...y...bueno, casi me hace sentir nostálgico.
—Estoy segura que sí...
—¿Y qué sobre ustedes dos, perras sin oficio ni beneficio? Aparte de los trabajos de modelaje de Sarah y las propuestas lascivas que no me son extrañas de todo, ¿qué más ha acontecido en sus vidas?
—Se acerca la boda de la mamá de Allyson.
—¡Oh, sí! ¡Lo del casamiento!
—¿Qué todos se acordaban de eso menos yo? —pensó la pelirroja.
—Yo me acordaría si mi padre se fuera a casar de nuevo; nadie lo haría porque, bueno, es un obeso, calvo sin ningún centavo a su nombre y una personalidad tan agradable como su apariencia, pero en un caso hipotético, sí, lo haría.
—Bueno...aún así, te hace pensar un poco.
—¿Alguna exageración existencial que podrías dejar pasar pero siendo tú quién eres llega al punto de la obsesión?
—¿Te he dicho lo mucho que te había extrañado, Jake querido?
—Sólo bromeo.
—¡Y más te vale! Pero ya en serio...es todavía extraño pensar en esto, ¿no lo creen? Mi madre estuvo la mayor parte de mi vida como una mujer sola, y aunque me he aclimatado algo a la idea, pensar que ahora compartirá sus días con alguien más...parece bizarro.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que...es como si mi vida, hasta cierto punto, fuera un tipo de libro; pero esto de la boda luce un tanto fuera de lugar, como si perteneciera a otro libro. Es como leer “Orgullo y Prejuicio” y que a media historia de pronto aparezcan, no sé, zombis o algo así.
—Ya existe eso.
—¿Cómo dices, Sarah?
—“Orgullo, Prejuicio y Zombis”: es un libro de verdad. Lo sé bien, lo leí doce veces.
—Bueno, mal ejemplo. Piensa que es más bien como si fuera “Sensatez y Sentimientos”, y ¡sopas! ¡De la nada, monstruos marinos!
—Eso también existe, Allye.
—¿¡Qué!? ¿Es en serio?
—Sí.
—¿Qué coño le pasa a la literatura?
—No tienes que dar más ejemplos —Jake aseveró—. Medio entendí lo que quisiste decir.
—Vale, es todo lo que importa. Que “medio” entendieras.
—Pero es una...no sé, ¿simplificar las cosas?
—¿Te parece?
—No creo estar seguro de ello rojilla, no de todo, pero ponerle “género” a la vida...la vida es un poco de todo, ¿no?
—¿En el sentido que hay terror, comedia y algo de porno si tienes suerte?
—Toda la teoría critica literaria que necesité la aprendí leyendo a Alan Moore.
—Lo entiendo y sé que la vida da giros inesperados y que uno tiene que permanecer adaptable y todas esas cosas pseudo-existenciales que vemos en las pelis independientes sobre veinteañeros blancos inadaptados para la vida adulta, pero...
—¿Pero? —Jake y Sarah preguntaron al unisono.
“Pero” era la palabra clave: aún sentía incomodidad a la idea, pero inclusive Allyson se estaba dando cuenta que estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua. Había tenido tiempo para acostumbrarse a la idea del cambio, y ella no era una niña pequeña que temía a un “malvado padrastro”: conoció al hombre, y sin dudas conoce a su madre, y si le gustó a ella, es porque existe razón.
—¿Estoy exagerando de nuevo, no?
—Sí.
—No —Jake dio una leve palmada a la mano izquierda de Sarah sobre la mesa—. No creemos que estés exagerando.
—No tienen que mentir...sé que todo debe cambiar, marchar adelante...
—Todos tenemos preocupaciones —Jake dijo, buscando dar consuelo y comprensión a su pareja—. Y enloquecemos un poco, o como Sarah, enloquecemos mucho, pero...
—¿Sí?
—...bueno, estamos aquí: sea lo que sea lo que pase, nos tendrás.
Aún cuándo ella no era gustosa de sentimentalismos, siempre otorgaba un lugar privilegiado en su corazón a ellos dos; saber que los tenía, que contaba con ellos sin importar qué, y que siempre parecían arrojar algo de luz a las situaciones más penumbrosas.
—¿Estamos invitados, no? —Sarah cuestionó.
—¿A la boda?
—¿Una excusa para comida y bebida gratis? ¡Estaría loca si no pudiera ir! ¡Más aún que ya soy mayor de edad y puedo tomar!
—¡Por favor! ¡Como si los limites de edad alguna vez hayan sido un problema para impedirnos beber!
—Cierto, ¡pero ahora no tendré que esconderme! ¡O coquetear con el encargado del bar para que no se fije mucho en mi identificación falsa! —Sarah exclamó, sacando la credencial en cuestión a la vista de sus amigos.
—No puedo creer que aún guardes eso.
—Le tengo algo de cariño sentimental a todas las cosas que nos permitían comprar whisky.
—Y ahora que lo veo —Jake mencionó tras tomar la credencial —, no entiendo como te llegaron a aceptar esto.
—¿Qué tiene de malo?
—La foto no te favorece nada; luces como una futura “loca de los gatos”, eso como número uno. Número dos, aparentemente tu nombre es “McHautie” y ni siquiera le pusiste apellido.
—¿McHautie, en serio? —la pelirroja comentó, echando una mirada al documento—. ¿Un sólo nombre? ¿Quién eres? ¿Adele?
—No hay que perder nuestras cabezas, queridos; ya lo pasado, pasado, además... “McHautie” es un nombre que me ha sacado de más de una.
—¿Sigues usando esa identificación?
—Puede...ser.
—Supongo que de todas las cosas que han hecho ustedes dos, el que usen una credencial falsa no tiene siquiera peso en el gran contexto de las cosas —Allyson dijo tras un suspiro —. ¿No es así?
Sus viejos compañeros callaron, dando en su silencio mejor respuesta que cualquier estructuración de palabras.
—Eso pensé.
Pero a pesar de todo, su tiempo fue agradable; disfrutaban su compañía a un nivel mucho más alto, más intenso en el que se saboreaba todo enunciado o frase, todo chiste o anécdota. Para su fortuna, la afinidad que tanto tenían los unos con los otros seguía ahí, fresca, poderosa, casi como si no hubiera pasado tiempo alguno, ni que la distancia de ciudades fuera tan grande como lo era en su día a día. El cariño seguía ahí, y visto desde una lente diferente, su fuerza era mayor.
—¿Tienes dónde quedarte, Jake? —Allyson preguntó, a la salida del restaurante, mientras esperaban que Sarah pagara la cuenta —. ¿O volverás al viejo hogar?
—¿Qué? ¿Acaso le ofreces posada a un pobre extranjero en una tierra extraña en vísperas del comienzo de la temporada fría de Toronto?
—¡Jake, no es como si te hubieras ido al otro lado del mundo! ¡Estudias en un lugar que está a una hora en autobús! ¡Hora y media máximo cuándo empiezan a migrar los alces!
—No seas tan brusca rojilla —el muchacho tomó por la cintura y por la espalda a Allyson—. Sabes que me gusta jugar contigo.
—Y a mi me gusta reprenderte —acarició la barbilla de su novio, buscando en las telas de su saco y en el calor de su cuerpo refugio de los vientos cada vez más fríos de la ciudad —. ¿Vas a ir conmigo, no?
—¿A lo de la boda de tu madre? ¿Cuándo dijiste que era?
—El primero de diciembre.
—Claro que sí, pero en ocasiones me hacen pensar sobre la salud mental de tus padres.
—De MI madre y de otro sujeto que...se...va a casar con mi madre.
—Lo que sea. ¿A quién se le ocurre casarse en estas fechas? ¿Diciembre en Ontario? ¿Que acaso el Polo Norte estaba reservado?
—No creo que el taller de Santa tenga un buen salón de eventos...oh, y eso me hace recordar todo el maldito fastidio de estas cosas.
—¿Qué cosas?
—Las fiestas, los eventos: ahora tendré que buscar un maldito vestido, zapatos que estoy segura que están apenas un poco abajo del nivel de una tortura de Guantanamo, y eso sin mencionar que como siempre, tendré a mi hermana de vuelta en la ciudad y robando todas las miradas. Familiares y amigos diciendo como ella luce siempre tan hermosa y lo bella que se ha puesto y yo siendo preguntada si todavía puedo ganarles a todos en ese juego de mesa de trivia de Disney mientras bailó y saltó en mi disfraz de Belle.
—Bueno, ¿puedes, no?
—Claro que sí; pero, ¿qué tiene la gente con recordar cosas embarazosas y humillantes que haces de niña pequeña?
—¿Les ayuda a olvidar las veces en las que ellos fueron humillados a su vez con historias sobre sus respectivas infancias?
—Creo, Jackie, que acabas de dar, sin siquiera quererlo, el mejor argumento para tener hijos; bien ayudaría que la gente se fije en las estupideces de otro.
—No tienes tanta familia para eso, ¿verdad?
—No...no en realidad.
Y Allyson lo aseguró no como lamento, sino como consuelo; en parte por la orgullosa tradición de la gente de origen germánico de cortar lazos de sangre al llegar al familiar número cuatro, pero realmente no veía a aquellos más lejos de la zona de Toronto, e inclusive si hay alguno que viviera en la ciudad, a menos que muera y le deje una herencia, no era alguien que le interesaba. Sólo debía de lidiar con su madre tan neurótica como ella, su hermana que deliberadamente o no siempre parecía tener el argumento perfecto para hacerla sentir mal consigo misma, y una abuela nada acostumbrada con la frase “políticamente correcto” que en una ocasión insistió en presentarla con un buen chico alemán y rubio con la esperanza de que “regrese al buen camino” el legado genético nórdico de las mujeres Martin.
—Jake, promete una cosa.
—¿Qué?
—Si alguna vez tenemos hijos, nunca los llevaré con mi abuela.
—¿Sigue enojada sobre tu relación con un eslavo? ¿No contábamos ya como blancos para los servicios de inmigración canadienses desde el año del technicolor?
—Bien, resulta que ella probablemente sea mayor qué eso.
—No te preocupes; tu madre haría una buena abuela, y además aún tenemos a mi familia.
—Vaya abuelos que tendría. ¿Con quién vamos? ¿Con la que está en prisión o con el que está huyendo de la prisión?
—El idiota de mi padre técnicamente no ha sido juzgado por nada y no se le ha comprobado cargo alguno.
—¿Y no crees que algo debió haber hecho que aún no se sepa?
—Prefiero mirar a otro lado...
Jake se despidió por el día de ambas jóvenes, quienes regresaron a su departamento antes que oscureciera más; las calles eran algo inseguros en el barrio y a eso sumado el frío, no habían razones para quedarse afuera mucho tiempo. Eso sin mencionar que Allyson necesitaba descansar sus buenas horas, no sólo por la rutina del trabajo, sino para prepararse mentalmente para auxiliar a su madre con los asuntos de la boda.
—Hay tantas cosas que están pasando —murmuró, con los ojos abiertos y sus manos en la nuca, acostada en el colchón de su cama—. La escuela, lo de la boda, ahora Jake está aquí...es como ver a las orillas de un cañon: hermoso y espectacular por un lado, pero imponente e intimidante por el otro.
—¡Ay Allye! ¡¿Puedes callarte por favor?! —Sarah reclamó.
El apartamento sólo tenía un dormitorio, y el dormitorio a su vez sólo tenía lugar para una cama, y ambas chicas tenían que compartirla; hasta ese momento había sido una incomodidad inevitable pero para la friolenta pelirroja, sentir el calor de otra persona enredada entre colchas y cobertores era su única esperanza de no sentirse gélida como un iglú.
—Perdón Sarah; me quedé meditando en algunas cosas.
—¿Y llegaste al nirvana?
—Lo más cercano que he estado de eso es la colección del disco Nevermind que tengo descargada en mi teléfono.
—¿Has notado cómo en muchas novelas, sobre todo las de aficionados, existe la costumbre de nombrar y usar canciones famosas en la narración, de la nada, para detonar las emociones que la habilidad literaria no pudo? ¿No es eso algo tan holgazán, tan barato y cursi? Porque lo es para mi.
—¿Hay algún punto en ese comentario que tenga parecido remoto al sentido?
—Oh, no, nada, es que es algo que vi en clase de Teoría Critica y me ha estado molestando.
—¿Qué dices que estás estudiando, de todas formas?
—Eso no tiene la menor importancia.
—Creo que sabes bien que es lo que siento.
—¡Ay, Allye! ¡Ya hablamos de esto! ¡De verdad me agradas y todo, pero sólo te quiero como amiga! ¡Sabes que no bateo para ese lado!
—¿No bateas de ese lado? ¿De verdad?
—Bueno...no siempre.
—Recuerdame por favor comprar mi propia cama cuándo por fin me caiga un cheque más o menos decente.
—¿Cómo crees qué lo tome tu padre? —Sarah preguntó de súbito.
—¿Qué dices? ¿Malcolm, dices?
—¿Es quién puso la semilla en la parcela de tu madre, no?
—Eso sonó horrible, nunca vuelvas a hacer esa comparación.
Pero Sarah le había dado otra razón para pensar. Malcolm Campbell, agente publicitario que radica y trabaja en la “Gran Manzana”, y a quién le debe el 50% de su patrimonio genético además de un apellido que no usaría ni para cobrar seguridad social.
No había sido gran parte de su vida; se fue cuándo ella era una niña pequeña, y exceptuando de quizá tres o cuatro veces a lo largo de sus 18 años, no había relación, sentimiento, o interacciones más allá de un saludo casi de protocolo.
Y aún así, ¿no tenía él algo que decir? No es que importe, o que fuera a detener la boda en el momento en que el clérigo que oficie la ceremonia diga “si alguien tiene una razón para que estas dos personas no se unan en matrimonio, que hable ahora o calle para siempre”. Malcolm no era un romántico (aunque había escuchado que podía fingirlo si traía alguna rubia despampanante después de una “reunión de negocios” en algún club de Manhattan).
Allyson sabía que ella misma era un tanto celosa; su madre no era así (nunca le gustaron los dramas largos y las angustias exageradas: si algo le molestaba, lo decía fríamente y cortante como herramientas de castración). ¿Malcolm lo tomaría bien? No tiene voz, ni voto para ello, pero la pelirroja pensó que ella, en su lugar, sentiría algo incomodo.
—Na, estoy pensándolo de más —se dijo en silencio antes de finalmente caer dormida, suponiendo que a diferencia de ella, que apenas daba los primeros tímidos pasos en el mundo de los adultos, hablaba de un hombre maduro que sabía dejar ir las experiencias amargas y mirar hacia el futuro.
Tras un vuelo largo de Nueva York a Toronto, finalmente el avión de Malcolm pudo aterrizar; existieron algunos problemas derivadas del clima, inusualmente frío y el alto nivel de neblina que retrasaron su llegada a la ciudad.
Pero tras pisar el suelo de su viejo hogar, sentía agradecimiento de simplemente estar ahí.
—¡Ciudad de mierda! ¡Por eso me fui en primer lugar!
Malcolm Campbell era más qué un nombre que sonaba como una estrella de la música country de los años 70; se trataba de uno de los publicistas estrellas que ha llevado al éxito a campañas para un amplio rango de compañías: desde “Todo el mundo quiere Thneed” hasta “¿Vos fuiste al francés?”, era uno de los agentes más conocidos en el medio.
Pero eso podía no importar demasiado a al menos tres pelirrojas, quienes lo percibían con otra lupa: para dos, un padre ausente que apenas escribía cartas de felicitaciones en cumpleaños y navidades, para la tercera, un ex-esposo que apenas escribía los cheques de pensión alimenticia a pesar de tener más que suficientes recursos para ello.
Él estaría apenas unos pocos días en la ciudad; tenía otros lugares a los que visitar, y en breve estaría tomando un avión hacia la costa oeste de los Estados Unidos. Estaría trabajando en un último proyecto antes de tomar sus vacaciones de invierno, y pasarla lejos del frío y el hielo, en el soleado sur de California. Había visitado la zona hace algunos años y siempre había querido regresar, pero las circunstancias parecían conspirar de un modo u otro para mantenerlo lejos del estado del sol.
Todo lo que tenía que hacer era aguantar; tener su reunión y de alguna manera, resistir esos días en Toronto.
Pero tuvo un pensamiento mientras caminaba hacia el exterior de la terminal, con el taxi que lo llevaría a su hotel en la mira.
—Allye debe estar en la universidad ya —se dijo mientras abordó el automóvil—. ¿Debería..?
Por un lado, al pensar en sus dos hijas, y cómo no las frecuentaba del modo en que debería sentía un golpe de culpa; seguían siendo sus niñas, sus pequeñas que, conforme iba ordenando sus ideas, no eran tan pequeñas para ese punto.
Y pensó que quizá podría pasar a saludarlas, mañana o pasado mañana...si es que reunía el valor para ello, y si Colleen no rondaba las aguas.
N/A: Segundo capitulo oficial, y todo va en viento en popa...excepto, claro, para los desgraciados sobre los que escribo XD
Gracias a tod@s por leer, y por sus comentarios. Ojala la historia vaya siendo de su gusto.
Shalom camaradas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top